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Santiago Navajas

Bienvenida, señora Olona, a Andalucía

No debemos caer en las trampas del particularismo, la xenofobia y el etnicismo a las que quisieran vernos arrastrados los que fosilizan su identidad en un pasado ficticio.

Macarena Olona. | Rafael González / Europa Press

Una comparsa gaditana, Los Quinquis, ha criticado a Macarena Olona por "disfrazarse" para presentarse como candidata de Vox a las elecciones autonómicas andaluzas, ya que no es ni de Granada ni de Andalucía. El autor del pasodoble es José Antonio Vera Luque, uno de los más afamados autores del Carnaval de Cádiz. Según Vera Luque, la candidata de Vox "no tiene ni la sangre ni la categoría". En cuanto a la categoría, no deja de ser paradójico que se lo echen en cara a la abogada del Estado quienes presumen en su denominación de ser marginales y delincuentes. Lo de la sangre es más inquietante. No deja claro el autor gaditano si es más bien partidario para diferenciar entre andaluces de primera y segunda, siguiendo el criterio étnico de Arzallus basado en el RH, o es que acaso prefiere las más avanzadas elucubraciones genéticas de Oriol Junqueras.

Para alguien como yo, un granadino que ha pasado largas estancias en Sevilla, Córdoba, Málaga y Almería, Andalucía es larga, ancha y profunda. Sobre todo, es acogedora, hospitalaria y abierta, además de múltiple, diversa y plural. El foráneo es considerado desde el primer momento uno de los nuestros, nos interesamos por los matices propios de su cultura de origen, que podría enriquecer la perspectiva que podemos tener desde el Sur, que es también poliédrica.

Por ejemplo, no existe el acento andaluz, porque se sesea, se cecea y todo lo contrario. Tampoco existe un carácter andaluz, porque no tiene nada que ver la visión del mundo de un onubense con la de un almeriense. Juan Ramón Jiménez hablaba de Granada como la Santander del Sur, complementaria a su Tartesos atlántica. Ni mucho menos es lo mismo el humor en Cádiz, Málaga, Córdoba o Granada, ni a todos los andaluces les gusta la tauromaquia de Morante, las procesiones malagueñas, el flamenco de Morente o las chirigotas carnavalescas. Ser andaluz es una propiedad emergente de la forma de ser, pensar y comportarse de todos los que vivimos en Andalucía, sea cual sea su categoría y su sangre, su origen y su destino. No existe propiamente hablando una raíz andaluza, pero sí que tenemos frutos andaluces: aquellos que surgen del esfuerzo, el talento y el mérito de los que viven en esta región, del mallorquín Juan Bravo, consejero de Economía, al conquense Antonio Moral, director del Festival de Música y Danza de Granada, pasando, por qué no, por la alicantina candidata de Vox.

Le recuerda Vera a Olona que

Andalucía es de la abuela mía
alimentando las tripas vacías
después de la guerra.
[...] y de las madres que daban el pecho
en plena
#Desbandá.

Da la casualidad que también mi abuela malagueña tenía las tripas vacías tras la guerra, y gracias a sus historias sé lo que son las sopas de maimones y el café de achicoria. Pero no me educaron para echarle en cara su hambre a nadie. Sus descendientes, que el único hambre que hemos conocido en todo caso es el de las dietas veraniegas para entrar en el bañador, deberíamos tener la vergüenza torera de no instrumentalizar de una forma tan vil y obscena el dolor y el sufrimiento de nuestros ancestros. Es revelador, por otra parte, que gente como Vera tenga tan buena memoria histórica para unos hechos criminales, el asesinato de civiles en la Desbandá de Málaga, mientras olvida sistemáticamente los asesinatos contra población civil que no es de su "categoría y sangre", como ocurrió durante el bombardeo de Cabra.

Vera y sus Quinquis se dedican a repartir carnés de andaluz como los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos van separando racial, ideológica y lingüísticamente a los ciudadanos de sus comunidades, porque pretenden un solo cuerpo social unidimensional y homogéneo. En catalán, lo llaman "Un sol poble" y es la versión posmoderna del nacionalismo identitario que los filósofos alemanes Herder y Fichte inventaron en el siglo XIX contra la Ilustración y el racionalismo. Lo que están haciendo los chirigoteros gaditanos contra Macarena Olona es el mismo ejercicio de xenofobia que perpetró la presidenta del Parlamento catalán Nùria de Gispert contra Inés Arrimadas invitándola a volver a su Cádiz natal. Los catalanes de pura cepa con los catalanes de pura cepa, los gaditanos que se creen de sangre pura con los gaditanos que no saben lo que es un purasangre. Sin duda, eso es lo que querrían los nacionalistas de todos los partidos y todas las comunidades, que cada uno viviese en su patria chica y que no hubiese la más mínima movilidad geográfica para que no se contaminasen las lenguas, las tradiciones y las culturas. Vaya carnaval de problemas de consanguinidad.

Pero, a diferencia de Cataluña y el País Vasco, Andalucía ha sido junto a Madrid el referente en España de quienes aspiran a ser mejores atrayendo a los más capacitados, sea cual sea su nacimiento, su lengua y su raza. No es por casualidad que en Ronda esté la tumba de Orson Welles, que nos enseñó que uno es más bien de donde elige ser enterrado que de donde nace. También por eso Gerard Piqué confesó: "Siento envidia de Madrid, me gustaría que Barcelona estuviera a su nivel", y Málaga se ha convertido en la capital de facto de Andalucía por su capacidad para atraer talento internacional en cultura y negocios.

Al final del pasodoble, el Teatro Cervantes cantó a pleno pulmón el himno de Andalucía. Pero saberse una letra no significa entenderla, mucho menos interiorizarla y vivirla. ¿O es que en la versión de los votantes de Kichi han borrado el verso "por Andalucía, España y la Humanidad"? Nada más alejado del espíritu abierto, plural y cosmopolita del himno andaluz que el rancio andalucismo de la secta gaditana disfrazada, ella sí, de comparsa. En estas elecciones también nos jugamos los andaluces dejar atrás los clichés castizos y los pastiches impostados de los que pretenden hacer de lo andaluz un búnker de folclorismo rancio, inquisiciones flamencas y paletismo de opereta.

En todo caso, y siguiendo la lógica particularista y localista de Vera y su grupo, deberían los gaditanos dejar que seamos los granadinos los que decidamos con nuestro voto lo que hacer con la señora Olona. Al fin y al cabo, no dijimos nada cuando Alfredo Pérez Rubalcaba, cántabro, fue presentado como cabecera electoral del PSOE ¡por Cádiz! No recuerdo manifestaciones de gaditanos cantando el himno andaluz para protestar porque el recordado y llorado dirigente socialista cayese como un paracaidista en la playa de la Caleta. Ya puestos, les informo a los gaditanos de que para conseguir el carnet de granadino no hacen falta análisis de sangre, sino que basta con exigir cerveza Alhambra y tapa gratis en cada bar, decir "lavín" cada tres palabras y, por último pero no menos importante, recitar aquello de Lorca:

Por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.

Lo que está al alcance de cualquiera, haya nacido o no en las entrañas del Albaicín.

El onubense Juan Ramón Jiménez solía referirse a sí mismo como "andaluz universal", vinculando el hecho de ser más andaluz que el toro de Osborne con la identificación con esa apertura de la Andalucía más luminosa hacia el humanismo. No busquen la Andalucía de Juan Ramón Jiménez en el aislamiento, el reduccionismo y el narcisismo de la diferencia de la que hacen gala en el populista Falla de Cádiz, sino en el cosmopolitismo de aquellos que se saben fenicios, griegos, romanos, árabes y godos. A estas alturas, para ponernos exquisitos midiendo cabezas, a ver quién la tiene más grande.

En Andalucía no debemos caer en las trampas del particularismo, la xenofobia y el etnicismo a las que quisieran vernos arrastrados los que fosilizan su identidad en un pasado ficticio, unos héroes de cartón piedra y una lengua convertida en arma. Así que bienvenida señora Olona a esta que es su tierra, y que sea lo que los andaluces, sea cual sea su categoría y sangre, origen e ideología, quieran, es decir, voten.

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