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Pedro de Tena

Totalitarismo blando: el mal camino para España

Contra el totalitarismo hay pocas personas que se rebelen porque, sencillamente, los ciudadanos dejan de concebirse como individualmente libres.

Contra el totalitarismo hay pocas personas que se rebelen porque, sencillamente, los ciudadanos dejan de concebirse como individualmente libres.
Aldous Huxley, de origen inglés, autor de 'Un mundo feliz', describió con brillantez los mecanismos de control absoluto de los totalitarismos. | Cordon Press

Todavía hay quien cree que el totalitarismo no es más que una tiranía. Sin duda, desemboca en ella, o en la dictadura de un partido único y su dirigente único, como Trotsky dejó sentado en su crítica a Stalin, pero es mucho más que eso. Contra una tiranía sobrevenida o una dictadura impuesta, las personas siguen siendo interiormente libres y pueden rebelarse. Contra el totalitarismo hay pocas personas que se rebelen porque, sencillamente, los ciudadanos dejan de concebirse como individualmente libres y renuncian a ejercer como sujetos.

Hasta tal punto se llegó que, en los procesos estalinistas de Moscú de los años 30, los propios procesados aceptaban y aprobaban sus sentencias de muerte por la sumisión de su conciencia torturada al espíritu "absoluto" del Partido y su líder. Totalitarismo es dominación total, física, intelectual y moral desde un poder único para el que la indiferencia o el desprecio ante la vida y la identidad ajenas son la norma.

Decía el alcalde de Zalamea, muy en la onda de la doctrina antitiránica de nuestro salmantino siglo de Oro, que el honor es patrimonio del alma y que el alma solo es de Dios. En esa frase se exhibe con fina entereza que la libertad individual y la dignidad personal pueden y deben enfrentarse a la dominación política si son amenazadas. El alma[i], término que alude a la raíz original y constitutiva de la personalidad, es el territorio de la libertad que ni siquiera Dios puede asaltar.

Pues bien, el totalitarismo es el intento deliberado de invadir y ocupar el alma libre de las personas, de modo que olviden la defensa y dignidad de su libertad. Cuando lo consigue, ya no hay personas sino bultos amorfos a quienes se consigue tiranizar inoculándoles un nuevo código genético sumiso, obediente y disciplinado: es el hombre "nuevo" del comunismo o el nacional-socialismo, que sólo se justifica en y por la crueldad del Estado único.

Las dos grandes visiones de la humanidad en nuestros días, la de la libertad y la del totalitarismo, pueden entenderse mejor si apreciamos cuál es la posición desde la que consideran a los hombres. En la primera, triunfa la horizontalidad y cada hombre se siente semejante e igual ante la ley aunque diferente a los demás preservando matices, opciones, vocaciones e identidades. Los ve a su altura y los distingue personalmente.

En la segunda, la totalitaria, los hombres son observados desde una verticalidad cenital, desde una altura tal que las diversidades individuales parecen no existir aportando la visión entomológica de un enjambre o un hormiguero, llamadas masas o clases o patrias donde los sujetos no existen. Implica, de hecho, un pesimismo antropológico según el cual las masas son "femeninas"(decía Hitler peyorativamente) o estúpidas e incapaces de comprender el sentido y la marcha de la historia por lo que necesitan un grupo de revolucionarios profesionales que las dirija (Lenin) y las domine.

Durante el siglo XX, que podemos caracterizar como el gran siglo de los totalitarismos, tales concepciones han hundido sus raíces en filosofías totales sistemáticas[ii], bien en filosofías totales con asunción de elementos religiosos, por ejemplo, el marxismo[iii], bien en filosofías totales absolutamente profanas o enraizadas en las viejas mitologías, como el nazismo. Como dice bien Edgar Morin, que fue comunista durante diez años, el comunismo "está armado de Iglesia". Tiene militantes (mezcla de militares y religiosos), tiene teología (amalgama la presunta "Ciencia" de sus élites y la "Fe" de sus carboneros), declara la guerra total a los herejes y gentiles, ordena la condenación-eliminación del enemigo (Agapito Maestre y Carl Schmitt), y promete un Paraíso futuro, el comunismo, que se emplea para la sumisión de todos al doloroso presente. Hay más elementos, pero con estos puede entenderse.

El nazismo[iv], una forma profana del totalitarismo muy estudiado por Hanna Arendt y otros, tenía que ver, entre otras cosas, con un racismo selectivo, la concreción sucesiva de enemigos únicos a exterminar, una mitología de la genética nacional[v], una exaltación de la violencia y el mal como naturales y virtuosos, un arquetipo del héroe ario como superhombre, la obediencia ciega al líder carismático y el imperialismo expansivo hacia el cielo del nuevo milenio del Reich. Muchos ven en ellos la reedición de los viejos imperios clásico-paganos e incluso una nueva metáfora de la civilización inspirada en el desafío nietzscheano a la civilización cristiana.

Lo cierto es que los totalitarismos del siglo XX son todos ellos retoños del socialismo. El fascismo tuvo por jefe al socialista Mussolini, un exdirector de Avanti, el periódico oficial del socialismo italiano. El nazismo fue un nacional-socialismo que hacía del Estado la única esperanza vital. Todos los comunismos relevantes del siglo, como es sabido, se fundan en el socialismo marxista.

Sin embargo, las formas de adueñarse de la soberanía popular, y de suplantarla posteriormente, no fueron las mismas. El bolchevismo y el fascismo italiano aplicaron la insurrección armada de unas minorías y el golpe de Estado. El primero tuvo como consecuencia una guerra civil de exterminio y el segundo, gracias al apoyo de la monarquía, la conquista del Estado y sus instituciones en un santiamén.

No hicieron lo mismo Hitler y sus partidarios que, observando la fortaleza y la legitimidad de las instituciones democráticas construidas por conservadores, liberales y socialdemócratas, prefirieron la simulación democrático-legalista electoral para obtener el gobierno, fin que consiguieron en 1933. A partir de ese momento, dieron por concluida la democracia parlamentaria inaugurando de ese modo la versión nazi del totalitarismo que tuvo a su favor haber obtenido el poder por vías legales o legitimidad de origen, como se dice. De hecho, luego se demostró con claridad que les fue posible acabar con el Derecho sutilmente desde el Derecho apoyado en la fuerza. Es el talón de Aquiles de unas democracias que renuncian a la autodefensa.

La estrategia tradicional de las izquierdas de ADN marxista para la conquista del gobierno ha sido muy clara y constante desde el siglo XIX, salvo en los casos ruso, chino y otros menos relevantes. En primer lugar, se trata de consolidar democracias liberales donde no las hubiere. Por ejemplo, en el caso de las dictaduras militares o monarquías despóticas. Para lograrlo, el plan es unir a todas las "fuerzas democráticas" contra los regímenes tiránicos. Caben en estas alianzas desde monárquicos constitucionalistas a republicanos liberales o aliados ocasionales como los regionalistas, siempre que acepten en su seno a socialistas y comunistas. Esto es lo que en España, durante el franquismo, se llamó "Junta Democrática" o parecidos.

Una vez conseguidas las instituciones y libertades de las democracias liberales hay que promover un bloque de "progreso" frente a "las derechas" conservadoras a las que es preciso echar del poder si es que lo detentan. Bajo el calificativo de "progresistas", deben tener presencia en ella socialistas, comunistas e incluso centristas, liberales y republicanos radicales. Fue la concertación desarrollada bajo la II República que sólo dejó fuera de ese paraguas benefactor a la CEDA y a los partidos conservadores como Acción Española y, cómo no, a los más reacios a las izquierdas, como los carlistas y la Falange.

Una vez que los conservadores han sido eliminados del horizonte político, algo que ocurrió fraudulentamente en 1936, se trata de formar una entente donde sólo gobiernen las izquierdas de parecida orientación, esto es, la marxista de socialistas y comunistas con sus aliados ocasionales. Este frente tratará de eliminar a los enemigos competidores, el trotskismo del POUM, a buena parte de la CNT y del PSOE más moderado, y no hubiera dudado en excluir a los separatistas llegado el caso, entonces muy conservadores.

Finalmente, como se vio desde 1937, de lo que se trataba era de imponer el dominio del partido único, el comunista, agraciado por la preferencia del apoyo militar de Stalin y la Rusia Soviética y que penetró con decisión casi todas las instancias del poder militar, judicial, sindical y político de modo que al final, como era esperado, España fuese uno de los Estados de la URSS, el caballo de Troya más occidental, antes de que estallara la II Guerra Mundial.

Desde 1978, el proceso, que parecía no iba a ser el mismo al confiarse en la constitución de una fuerza socialdemócrata moderada realmente respetuosa con la democracia y sus reglas de juego, comenzó a desviarse de la Constitución como demostraron los gobiernos de Felipe González y, muy especialmente, el gobierno socialista andaluz al que habría que unir los ejemplos de ocupación del poder en Cataluña y País Vasco (en ambos casos auxiliados por los asesinatos terroristas) por parte de los nacionalistas. El ejemplo andaluz, aún poco estudiado, fue el modelo según el cual una victoria electoral fue considerada una fuente legítima de ocupación institucional con exclusión de todas las demás fuerzas políticas y medio legitimador de leyes y procedimientos que obstruían la alternancia en el poder.

De todo lo dicho hasta ahora puede deducirse que el mecanismo de los totalitarios para imponerse en las democracias liberales consiste en anular la soberanía popular usurpándola con la soberanía de algunos partidos y finalmente con la de uno solo. Para alcanzarlo, en nuestros días, en los que el golpe de Estado clásico o la insurrección armada resultan difíciles, se hace necesario pervertir el sentido de la victoria electoral y de las mayorías, algo que estamos experimentado en España con toda crudeza muy especialmente desde 2017.

Cuando el Congreso aprobó por mayoría absoluta el texto del Estatuto Catalán de 2007 que vulneraba con claridad el texto constitucional y algunos de los artículos fueron rechazados o enmendados por el Tribunal Constitucional, el catedrático comunista de Derecho Constitucional, Javier Pérez Royo, aspirante siempre a tener sillón en dicho tribunal, ya dijo que el recurso que el PP elevó y los jueces que lo admitieron fue un golpe de Estado. Fue la primera parte de la película que vemos ahora. Los golpistas, como se demostró en 2017, eran quienes querían acabar con la Constitución, pero es sabido que la perversión y adulteración del lenguaje es uno de elementos esenciales del totalitarismo.

En una democracia, la victoria electoral no equivale a un referéndum constitucional que define el marco institucional y sus reglas de juego. Se trata de una victoria temporal periódicamente acordada de unos partidos sobre otros que tienen, y deben tener, opciones de gobierno en los siguientes comicios. Ni siquiera en el caso de obtener una abrumadora mayoría absoluta podría justificarse un cambio en los procedimientos admitidos constitucionalmente, salvo en los modos formalmente establecidos.

De hecho, en las democracias occidentales es frecuente que se exijan mayorías cualificadas (de 3/5 o 2/3) para poder nombrar determinados cargos o proceder a determinadas modificaciones. Es un método democrático que se aplica incluso en las Comunidades de vecinos. Se ha tratado con ellas de que, en ciertos casos importantes, sea necesario un gran consenso que impida un uso sectario o partidista o mezquino de instituciones, acciones o nombramientos, esto es, lo contrario de lo que los totalitarios pretenden, de ahí su empeño en eliminar tales mayorías ahora que les conviene. No lo harían, ni lo harán, si sus conveniencias tácticas fuesen otras.

El problema de la democracia liberal es siempre el mismo: la debilidad de una estructura institucional e ideológica "buenista" que favorece a la mala voluntad de sus adversarios internos. Simulando ser sinceros demócratas, en realidad, son aspirantes al totalitarismo más descarnado: pensamiento único, partido único, masa disciplinada y sumisa, púlpito mediático único y economía dirigida por una única voluntad. No lo dicen, "no mola", pero es lo que es.

Hasta 1982, incluso, una opción socialcomunista podía obtener una mayoría electoral desde sus postulados tradicionales: la clase obrera, el proletariado, los trabajadores, el "pueblo" (definido como "los suyos", no como "los todos"). Pero hace mucho que esos números no dan. Por eso incluyeron a los sectores de las clases medias bajas o pequeña burguesía en el argot clásico. Pero tampoco resulta suficiente ya. De ahí que, desde la década de los 90, para obtener su mayoría les es preciso recurrir a otras fracciones intencionadamente diferenciadas del electorado: nacionalistas, jóvenes, mujeres, ancianos, y, finalmente, fragmentos relacionados con el sexo, la vivienda, el medio ambiente, la inteligencia artificial y otros, siempre que con ellos pueda alcanzarse una mayoría de gobierno, por simple que sea, desde la que destruir los cimientos constitucionales.

La clave ideológica totalitaria es siempre la misma. La democracia liberal no es una verdadera democracia por lo que es preciso sustituirla por una "democracia popular" o "socialista" o "nacionalista", o una mezcla de ellas, lo que puede conseguirse haciendo que la mayoría electoral ocasional imponga la reforma constitucional útil a tales fines. De momento, el caldo de cultivo para el totalitarismo blando que ya horrorizó a Tocqueville. Un mal camino para la España de la Transición y la Constitución.


[i] No en sentido religioso sino como palabra que alude a la condición humana de "darse cuenta" del mundo y actuar libremente dentro de sus límites.

[ii] Dalmacio Negro ve tal origen en el hegelianismo.

[iii] Recuérdese que la educación judía fue la original del niño y joven Marx.

[iv] Aunque el fascismo italiano es anterior en el tiempo político y alimentó doctrinalmente al nazismo, fue éste el que llevó hasta las últimas consecuencias totalitarias el caudillismo de Mussolini.

[v] En esta órbita de imposición totalitaria están los nacionalismos catalán y vasco.

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