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Santiago Navajas

Por qué los liberales votan a Vox

¿Seguirá Pablo Casado siendo un chisgarabís patético equivocándose al darle a los botones de votación al estilo de Alberto Casero?

¿Seguirá Pablo Casado siendo un chisgarabís patético equivocándose al darle a los botones de votación al estilo de Alberto Casero?
Pablo Casado interpela a Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno. | EFE

Podemos, Ciudadanos y Vox eran propuestas para regenerar el sistema político español por la izquierda socialista, el centro liberal y la derecha conservadora. Hoy sólo queda en pie la alternativa conservadora, la única que se ha mantenido fiel a sus principios contra el statu quo. Está de moda decir que Vox es un "peligro social" por su cercanía al Frente Nacional francés o la Hungría de Orban y la Polonia de Morawiecki. Pero en ese caso deberíamos considerar una amenaza aún mayor para la democracia al PSOE, por sus vínculos con la Venezuela de Maduro, los indultos a los golpistas de Cataluña o las reiteradas leyes declaradas inconstitucionales, por no hablar de su adicción al gobierno de estado de excepción vía decretos ley.

Mientras que los izquierdistas pueden buscar fácilmente alternativas a Pablo Iglesias en el espectro político, los liberales han quedado huérfanos de representación política, salvo los madrileños con el PP de Ayuso. Aunque falta un análisis detallado sobre el posible trasvase de votos de Ciudadanos a Vox en las elecciones castellano-leonesas, cabe analizar los motivos que pueden haber empujado a liberales a votar a los conservadores de Abascal, a pesar de las evidentes diferencias en cuanto a nacionalismo unidimensional, proteccionismo económico y aislacionismo cultural.

¿En qué consiste el statu quo del 78? Fundamentalmente, en la deriva del Estado de las Autonomías hacia un federalismo asimétrico en el que algunas comunidades no sólo tienen privilegios fiscales (País Vasco) y vulneran derechos lingüísticos y educativos (Cataluña), sino que suponen una espada de Damocles para la misma existencia de España y la Monarquía constitucional. En esa dinámica, tanto Vox como Ciudadanos pretendían introducir una cuña que hiciese cambiar las fuerzas centrífugas por otras centrípetas, federalistas simétricas en el caso de los de Rivera y centralistas en el de Vox. Aquellos que en la izquierda tuvieran gotas jacobinas podían empatizar más, paradójicamente, con Abascal.

Otro eje en el que coincidían Ciudadanos y Vox era la lucha contra las leyes ideológicas de la izquierda. La Ley de Memoria Histórica consiste en una orwelliana transformación de la Historia en un relato de buenos y malos que borra todo el pasado tenebroso y criminal del PSOE, ERC, el PCE, etc. La otra gran ley ideológica es la de Violencia de Género, la pretensión por parte de la izquierda de acabar con dos de los fundamentos del Estado de Derecho: la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. Ciudadanos encabezó, como partido liberal que era, la oposición al sectario concepto de género proponiendo violencia doméstica y violencia intrafamiliar. Ciudadanos se rindió ante la presión mediática como antes lo había hecho el PP. Que en Vox se resistan a entrar en el rebaño que llaman "consenso" es una de las razones de su éxito electoral.

Estos son los dos grandes ejes que realmente separan al PP y a Vox. Frente a esto, la disparidad sobre si las rebajas fiscales han de aplicarse de manera diferenciada a determinadas zonas (PP) o generalizada (Vox) es el chocolate del loro de la negociación política dentro de la dinámica general de bajada de impuestos. Tampoco debería ser un problema que el PP asumiera las propuestas más liberales del programa de Vox, como reducir al máximo el peso de la Administración burocrática. A menos, claro, que el PP haya sido abducido completamente por los socialistas y prefiera pactar con el PSOE un incremento del Estado en lugar de, como establece el programa de Vox, "eliminar las subvenciones a sindicatos, patronales y el gasto político superfluo".

Lo que está en cuestión de fondo es si el PP pretende ser un Gobierno de derechas que gestione la legislación de izquierdas o si, uniéndose a Vox, vuelve a ser el partido de conservadores y liberales al que Rajoy traicionó. Un partido que se dedique a hacer política y no simplemente a registrar propiedades y hacerse un hueco en bufetes de postín. ¿Será Pablo Casado alguien a quien la izquierda tema intelectualmente, como a Cayetana Álvarez de Toledo, y electoralmente, como a Isabel Díaz Ayuso, o seguirá siendo un chisgarabís patético equivocándose al darle a los botones de votación al estilo de Alberto Casero?

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