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Santiago Navajas

En la mente de Putin

El dictador ruso se mueve imbuido de una fe irracional en su destino particular y en el de la Madre Rusia.

El dictador ruso se mueve imbuido de una fe irracional en su destino particular y en el de la Madre Rusia.
El autócrata ruso Vladímir Putin. | Cordon Press

Gracias a la atracción morbosa de Oliver Stone por los oligarcas comunistas tenemos dos impagables testimonios de Fidel Castro y Vladímir Putin. Stone entrevistó a ambos, ya que los dictadores comunistas consideran al cineasta de extrema izquierda un amigo, un siervo, un esclavo, un admirador.

Durante tres horas y media, grabadas a lo largo de varias sesiones en diferentes localizaciones, las declaraciones de Putin entre 2015 y 2017 refieren con meridiana claridad los propósitos imperialistas del dictador ruso y dejan adivinar con poco margen para la duda la actual invasión de Ucrania. Del mismo modo que la publicación de Mein Kampf tenía que haber advertido a los dirigentes europeos de lo que pensaba hacer Hitler, esta entrevista a Putin por parte de Stone tenía que haber destrozado el utopismo angelical de unos dirigentes europeos que hasta la víspera de la invasión no creían que Putin se atrevería a hacer lo que llevaba años anunciando.

Pero en cada época hay mil Rodríguez Zapatero por cada Churchill. Cuando Chamberlain y Daladier se entrevistaron con Hitler y Mussolini en 1938, le regalaron al Führer los Sudetes checos para apaciguar sus ansias de conquista. Daladier volvió a París pensando que sus compatriotas lo lincharían por la cobarde cesión, pero la multitud lo aclamó por haber conseguido la paz. Llamaban paz a la rendición ante el matón y Daladier musitó: "¡Qué imbéciles!".

Parecidos imbéciles tratan de hacer olvidar hoy el pasado comunista de Putin, que, como Mussolini, fue socialista antes de fascista. En ambos, la transición consiste en seguir siendo autoritario, violento y antiliberal, partidario de la dictadura y del exterminio del adversario, sea de clase o de nación. En cualquier caso, siendo comunista o, ahora, un nacional-socialista, Putin siempre ha sido partidario del Estado centralizado, de la propiedad colectivizada (de derecho o de facto), del sometimiento de la sociedad y de la violencia como método político. ¿Es Putin ahora comunista? No estrictamente, ya que abandonó el Partido en 1995. Pero sólo ha transmutado la ideología de la lucha de clases por la de la lucha de etnias, siempre bajo el signo de la infamia soviética. Del sovietismo ha conservado el fanatismo, el asesinato, la superstición historicista y el liderazgo terrorista.

Le cuenta Putin a Stone un dicho ruso: "El que está destinado a morir ahorcado no muere ahogado".

El dictador ruso se mueve imbuido de una fe irracional en su destino particular y en el de la Madre Rusia. En la visión de Putin, no existe la OTAN, sino Estados Unidos y sus vasallos. Putin se niega a formar parte de lo que considera el Imperio USA y quiere resucitar la URSS como Unidad de Destino en lo Universal.

Putin es maestro de judo y sambo, arte marcial que desarrolló Stalin para el Ejército Rojo. Aprendió a jugar al hockey sobre hielo con sesenta años. La adrenalina, el cortisol y la testosterona le corren por las venas. Putin es un hombre que piensa con los músculos. También es un maestro del espionaje y el chequismo. Y es un patriota enloquecido por el complejo de inferioridad cultural y la superioridad nuclear. El lema implícito de Putin es Make Russia Great Again. Se van a repartir las tres superpotencias nucleares e históricas –Estados Unidos, China y Rusia– el resto del mundo: África, América y, si no lo impedimos, Europa.

El mapa que Putin tiene en la cabeza es el de la Unión Soviética anterior a la caída del Muro de Berlín. Ucrania, incluso independiente, debe ser, para su mentalidad imperialista adoctrinada en el internacionalismo criminal comunista, una colonia rusa. Como las repúblicas bálticas. Aunque ha sido ahora cuando los misiles han volado, la guerra de Rusia contra la UE en suelo ucraniano empezó hace diez años, cuando Yanúkovich, la marioneta de Putin en Kiev, no firmó el tratado de libre comercio entre Ucrania y Europa Occidenal (sí firmaron importante acuerdos de colaboración Moldavia y Georgia). Putin se temía, dado sus instintos comunistas, que la economía de mercado y la libertad de comercio llevasen a la definitiva aniquilación de lo que quedaba de la URSS de Lenin.

"Se puede manipular a millones de personas si sabes controlar el monopolio mediático". No lo digo yo, se lo dice Putin a Stone, el cual acepta la versión de Putin sin pestañear. Es increíble que Stone, de una pasividad repugnante, no le responda con lo conocido por todos: que Putin había exigido a Obama que no interfiriese en su ambición de dominar las repúblicas ex soviéticas, especialmente Ucrania. Putin, paranoico, pensaba que la UE pretendía conquistar Rusia utilizando a grupos neonazis y al judío Soros. Paradójica alianza.

Putin sigue instalado en la mentalidad comunista también por su visión de la Guerra Fría. La caída del Muro de Berlín supone para él un trauma. Y sigue pensando que todo es un baile entre EEUU y la URSS. El resto no seríamos sino siervos para ese duopolio. Putin trabaja en el que fue despacho de Stalin, cuyo espectro se sobrepone a su sonrisa hierática. Debe de ser el despacho más feo del mundo.

Rusia dedica más del 3% de su PIB al Ejército, dice orgulloso Putin. Alemania ahora va a subir el suyo a más del 2%. España apenas gasta el 1%. Y Pedro Sánchez creía que había que eliminar el Ministerio de la Guerra ("de Defensa", en lenguaje orwelliano). Hay dos expresiones que Putin reitera: "promover el diálogo" y "consenso". Lo repite también para Siria y, de nuevo, Crimea. Pero deja claro que no dudaría en usar todo el armamento necesario, aunque "está abierto el diálogo", pero "no se fía de nadie" (como bien lo diagnóstico Ariel Sharón).

Antes de terminar el documental, Stone se pasea por el cementerio del Kremlin, donde está enterrado un único americano, John Reed. Sobre sus andanzas con los psicópatas bolcheviques rodaron una película, Reds. Stone habla de la Revolución rusa ante la momia de Lenin, del que habla como si fuese más Gandhi que Hitler. "Es una experiencia poderosa", admite con deferencia sobrecogida, reflejando la enfermedad infantil del izquierdismo: la veneración a los genocidas de la lucha de clases. Como suele suceder, silencia la revolución liberal de febrero de 1917 y blanquea el golpe de Estado criminal de Lenin contra Kerenski. Es revelador que a Stalin sí lo critique. En algo que le dice al director de Platoon sí tiene Putin algo de razón: defiende a Stalin comparándolo con Cromwell y Napoleón, con estatuas por toda Inglaterra y Francia (una del inglés, ¡junto al Parlamento!; el corso, enterrado en una fiambrera de mármol en París). Pero ningún dictador debería ser honrado públicamente y todos deberían ser derrotados en vida. Como esperemos que suceda con Putin en esta guerra militar, económica, cibernética y, fundamentalmente, filosófica que estamos librando.

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