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Santiago Navajas

Teoría liberal de la familia

Ninguna institución social más importante que la familia. Ninguna institución social más maltratada que la familia.

Ninguna institución social más importante que la familia. Ninguna institución social más maltratada que la familia.
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Ninguna institución social más importante que la familia. Ninguna institución social más maltratada que la familia. Los socialistas querrían destruirla para sustituirla por el Estado. Los conservadores pretenden fosilizarla para que no evolucione. Entre el Escila socialista y el Caribdis conservador, la teoría liberal establece la visión adecuada para fundamentar la institución familiar en tiempos de economía de mercado, sociedades plurales y abiertas e innovaciones tecnológicas.

Para muestra, dos botones. Una ministra socialista de Educación defendió que los hijos no pertenecen a los padres, sino al Estado. Por su parte, los conservadores se opusieron a leyes como la del divorcio y la del matrimonio homosexual. En ambos casos, aunque desde posiciones distintas, lo que se produce es un rechazo a la sociedad liberal, en la que las instituciones fundamentales de la sociedad civil se mantienen, algo que detesta la izquierda, pero transformándose, algo que odia la derecha.

El principio liberal sobre el que se basa una sociedad abierta y plural es el que estableció John Stuart Mill:

El único propósito por el cual se puede ejercer legítimamente el poder sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada en contra de su voluntad es para prevenir daño a otros.

Lo que apunta a una constitución flexible de las instituciones estatales, de mercado y de la sociedad civil, que deben coordinarse adecuadamente entre sí para promover el máximo de mentes libres en un mercado libre dentro de una sociedad libre. La acción del Estado debe ser reguladora de dichas interacciones libres, individuales y colectivas, en aras de garantizarlas, promoverlas y evitar los conflictos de la libertad sin anularla. Sin embargo, socialistas y conservadores tratan de poner el Estado al servicio de sus intereses e ideales para conseguir una sociedad unidimensional en nombre del bien y la virtud, en el caso conservador, y la clase y el género, en el caso de los socialistas. Un par de ejemplos que suelen poner de acuerdo a conservadores y socialistas: la promoción de leyes antipornografía, antiprostitución, antidrogas, así como la creación de subvenciones para apoyar sus entretenimientos favoritos, ya sea el cine o la tauromaquia.

Respecto a la familia, el problema conceptual fundamental es que tanto conservadores como socialistas confunden la forma con la función. Los conservadores priorizan hasta el extremo una de las posibles formas de familia, la pareja heterosexual con un par de niños, a ser posible "la parejita", mientras que los socialistas se niegan a reconocer que la institución familiar es básica y fundamental, por lo que no puede ser sustituida por el Estado o la comunidad, además de que algunas formas pueden ser más funcionales que otras. Por otra parte, los conservadores priorizan hasta el extremo una de las funciones de la familia, la reproductiva y de crianza, mientras que los progresistas ven precisamente en esta función de la familia una amenaza a su proyecto de ingeniería social.

El punto de vista liberal sobre la familia es que es una institución social básica, sujeta a evolución y cuyas diversas funciones pueden llevarse a cabo bajo distintas formas (aunque algunas de ellas pueden resultar más eficientes, ello no implica que no puedan ser todas eficaces). Por tanto, una sociedad en la que proliferan familias, ya sea de parejas heterosexuales, homosexuales, pluriparentales o monoparentales, es una sociedad en la que los diversos intereses y las plurales necesidades de sus miembros es más fácil que se vean satisfechos dentro de un grado razonable.

La responsabilidad del capitalismo en este fenómeno es innegable. La necesidad del capitalismo de grandes cantidades de trabajadores y empresarios es lo que llevó a las masas a salir del estado eterno de pobreza y sumisión, sobre todo por lo que respecta a las mujeres. Fueron las grandes industrias las que hicieron que las mujeres salieran de sus casas para trabajar en las fábricas, elevado progresivamente su nivel de vida y ampliándoles horizontes de cultura, libertad e igualdad que antes les resultaban inimaginables e impensables dentro de los límites de sus casas, reducidas a la crianza de los hijos y el cuidado del hogar.

Además, las innovaciones tecnológicas asociadas al capitalismo coadyuvaron a la liberación de las mujeres de las cadenas del heteropatriarcado que había surgido en el Neolítico. Han hecho más por la igualdad de las mujeres la lavadora, la píldora anticonceptiva y el tampón que todos los libros de Simone de Beauvoir, Andrea Dworkin, Judith Butler y demás representantes del feminismo autoritario.

La doble hélice capitalista de la libre empresa y la innovación tecnológica empuja la evolución social a ritmo de revolución. Lo que está provocando una variedad de formas familiares para sorpresa y escándalo de conservadores, que creían que serían tóxicas, y progresistas, a los que disgusta que sea la espontaneidad social y no su ingeniería social lo que lidere el proceso. ¿Quién les iba a decir a los conservadores que serían felices con sus hijas felizmente casadas con otras mujeres, y orgullosas madres de hijos concebidos por inseminación artificial? ¿Quién advirtió a los progresistas de que el capitalismo conseguiría que las parejas gais pudiesen tener hijos de su misma sangre gracias a la gestación subrogada? Por supuesto, quedan conservadores y progresistas que siguen anclados en sus prejuicios y denominan a la inseminación artificial "aquelarre químico" y a la gestación subrogada, "vientres de alquiler". Como permanecen los horóscopos, Eurovisión, los bombones naranjas de butano y las televisiones públicas, rémoras indestructibles de un pasado cutre y obsoleto que se resiste a morir.

Cabe investigar, sin embargo, si existe una ventaja de algún tipo entre hijos concebidos naturalmente, por inseminación artificial o a través de la gestación subrogada. Pero aunque existiera algún tipo de ventaja funcional en alguno de dichos procedimientos, pongamos la gestación subrogada, ello no quiere decir, claro, que todos ellos sean funcionales (aunque quizás no igualmente funcionales).

Es lógico que si en una sociedad liberal hay diversas ideas y distintas concepciones del bien, también haya plurales formas familiares. Pero, contra la intuición conservadora, lo nuevo no sólo no es enemigo de lo clásico, sino que puede ser un multiplicador. Paradójicamente, los conservadores, al oponerse a las distintas y novedosas formas familiares, están siendo negativos para la institución familiar en sí. Los progresistas, por su parte, muestran que su pretendida reclamación de la pluralidad es sólo postureo, ya que a lo que aspiran es a destruir la institución familiar en sí para que sea el Estado el que se ocupe de sus funciones. Su ideal es un monopolio educativo estatal y, si fuera posible, un Super Útero Artificial de propiedad estatal, como el de Un mundo feliz de Huxley, para vigilar con amoroso cuidado matriarcal a mayor gloria de Irene Montero que no nos salimos de los mandamientos del feminismo de género.

Frente al pesimismo económico de los progresistas y el pesimismo cultural de los conservadores, los liberales solemos pecar de optimismo económico y cultural, bendito pecado, ya que confiamos, como dijo ese gran liberal que fue Manuel Summers, en que To er mundo é güeno. Bueno, casi to.

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