Menú
Daniel R. Rodero

Aborto masculino

Suene reaccionario o 'progre', puritano o budista, el sexo es un fenómeno moral.

Suene reaccionario o 'progre', puritano o budista, el sexo es un fenómeno moral.
La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

Aunque todavía no haya tomado excesiva fuerza, no tardará en hacerlo. Sentencia un refrán que cuando el año está de piojos, de nada sirve cambiarse la camisa. Lo mismo podría decirse respecto de la moda de las reivindicaciones. Cuando la década va de detectar causas para armar bulla, de nada vale bajar el volumen del televisor. Vuvuzelas y cláxones coparán las calles y no habrá modo de callar el estruendo sino amagando con aprobar nuevas leyes. Hoy, la actitud verdaderamente inconformista es ser parco en la queja para no desgastarla.

Empieza a hablarse de la necesidad que tienen los varones de una ley reguladora del aborto masculino. Pese a la aparente contradicción del sintagma, el asunto es simple: se trata de que el padre pueda renunciar a la filiación si la madre decide no abortar. Entienden que la interrupción voluntaria del embarazo deja al hombre a merced del capricho de la gestante: si aborta aunque el padre no quiera, adiós criatura; si no aborta aunque el padre empuje, bienvenidos gastos.

Habrá quienes lo encuentren un planteamiento equitativo. ¿Acaso el padre no pinta nada salvo a la hora de sostener la cruz? Pero el silogismo es tramposo. Como si no hubiese otras opciones, incide en exonerar de responsabilidad al padre por una decisión que no ha tomado, en lugar de exigir que se le tenga en cuenta desde el principio. En las relaciones de igualdad, lo mismo se consigue quitando de donde sobra que poniendo en donde falta. Y si la reivindicación se reduce a que el padre pueda desentenderse de la crianza de su hijo sin incurrir en el delito de abandono de familia o en la obligación de alimentos es porque prima una determinada visión, no por extendida menos hiriente: que los hijos son una carga extirpable como un absceso de pus.

Antes de que mis amigos conservadores achaquen esta idea a la mentalidad progresista, me permito recordarles que la problematización de la maternidad se ha dado siempre, aunque no dudo que con menos frecuencia. En caso contrario, ¿a qué se debía la existencia de tornos e inclusas en cada municipio?, ¿y el origen del apellido Expósito?

Sí se perciben, en cambio, algunas diferencias notables. De igual manera que los asesinatos han sido una constante histórica pero rara vez se han aplaudido, hoy la novedad radica en la aceptación creciente de una propuesta tan utilitaria. Que alguien defienda su derecho a repudiar a un bebé porque prefirió que la madre lo arrojase por la alcantarilla cuando todavía era feto evidencia la grave desvalorización que infligimos a la vida humana. Y lo peor de todo es que estas demandas emergen de organizaciones que se dicen progresistas. Cuarenta años después de brindar protección jurídica a los hijos de madre soltera y poner coto a la irresponsabilidad del hombre, lo igualitario es que el macho vuelva a esparcir su simiente allí donde le dejaren, con la certeza de que nadie podrá reclamarle un solo céntimo en concepto de manutención.

Aun cuando lo parezca, la causa última no es un choque entre progresismos, sino el arregosto de siempre: la sexualidad degradada a simple entretenimiento. En consecuencia, urge suprimir los vestigios de moralidad que nos impiden disfrutar del sexo sin ataduras ni obligaciones indeseadas; relegando al niño a la categoría de objeto, de cachivache, de cosa. "Yo no te digo si tienes que cuidar o no de tus hijos, así que no vengas a imponerme tu moral". Mas al mismo tiempo que se reduce la protección de los menores, se amplía la de los animales y se emprenden campañas contra su abandono, lo que movería a risa si no escondiese una raíz de amargor extremo.

Suene reaccionario o progre, puritano o budista, el sexo es un fenómeno moral. Nos obliga a responsabilizarnos afectivamente de la otra persona, a asumir compromisos, a embellecer ese espacio de intimidad compartida y a decidir sobre sus consecuencias, máxime cuando éstas se encarnan en seres indefensos. Nuestros antepasados supieron ver que la moral sexual es una de las bases de la moral a secas; de ahí la importancia –a veces excesiva– que le otorgaron. La dominación de los propios instintos sienta los cimientos de conductas tan esenciales como el ahorro, el pensamiento a largo plazo, el sacrificio en favor de la familia, el respeto al prójimo o la predisposición a esforzarse. También aporta contención y sentido de la mesura: sofrosine.

Si algo nos diferencia de los animales, es que en nuestro caso la forma de satisfacer los instintos también se piensa. Por eso, a quienes no se les ha enseñado a pensar ni a responsabilizarse de sus acciones sólo les queda pedir, exigir privilegios, levantar adoquines, soplar vuvuzelas y tocar cláxones hasta que se satisfagan sus apetencias. Armar bulla, jaleo, follón.

Temas

0
comentarios