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Santiago Navajas

Progresistas y reaccionarios contra Darwin

Cada cierto tiempo alguien mata a Darwin. Ya sea Juan Manuel de Prada o un columnista del Guardian.

Cada cierto tiempo alguien mata a Darwin. Ya sea Juan Manuel de Prada o un columnista del Guardian.
Estatua de Charles Darwin en el Museo de Historia Natural de Londres. | Victor R. Ruiz - Flickr

Cada cierto tiempo alguien mata a Darwin. El novelista y tertuliano Juan Manuel de Prada escribió el año pasado un artículo en XL Semanal (aunque ha repetido varios de esta índole en los últimos años) en el que cargaba contra la teoría de la evolución natural porque, en realidad, sostenía, no es una teoría científica sino

un postulado filosófico materialista cuyo objetivo último es negar la intervención divina en la creación de la vida.

El argumento es infantil, y hace lustros que incluso la Iglesia Católica, que al principio se opuso a la cosmovisión de Darwin, hizo compatible a Dios con Darwin. El naturalista inglés era agnóstico, pero su teoría, como la de la relatividad de Einstein o la mecánica cuántica de Bohr, son compatibles con la creencia de que Dios ha hecho las leyes que subyacen a la evolución de la vida y la estructura de la realidad física.

Hace unos días fue en el diario progresista The Guardian donde se defendió que la teoría de la evolución natural está obsoleta. Según el periodista, Buranyi, un creciente número de científicos cree que la teoría de la evolución de Darwin es burda y engañosa porque se basa en "felices accidentes" mutacionales, lo que Juan Manuel de Prada calificaría como eufemismos para, ¡ajá!, milagros puros y duros.

Tras el primer modelo de la teoría de la evolución realizado por Darwin, a principios del siglo XX, algunos biólogos como Dobzhanski modificaron la teoría para introducir aspectos genéticos y mutacionales que Darwin no podía tener en consideración porque no conocía los resultados de Mendel. Se denominó a la variación teórica neodarwinista Síntesis Evolutiva. Que las teorías se vayan rediseñando, matizando y ampliando es lo normal en todas las ciencias. Hasta que llega una teoría alternativa y contradictoria que desafía su supremacía y termina por enterrarla.

La cuestión que se discute ahora, para alborozo de Juan Manuel de Prada y satisfacción de periodistas progresistas, es que hay científicos que creen que finalmente la nueva Síntesis Evolucionista Extendida no es una modificación más, sino el cadalso teórico en el que se guillotinará por fin a Darwin, lo que lo enviará al limbo científico en el que habitan Ptolomeo y Descartes. Lo que el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn llamaba una revolución científica en contraposición a los períodos de ciencia normal.

Los progresistas detestan a Darwin por una razón diferente, aunque secretamente parecida, a la de los reaccionarios. Bueno, mejor dicho, por tres razones. Donde Prada ve en Darwin una amenaza a Dios, los progresistas contemplan un cuestionamiento a su Dios laico, el Progreso. Frente al lugar común, evolución no significa mejora en ningún sentido, sino simple cambio. Lo que es un delito darwinista es equiparar evolución a progreso, porque ello significaría que existe una meta hacia la que tiende el mecanismo evolutivo. Y no es verdad, como sostiene Juan Manuel de Prada, que Darwin haya destruido a Dios, pero sí es cierto que ha acabado con la teleología en las explicaciones evolutivas. Nos encanta vernos a los humanos como el culmen de la evolución, y así se suele representar todavía en las ilustraciones sobre la evolución; pero en lugar de una flecha ascendente, la imagen que mejor representa a la evolución es un arbusto enmarañado. A la evolución, permítanme la antropomorfización, le importa tres cominos que tras el ser humano venga a sustituirla un ser angelical, un virus de tres al cuarto o una musaraña sin tantas ínfulas.

Otra razón por la que los progresistas detestan a Darwin es que fue el gran responsable de la naturalización del ser humano, al situarlo como un primate más. De esta manera, Darwin nos dotó, como al resto de especies, de una naturaleza biológica insoslayable, aunque fuese modificable en cierto grado por la cultura. Darwin, por tanto, es un frontón de realismo contra los que pretenden, de Heidegger a Judith Butler pasando por Simone de Beauvoir, que en el ser humano la existencia precede a la esencia (lo que siempre ha suscitado una sonrisa irónica en los genes, las hormonas y la gramática generativa).

Por último, pero no menos importante, la teoría de la selección natural ha sido un impedimento para la utopía igualitarista de los progresistas. Y no porque algunos –como Herbert Spencer, los nazis alemanes o los progresistas anglosajones– la convirtiesen torticeramente en una justificación para sus delirios eugenésicos de selección artificial humana (Darwin rechazó explícitamente esta interpretación de su teoría realizada por el gran polímata, y pariente suyo, Francis Galton), sino porque recordaba constantemente que la afirmación de que los hombres nacen libres e iguales era una afirmación normativa, no descriptiva. De hecho, los seres humanos nacen radicalmente diferentes y solo una formulación político-filosófica liberal los hace libres e iguales en derechos.

Como no tiene más remedio que reconocer el articulista progresista de The Guardian, periódico que lo mismo te monta un aquelarre de alarmismo climático que una inquisición para la cancelación de Darwin, los biólogos de más prestigio desprecian estos intentos chapuceros de conseguir fama académica tratando psicoanalíticamente de matar al padre. The Guardian trataría como negacionistas de las vacunas a los que hicieran algo similar en el terreno farmacológico, pero a los negacionistas de Darwin no solo les da cancha, sino que en un esperadísimo giro de guion los trata como a viejos caducos que defienden sus privilegios por el mantenimiento del statu quo.

¿Qué plantean los que pretenden destronar a Darwin? Un nuevo modelo en el que

algunos subcampos –plasticidad, desarrollo evolutivo, epigenética, evolución cultural– no solo se reconozcan, sino que se formalicen en el canon de la biología.

Así dicho, nada nuevo bajo el sol evolutivo. Porque lo que estarían resucitando es al viejo, conocido y mucho más intuitivo para el común de los mortales Lamarck. Si Juan Manuel de Prada sueña con volver a Aristóteles y San Agustín, Buranyi alucina con un modelo neolamarckiano donde, en realidad, hay uno neoneodarwinista (lo siento por el palabro, pero me sirve para dejar clara la evolución de la teoría de la evolución, entre cambios graduales y mutaciones puntuadas).

De fondo, queda una cuestión filosófica. Del mismo modo que Juan Manuel de Prada ve en la teoría de la evolución una revuelta contra Dios, los progres ven en Darwin un adalid de un tipo de ciencia basada en última instancia en datos, hechos y verdades, cuando lo que ellos buscan es una ciencia basada en relatos, activismo y justicia social. No tiene ningún reparo el periodista de The Guardian en citar a uno de los científicos-activistas anti-darwinianos más conocidos en una charla ante estudiantes,

Massimo Pigliucci dijo básicamente: "Claro, es una guerra cultural, y la vamos a ganar", y la mitad de la sala estalló en vítores.

Lo que es un reconocimiento de una filosofía posmoderna de la ciencia para la que hay que deconstruir (el término cool que denominan técnico para lo que el vulgo denomina "destrucción") la ciencia tal y como se elaboró durante la Modernidad, para reemplazarla por un nuevo modelo de ciencia en la que la solidaridad tenga más importancia que la verdad, la justicia se sobreponga a los datos y la objetividad, el rigor y el respeto a los hechos se consideren privilegios de hombres, blancos, occidentales, muertos o en proceso de estarlo.

A pesar de sus asesinos intelectuales, el muy hombre, blanco, occidental, heterosexual y muerto Darwin sigue teniendo buena salud científica.

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