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Daniel R. Rodero

El retorno de la Historia. Anotaciones ante la barbarie

La guerra de Ucrania nos está recordando a nosotros –cómodos europeos– que "el fin de la Historia" ni siquiera llegó a breve 'impasse'.

La guerra de Ucrania nos está recordando a nosotros –cómodos europeos– que "el fin de la Historia" ni siquiera llegó a breve 'impasse'.
Columna de humo sobre Kiev durante la ofensiva rusa. | EVGEN KOTENKO / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Uno

La guerra de Ucrania nos está recordando a nosotros –cómodos europeos– que "el fin de la Historia" ni siquiera llegó a breve impasse. El desmembramiento de Yugoslavia, el 11-S, la guerra en Afganistán, en Irak o en Libia, así como la resurrección del totalitarismo en Hispanoamérica, no han hecho sino repetirnos lo que, por otra parte, cualquier persona que mirase a los siglos XIX y XX ya sabía: que ni la paz ni la libertad ni la democracia son la meta obligada de ningún proceso y que la Historia –el devenir histórico– no tiende a ningún ideal.

Toda guerra supone un hachazo a la filosofía progresista, una negación práctica del buenismo, de esa simplificación rousseauniana de que el ser humano sólo apetece el bien. Un problema de nuestro tiempo es que hemos olvidado la existencia del mal; y que, cuando éste surge en la ficción, lo hace de un modo tan grotesco y débil que los buenos lo desarticulan sin apenas esfuerzo.

Pero en el plano de la geopolítica las categorías morales únicamente pueden subsistir matizadas con las necesidades de la propia defensa. La paz presupone gendarmes. Quien quiera que impere su idealismo fetén, deberá hacerlo descansar sobre una fuerza más poderosa que la de su adversario. La supervivencia es siempre una carrera por la letalidad última, por causar la última baja, por que a nuestra réplica final no le siga ninguna contrarréplica.

Dos

Algunos medios se han remontado en sus análisis a la antigua controversia entre las teorías de Francis Fukuyama (The End of the History and the Last Man, 1992) y Samuel Huntington (The Clash of Civilizations, 1993 y 1997). Pero quizá, de entre los grandes académicos entregados al estudio de la postguerra fría, el más olvidado haya devenido en el más clarividente: John Mearsheimer, cuya magna obra The Tragedy of Great Power Politics (2001) continúa sin verterse al español.

Huntington predijo que el choque entre la Rusia Blanca y la Rusia Ortodoxa no se produciría violentamente, toda vez que ambas constituían en realidad una cultura única y complementaria. Mearsheimer, sin embargo, prescindió del enfoque civilizacional de Huntington, manteniéndose fiel al realismo agresivo. En su artículo "The case for a Ukrainian nuclear deterrent", publicado en 1993 en la revista Foreign Affairs, Mearsheimer escribió:

La situación entre Ucrania y Rusia desatará entre ellos una fuerte competencia por la seguridad. Para un gran poder como Rusia, que comparte con Ucrania una frontera larga y desprotegida, lo lógico sería desencadenar esta carrera, motivada por el miedo. Por supuesto que Rusia y Ucrania podrían superar esta dinámica y aprender a vivir en armonía, pero sería extraño si lo hicieran.

Tres

Un análisis cabal de la postura de Putin trasciende con mucho la avejentada dicotomía capitalismo-comunismo. Por una parte, Putin asumió en su primera legislatura la vieja retórica de presentar a Rusia como una especie de tercera Roma. Con su retorno a la presidencia en 2012, esta retórica no ha hecho sino recrudecerse. Para el ideólogo Alexander Dugin, Rusia, antes que cualquier otra categoría de derecho público, es una civilización. De ahí que Putin se haya propuesto liderar una cruzada en favor de los valores tradicionales en su versión más irredentista, declarando la guerra al alcohol, a la homosexualidad y al antinatalismo.

Por otra parte, el régimen que ha implantado no puede permitir que sus países hermanos (hermanos eran, pese a todo, Caín y Abel) prosperen bajo el paraguas del modelo occidental. Desde esta perspectiva, no es que Putin haya invadido Ucrania para abortar su hipotética entrada en la OTAN, sino que la ha invadido ahora porque, en el supuesto de que se incorporase a la Alianza Atlántica, él ya no podría intervenir.

A mayor abundamiento, la política exterior de Rusia ha de analizarse a partir de las siguientes tres vetas: nacionalismo puro (con resabios sovietizantes o zaristas en la nostalgia del esplendor perdido), mesianismo civilizatorio (lo que se traduce en un acercamiento a Asia, al conformar sociedades más conservadoras y subyugables que las europeas) y fronteras militarizadas (Rusia limita con dieciséis Estados y tiene más de veinte mil quilómetros de linde).

Cuatro

Quizá Putin haya olvidado una regla básica del ajedrez, de esa especie de guerra en miniatura que sus predecesores soviéticos tanto sublimaron: "La amenaza es más fuerte que su ejecución". La escribió Aarón Nimzowitsch, danés nacido en Riga en 1886, cuando Letonia formaba parte del Imperio Ruso.

Superar un daño que se creía fatalmente definitivo puede rescatar al dañado de su atonía previa. Con su ataque, Putin ha obligado a Europa a reaccionar. Un entorno abiertamente hostil obliga a prepararse para luchar y defenderse; un entorno tímidamente amenazante apenas invita a contemporizar con el peligro.

Las estrategias de apaciguamiento acostumbran a ser una mala traslación al ámbito de la política de la doma del tigre. Tal vez el tigre pueda amansarse, pero no el alacrán. Europa ha querido convencerse de que Putin no era sino un tigre bullicioso, una fierecilla con la que, si se le echaba alimento y se le soportaban algunos amagos, se podía convivir. Mientras Alemania se arrojaba en brazos de Rusia con la esperanza de convertirla en un socio fiable, Putin laminaba a sus oponentes, restringía los derechos y libertades civiles de su población e interfería en los asuntos internos de terceros Estados. O bien alguien creyó que Putin podía ser tigre y alacrán al mismo tiempo, o bien han abundado los cómplices. No parece que quepa una tercera opción.

Cinco

En 1938, luego de la firma de los Acuerdos de Múnich, Winston Churchill tomó la palabra en el parlamento:

Lo máximo que se ha conseguido es que el dictador, en lugar de agarrar la comida de la mesa, se conforme con hacer que se la sirvan plato por plato. (…) Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y del vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad como en los viejos tiempos. (…) Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… Elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra.

Con su respuesta al ataque ruso, tal vez un tipo tan atrabiliario –tan inefable– como Boris Johnson encuentre en el actual conflicto la ocasión idónea para vestirse de estadista. A fin de cuentas, no deja de ser un reconocido admirador de Churchill, amén de unos de sus mejores biógrafos.

Seis

Fiel al estilo de sus predecesores, Macron ha comparecido muy solemne para no aclarar nada. Si el imperio es una cuestión de prestigio –"todo reputación", en palabras del Conde-Duque de Olivares–, la grandeur de la France es retórica a destiempo y escurrir el bulto. Ocurrió con De Gaulle en los sesenta y ocurrió con Chirac a principios de los 2000.

Alemania y Francia decidieron entonces aproximarse a Rusia y alejarse de los Estados Unidos, que con todas sus imperfecciones no deja de ser el aliado natural de Europa. Porque, mal que nos pese, la Europa de hoy es un constructo tan norteamericano como las hamburguesas industriales. Europeas de nombre, aunque estadounidenses de ejecución.

Siete

Durante la segunda legislatura de Zapatero, Sarkozy vetó el tendido de un gasoducto desde España hasta Centroeuropa, algo que habría ofrecido una alternativa energética para Alemania (bien es cierto que ese mismo Gobierno estuvo a punto de autorizar la venta de Repsol a la moscovita Lukoil, con una tal Corinna Larsen ejerciendo de intermediaria comisionista).

El gasoducto pretendía abastecer a una parte del continente con la regasificación del gas natural licuado que llegara a España por vía marítima. Pero su ejecución ponía en peligro las exportaciones francesas de energía nuclear. La misma Francia que, a cambio de extraditar etarras, exigió de las autoridades españolas que el AVE no se le encargara a Talgo sino a empresas suyas, ha favorecido con su bonapartismo la posición de Putin. ¿Hasta cuándo los intereses de Francia van a confundirse con los de toda la Unión? ¿Hasta cuándo van a abusar de nuestra paciencia?

Ocho

Mientras Francia y Alemania coqueteaban con el Kremlin sin atender al más elemental principio de seguridad europea, Polonia, Hungría, las Repúblicas Bálticas y Dinamarca alertaban de los riesgos. Entre los aciertos de la política exterior de Aznar se encuentra sin duda el acercamiento al Este. Hoy Polonia es el principal auxiliador de Kiev. Acaso por haber desarrollado un catolicismo a la defensiva durante la dominación soviética, es también una de las pocas naciones que mantiene vivo el legado filosófico de Europa, ese conglomerado de países al que en otro tiempo se le llamó la Cristiandad.

La Unión Europea debe ser laica, pero sin que ello signifique la renuncia a su multisecular cosmovisión. Muerto Dios, el cristianismo pervive como un gran modo de pensar. La alternativa a la síntesis cristiana y grecolatina es la vacuidad destructora del postestructuralismo, del sesenta y ocho, de eso que pretenciosamente venimos llamando "la posmodernidad".

Ésta se va pareciendo cada vez más al imperio de la duda; dudamos de todo, salvo sobre aquello que más interesa a una clase política hipertrofiada. Pero instalarse en la duda es como montar una tienda de campaña en mitad de un pasillo con ánimo de sestear allí en lugar de en los dormitorios. Hipóstasis del romanticismo, la mentalidad del sesenta y ocho no hace sino exigir prestaciones públicas para el individuo: en cuanto tal y en cuanto sujeto de identidades. Urge, en resolución, contrarrestar este magma ideológico del que el intervencionismo del Estado es forzoso efecto.

Nueve

En julio de 2002 sólo Dinamarca, Italia y Polonia condenaron inequívocamente la ocupación de Perejil por parte de Marruecos. Alemania miró para otro lado y Francia instigó el incidente. Esto aboca a España a competir contra Marruecos por el favor de los Estados Unidos. Si queremos dejar de ser rehenes de la satrapía alauita, no nos queda otra que comportarnos con Washington como un socio fiable. Y ello pasa por comprometernos con la OTAN en la defensa del Este, al tiempo que orientamos las operaciones de nuestros servicios de inteligencia hacia el Sahel y Arabia.

¿Seguidismo proamericano? No. Pero sí necesidad de incorporarnos a sus planteamientos internacionales, sin sucumbir por ello en la pegajosa telaraña de sus intereses.

Diez

China necesita ingentes cantidades recursos que posibiliten la consumación de su modelo. Su idea a medio plazo es pasar de ser la fábrica del mundo a primera potencia tecnológica, pasar de competir en precios a hacerlo en valor añadido. Pero una transición así requiere tiempo, ahorro y una red de países aliados que sirvan de cinturón de seguridad y mantengan constantes los suministros de materiales y combustibles.

Es aquí donde entran en juego los países del Kurdistán, Pakistán y la Rusia del Este. Las materias primas que Pekín necesita se encuentran abundantemente en Siberia, un tesoro subterráneo de oro, níquel, petróleo, paladio o gas natural. Acaso esta vez veamos lo que pareció un delirio durante la llamada Guerra Fría, que Rusia y China establezcan una unión estable: una verdadera alianza de intereses recíprocos.

Si Occidente titubea, China podría acelerar la expansión de su área de influencia. Hoy por hoy, su principal adversario en Asia continental es la India. Pero la India es, a su vez, aliada de Rusia, lo que no le impide ser protectora de Taiwán, junto con los Estados Unidos, Australia y Japón. Y Taiwán es un enclave estratégico de Occidente para evitar la sinización del Pacífico.

Once

Tanto Europa como los Estados Unidos necesitan que en Rusia no impere su alma asiática; de ahí que inicialmente respondieran a la agresión con cínica tibieza. Aun cuando el setenta y tres por ciento de la población rusa se concentra al oeste de los Urales, sus intereses pueden quedar arrojados –y aherrojados– en el lado contrario. Toca, por ende, mantener abiertas diversas vías de occidentalización. Y una de las más eficaces es el sentimiento religioso (la Iglesia Ortodoxa). En un mundo en que la pugna por la supremacía mundial ya no se reduce a países con una identidad común, los vínculos culturales han de cuidarse tanto o más que los económicos. Al menos, para evitar compactaciones en el bloque opuesto.

Sin embargo, ceder ante Rusia es expedirle el camino a un futuro control sobre el mar Báltico, sobre la costa norte del mar Negro –completando su dominio sobre el mar de Azov–, así como su deseada influencia sobre Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Por su posición fronteriza, estos tres países han de actuar como agentes estabilizadores tanto en la región del Cáucaso como en Oriente Medio. Para Occidente, su seguridad y cooperación se postula como irrenunciable.

Doce

Quizá no necesitemos a Dios, pero seguimos necesitando teólogos. No en vano, la teología es un modo de hacer filosofía a partir de un axioma incierto. En Rusia, la Iglesia Ortodoxa se erige hoy como el único actor capaz de estructurar a medio plazo una oposición sólida a las políticas de Putin, generando masa crítica y prestando cobertura a la difusión de los mensajes incómodos. Y en este entendimiento, el ecumenismo católico y el diálogo interreligioso también han de desempeñar un papel significativo. Nadie olvide que, en nuestro viejo y despeluchado continente, las transformaciones políticas vinieron precedidas por replanteamientos religiosos y metamorfosis económicas.

Trece

Occidente no puede seguir comportándose como un espectador solipsista. No es aceptable que se haya comprometido a auxiliar a Ucrania en caso de invasión y que, una vez producida ésta, se haya desentendido hasta comprobar la heroica resistencia de Kiev. ¿Habría actuado Zelenski de la misma forma de haber sabido nuestra auténtica disposición? Si nuestros ulteriores anuncios de cooperación son iguales a éste, ¿en qué sótano del desprestigio dejaremos nuestra fiabilidad?

Nadie cuestiona que el modo en que se produjo la retirada de tropas de Kabul en otoño del pasado año ha determinado la decisión de Putin. Los Estados Unidos deben reconfigurar su política exterior, pero también Europa debe aparcar sus agendas 2030 o 2050 si no quiere anotarse un nuevo ridículo. Diseñar una estrategia a largo plazo cuando no se es actor dominante –y, por tanto, se carece de capacidad para moldear el contexto en que dicha estrategia ha de articularse– sólo puede conducir a la irrelevancia (vulgo, ridículo). Es teoría de juegos elemental.

África e Hispanoamérica son, por otra parte, tableros a los que ya se ha trasladado la pugna. Sin resabios imperialistas ni mentalidad tutelar, España ha de contribuir a la completa democratización de Hispanoamérica, lo que sólo puede lograrse reforzando su institucionalidad y su presencia en los mercados europeos. Al indigenismo –caballo de Troya de alineamientos consabidos– no solo hay que combatirlo desde la cátedra; ha de refutarse mediante el compromiso; en este caso, mediante un compromiso fraterno de cooperación entre iguales.

Catorce

Europa lleva mirando por encima del hombro al resto del mundo más de sesenta años. La evidencia es que es un actor muy secundario en el campo de la alta tecnología, de esa alta tecnología sobre la que descansa el orden geopolítico. Su fortaleza, empero, radicaba en su fuerte institucionalidad. Pero el ciudadano europeo presume de democracia al tiempo que consiente que se la deterioren. Se compadece de los nacionales chinos, mientras cede su libertad a gobiernos y entes indeterminados.

Para que nuestras democracias continúen siendo un motor de avances socioeconómicos, antes tienen que seguir siendo democracias. Y la calidad de la democracia no estriba tanto en la pureza de las constituciones cuanto en la robustez de sus costumbres políticas, en la estabilidad de su moneda y en gobiernos limitados. Que países en riesgo de caer del lado ruso o del chino lo hagan finalmente de nuestro lado depende de la seguridad y ventajas que les ofrezca nuestro modelo. En los entornos anárquicos, los actores fuertes que más garantías aportan son los que consiguen el vasallaje de los débiles. Sucedió en el feudalismo y sucede en la realpolitik, sistemas anárquicos por antonomasia. Si aspiramos a servir de polo de atracción para los países transicionales entre Europa y Asia, es obligado rejerarquizar nuestros valores. En este sentido, la guerra ha supuesto un baño de realidad.

Quince

Por macabro que resulte, todas las guerras dan lugar a episodios esperpénticos. En ésta lo ha sido el anuncio de las primeras sanciones. Que el jefe nominal de la diplomacia europea haya incluido en el paquete de represalias la expulsión de Rusia del festival de Eurovisión evidencia cuán a contrapié nos ha pillado el conflicto. Habrá quienes piensen que aislar a Rusia de las competiciones internacionales favorece que su población salga de esa especie de burbuja mental en la que, según ellos, viven instalados. Obvian que los ciudadanos rusos, antes que en una burbuja mental, viven en algo que se parece bastante a una cárcel física. Sin duda, cualquier actuación tendente a que rusos ilustres se posicionen en contra de la guerra es loable y necesaria. Pero es una torpeza si se presenta como una sanción política auspiciada por el enemigo.

No obstante, podía haber sido peor. Podrían haber ideado que cada país compitiese en la astracanada eurovisiva con su propia versión del Imagine, con Putin encadenado a una silla y obligado a escuchar el soniquete como si lo sometieran al método Ludovico, aquel experimento pedagógico de La naranja mecánica. Si alguien considera que cantar "imagine all the people sharing all the world" es una medida absurda contra la fuerza de los misiles y la arrogancia de los tanques, que reconsidera cuál ha sido la actitud de la población europea ante los últimos conflictos. Ya va siendo hora de que Yoko Ono devengue menos derechos. No por ella, sino por nosotros.

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