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Santiago Navajas

Francisco Suárez, el jesuita total

Si hay una Ilustración antes de la Ilustración propiamente dicha corresponde a los jesuitas del siglo XVI el mérito.

Si hay una Ilustración antes de la Ilustración propiamente dicha corresponde a los jesuitas del siglo XVI el mérito.
Francisco Suárez. | Archivo

En 1927 la Revista de Occidente de Ortega y Gasset publica La filosofía moderna, del Renacimiento a Kant, obra del alemán Augusto Messer, el cual repasa la vida intelectual durante el siglo XVI en Italia (Ficino, Bruno), Alemania (Paracelso) y Francia (Montaigne), pero ignora olímpicamente lo que sucedía en España mientras tanto. Lo que no es de extrañar porque Messer parte de un prejuicio enunciado en la primera línea de la obra: "En la Edad Media, la vida espiritual había estado avasallada por la Iglesia". No le cabía en la cabeza a Messer que la transición de la Edad Media a la Moderna pudiese desarrollarse dentro de esa Iglesia que contemplaba como el Mal absoluto. Los anticlericales creen en Dios con la intensidad del más fanático creyente, solo que desde la perspectiva de Satán.

Sin embargo, si hay una Ilustración antes de la Ilustración propiamente dicha corresponde a los jesuitas del siglo XVI el mérito. Los jesuitas se constituyen en la vanguardia intelectual del catolicismo. Y su triunfo fue tan completo que incluso los ilustrados, que hacían tanto alarde de tolerancia y fomento del pensamiento crítico, no encontraron más herramienta contra los jesuitas (sus adversarios tan lejanos pero tan cercanos) que la censura, la expulsión y, como en el caso de Messer, el silenciamiento.

En su Historia de la Filosofía Occidental, Bertrand Russell se contradice al explicar la Contrarreforma y el jesuitismo. Por una parte afirma que "la Contrarreforma fue una reacción contra la libertad intelectual y moral del Renacimiento italiano". La Contrarreforma que, afirma, fue un acontecimiento fundamentalmente español, en contrapartida a la Reforma, que fue esencialmente alemana, grosso modo. O, encarnando el conflicto en sus protagonistas, el alemán Lutero y el franco-suizo Calvino contra el español Ignacio de Loyola. Russell considera equivocadamente que todos ellos son medievales en comparación a los renacentistas Erasmo y Tomás Moro, porque todos ellos estaban poniendo los cimientos de la Modernidad desde bases religiosas sustancialmente diferentes a la perspectiva medial. Podían seguir refiriéndose a Dios, pero el sentido de Dios había cambiado radicalmente.

Por otra parte, también les reconoce Russell a los jesuitas la primacía educativa y el blasón de la solidaridad. Descartes aprendió más matemáticas que nadie gracias a que estudió con los jesuitas de La Fleche mientras que Leibniz, como explica su biógrafo E. J. Aiton, fue un continuador de la metafísica de Francisco Suárez, su favorito entre todos los ontólogos:

De las cuatro concepciones del principio de individuación, Leibniz adoptó el punto de vista nominalista de Suárez.

Un punto de vista que fundamenta ontológicamente el individualismo liberal en cuanto que defiende que en la realidad es la entidad completa la que constituye el principio de individuación. También es clave para el pensamiento de Leibniz sobre las relaciones lo que defendió Suárez, ya que ¿cómo articular y conciliar lo individual con el colectivo, a los humanos con la humanidad? En la ontología suareciana, y a diferencia de la hegeliana por ejemplo, lo que realmente existe son los individuos, mientras que las relaciones son propiedades de aquellos.

Cuando se habla de Renacimiento rápidamente se echa mano de Leonardo da Vinci (1452-1519), César Borgia (1475 - 1507) y Miguel Ángel (1475-Roma, 18 de febrero de 1564). El Renacimiento es, grosso modo, el puente entre la Edad Media y la Edad Moderna. Es decir, entre un mundo regido por Dios a un universo centrado en el Sujeto. Aunque se cambió el teocentrismo por el antropocentrismo, se suele olvidar que seguimos orientados al logocentrismo, ya que tanto en la teología como en la antropología se consideraba que Dios y el Hombre estaban cortados por el mismo patrón: el Logos.

Suárez para Leibniz, Nietzsche, Heidegger… el más grande metafísico desde Aristóteles. Ya hemos mencionado su metafísica individualista que concebía las relaciones como predicados de los sujetos que son los individuos. Pero sus libros no se quemaban en París y Londres por cuestiones ontológicas sino de filosofía política. Suárez es el último de los grandes filósofo medievales pero también el primero de los grandes filósofos de la modernidad porque le dio un giro democrático a la doctrina del poder, sosteniendo que es el pueblo y no los monarcas los depositarios de la soberanía, lo que conducía lógicamente a una justificación del tiranicidio, cuando el monarca devenía un traidor a los intereses y necesidades del pueblo gobernado, así como a desarrollar la lógica de lo que sería la democracia moderna, en la que el pueblo tiene el derecho y la capacidad de refutar el ejercicio del poder por sus representantes.

Suárez es también un filósofo de permanente actualidad porque anticipó el giro solipsista y narcisista de una concepción individualista de la persona que no estuviese atenta a las relaciones y los vínculos con otros individuos, de manera que el sujeto se perdiese en el subjetivismo caprichoso y banal de los deseos acríticos. En Suárez es Dios el horizonte de posiblidad del sentido, pero cabe en el siglo XXI una naturalización de su concepción de la ley natural de manera que sea a través de la ciencia y las facultades naturales comunes en todos los seres humanos, de la lingüística a la moral pasando por la conceptual y la artística, los que doten al ser humano de una trascendencia paradójica pero fértilmente inmanente a su propia condición de seres intelectuales, libres y orientados a valores éticos superiores.

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