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Santiago Navajas

Técnica del golpe de Estado posmoderno

O la sociedad civil se mueve, o el Estado, y aquellos que torticeramente lo parasitan y lo han convertido en un zombi, arrasará nuestros derechos.

O la sociedad civil se mueve, o el Estado, y aquellos que torticeramente lo parasitan y lo han convertido en un zombi, arrasará nuestros derechos.
Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados

Primero, promover el caos. Segundo, gracias a una camarilla fiel y sectaria que actúe como una tropa de asalto, conquistar las instituciones nodales del sistema. Los golpes de Estado son fácilmente reconocibles, aunque su técnica varía. No fue igual el de Catilina que el de Trotsky. Tampoco el de los nacionalistas, socialistas y comunistas en 1934 que el de los militares en 1936. Y, claro, fue muy diferente el de los militares en 1982 que el de los nacionalistas en 2017. La respuesta tampoco es la misma, ya que hemos pasado de la militar a la policial o la estrictamente técnica. En el siglo XXI, en Occidente, los golpes de estado van a ser posmodernos: mediáticos y populistas. La clave estará en el control de los medios de comunicación para emitir imágenes tan impactantes como sentimentales, a medida de un ciudadano-espectador cada vez menos racional y más emocional. De esta forma hay que tomar órganos estatales y privados de comunicación donde se manufactura el consenso. En España, de las agencias de noticias (véase Efe), a los informativos (RTVE), la elaboración de encuestas (CIS), el curriculum académico (universidades) y la interpretación de las leyes (tribunales).

Un golpe de estado nos pone ante la evidencia del núcleo de la acción política: el poder en bruto. Cuando está en juego el poder desnudo importa sobre todo la energía, la fuerza y la voluntad para defender unas ideas. Unas ideas sin fuerza es como una receta gastronómica que no se lleva nunca a la práctica: te mueres de hambre sufriendo, además del dolor físico, la tortura de la imaginación de lo que podrías estar devorando. Parece que fue ayer, pero desde los debates de noviembre de 2019, Albert Rivera, Pablo Casado y Pablo Iglesias han desaparecido de la escena política, en la que solo queda Pedro Sánchez, el más alto de todos ellos, también el más cínico, el más fajador, el que más fuerza, carácter, determinación y, por usar un palabro que le encanta al presidente, resiliencia demuestra a la hora de afrontar el reto de mantener el poder al precio que sea.

Nunca lo admitirá, pero es muy posible que el libro favorito de Pedro Sánchez sea Técnica del golpe de Estado de Curzio Malaparte. En el mismo, Malaparte analiza el golpe de Estado de los comunistas soviéticos contra la democracia liberal rusa que había derrocado el imperio de los zares. El protagonista del libro no es Lenin, sino Trotsky. Lenin era el encargado de la estrategia revolucionaria, pero Trotski se encargaba de la táctica golpista. Lenin soñaba con masas de proletarios adueñándose del poder mientras se encasquetaba una peluca ridícula para pasar desapercibido. Trotsky, mientras, planificaba con detalle el asalto al poder, para lo cual, sostenía, solo necesitaba "una pequeña tropa, fría y violenta, instruida en la táctica insurreccional" que se aprovechase del caos que ellos mismos provocaban.

La tropa de choque con elementos seguros y dispuestos a todo de Pedro Sánchez está formada por tipos entrenados en el terrorismo y el golpismo, tanto en España como en Hispanoamérica. Si hay algo en lo que es especialista Sánchez es en promover el caos: los violadores, en la calle; los filoterroristas, en el Parlamento; los golpistas, en la calle y en el Parlamento; los corruptos, en el Parlamento y en la calle. A los socialistas les cuesta entender qué es un Estado de Derecho. Como a los nacionalistas. Por eso tratan de enterrar a Montesquieu cada cierto tiempo. El centro de una democracia liberal, al contrario de las dictaduras socialistas, reside en el equilibrio de poderes.

Trotsky advertía a Lenin de que la insurrección no es un arte, sino una máquina manejada por técnicos. Una máquina insurreccional que solo podría detenerse y darle la vuelta con otros técnicos del poder liderados por un genio sin escrúpulos y sin límites como el propio Trotsky. En Rusia había millones de burgueses y proletarios, pero Trotsky solo necesitaba un millar de obreros, soldados y marineros. Trotsky sabía que más vale tener un comando de ciervos dirigidos por un león que un ejército de leones dirigido por un ciervo. Sánchez no es un león, pero tampoco es un gatito.

¿Cuál es el plan de la izquierda, del PSOE a Bildu pasando por ERC y Podemos? Subvertir la Constitución del 78 sin reformarla oficialmente, eliminando por la vía de los hechos las limitaciones constitucionales que consideran hipotecas, de la indisolubilidad de la nación española a la economía de mercado pasando por la monarquía. "De la ley a la ley", como me comentó Luis Herrero Goldáraz, de manera que sea indetectable para la UE. Una vez domesticados los medios, diluida la oposición, controlado el sistema académico y educativo, y seducida Ursula von der Leyen, solo les queda por asaltar el poder judicial. En ello están, a plena luz del día, con luz y taquígrafos porque han perdido el miedo a la crítica y saben que aunque pasen a la oposición durante un tiempo, sus reformas se habrán convertido en un dogma izquierdista que los propios del PP aceptarán como "pacto de Estado" y "consenso democrático".

En el colmo de la pasividad, la derecha española se ha puesto ahora a pedir la intervención de la UE, que es como esperar que un milagro de la Virgen de Lourdes. Y no porque la Virgen no pueda hacer un milagro, pero como en el chiste del tipo que pedía a Dios que le tocase la lotería, la derecha debería, al menos, comprar un décimo. En este caso, plantear una moción de censura para demostrar que está dispuesto a hacer lo correcto, porque lo que importa no es ganar una votación en el Congreso sino alcanzar, mantener y, sobre todo, usar el poder. Definía Trotsky el golpe de Estado: "Un puñetazo a un paralítico". Y paralizado está el brazo político de la derecha. Claro que peor está por la parte liberal, no solo paralítica, sino moribunda.

Como señalé, Sánchez ha controlado ya todos los poderes fácticos de este país, de la agencia de noticias EFE a RTVE. Su próxima etapa: el Tribunal Constitucional. De esta manera, aunque cambie el gobierno, el "Estado profundo" seguirá en manos de los socialistas. Y eso es crucial, como hemos visto en el caso de Estados Unidos, cuando el FBI contactó con Twitter y Facebook, como han revelado Elon Musk y Mark Zuckerberg, para censurar informaciones que concernían al hijo de Joe Biden en plena campaña electoral. Mientras el PP trata de alcanzar el gobierno, el PSOE se desempeña para apoderarse del Estado. Solo les queda en su labor de zapa el CGPJ y el Tribunal Constitucional. Por ello, Sánchez ha nominado con desparpajo y sin vergüenza a dos leguleyos del partido para sendos cargos en el Constitucional.

Conservadores, liberales, socialdemócratas, centristas... no consiguen darse cuenta de la situación. Viven en un estado permanente de negación. Creen la ensoñación, la quimera, de que esta subversión de los valores y diseños constitucionales no les está pasando a ellos. Se sorprenden de que golpistas y terroristas se paseen por parlamentos y platós como si fueran los ganadores, anunciando que volverán a cometer sus delitos una vez que no solo los van a amnistiar por sus crímenes, sino que les van a dar la razón: la voluntad del "poble", dicen. También en octubre de 1917, Kerensky y sus liberales y socialdemócratas se negaban a ver las acciones de los bolcheviques como un golpe de Estado: lo veían como unos simples atentados contra servicios técnicos. En realidad, sí era un golpe de Estado, pero como no se había visto nunca. A Trotsky el Palacio de Invierno le daba igual, él quería controlar los puentes, el abastecimiento de agua, el servicio de correos, los depósitos de trigo… El resto vendría dado como por añadidura.

Ahora estamos de nuevo ante un golpe de Estado como no se había visto antes: posmoderno, líquido, pero no menos insidioso y peligroso. Pues claro que no hay armas, porque se ataca con imágenes en los medios de comunicación, trending topic en Twitter, y se firma un documental en vivo y en directo con Netflix. Las buenas gentes españolas se echan las manos a la cabeza y exclaman que los socialistas han perdido el Norte. Como si Sánchez y los suyos no hubiesen mentido lo suficiente para asegurarnos que su meta siempre ha estado en el Sur.

¿Cómo defender la Constitución del 78 de este golpe de estado posmoderno, tan líquido que se filtra a través de los resquicios del derecho tradicional, tan estupefaciente que no solo no se le planta cara desde las instituciones, sino que incluso se le abren las puertas de par en par? Repitamos: es una pelea por el Poder con mayúscula, no por el poder con minúscula. No se trata de una alternancia de gobierno, sino de un cambio de régimen. Hoy la sedición posmoderna y líquida se juega en los medios de comunicación y en el código penal. En ambos terrenos, el sistema constitucionalista va perdiendo, tanto por la inercia pasiva de los conservadores como la complicidad activa de los socialistas. Desde la izquierda se apunta a aquellos que defendemos el Estado de Derecho y la democracia liberal. Lo que nos aplicarían si pudieran son las checas leninistas, las purgas estalinistas y el gulag soviético. Son sus costumbres, pero, recordad, no hay que respetarlas.

No solo el brazo mediático de los socialistas actúa como quinta columna de los independentistas, dándoles un altavoz y jaleando sus desafíos, sino que el propio gobierno de la nación amnistía a los golpistas mientras prepara, tras el asalto al Tribunal Constitucional, la aquiescencia a un nuevo referéndum, como ha confirmado el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, al descartar absolutamente un nuevo referéndum "ni por la vía pactada ni por la vía unilateral", lo que significa que lo harán por la vía legal. Los socialistas españoles, con la ultraizquierda y los nacionalistas, han abandonado la democracia liberal para adoptar la "democracia soberana", la variante putinesca de la autocracia que combina lo peor de la democracia orgánica con lo perverso de las repúblicas populares, de manera que se elimine la separación de poderes y los derechos formales para dar todo el poder a la "voluntad general"

¿Qué hacer? No perder ni un solo voto demócratacristiano, conservador y liberal; reforzar el Frente Constitucionalista frente al Frente Populista tanto con ideas como con votos; y promover desde las instituciones sociales de prestigio el respaldo a la verdad y la libertad, con prudencia y con firmeza. Ahora es cuando es más necesario que las instituciones de prestigio se movilicen. O la sociedad civil se mueve, o el Estado, y aquellos que torticeramente lo parasitan y lo han convertido en un zombi, arrasará nuestros derechos.

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