No creo que Isabel Díaz Ayuso llegué nunca a ser presidenta del Gobierno de España. Y no porque sea liberal, que lo es, sino porque es demasiado española. Para ser un presidente español, hoy en día el primer requisito es ponerse de rodillas ante los que quieren una España reducida a su mínima expresión, tanto histórica como cultural, lingüística y políticamente. Al contrario, Isabel Díaz Ayuso está hecha de la madera de Mariana Pineda, Agustina de Aragón y María Pita, heroínas españolas por la libertad de las que casi ningún adolescente sabe nada, a pesar de la perspectiva de género aplicada a la educación. Adivine por qué.
Hay que escuchar su discurso por el 2 de Mayo madrileño pero, sobre todo, leer su artículo en El Mundo, donde citaba con más extensión a sus referentes intelectuales: el liberal catalán Antonio de Capmany, el historiador Antonio Domínguez Ortiz y el filósofo Julián Marías. Defiende Isabel Díaz Ayuso una historia de la nación española enraizada en lo más profundo de la romanización, lo que ha hecho despertar la ira de la tribu progre y la secta académica que sostiene que España empezó ¡en 1812!, como si Góngora, que escribió "Levanta, España, tu famosa diestra, desde el francés Pirene al moro Atlante", y Hernán Cortés, que llamó Nueva España a su nuevo mundo, fueran alienígenas. Si se hiciera un compendio de pensamiento español, y falta hace, habría que empezar por Séneca. En el progresismo hegemónico, por el contrario, se defiende que hay que proscribir el mismo nombre de España para usar exclusivamente "Estado español" e iniciar el pensamiento español con Pablo Iglesias.
Pero el giro de guión que pretende Isabel Díaz Ayuso es todavía más osado. No sólo quiere vincular la Transición con la gran historia que, desde el cordobés Séneca al donostiarra Savater pasando por el granadino Suárez, ha hecho grande a este país, sino erradicar uno de los elementos más perniciosos y venenosos de nuestra historia.
La razón está en que algunos creen que lo mejor que le ha pasado al pensamiento es la Ilustración, además la francesa (y se olvidan de la española, por cierto). Que desconocen o quieren olvidar casi todo lo que bueno que produjo España, antes y después, frutos muy superiores a la Ilustración francesa.
A los que se refiere Díaz Ayuso es a nuestros afrancesados, esa fotocopia de la Modernidad y la Ilustración francesa que en su mayor parte, vía Descartes y Robespierre, significó el descarrilamiento intelectual del movimiento racionalista y lo llevó al fanatismo, el dogmatismo, el intervencionismo y el imperialismo. Díaz Ayuso defiende una Ilustración que asume la tradición y reconoce los límites de la razón. Una Ilustración que tiene sus fuentes en la española Escuela de Salamanca y se proyecta a través de la Ilustración escocesa (Smith, Hume y Ferguson) hacia la Escuela Austríaca con Hayek y la alemana de Friburgo con Eucken.
Lo que nos propone Díaz Ayuso es una nueva reconquista de España, limpiando, fijando y dando esplendor a un pasado con muchas más luces que sombras, casi sin parangón con ninguna otra nación en el mundo. Una nación que emerge sobre dos milenios de gigantes, pero que está cerca de sumergirse para siempre atacada por manadas de enanos.