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Agapito Maestre

El exilio español en la Isla de Puerto Rico

Es insoportable tanto sectarismo. Está exposición es sobre todo reticente. Sí, está llena de medias verdades, que es la mejor forma de mentir.

Es insoportable tanto sectarismo. Está exposición es sobre todo reticente. Sí, está llena de medias verdades, que es la mejor forma de mentir.
Exposición: El exilio intelectual español en Puerto Rico, en la Biblioteca Nacional de España. | David Alonso Rincón

De la exposición sobre el exilio español en la Isla de Puerto Rico, en los bajos de la Biblioteca Nacional, sólo puedo destacar una foto. La descubrí por casualidad. Está al fondo del lateral derecho de la gran sala de exposiciones. Se trata de un grupo de hombres jóvenes, en plena primera madurez, todos en torno a la edad los cuarenta años. Todos están muy sonrientes. Es la típica foto de celebración, seguramente, después de una comida de francachela y buen rollo entre exiliados españoles. Los nombres y los rostros de todos ellos me resultaban familiares, pero el rostro de uno de ellos se me quedó grabado, cuando descubrí su identidad en el pie de foto. Fue profesor de filosofía en Puerto Rico y, más tarde en Alcalá de Henares, miembro del PSP de Tierno Galván y, más tarde, uno de los principales negociadores para la integración del PSP en el PSOE. Y, en fin, acabó presidiendo la Fundación Pablo Iglesias. El hombre de la foto es un tipo alto, apuesto, con gafas y risa maliciosa. La foto esta hecha en algún lugar campestre de la bella isla civilizada por Juan Ponce de León.

El retrato colectivo recoge a Francisco Ayala, Segundo Serrano Poncela, Ricardo Gullón, otra persona sin identificar y nuestro protagonista, Jorge Federico Enjuto. En verdad, no era él quien me interesaba sino su padre. Enseguida asocie los nombres. ¿Enjuto? Sí. Es su primer apellido. ¿Enjuto? Sí, era el hijo de un famoso "juez" con un perverso historial en la carrera judicial. ¿Federico Enjuto Ferrán? Sí, detrás de este nombre y apellidos hay una triste y lamentable historia de España. Enjuto era un modesto juez municipal, que había ingresado en 1932 en la Masonería, a la par que iniciaba una gran amistad con el socialista Indalecio Prieto, y al que el Gobierno de la República le prometió una magistratura en el Tribunal Supremo, si llevaba a cabo con diligencia la causa contra José Antonio Primo de Rivera.

Enjuto, sí, firmó la sentencia de muerte de un hombre que jamás estuvo en guerra con nadie. Enjuto fue el gran amigo, confidente y cómplice de Indalecio Prieto, uno de los hombres más sectarios y ladrones del socialismo español, durante todo el proceso contra el fundador de Falange. Prieto ayudó a Enjuto en su vertiginoso ascenso en la carrera judicial, y por ello ya era magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid, cuando a propuesta del Tribunal Supremo, el 3 de octubre de 1936, se le nombró juez instructor especial en la causa contra José Antonio Primo de Rivera, que el 14 de marzo del mismo año había ingresado en la cárcel Modelo de Madrid por posesión ilícita de armas, y posteriormente, el 5 de junio, fue trasladado a la cárcel de Alicante.

Enjuto, además de firmar la sentencia de muerte de José Antonio, le obligó a redactar un segundo testamento, porque el primero le pareció muy político, asistió a la ejecución del falangista y ordenó que se le enterrara de pie y boca abajo. Hizo bien su trabajo de justiciero de un gobierno que asesinó a un hombre que no participó en la guerra civil ni menos en el levantamiento militar del 18 de julio. Enjuto es uno de los personajes más siniestros de la historia de España. Figura en la historia de la infamia judicial española en uno de sus primeros puestos. El gobierno de la República, aparte de nombrarlo magistrado del Supremo, le prometió un dinero que nunca recibió, y él en venganza robó varios cuadros del Museo del Prado y salió huyendo a París, de allí a Toulouse y, finalmente, a América. No consiguió entrar en Cuba, llegó a Costa Rica y de aquí pronto fue expulsado, después Miami y, finalmente, la Masonería le da un puesto de profesor en la Universidad de Puerto Rico, su lugar de nacimiento en 1884.

De este sujeto, Zenobia Camprubí, protagonista de la muestra, junto a Juan Ramón Jiménez, dijo en su diario personal: "No me puedo olvidar que sentenció a Primo de Rivera, y aunque solo Dios sabe lo que uno haría si le presionaran mucho, me desaparecí para no tener que darle la mano". Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez, sabía bien de lo que hablaba y, además, era prima de Enjuto. Tampoco el juicio de Francisco Ayala, centro de la foto que comento, fue más benévolo que su prima, porque tras conocerle en Puerto Rico, concluye Ayala, me percaté de "que era bastante necio".

¿Qué otra cosa destacaría yo de esta muestra sobre el exilio español en la isla de Boriquen? Lo obvio. Critico de entrada el rollo ideológico, basado en la ley "memoria democrática", que soporta la muestra. Es insoportable tanto sectarismo. Está exposición es sobre todo reticente. Sí, está llena de medias verdades que es la mejor forma de mentir. O sea, se le dice a los visitantes lo que le conviene al poder sin mentir descaradamente. Se cuenta sólo una parte de la verdad y, a veces, llena de mojigaterías. Sobra cursilería y colorín y falta verdad. El eje de la muestra es la peripecia del matrimonio compuesto por Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, pero ni siquiera cuenta bien por qué tuvieron que salir huyendo del Madrid de la República de 1936. Los responsables de la cosa no son capaces de reconocer que Juan Ramón huyó del Madrid republicano, en efecto, porque querían matarlo, como también quisieron hacer algo parecido con Ortega. Juan Ramón lo narró poéticamente en el tercer fragmento de Espacio, y también lo contó en su conferencia leída en Miami, en 1940, titulada "Aristocracia y democracia".

Valga un fragmento del poético texto de Juan Ramón para suplir la falta de valentía de los responsables de la exposición. Valga el breve relato del poeta sobre cómo sus dientes blancos lo salvaron de la parca. Buscaban a otro, sí, a otro Juan Ramón Jiménez con dentadura postiza. Pero lo cierto es que él fue denunciado y acorralado por un anarquista que quiso matarlo: "Cualquier forma es la forma que el Destino, forma de muerte o vida, forma de toma y deja, deja, toma; y es inútil huirla ni buscarla (…); ni el papelito sucio, caudradillo añil, de la denuncia a lápiz contra mí, Madrid en guerra, el buzón de aquel blancote de anarquista, que me quiso juzgar, con crucifijo y todo, ante la mesa de la biblioteca que fue un día de Nocedal (don Cándido); y que murió la tarde aquella con la bala que era para él (no para mí) y la pobre mujer que se cayó con él, más blanca que mis dientes que me salvaron por blancos; más que él, más limpia, el sucio panadero, en la acera de la calle Lista, esquina de la de Velázquez. No, no era, no era, no era aquel Destino mi Destino de muerte todavía".

Aparte del matrimonio Jiménez-Camprubí, los otros protagonistas que comparecen en la Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España son Pau Casals, Francisco Ayala, Pedro Salinas, Aurora Albornoz y María Zambrano. Por cierto, esta última merece mención especial no sólo porque ha sido utilizada con descaro para la cosa de la "memoria democrática", sino porque apenas se da información sobre su extensa y complicada relación con Puerto Rico que es, dicho sea de paso, uno de los capítulos fundamentales de su biografía. La relación de la pensadora con la isla va desde abril de 1940, que llegó invitada por el profesor Jaime Benítez en colaboración con la Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico, hasta 1969 que recibió una ayuda de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y la La Fundación Ferwerda de Nueva York para sus investigaciones filosóficas (ayuda que fue tramitada por el citado más arriba Jorge Enjuto, que entonces era Decano de la Facultad de Humanidades), pasando por otras diversas colaboraciones, por ejemplo, la publicación, en 1958, de su libro Persona y democracia. La historia sacrificial, en el sello del Departamento de Instrucción Pública.

Esta muestra apenas nada dice de esa peripecia clave en la filosofía y la vida de María Zambrano en relación con Puerto Rico… Menos mal que exhiben su libro, un breve y bello texto tan político como exacto en la obra de María Zambrano, Isla de Puerto Rico, en una edición reciente de la editorial Vaso Roto. ¡Qué pena no exhibir la primera edición de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez en La Verónica! ¿La Verónica? Sí. ¡Nombre bíblico por antonomasia! La editorial La Verónica toma su nombre de la bíblica mujer que tendió un lienzo a Cristo durante el Viacrucis y sobre el cual quedó impresa la forma de su rostro. Esta editorial versátil y ecléctica, que imprimía en una "imprenta" casi pórtatil que llevaba por todas partes Altolaguirre, merecen una exposición especial… Pero volvamos al libro Isla de Puerto Rico. Fue fruto de las conferencias impartidas en el año 1940 en Puerto Rico y en buena parte publicadas por el diario El Mundo de San Juan. Esta obra contiene una bella reflexión sobre el poder emancipatorio de las islas en la historia de la humanidad, incluida España, que por sus "especiales circunstancias históricas y geográficas, ha sido en realidad una isla. La isla más que Península Ibérica. Y cómo en los motivos de crisis históricas las islas juegan de nuevo un papel; el de ser imán que atrae la imaginación hacia algo primario, no corrompido todavía, de la naturaleza humana".

Desde esas consideraciones generales se acerca María Zambrano a la isla de Puerto Rico como lugar idílico y real para sentir algo imborrable: "Estar viviendo la realidad de un sueño, de encontrar, por fin, algo presentido, con toda su fuerza y toda su pureza: la fuerza de la realidad junto con la pureza de lo soñado". Aparecen en este libro temas centrales de la filosofía de María Zambrano, por ejemplo, la nostalgia, que nos salva de la desolación; y la esperanza, o mejor, la libertad verdadera rescatada de necesidad, que es la genuina esperanza, nos conduce a un mundo mejor. He aquí las notas exactas para pensar la idea de democracia no tanto como un régimen político sino como un estilo de vida.

En verdad, este texto es una muestra muy especial de que la primera preocupación de la filosofía de Zambrano es pensar España y con ella la cultura hispánica, es decir, la necesidad de un panamericanismo verdadero: "Tradición española, presente americano. De las dos, justamente de las dos nace la exigencia de un destino, la forzosidad de su concreto y hermoso quehacer en la trágica hora actual". Sí, España como Estado puede haber fracasado, pero le queda algo especial: su Genio. Ahí reside el futuro de América: "Y así, mientras el Estado —el imperial y el otro— se encuentran deshechos, esté más llena de vigor que nunca, más en trance de crecimiento que jamás, lo que no llegó a organizarse de ninguna manera bajo ninguna forma estatal. A esto nos referimos al hablar de la raíz española, que tanto vale para España misma en su modesto territorio, como para la amplia tierra por ella descubierta y poblada, para la tierra fertilizada por su sangre y su palabra".

En fin, pocas otras cosas tengo que destacar de esta Exposición, salvo el bellísimo retrato de un joven Juan Ramón Jiménez, pintado por el grandioso Joaquín Sorolla en 1903, y otro de Zenobia, en 1918, pintado también por el valenciano.

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