En varios grupos de WhatsApp tengo amigos tanto progres como fachas. Pero al fin están todos de acuerdo: es una tontería dejar de ver el Mundial de Qatar por quítame allá unos derechos humanos. Lo que une el fútbol que no lo separe la política, razonan mientras abren una cerveza y brindan. Y añaden que para ellos es más necesario el balón que el diésel. Que prefieren ducharse con agua fría a perderse un Gales-Japón.
Por otro lado, Rod Stewart y Dua Lipa han preferido perder una sustanciosa gratificación por cantar durante el Mundial. La cantante ha declarado que animará a Inglaterra, pero que no piensa pisar Qatar mientras no cumpla las promesas de respetar los derechos humanos que hizo cuando ganó su candidatura. Si hay algo que implica el Mundial catarí es el triunfo obsceno de los intereses más viles y las ideologías más abyectas sobre la civilización encarnada en los derechos humanos. Cuando Sarkozy vendió el voto europeo a Catar, vía Michele Platini, a cambio de la compra del PSG por un fondo catarí, además de otras prebendas como tratos inconmensurables por el gas y armas, dejó sentenciado el mandatario francés tanto su legado personal como el compromiso de Francia con los derechos humanos: menos que nada. Liberté, Égalité, Corruptibilité.
Todo este entramado de corrupción económica y abyección moral se cuenta en el documental Los entresijos de la FIFA (Netflix). Únicamente los petrodólares pueden hacer que se paren las ligas europeas para satisfacer los caprichos de los emires y los vicios de los visires en un país que se encuentra dentro del furgón de cola de los regímenes autoritarios en el "Índice de Democracia" de The Economist. Que le pregunten a Guardiola y Xavi, que no solo jugaron y entrenaron allí sino que se deshicieron en elogios al régimen mientras ganaban millones.
El criterio para saber si una protesta moral es auténtica es cuando se tiene algo que perder por ella. No es lo mismo un gesto legítimo, por muy inútil que parezca, que el mero postureo, aunque proporcione sustanciosas palmaditas en la espalda. Nada arriesgan los jugadores de fútbol arrodillándose en Europa por la campaña Black Lives Matter. Lo más peligroso que afronta Patxi López poniéndose un brazalete arcoíris es el aplauso de sus cuates. Sin embargo, los jugadores de Irán que no cantan el himno de su país para solidarizarse con las mujeres obligadas a llevar hiyab ponen sus vidas en riesgo. Usted, estimado lector, tiene muy poco que aportar, cierto, y ciertamente no mucho que perder, aunque disfrutar de unos partidos de un deporte que le apasiona es para usted un gran sacrificio personal (sobre todo si es argentino).
Ahora es cuando cobra relevancia una verdad ético-política que se suele recitar pero no cumplir: el mal solo es posible cuando los buenos no hacen absolutamente nada para detener a los malos. Quizás usted no sea gay, mujer, inmigrante ni hace uso de la libertad de expresión, los cuatro caballos de la infamia catarí, pero puede imaginarse en cualquiera de dichas situaciones para sentir el sufrimiento, la humillación y la indignidad de aquellos perseguidos por razón de su orientación sexual, su lugar de procedencia, su sexo o, simplemente, por tener una religión diferente a la hegemónica.
Jorge Valdano, después de ver el documental de Netflix, cree que si sigue viendo el Mundial es por la fuerza del fútbol. Yo diría más bien que se muestra la debilidad de la ética en personas como él. Comprensible por otra parte. No todo el mundo puede ser Sócrates o Castellio, que enfrentó al tiránico Calvino cuando este asesinaba en la hoguera a quien, como Miguel Servet, osaba llevarle la contraria. Sin embargo, tampoco es conveniente el cinismo de los que, como el propio Valdano, inventan excusas patéticas para tranquilizar su conciencia. Ha dicho el ex del Madrid que "un Mundial es una invasión pacífica que permite, entre otras cosas, denunciar y abrir el apetito de las libertades en países donde están restringidas". ¡Qué desvarío, qué simpleza, qué forma de nadar y querer guardar la ropa! Es justamente al contrario, ya que un evento como este lo que hace es blanquear la opresión y normalizar a los que debieran estar marginados del circuito civilizado internacional. Alguien como Valdano, un argentino que vivió la manipulación que hizo la dictadura de Videla del Mundial en su país, debiera manifestar más voluntad transformadora. Lo fácil, en casos como el suyo, es ver una película como 1985 y creer que con eso se es una persona comprometida. Algo más difícil es renunciar a ver un Mundial como el de 1978 en Argentina o 2022 en Qatar.
Un alma bella se autojustifica poniéndose del perfil izquierdo para lamentarse, mientras que con el perfil derecho ve el Mundial. El caso es no hacer nada pero sentirse bien. Del mismo modo que hay que evitar comprar productos de en los que se haya vulnerado los derechos humanos básicos. Para ello, es verdad, hay que investigar y perder algo de valioso tiempo. Pero en Qatar ya está demostrado que se han vulnerado sistemáticamente los derechos más fundamentales de los trabajadores, reducidos poco menos que a esclavitud, mientras se sigue persiguiendo a los gays. Se argumenta por los relativistas de izquierda y derecha que las costumbres homófobas de otras culturas hay que tolerarlas, pero ese el quid de la cuestión: debemos presionar para que entidades internacionales como la FIFA exijan, en sus condiciones para organizar un Mundial, además de requisitos económicos, planteamientos éticos y políticos como el respeto a los derechos humanos básicos y un mínimo de democracia liberal.
Hay muchas culturas pero solo una civilización. De ahí que todas las culturas tengan una versión civilizada y otra que representa la barbarie. En ocasiones, la línea está difuminada. En otros, sus autores más representativos son el mejor exponente tanto de la civilización como de la barbarie. Honramos a Céline no porque fuese nazi sino porque era un escritor excelso, capaz de profundizar de una manera precisa, original y poderosa en los más escondidos recovecos del alma humana.
Las relaciones internacionales están lejos de ser un imperio de la ley, siendo más parecido al imperio de la fuerza. Pero se deberían establecer cauces para que se fuese aproximando a lo primero, estableciendo como criterio que hay culturas incivilizadas que se toleran pero no se respetan. Con las que hay tener relaciones corteses pero no cordiales. Culturas que están al servicio de castas explotadoras, crueles y alienadoras que hay que combatir, al tiempo, a la fuerza ahorca, que se negocia con ellas. No es lo mismo el Irán de los ayatolás que el Irán de las mujeres que luchan por su libertad. No es igual la Rusia de Putin que la de Kasparov.
En el campo deportivo, y el comercial asociado, es un excelente modo de combatir dichas culturas explotadoras, que se justifican en interpretaciones torticeras de religiones y tradiciones. Para ello es necesario acabar con las castas extractivas de las organizaciones deportivas.
Por todo ello, no pienso ver ningún partido, lo que me fastidia dada mi pasión futbolera. La clave está en que esta situación se podía haber evitado. Y que aunque mi abstención de ver los partidos es ínfima y su efecto casi nulo, en primer lugar me hace ser coherente conmigo mismo pagando por ello un precio. Hay quien actúa según los dictados de los demás y quien lo hace teniendo en cuenta a su conciencia (algunos la llaman "dios"; otros, "lóbulo frontal"). Además, y sumado a otros que hacen lo mismo, lanza un mensaje a la FIFA y otras organizaciones para que no se vuelva a repetir la ignominia de celebrar unas Olimpiadas en China y un Mundial en Qatar. Aunque, quien sabe, a este paso serán capaces de organizar las primeras en Corea del Norte y el segundo en la República del Congo. Es posible que las protestas y boicots no influyan para nada en la FIFA y demás organismos internacionales para que incorporen un estándar ético-político mínimo. Pero como demostró el caso de Sudáfrica durante el apartheid, es posible que la presión internacional resuelva finalmente una situación inadmisible de derechos humanos, en los que estamos todos concernidos en cuanto que pertenecientes no a una raza, una cultura o una religión, sino al género humano.
No hay que pedir cuentas a Qatar. A quien hay que pedir cuentas es a la FIFA y a nosotros mismos. ¿Qué es la civilización? En Sitges, Carrer de la Bassa, hay una cerámica donde se lee: "No embruten les parets. La netedat es una gran senyal de civilitzao". Hay otras señales de civilización junto a la limpieza. El respeto moral y el reconocimiento de derechos a las mujeres, a los homosexuales, a los inmigrantes y a los que tienen una opinión diferente son muestras de limpieza del espíritu. No hay precio pequeño a pagar para defender la civilización.