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Santiago Navajas

Un fantasma recorre el progresismo: el feminismo islamista

El relativismo multiculturalista ha puesto de rodillas al feminismo en el orbe de izquierdas.

El relativismo multiculturalista ha puesto de rodillas al feminismo en el orbe de izquierdas.
Sorprendentemente, o quizá no tanto, las propuestas de Ciudadanos han tenido un éxito discreto: | C.Jordá

Un fantasma recorre el progresismo: el feminismo islámico o, mejor dicho, islamista. Mientras hay mujeres iraníes que se juegan la vida para acabar con el estigma de los velos que las identifica y las oculta, en Occidente el feminismo de izquierda trata de normalizar los velos que señalan y etiquetan a las mujeres dentro de una identidad religiosa que las anula como individuos y las convierte en arietes políticos contra la idea de igualdad de todos los ciudadanos.

Esta es, al menos, la tesis de Waleed Saleh, profesor de estudios árabes e islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. En Feminismo e islam. Una ecuación imposible denuncia cómo el relativismo multiculturalista ha puesto de rodillas al feminismo en el orbe de izquierdas, también zarandeando por "queers" y "terfs", instrumentalizando a las mujeres que luchan por su liberación tratándolas de convencer de que una religión tan opresora como el islam puede "empoderarlas". Que es como sacarlas de la cárcel de la alienación religiosa por la puerta para volver a introducirlas en la prisión de la servidumbre política por la ventana.

¿Cuál es el error fundamental del planteamiento de aquellos que postulan un feminismo islámico? Defienden que cabe una defensa de los derechos humanos desde los textos y la tradición del Islam, desviando de este modo a las mujeres musulmanas de la fuente originaria y auténtica de la concepción de los derechos: el pensamiento liberal. Las mujeres musulmanas pueden ser feministas, claro está, pero no porque sean musulmanas, católicas, budistas o ateas sino porque han sabido serlo en clave liberal.

Saleh deconstruye la deconstrucción izquierdista que pretende que criticar al islam forma parte del colonialismo occidental. Estos izquierdistas occidentales caen en una contradicción porque el mismo concepto de feminismo es occidental, y si este no es universal, no es posible aplicarlo a fenómenos culturales ajenos a la tradición conceptual feminista que comenzó con Platón y cuya plasmación contemporánea es inequívocamente liberal a través de la obra de John Locke, Olympe de Gouges, John Stuart Mill, Clara Campoamor… hasta llegar a Camille Paglia y María Blanco.

En realidad, el feminismo islamista es uno de los caballos de Troya del Islam político en las sociedades occidentales, que tiene como cómplice (seguramente por esa mezcla de infantilismo moral y simpleza política que les hace caer en el complejo de superioridad) a la izquierda posmoderna que se pretende progresista, pero que actúa de la manera más reaccionaria, condescendiente, paternalista y, sí, machista con las mujeres (no es casual que la única mujer relevante políticamente en la izquierda occidental haya sido la israelí Golda Meir, alejada del habitual modo de pensar y comportarse dependiente de las mujeres progresistas).

Nawal al-Saadawi es el paradigma de mujer musulmana y feminista que no por ello defiende el oxímoron del feminismo islamista. Al revés, es una crítica implacable desde su profundo conocimiento de la realidad de la mujer árabe en un país como Egipto, en el que se vive como en ningún otro la tensión entre los que aspiran a un país que combine el islam con la modernidad y los que pretenden tener al islam permanentemente fosilizado. A pesar de nacer en una familia relativamente occidentalizada, Al-Saadawi fue sometida cuando sólo tenía seis años a una espantosa ablación del clítoris por parte de sus propios parientes. Gritaba pidiendo ayuda desesperadamente a su madre, hasta que descubrió que su propia progenitora estaba en el séquito de los carniceros que le cortaron, como ella misma relata en La cara desnuda de la mujer árabe, "un trozo de carne entre sus muslos". Esos mismos muslos que luego le obligaban a cubrir, como el resto de su cuerpo, porque se consideraba culpable de incitar y provocar la lascivia de los hombres. Al-Saadawi es uno de los muchos testimonios de mujeres musulmanas que han denunciado los velos como la manifestación simbólica más obvia de la opresión y la servidumbre de las mujeres dentro de una implementación machista, heteropatriarcal y, en definitiva, profundamente tóxica del Islam para con las mujeres. En palabras de la propia Al-Saadawi:

Es fácil entender por qué a las mujeres se les impuso el velo y se las segregó en una etapa posterior del islam, cuando en los primeros tiempos habían podido moverse con libertad y exponer sus caras en público. La segregación y el velo no se impusieron para proteger a la mujer, sino esencialmente al hombre; a la mujer árabe no se la encerraba en casa para salvaguardar su cuerpo, su honor y su moral, sino para mantener intactos el honor y la moral de los hombres.

Por tanto, para ser feminista musulmana hay que oponerse radicalmente al feminismo islamista, de manera similar a como siendo una feminista occidental hay que enfrentarse absolutamente al feminismo autodenominado paradójicamente "progresista", ya que en ambos casos, el feminismo islamista y el feminismo izquierdista, instrumentalizan a las mujeres para una agenda política que las sitúa en modo de servidumbre respecto a sus objetivos de clase o de religión. Si en el feminismo izquierdista el calificativo se impone al sustantivo, exactamente lo mismo sucede en el feminismo islamista. Para Al-Saadawi el velo como símbolo identitario significa la decapitación intelectual y moral de las mujeres, una aceptación de un rango inferior y subordinado respecto a los hombres.

Si terrible es la ablación genital que se practica en Egipto, todavía peor es en Sudán y Somalia, porque allí no se limitan al clítoris, sino que mutilan también los labios vaginales. Una testigo de tal bárbara costumbre fue Ayaam Hirsi Ali, una mujer somalí que ha sido amenazada de muerte por su denuncia del fanatismo islamista, teniendo que exiliarse de los Países Bajos a Estados Unidos cuando en Europa no se podía, o no se quería, protegerla de los que habían asesinado al director de cine Theo van Gogh, con el que había realizado una película de denuncia del islamismo titulada Sumisión.

El miedo al islam también se ha instalado en Holanda. Políticos y gobernantes holandeses tienen miedo a enfrentarse con nuestra convicción. De este modo, el miedo a ofender lleva a perpetuar la injusticia y el sufrimiento humanos.

En Yo acuso. Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas, plantea que a dichas mujeres hay que mantenerlas a salvo de todos aquellos que pretenden mantenerlas, por activa o por pasiva, en una situación de dependencia, humillación y subordinación. Lo que significa luchar contra el heteropatriarcado islamista. También contra el más sutil, pero casi igual de insidioso feminismo islámico que, como hemos dicho, traiciona al movimiento de liberación de las mujeres desde dentro mismo, haciendo de policía bueno respecto a costumbres objetivamente denigratorias como son unos vestidos diseñados para tapar los cuerpos de las mujeres por ser presuntamente impuros y, lo que es peor, satánicamente seductores de los pobres, indefensos e ingenuos hombres que para no caer en la tentación de estas Evas contemporáneas no tienen más remedio que, por su bien, alicatarlas hasta la coronilla como si fuesen buzos fuera del agua.

Por ello, es importante la distinción que establece Hirsi Ali entre integración y asimilación. Cualquier inmigrante debe hacer el esfuerzo de integrarse dentro de las sociedades occidentales, lo que significa optar por la versión civilizada de su cultura y su religión. En el caso del islam, decantarse por Averroes y no por Algazel, por las mujeres iraníes que se quitan el velo y no por los ayatolás que los imponen, por las mezquitas que permiten orar juntos a hombres y mujeres contra las mezquitas que sitúan a las mujeres en lugares secundarios como si fuesen impuras, apestadas y de baja categoría. Mientras que la asimilación exige que renuncien a sus señas de identidad, la integración implica que hagan de dichas señas algo de lo que enorgullecerse racionalmente, reivindicando lo mejor de dichas culturas respecto al acervo común de la dignidad humana. Hirsi Ali lo explica.

Es esclarecedor entender el concepto "integración" como un proceso de civilización de colectivos específicos de inmigrantes musulmanes dentro de la sociedad occidental de acogida.

Es revelador que sea en Europa donde hay más posibilidades de desarrollar un islam civilizado, a la altura de las exigencias de la dignidad humana y el feminismo entendido como un humanismo. Como muestra, la creación en Berlín de una mezquita, llamada Averroes-Goethe en honor a dos de los más destacados representantes del islam y el cristianismo civilizados, liderada por una mujer, Seyran Ates. A la que ha seguido, tomando su ejemplo, Sherin Khankan, que, para horror de los musulmanes tradicionalistas y las feministas progresistas, no suele llevar velo en la mezquita que lidera en Copenhague (considera que el velo es una cuestión de espiritualidad interior y, por lo tanto, es una cuestión absolutamente ajena a la imposición y que concierte tanto a hombres como mujeres). Khankan explica en el documental La reformista cómo las mujeres están liderando el proceso para la integración del islam dentro de las normas de la civilización.

Seyran Ates va acompañada permanente de unos policías alemanes porque su vida está en peligro, amenazada por los fundamentalistas. Turco-germana, es la líder de una mezquita que se califica de liberal porque está abierta al rezo conjunto de hombres y mujeres, homosexuales y, lo que también hace que se gane la antipatía de las feministas de izquierda, invita a las musulmanas a no llevar el velo si son obligadas por sus parejas o familias.

Ates explica que la lucha por la igualdad de género trasciende la dimensión religiosa, pocas mujeres quieren llevar realmente el velo, pero suelen estar obligadas por sus maridos. Además, subraya que el velo no es una cuestión islámica, ya que no está respaldado ni por la teología ni la jurisprudencia islámica, sino por costumbres casi siempre machistas y heteropatriarcales. Solo en un puñado de casos el velo es auténticamente espiritual y puro. Insiste, además, en la necesidad de la integración del islam dentro de los parámetros de la civilización. Es decir, la adaptación del Corán a las leyes europeas. Para lo que es necesario una lucha cultural, política y jurídica contra los centros de adoctrinamiento islamista que promueven la violencia religiosa y el odio a los derechos humanos, en especial de las mujeres.

Najat El Hachmi, premiada novelista y ensayista, ha denunciado, en Siempre han hablado por nosotras. Feminismo e identidad, ese feminismo islamista que supone la alianza entre los integristas musulmanes reaccionarios y los interculturalistas progresistas de izquierda:

No me sorprendían los sermones histéricos de los barbudos que clamaban contra la liberación de las mujeres. Pero no estaba preparada para el escenario actual en que las chicas más jóvenes (...) se apuntan a las versiones reaccionarias que quieren frenar el progreso de las mujeres (...) también la izquierda, que de un tiempo a esta parte ha caído en la trampa del relativismo cultural y ha empezado a reivindicar acríticamente todo aquello de lo que hemos huido.

Otra de las voces que se alzan desde un feminismo de talante liberal contra el feminismo islamista es el de Mimunt Hamido Yahia. En ¡No nos taparán! Islam, velo, patriarcado explica que el velo tiene un doble significado: en los países islámicos se impone como un mandamiento castigado con castigos a las insumisas en forma de cárcel y/o latigazos, cuando no directamente la muerte. En los países occidentales se ha impuesto por la propaganda salafista dentro del paradigma izquierdista de la identidad cultural. Han conseguido hacer creer a las chicas musulmanas occidentales que el hiyab es liberador y empoderador, siguiendo las normas de lavado de cerebro que Edward Bernays puso a disposición de la industria tabaquera para conseguir que las mujeres occidentales creyeran que fumar era un símbolo de autonomía y modernidad.

Estas mujeres son el nuevo ejército femenino, la sección femenina del salafismo en Europa. Representan fielmente lo que se espera de una mujer moderna musulmana: moda para convencernos de que las musulmanas no estamos supeditadas a ningún patriarcado. "Sé libre a través de tu hiyab, siempre a juego con tu barra de labios".

No todas las filosofías son iguales, no todas las democracias son iguales, no todas las religiones son iguales. Ni, por supuesto, no todos los feminismos son iguales. No es lo mismo el feminismo liberal defendido por mujeres musulmanas que el feminismo islamista. Es crucial distinguir aquellas modalidades políticas, sociales y culturales que fomentan la libertad, la tolerancia y la creatividad.

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