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Santiago Navajas

Diez razones para ser liberal

La libertad es el vector clave a la hora de plantear una teoría de la Justicia o un marco regulatorio para el Estado y para el mercado.

La libertad es el vector clave a la hora de plantear una teoría de la Justicia o un marco regulatorio para el Estado y para el mercado.
José Ortega y Gasset | Cordon Press

Introducción a Diez razones para ser liberal (Almuzara, 2023), de Santiago Navajas.

Liberales se han declarado desde John Maynard Keynes, reivindicado por los socialistas, a Murray Rothbard, un anarcocapitalista, pasando por Friedrich Hayek, al que suele relacionar con Margaret Thatcher, y Karl Popper, un referente socialdemócrata. Por tanto, el universo liberal está plagado de estrellas (algunos dirían que más bien son agujeros negros), que se reúnen en constelaciones algunas situadas a años luz unas de otras.

¿En qué consiste el aire de familia que tienen todos ellos? A pesar de las diferencias en política económica que podemos encontrar entre Ludwig von Mises, Milton Friedman y Walter Eucken, sin embargo, todos ellos comparten una cosmovisión en la que el factor fundamental es el de la libertad, que se convertirá en el vector clave a la hora de plantear una teoría de la Justicia o un marco regulatorio para el Estado y para el mercado.

En general, el liberalismo se identifica, grosso modo, con una política económica orientada hacia la liberalización de la economía, eliminar los controles de precios y las barreras comerciales, y una regulación flexible de los mercados de capitales. Esta orientación promercado se suele identificar con una animadversión hacia el Estado pero, salvo en los posicionamientos liberales más radicales (anarcocapitalistas), la idea liberal es más bien ampliar los mercados al tiempo que se diseña un Estado fuerte, pequeño, eficiente y al servicio de los ciudadanos, en lugar de un Estado fofo, con tendencia a deslizarse por la pendiente resbaladiza de la metástasis presupuestaria y el autoritarismo moral y al servicio de castas extractivas (bien empresariales, en el caso de los cárteles, bien ideológicas, como en el caso de todos aquellos grupos de interés que pretenden prosperar chantajeando con todo tipo de excusas, desde que son sectores estratégicos a que su superioridad moral no tiene precio).

La labor del Estado en la economía, desde el punto de vista liberal, consiste en una menor intervención pero mejor regulación. No tiene sentido que el Estado tenga medios de comunicación, para llevar a cabo una función de información, culturización y entretenimiento que realizan ya las empresas privadas sin hacer que el contribuyente tenga que pagar por unos medios que están irremisiblemente sesgados a favor de los gobiernos de turno. En cuanto a la metástasis del Estado en forma de deuda pública elefantiásica y déficits estructurales, el liberalismo recomienda una fiscalidad austera, donde cada euro que se quite al ciudadano esté justificado desde una perspectiva de eficiencia y justicia. Lo que implica una discriminación efectiva entre las demandas de aquellas personas vulnerables que realmente lo necesitan, y lo que no es sino construcción parasitaria de una estructura estatal para satisfacer a organizaciones políticas y sociales espurias. Si no es imposición justa y eficiente es confiscación y robo.

La austeridad fiscal no sólo es una cuestión económica ya que tiene repercusiones morales en el conjunto de la sociedad, porque el Estado no es sólo un agente económico sino también ético y su ejemplaridad es fundamental para el conjunto de la sociedad. Un Estado manirroto e ineficiente transmite el mensaje moral incorrecto a unos ciudadanos que deben hacer del ahorro y el consumo responsable los dos ejes de su actividad económica, como ciudadanos comprometidos con una economía sostenible y consumidores que sean al mismo tiempo inversores.

Pero el liberalismo es mucho más que un programa económico, aunque esta sea la perspectiva en la que más se suele incidir en la actualidad, como si se tuviera que reducir a una mera tecnocracia. El liberalismo es también un modelo global de convivencia que significa una reestructuración de las relaciones entre la sociedad, el mercado y el Estado. Hay quien ha afirmado que el liberalismo sólo sería posible en Occidente dadas sus características ideológicas, ligadas a la religión cristiana y más específicamente al protestantismo, pero los ejemplos de Japón, Chile y Botsuana muestran que el liberalismo no es sino una ecualización especial de lo que constituye los fundamentos morales de la especie humana, por lo que es realizable en cualquier cultura siempre y cuando se reestructure dando prioridad al valor de la libertad.

Pero, sobre todo, el liberalismo es una ideología. Dicho término, ideología, ha sido frecuentemente atacado porque en la tradición marxista se convirtió en sinónimo de "falsa conciencia" (aunque paradójicamente el marxismo no se consideraba a sí mismo "falsa conciencia" sino ciencia pura y dura), pero, en realidad, designa un conjunto de principios, valores, instintos y normas. La tradición liberal es aquella que prioriza los individuos sobre las colectividades; el valor de la libertad como primus inter pares junto a otros como la igualdad y el orden; la metodología pluralista como forma de seleccionar a la representación política; y la sociedad abierta como modo de integrar los vínculos sociales en la época de las grandes multitudes y la extensión universal de la ciencia y la tecnología. De este modo se establece una utopía humilde y prudente, reformista pero no revolucionaria, reflexiva a la vez que empírica, con un máximo de sociedad civil, un mercado eficiente y un mínimo de Estado dentro de un paradigma humanista que sitúa al ser humano como centro de la reflexión filosófica y la acción política.

Espero, estimado lector, que se haya hecho con una idea del aire de familia de las diversas tribus liberales con este boceto a grandes pinceladas. En cuanto al término para referirse a dicho concepto, hay mucha confusión. Cuando lo que está en cuestión son las políticas económicas se suele emplear el término "neoliberalismo". Si se habla del paradigma científico relacionado con la economía de mercado entonces se usa el término "neoclásico". Sin embargo, para la ideología que pone en primer lugar la libertad como valor constitutivo de las diferentes esferas de la vida la expresión favorita es "liberalismo", que será el término que se emplee de manera general en este libro.

Libertad

El padre de Ralf Dahrendorf era un político socialdemócrata en la época de la República de Weimar. Su valor ético supremo era la justicia pero cuando Hitler secuestró el poder en Alemania comprendió que sin la libertad el resto de valores no significan nada o muy poco. Lo que le supuso la persecución por parte de los nazis. Tras la derrota de la amenaza fascista lo tuvo más fácil pero no demasiado. Su pasión por la libertad le llevó a oponerse a la unión de los socialdemócratas con los comunistas, lo que le valió una nueva persecución por parte de la extrema izquierda.

La libertad ha tenido que competir con otros valores por la primacía en el mundo de la Modernidad. Junto a la igualdad, la justicia, la seguridad y el bienestar, ha contribuido sin duda a la conformación de los modelos conservadores, socialistas y, claro, liberales. En el siglo XX la lucha por la libertad fue titánica, como muestra el ejemplo paradigmático del padre de Dahrendorf, contra los sistemas comunistas y fascistas que amenazaban el frágil equilibrio de las democracias basadas en la economía de mercado, el Estado de derecho y la fortaleza de la sociedad civil: el conjunto de instituciones formadas a partir de los intangibles del sentido común (common sense) y las normas consuetudinarias (common law).

En esta primera aproximación, ser liberal consiste, como hemos mostrado, en la intuición hecha pasión de que la libertad es el valor fundamental a partir del cual se organizan el resto de valores que formaron el lema de la Revolución francesa, justo en el orden en el que se proclamaron: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Esta intuición moral a favor de la libertad la expresó Hayek:

La libertad exige que se la acepte como valor intrínseco, como algo que debe respetarse sin preguntarnos si las consecuencias serán beneficiosas.

Ortega y Gasset cuando habla de liberalismo suele emplear la palabra "emoción", ya que considera que más que una idea política o una ideología es una manera de estar en el mundo, una actitud, una idea vital, una raíz existencial de la que nutrirse. En este sentido, se puede decir que, contra la opinión dominante en el paradigma economicista que impera en la autoconciencia hegemónica del movimiento liberal, el liberalismo está comprometido con una determinada metafísica. De Ortega se ha dicho que era un liberal-conservador, pero en realidad era un liberal-innovador. Como en el caso de Hayek, Ortega podría haber escrito un opúsculo titulado Por qué no soy conservador. Y es que aunque el liberalismo no está peleado con el pasado, ya que valora positivamente la tradición, está irremediable, constitutivamente, volcado hacia el futuro. Cuando desde el liberalismo se describe al capitalismo como un proceso de destrucción creadora (Schumpeter) también se estará describiendo a sí mismo: el liberalismo está constantemente reduciéndose a sí mismo a cenizas para volver a nacer como el ave fénix con un plumaje nuevo.

El sentido de liberalismo de Ortega y Gasset, más filosófico que político o económico, va más allá de la caricatura reduccionista del liberalismo que únicamente reclama bajar impuestos, reducir el Estado y la aplicación mecánica de unos principios simples convertidos en una especie de dogmas sectarios recitados como una salmodia. Nadie muere por una reducción de dos puntos en el IRPF, pero sí se puede iniciar una revolución por el derecho a discutir dicha reducción. Lo que indignaba a Jefferson, Franklin y Washington –y por ello iniciaron una guerra entre las colonias americanas contra la metrópoli inglesa– no eran los impuestos propiamente dichos sino la falta de respeto a su dignidad como ciudadanos que llevaba a cabo una monarquía que no se comportaba como un régimen constitucional y un poder limitado, sino que emulaba el viejo y obsoleto paradigma de la monarquía absoluta.

Siendo el liberalismo una cosmovisión hay que analizarlo como una emoción y como una actitud, una serie de hábitos y un conjunto de ideas. En una ocasión Bertrand Russell fue invitado por el líder de la extrema derecha británica Oswald Mosley a debatir sobre política en público. Corría el año 1962 y el filósofo, conocido por su pacifismo y su oposición a todo tipo de totalitarismo, rechazó la propuesta porque "los universos emocionales que habitamos son tan distintos, y radicalmente opuestos, que nada fructífero o sincero podría emerger de una asociación entre nosotros". Al mismo tiempo, le pedía cortésmente a Mosley que comprendiese la intensidad de su convicción y que no pretendía ser maleducado sino expresar "todo lo que valoro en la experiencia humana y los logros humanos". Sin duda, Ortega y Hayek compartían un universo emocional e intelectual semejante a pesar de sus diferencias, sobre todo en el ámbito económico. Les unía el conjunto de instintos, hábitos y emociones que conforman el humus existencial que define el destino de una persona. Para el caso liberal el factor más importante a la hora de configurar toda su estructura emocional, instintiva, racional y de hábitos es el de la libertad, lo que le lleva a defender la autonomía en el plano moral, la democracia constitucional en la dimensión política y el libre mercado en el universo económico. A partir de este fundamento en la libertad cabe organizar la solidaridad, los contratos y demás vínculos sociales que se hacen sin duda más frágiles que en sociedades construidas como hormigueros y panales de abejas, pero también más auténticos y apropiados a la naturaleza humana fundada en la creatividad y originalidad del instinto del lenguaje y la capacidad de abstracción.

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