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Santiago Navajas

El error de Pérez-Reverte

Una alineación de los jesuitas nos muestra que si en dicha época España disfrutaba de una Edad de Oro literaria, también la tenía de intelectuales.

Una alineación de los jesuitas nos muestra que si en dicha época España disfrutaba de una Edad de Oro literaria, también la tenía de intelectuales.
Arturo Pérez-Reverte en una imagen de archivo | Europa Press

Escribía el catalán Bartrina: "Oyendo hablar un hombre, fácil es / saber dónde vio la luz del sol. / Si alaba Inglaterra, será inglés./ Si os habla mal de Prusia, es un francés/ y si habla mal de España… es español". Arturo Pérez-Reverte es un brillante novelista español, best seller y también académico de la RAE. Además, es articulista y ensayista. Recientemente, ha publicado Una historia de España, su visión del devenir de este país con su peculiar estilo lumpen, chocarrero y socarrón.

Porque en la vecina Francia, por esas fechas, había estallado una revolución de veinte pares de cojones: la guillotina no daba abasto, despachando primero a aristócratas y luego a todo cristo, y al rey Luis XVI —otro mantequitas blandas estilo Carlos IV— y a su consorte María Antonieta los habían afeitado en seco.

Siempre viene bien un chute de cultura en vena, ya sea en plan tiquismiquis o canalla. En una ocasión, me comentó un alumno que como no era cristiano no tenía por qué saber cómo se llama el Papa. En España, me temo, muchos españoles no tienen ni idea de la historia de su país porque creen que el certificado de nacimiento les infunde ciencia infusa de San Isidoro de Sevilla a Rosalía pasando por Quevedo. La aproximación no académica de Pérez-Reverte a la historia de España conseguirá que los refractarios a textos más técnicos se sumerjan en los avatares nacionales. Bienvenida sea.

El error de Pérez-Reverte es que cae también en la españolada que denunció Bartrina de hablar mal de España sin razón. Sitúa el origen de nuestros males intelectuales, éticos, políticos y económicos en el siglo XVI, cuando, dice, "nos equivocamos de Dios: en vez de uno con visión de futuro que bendijese la prosperidad, la cultura, el trabajo y el comercio" elegimos un "Dios con olor a sacristía, fanático, oscuro y reaccionario, al que, en ciertos aspectos, sufrimos todavía". Pérez-Reverte no da muchos más detalles, pero menciona a Vives y los hermanos Valdés como ejemplos de erasmistas cuyo espíritu progresista fue aplastado por el "nefasto Concilio de Trento".

Esta visión negativa de Pérez-Reverte de la historia intelectual de España es la dominante, me temo, en la élite académica española, que ha sido en gran parte afrancesada o se ha rendido al negativismo de muchos hispanistas anglosajones. Como pretenden aplicar el molde francés o inglés al devenir español, siempre les falta o les sobra algo. Madame Bovary es mejor que La Regenta y la tauromaquia solo es respetable si le dedican un ciclo de conferencias en el Pompidou de París. De este modo, tuvo que ser una inglesa, Marjorie Grice-Hutchinson, la que "descubriese" que la Escuela de Salamanca es una de las cimas de la civilización occidental precisamente en el momento en el que Pérez-Reverte sostiene que estábamos "ahogados en agua bendita, con las universidades debatiendo sobre la virginidad de María o sobre si el Infierno era líquido o sólido en vez de sobre ciencia y progreso".

El Concilio de Trento se celebró entre 1545 y 1563, justo cuando se produjo una renovación de la filosofía medieval que sería la responsable del giro hacia la modernidad. Esa renovación fue posible fundamentalmente gracias a los jesuitas y dominicos españoles. Pongamos el inmenso Francisco Suárez (1548-1617). Cuando Martin Heidegger se encontraba con un filósofo español le hablaba maravillas del filósofo granadino que, a caballo entre el siglo XVI y el XVII, refinó la filosofía tomista y puso los cimientos del nuevo paradigma de la Modernidad que surgió con Descartes y Leibniz. Suárez fue el último de los escolásticos y el primero de los modernos. No fue casualidad que el filósofo francés estudiase con los jesuitas de La Flèche, donde aprendió el método de razonamiento y la clave del pensamiento matemático y físico que luego desarrolló de una manera completamente innovadora y radical.

Los libros de Suárez se quemaban en París y Londres por su carácter político revolucionario, ya que afirmaba que el poder era una propiedad que Dios concedía no directamente a los reyes sino al pueblo, y que entonces este lo cedía a los monarcas. Dicho atisbo de democracia sería posteriormente desteologizado por Hobbes, pero es en el español donde cabe situar su punto de arranque. En Descartes, que como hemos indicado estudió con los jesuitas, también encontramos otra aportación de Suárez, la idea de que el ser humano se caracteriza por una sustancia espiritual que razona por intuición, lo que se trasladaría a la intuición lógica de Descartes del célebre "pienso, luego existo", la mónada de Leibniz, el concepto de sustancia de Spinoza e incluso el sujeto trascendental kantiano (véase, por ejemplo, Giannina Burlando, La modernidad en Suárez y Descartes: articulaciones cambiantes del sujeto). Schopenhauer y Heidegger también mencionaron la originalidad y profundidad de sus ideas.

Pérez-Reverte transmite una imagen negativa de los jesuitas, los cuales han solido ser pintados como una mezcla entre Darth Vader y Aleister Crowley, unos enemigos de la Ilustración. Dicha campaña de desprestigio y satanización de los jesuitas llevó a que fueran expulsados de España durante la II República, lo que causó un daño irremediable tanto al nivel educativo general, dado que los jesuitas dirigían multitud de centros de enseñanza, como al núcleo constitucional del régimen republicano que dio así un paso terrible hacia la falta de pluralidad ideológica y la conculcación de los derechos fundamentales. En realidad, los jesuitas han protagonizado siempre una Ilustración alternativa a la racionalista dogmática.

Y es que la fundación de la Compañía de Jesús por San Ignacio de Loyola (1496-1556) en el siglo XVI debe ser considerada uno de los más grandes hitos de la historia de España. Lo que significaron los Tercios, estos sí muy elogiados por Pérez-Reverte, en el arte de la guerra fueron los jesuitas en el arte del debate. Nietzsche situaba al vasco como uno de los grandes genios religiosos de la historia, a la altura de San Pablo y San Agustín. Admiraba el pensador alemán la disciplina, el coraje, el rigor, y la voluntad de poder del ejército intelectual jesuita que los católicos habían formado frente al modo de pensar, sentir y actuar de los protestantes. Puestos a evaluar objetivamente la filosofía católica y protestante, no cabe duda de que hay que darle la razón a los jesuitas de Trento sobre cuestiones como la justificación a través no solo de la fe sino también de las obras.

Una alineación de los jesuitas nos muestra que si en dicha época España disfrutaba de una Edad de Oro literaria, también la tenía desde el punto de vista intelectual, en contraposición a esa edad de tinieblas y oscurantismo que transmite el libro de Pérez-Reverte: Luis de Molina (1535-1601), Juan de Mariana (1536-1624), el portugués António Vieira (1608-1697), Francisco Suárez (1548-1617), Tomás de Mercado (1500-1575), Domingo Báñez (1528-1604)… hasta llegar al franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), un fraile antropólogo que realizó un estudio del pueblo náhuatl en América sin parangón respecto al estudio de otro pueblo no europeo, y el Doctor Navarro, es decir, Martin de Azpilicueta (1493-1586), de la Orden de los Canónigos de San Agustín. Estad Edad de Oro filosófica, científica y teológica ha quedado oscurecida, ninguneada y calumniada por el origen cristiano y sacerdotal de gran parte de sus integrantes.

Junto a los jesuitas, los dominicos, herederos de la tradición de Santo Tomás de Aquino, no le andaban a la zaga: Francisco de Vitoria (1483-1546), Bartolomé de las Casas (1474-1566) y Domingo de Soto (1494-1560). El primero, padre del Derecho Internacional; el segundo, adversario de cualquier forma de esclavitud; finalmente, de Soto, se sitúa en el origen de la ciencia moderna, siendo uno de los primeros físicos en establecer que un cuerpo en caída libre sufre una aceleración constante.

Todo ellos formaron grosso modo lo que se denominó la Escuela de Salamanca, una de las más altas cimas en el terreno de la ciencia, la filosofía, la teología, el derecho y la filosofía política que se hayan dado en ningún país. Una Escuela de Salamanca cuyas tesis, problemáticas e influencias son sistemáticamente ignoradas en los programas educativos del país, ya sea en secundaria, Bachillerato y la Universidad. Tuvo que ser Hayek, influido por Hutchinson-Grace, el que pusiera a estos intelectuales bajo el foco adecuado:

Los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español.

La renovación de la ontoteología, la fundamentación del derecho internacional y el surgimiento de la ciencia económica es lo que se ventilaba en esas universidades españolas que según Pérez-Reverte únicamente se dedicaba a debatir sobre el sexo de los ángeles como si fuera un congreso de feministas de Podemos. El hecho de que todos fuesen católicos contribuye a su desconocimiento, por el anticlericalismo habitual entre la élite política e intelectual, siempre deseando proclamar que España ha dejado de ser católica. Difícil que dichos enemigos de la cristiandad lleguen a enterarse de los análisis económicos que los "salmantinos" escribían dentro de sus manuales de confesión (Pierre Villar dixit).

El ejemplo paradigmático de la supremacía de la ciencia en aquella época fue la introducción del calendario gregoriano que sustituyó al juliano. Se suele relatar que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día y no murieron el mismo día. La paradoja es posible porque ambos murieron el 23 de abril de 1616, pero de calendarios diferentes (Cervantes murió el 22 y fue enterrado el 23). Los países católicos habían modernizado el calendario respondiendo al llamamiento del Papa Gregorio XIII, el representante del dios de Trento, y a los cálculos de sus astrónomos y matemáticos, muchos de ellos pertenecientes a la Escuela de Salamanca. Concretamente, fueron sendos artículos enviados al Vaticano desde la Universidad de Salamanca en 1515 y 1578 los que fueron decisivos en el cambio del calendario. España fue el primer país que lo adoptó con Felipe II a la cabeza, mientras que los ingleses no se decidieron hasta el siglo XVIII (preferían estar en desacuerdo con el sol que de acuerdo con el Papa, se burló Kepler), mientras que los ortodoxos no se unieron hasta bien avanzado el siglo XX (la famosa revolución de octubre fue en noviembre según el calendario gregoriano). Para saber más de esta historia sobre cómo España estaba a la vanguardia del conocimiento científico en el siglo XVI hay que leer el magistral trabajo de Ana María Carabias titulado Salamanca y la medida del tiempo.

En definitiva, no es cierto, como sostiene Pérez-Reverte, que Baltasar Gracián sea el único pensador español comparable en la época a Montaigne. Tampoco es verdad que los españoles hayamos pensado básicamente a través de la literatura de Cervantes y Quevedo. Existe una tradición filosófica española que hay que reivindicar, conocer y asimilar. Por supuesto, hubo sombras en dicho devenir filosófico y científico, pero como ocurrió en todos los países. No fue la Inquisición española la que quemó al científico aragonés Miguel Servet, sino un seguidor del Dios al que a Pérez-Reverte desea que le hubiesen rezado nuestros ancestros… Próximamente expondremos la importancia y la actualidad de aquella Atenas española que galvanizó alrededor de Salamanca.

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