¿Cuál es la razón para emplear la violencia en política? Fue Karl Popper el que advirtió sobre la relación entre utopía y violencia en un capítulo de su obra Conjeturas y refutaciones. Los utópicos suelen tener buena prensa entre los intelectuales por su aire de idealistas y su meta declarada de buscar la felicidad absoluta para todos. Sin embargo, Popper hizo ver el reverso tenebroso del idealismo maximalista: en el altar del bien común y la justicia igualitaria, las utopías sacrifican tanto la libertad como las vidas humanas. Su justificación es la siguiente: ¿es legítimo sacrificar una vida para salvar a millones? La pregunta pretende ser retórica y su respuesta, autoevidente. Los Robespierre y Lenin de este mundo siempre estarán convencidos de que su error no fue matar a tantos, sino a tan pocos.
Siguiendo esta lógica enloquecida, pongan en un platillo de la balanza utópica Las Meninas y en otro la salvación no solo de la humanidad, sino del planeta entero con todos sus entrañables osos panda, sus fotogénicos osos polares y sus iridiscentes corales. No hay color. ¿Quién, con la posible excepción de Salvador Dalí, no estaría dispuesto a quemar la pintura de Velázquez con napalm si así se consiguiera parar el maldito antropoceno y dinamitar el malvado capitaloceno? Argumentaba Popper contra los hiperbólicos del ideal: "El utópico debe ganarse, o destruir, a los utópicos que compiten con él y que no comparten sus objetivos utópicos y quienes no profesan su religión utópica".
Como enseñó el ejemplo de ETA, el terrorista no nace, sino que se hace a través de un incremento gradual de exposición a la adrenalina y al extremismo. Los etarras entrenaban a sus pequeños chacales a través del vandalismo callejero (kale borroka) que les iba haciendo insensibles al dolor ajeno y permeables al adoctrinamiento utópico. Del mismo modo, el actual vandalismo artístico puede ser el primer peldaño en una escalada de violencia que termine por destruir una obra de arte o asesinar a una persona. Recuerden, para la lógica utópica de estos exaltados, cualquier precio a pagar estará más que justificado por el daño que en sus cabezas piensan que están evitando: el apocalipsis.
Esto es lo que sucedió con el ecoterrorista más famoso de la historia, Ted Kaczynski, conocido por su mote en el FBI, Unabomber. Este matemático, filósofo y, finalmente, terrorista, envió cartas-bomba durante varios años para publicitar un ensayo que había escrito culpando a la civilización tecnológica del colapso ecológico planetario. A su lado, Greta Thunberg es Pipi Calzaslargas. En dicho ensayo, La sociedad industrial y su futuro, Kaczynski recogía los argumentos neoluditas contra la innovación en la industria y la prevención de los ultraconservadores radicales y la extrema izquierda revolucionaria contra el capitalismo. Por algo semejante, Heidegger se unió al partido nazi y ETA asesinó a ingenieros y trabajadores que participaban en la construcción de una central nuclear en el País Vasco. Entre 1978 y 1995, Unabomber permaneció bajo el radar del FBI y consiguió mandar dieciséis bombas a universidades (sobre todo, a científicos, su bestia negra, porque se habrían vendido al capitalismo) y aerolíneas que mataron a tres personas e hirieron a un par de docenas.
"La amenaza terrorista nacional número 1 es el ecoterrorismo, el movimiento por los derechos de los animales". Esto advertía el FBI en 2005, poniendo este tipo de terrorismo incluso por delante del islamismo. El objetivo principal de la advertencia era el Frente de Liberación de la Tierra. Aunque parece salido de una película de los Monty Python (todavía parece más de broma, y no lo es, la mexicana banda ecoterrorista Individualistas Tendiendo a lo Salvaje), el FLT era el responsable de incendios, bombas, sabotajes, vandalismo, robos de animales, etc. Unos iluminados de Gaia y Pachamama que llegaron a estar condenados a ocho años de cárcel en prisiones con medidas especiales para casos de terrorismo. Una de las condenadas explicaba, en el documental Si un árbol cae: Historia del Frente de Liberación de la Tierra, el origen de su uso de la violencia política: "Un profundo sentimiento de desesperación y rabia por el estado de deterioro del medio ambiente mundial".
La hiperemocionalidad anula la parte reflexiva del juicio hasta convertir a los sujetos en máquinas expresivas en las que prima la acción sobre la prudencia, la indignación moral sobre el análisis ponderado, los principios convertidos en dogmas sobre cualquier responsabilidad sobre la consecuencia de sus acciones.
Un poco antes de que el FBI declarase el ecoterrorismo como la amenaza más grande por parte de violentos políticos, Michael Crichton había publicado Estado de miedo, sobre unos ecoterroristas que constituyen el brazo armado del ecologismo oficial reunido en un congreso. Ya saben, el viejo truco que anunció el nacionalista Arzallus respecto a que unos mueven el nogal y otros recogen las nueces, solo que en versión ecologista. El objetivo de Crichton era denunciar la politización de la ciencia por parte de científicos-activistas que no creen que la verdad sea el principal objetivo de la investigación científica, sino lo que llaman "justicia social", "justicia climática", "justicia de género" o cualquier otra aberración que tratan de hacer pasar por la justicia.
Cuando, en la actualidad, Greta Thunberg reclama luchar contra "un sistema que nos ha traído colonialismo, imperialismo, opresión, genocidio y racismo… tumbar por completo todo el sistema capitalista", resuena lo que defendía Unabomber en su ensayo: "Nosotros abogamos por una revolución contra el sistema industrial. Esta revolución puede o no usar la violencia: puede ser súbita o puede ser un proceso relativamente gradual abarcando pocas décadas. No debe ser una revolución POLíTICA. Su objeto no será derribar gobiernos, sino las bases económicas y tecnológicas de la sociedad actual".
La amenaza ecologista es tanto más grande en cuanto que, ¿quién no se va a declarar ecologista? Somos todos ecologistas, lo que ha aprovechado la izquierda para apropiarse del discurso, la bandera y los objetivos. El ecologismo goza de tan alta consideración social que incluso los vándalos que atentan contra Vermeer y Goya gozan, si no de la justificación, sí de la comprensión de los medios progresistas. Incluso cuando nos presentan a la madre de Homer Simpson como una ecoterrorista perseguida por el FBI nos la dibujan como una amable señora mayor, que sí le ha puesto una bomba a alguien ha sido al odioso y capitalista señor Burns.
Desde la tribuna académica, dominada espuriamente por la izquierda política, blanquean el ecoterrorismo. Así, por ejemplo, Bron Taylor, de la Universidad de Wisconsin, trata de que no denominemos a los vándalos y terroristas ecologistas como vándalos y terroristas porque: "Aplicar la etiqueta de terrorista al ecologismo radical no sólo es inexacto, sino peligroso. Al avivar las llamas del odio contra los activistas medioambientales, afirmaciones como éstas sólo aumentan la probabilidad de que los conflictos medioambientales adquieran un carácter más violento del que ya tienen".
Que es la habitual táctica de apaciguamiento con la violencia política cuando esta procede de la izquierda, dado que dado el complejo de superioridad moral, sí dicha violencia la ejercen grupos socialistas y comunistas debe ser inherentemente buena en cuanto que está motivada por sentimientos elevados y propósitos utópicos. Pero recordemos a Popper: la utopía no es sino el pasaporte a la violencia. Y en cuanto a los buenos sentimientos, tengamos a cuenta a Hölderlin: no son sino los materiales con los que está empedrado el infierno.