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Santiago Navajas

Impuestos, justicia y meritocracia

Es divertido que los socialistas usen autores liberales para defender medidas intervencionistas, prohibicionistas y confiscatorias. 

Es divertido que los socialistas usen autores liberales para defender medidas intervencionistas, prohibicionistas y confiscatorias. 
John Stuart Mill. | Wikipedia

Es divertido que los socialistas usen autores liberales para defender medidas intervencionistas, prohibicionistas y confiscatorias. Sí, Stuart Mill defendió un impuesto (confiscatorio) a la herencia. Lo que no hace más al liberal al impuesto, sino menos liberal al propio a Stuart Mill. También es divertido que el gran defensor del impuesto de sucesiones fuese Roosevelt, pero no Franklin sino Theodor. El liberal-conservador lo hacía para aumentar la igualdad de oportunidades y la meritocracia (la izquierda odia dicha igualdad, no digamos la meritocracia).

¿Por qué le va mal al impuesto de sucesiones a pesar de toda la retórica socialista en contra? Porque no estamos en guerra. Dicho impuesto siempre ha estado vinculado a financiar al Estado sus guerras, desde el emperador romano Augusto hasta el emperador norteamericano Wilson (ambos con la excusa de la justicia social, claro).

También le va mal al impuesto de sucesiones porque estamos en un Estado federal de facto. Lo que conduce a la competencia fiscal entre autonomías. Y, por tanto, a rebajar impuestos. Nuestros socialistas son fans de las autonomías, pero no de bajar impuestos. A ser incoherentes e hipócritas lo llaman "cabalgar contradicciones" y se quedan tan anchos.

Recordemos que el común de los mortales no está en contra de la imposición, ya que comprende que hay servicios públicos esenciales, pero sí está en contra de la confiscación, sobre todo para pagar servicios públicos clientelares (vulgo: chiringuitos). Y, obviamente, de pagar por respirar, que es adonde nos conduce el ogro filantrópico del Estado socialista de bienestar.

El impuesto a la herencia es especialmente odioso porque daña a más de una persona: a la que testa y al heredero. El testador ve cómo se disminuye su derecho a decidir sobre su patrimonio. El heredero contempla cómo a la injusticia moral se suma la incertidumbre jurídica. Además, castiga especialmente a los más vulnerables, que no pueden afrontarlo por falta de liquidez.

Olvidan los socialistas que las herencias no son obligatorias. Ni darlas ni recibirlas. El filósofo Ludwig Wittgenstein renunció a su multimillonaria herencia. Y Carnegie, el hombre más rico de su tiempo, dedicó gran parte de su patrimonio a obras de beneficencia que redujeron en gran parte lo que legó a sus descendientes. Sería legítima una campaña tanto estatal como por parte de multimillonarios progresistas y solidarios, al estilo de Bill Gates y los famosos izquierdistas de Hollywood, de Meryl Streep a Oprah Winfrey, para dejar constancia ante notario de que sus herencias serán donadas al Estado o a instituciones públicas de tipo educativo o asistencial. El resto es demagogia política, coacción económica y postureo moral.

Hay algo especialmente aberrante para la intuición de la justicia en los impuestos a la herencia. En primer lugar, porque son bienes sobre los ya habían caído los burócratas de Hacienda, por ejemplo, respecto a las viviendas que suelen ser el patrimonio a heredar más destacado en las familias medias y bajas. Además, suponen un impuesto sobre algo que forma parte de la relación natural de la familia, alejada de las transacciones comerciales de mercado. A la Hacienda moderna, como a Creonte frente a Antígona, las relaciones familiares le importan entre la nada y el vacío, pero para el común de los mortales el impuesto sobre la sucesión se vivencia no sólo como una confiscación económica sino como una ofensa ética.

La injusticia de dicho impuesto se demuestra en que incluso sus defensores más acérrimos pero razonables contemplen que sólo debería realizarse respecto a las grandes fortunas.

El impuesto de sucesiones recauda para las arcas del Estado español unos 2.300 millones de euros (2109). Su desaparición no supondría un serio percance para el presupuesto estatal. ¿Por qué entonces los socialistas pretenden mantenerlo a toda costa? Porque es un impuesto con una gran carga simbólica contra los ricos, y forma parte de su ideología estimular el resentimiento y la envidia como manera de incentivar una conciencia social que, en caso contrario, desaparecería todavía más debido que los obreros se convierten en burgueses con más propiedades y patrimonio para hacer heredar.

Además, la desaparición del impuesto de sucesiones haría ver el elefante en la habitación que los socialistas tratan por todos los medios que no veas: que la cuestión de fondo no pasa por subir impuestos sino por eliminar gasto político, gasto suntuario y gasto ineficiente por parte de las Administraciones, los funcionarios burócratas y una casta de académicos que viven precisamente del Erario. Es revelador que ni uno solo de los economistas pro impuestos se haya parado cinco minutos a estudiar cómo recuperar esos 2.300 millones reduciendo el tamaño del Estado (empiezo yo: más de trescientos millones de euros para subvencionar cada año RTVE).

Los socialistas se acuerdan, como decía, de liberales a favor del impuesto de sucesiones (Stuart Mill ese día debía de tener hipoglucemia), pero olvidan que Adam Smith y David Ricardo advirtieron sobre su efecto negativo sobre el ahorro (y positivo sobre el dinero negro).

La campaña a favor del impuesto sobre sucesiones corre en paralelo a la campaña contra la meritocracia. En ambos casos se trata de debilitar a la sociedad civil para aumentar la fuerza del Estado. O lo que es lo mismo, debilitar a la ciudadanía para premiar a los burócratas.

El impuesto sobre sucesiones muestra que el economista que sólo sabe de economía no es un buen economista. Porque la economía es una parte de la antropología. Con seres no humanos, ya fuesen inmortales o sin familia como núcleo social básico, seguramente no habría herencias. Los socialistas querrían un sistema de herencia universal, de modo que aumentando el impuesto a la sucesión todo el mundo se beneficiase de cada herencia. No les importa para justificar un impuesto a los muertos plantear falacias como hacía el economista Daniel Fuentes, en la órbita al PSOE, en El País, vinculando la financiación de las guarderías a dicho impuesto, en lugar de plantear medidas de reducción del gasto. Rápidamente se les ha olvidado a los socialistas aquello de Zapatero de que bajar impuestos también es de izquierdas. En el límite se trata de que el Estado sustituya a la familia como núcleo básico de la sociedad, no sólo en lo económico sino en lo afectivo y social.

Tanto por equidad, dar a cada cual lo que se merece, como por eficiencia, como para reducir el tamaño cada vez más elefantiásico del Estado, el impuesto de sucesiones debe eliminarse. Una de las razones del giro hacia la derecha tanto en Madrid como en Andalucía ha sido que se haya bonificado dicho impuesto al 99%, rechazando de esta manera la demagogia populista y confiscatoria habitual en la izquierda. Bueno es recordarlo ante las elecciones andaluzas que se aproximan y las generales –más pronto que tarde.

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