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Santiago Navajas

Abolir la Traviata

El argumento abolicionista siempre es el mismo: hay que evitar el vicio.

El argumento abolicionista siempre es el mismo: hay que evitar el vicio.
Cartel original del estreno de 'La Traviata' en La Fenice (año 1853). | Wikipedia

A raíz de la abolición de la prostitución que promueve el PSOE con el apoyo del PP, Carmelo Jordá propone abolir al PSOE y Daniel Gascón, en El País, directamente el Mal. Más humilde, propongo abolir la ópera. No soy muy original. Ya Inocencio X e Inocencio XI la abolieron en el Vaticano, para horror de Händel, que se tuvo que conformar con escribir el oratorio, genial por otra parte, Il trionfo del Tempo e del Disinganno.

Además de la ópera y la prostitución, los puritanos y los sectarios han tratado de eliminar mediante prohibiciones la tauromaquia, la filosofía, los juegos de azar, las drogas en general y el alcohol en particular. No han tenido mucho éxito, pero quizás tengan razón después de todo. Borges hacía un listado de imaginaciones horribles en el que entraban las ideas platónicas, los números transfinitos, los espejos y, claro, las óperas.

El argumento abolicionista siempre es el mismo: hay que evitar el vicio. Y nada más vicioso que el PSOE, la Mal o las óperas. Así que quien esté a favor de la legalización de dichos vicios debe ser necesariamente un vicioso. Si se defiende la legalización de las drogas, un drogadicto. Si la legalización de la prostitución, un putero. Si la legalización de la ópera, un melómano. En suma, si defiendes que haya más libertad, eres un libertino.

En Twitter, por proponer que es mejor legalizar que prohibir la prostitución, me han dicho las feministas radicales que no soy humano (seré un cyborg), ni filósofo (¿un sofista?), ni feminista (también borran de su santoral a la filósofa liberal Martha Nussbaum y a la filósofa queer Judith Butler), pero sí putero (como no sea por ver Pretty Woman y Belle de Jour…).

En mi opinión, la prostitución, la ópera y las drogas se deben evitar. No se me ocurriría nunca ni drogarme ni vender drogas, tampoco prostituirme o recurrir a la prostitución. Nunca me verán alternando en el Teatro Real. Pero ello no es óbice para que tolere que otros quieran asistir a la tortura de las dieciséis horas de El anillo de Nibelungo. Mientras no haya coacción, no hay explotación. Es algo que incumbe a la responsabilidad individual cuando se ejerce sin amenazas y por libre elección. En todo caso, trataré de convencer a los partidarios desde la educación y la razón, no desde la imposición y la multa.

Es un clásico error iliberal considerar que estar a favor de la legalización de X (prostitución, drogas, ópera, etc..) implica estar a favor de X. Se puede combatir X mediante medios no prohibicionistas: educación, regulación, ayudas, etc., respetando en cualquier caso la libertad de aquellos viciosos de Vega Sicilia, Turandot y D’Angelo. No confundo mi moral particular con una ética universal, mucho menos con un marco político unidimensional. Lo que enseña el liberalismo es cómo construir una sociedad abierta y plural en el que diversas morales puedan convivir con tolerancia aunque sin gustarse ni respetarse. Criticaba la feminista liberal Clara Campoamor la prostitución y defendía su abolición:

Quiebra para la ética, degradación de un enorme número de mujeres y hombres a quienes las leyes les dicen que pueden acercarse a una mujer sin amor, sin simpatía, sin siquiera un gesto cordial de estimación.

Pero el núcleo de la dignidad reside fundamentalmente en respetar la libertad de las personas incluso, y sobre todo, cuando lo que hacen lo consideramos degradante y sin estimación. No hay peor autoritarismo que el paternalismo. La advertencia de Campoamor nos sirve, eso sí, para reforzar la persecución policial y judicial contra la esclavitud sexual, los camellos a las puertas de los colegios y los profesores de música adictos a las mezzosopranos. No seamos almas bellas irresponsables.

El cierre del mayor burdel de Alemania debido al confinamiento por la pandemia llevó a que las prostitutas ahora trabajen en peores condiciones y sin protección. Las almas bellas abolicionistas se sentirán mejor, pero al precio de que las trabajadoras del sexo vivan peor. En 1840, Verdi se negó a escribir una ópera sobre Manon Lescaut porque trataba de una prostituta. Afortunadamente, cambió de idea y posteriormente escribió La Traviata ("la descarriada"). Ojalá los diputados cambien de idea abolicionista y, aunque no gusten de la ópera, no prohíban La Traviata.

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