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Sergio Campos

Koestler en Ucrania

Vuelve el tiempo de los más despreciables traidores intelectuales. Tenemos que soportar de nuevo a los recalcitrantes y jeremíacos 'neutralistas'.

Vuelve el tiempo de los más despreciables traidores intelectuales. Tenemos que soportar de nuevo a los recalcitrantes y jeremíacos 'neutralistas'.
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El pasado día 1, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, anunció la celebración de un congreso internacional antifascista dentro del foro Ejército-2022, que se celebrará en la base aérea de Kubinka, cercana a Moscú, entre el 15 y el 22 de agosto.

La propaganda rusa lleva más de setenta años estancada. Este tipo de congresos fueron el eje de su promoción en Occidente durante la Guerra Fría, solo que entonces los llamaban "congresos por la paz" y eran los instrumentos creados por Willi Münzenberg para ablandar las ya de por sí reblandecidas cabecitas progresistas del mundo libre. Porque ¿quién se atreve a oponerse a la paz?, y ¿quién puede osar a no definirse como antifascista?

En la inmediata posguerra, un grupo de intelectuales dirigidos por un aguerrido profesor de Filosofía, Sidney Hook, se atrevió a boicotear el congreso prosoviético celebrado en Nueva York. Su enorme éxito llamó la atención de un minúsculo departamento de la incipiente CIA que puso sus exiguos medios al alcance de aquellos escritores y profesores. El resultado fue la celebración en 1950, en Berlín, del Congreso por la Libertad de la Cultura. El emocionante discurso final fue pronunciado por un Arthur Koestler en estado de gracia, y lo terminó con estas palabras: "Amigos, ¡la libertad se lanza a la ofensiva!".

Porque de eso se trataba entonces y de eso se tratará siempre: la libertad no se opone a la paz, sino a la tiranía.

Y en esas estamos. Koestler ha sido citado estos días en numerosos periódicos europeos. Su lucha contra el comunismo y su análisis sobre cómo la izquierda cae rendida sin remedio ante el poder de los sátrapas vuelve a ser vigente. En sus memorias sobre aquellos días, recogidas parcialmente en su libro Extraños en la plaza, Koestler señaló:

El neutralismo era sobre todo la forma más refinada de traición intelectual y quizá la más despreciable. Mostraba una actitud de perdón hacia el totalitarismo de terror, pero denunciaba con veneno imperdonable cualquier fracaso o injusticia en el Oeste.

No falla. Todos y cada uno de nosotros ha hablado con alguien o ha leído algún texto sobre la invasión rusa de Ucrania que a manera de preámbulo ha señalado a Occidente como verdadero culpable de la invasión. Son los mismos que se escandalizan por que la CIA financiara el Congreso de Berlín, como si los congresos prosoviéticos por la paz se hubieran pagado por intercesión de una paloma blanca. Vuelve el tiempo de los más despreciables traidores intelectuales. Tenemos que soportar de nuevo a los recalcitrantes y jeremíacos neutralistas.

Si finalmente se lleva a cabo el congreso anunciado por Shoigú, que nadie se cuestione quiénes serán quienes lo publiciten, lo jaleen y lo vendan como el mágico elixir contra la guerra (aunque se celebre en una base militar, qué más les da). Entre los españoles, sin duda, serán quienes forman el rebaño encabezado por ese hombre genéticamente obsesionado por el terrorismo.

No sería mala idea que los intelectuales dieran un nuevo paso al frente. Que estudien con atención los mecanismos con los que Hook y sus muchachos neutralizaron a los neutralistas. Urge un nuevo congreso que propague de nuevo la fuerza de la libertad y la cultura.

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