Menú
Agapito Maestre

Los azares del exilio. Un exiliado gallego

'Hora de España' descubrió la nación, la Patria. Dieste había regresado a España en 1961, pero apenas nadie le prestó atención.

'Hora de España' descubrió la nación, la Patria. Dieste había regresado a España en 1961, pero apenas nadie le prestó atención.
Rafael Dieste. | Archivo

Procuro leer todo lo que cae en mis manos sobre el exilio español de 1939. Pero no imiten mi conducta y se ahorrarán muchos quebraderos de cabeza. Mi afán lector a veces me ha traído malas experiencias. He leído demasiados libros malos sobre el asunto con funestos efectos para mi espíritu conciliador. Mas, en un país con apenas crítica rigurosa, no queda otra que intentar leerlo todo, aunque sea al precio de perder nuestro tiempo y ganar enemigos. Bajísimo es el nivel que en este campo marca la industria editorial española. Se pública todo sin utilizar criterios morales ni intelectuales para discernir el grano de la paja. Es cada vez más difícil leer una reseña, un comentario, en fin, una tribuna sobre un libro que no esté al servicio de algo o de alguien. La bibliografía de carácter guerracivilista, de bandos y bandas, es predominante en la literatura sobre el exilio.

No resulta sencillo en España informarse e ilustrarse con decencia intelectual sobre el exilio del 39 y menos aún sobre el del 36. Abundan los libros escritos a navaja "trapiella", sin ton ni son o, simplemente, animados por un interés de lucro monetario, o peor, con la única intención de engordar la maniquea historia de España que enfrenta a los "hunos" contra los "hotros". Reina por todas partes la vulgar opinión de quienes consideran que el exilio del 39 dejó a España sin materia gris. Sin duda alguna, fue terrible la diáspora de los mejores cerebros de España, pero de ahí no puede derivarse que toda la cultura de España se hiciera en el exilio, o peor, que aquí no quedó nadie con relevancia intelectual y científica. Salieron, en efecto, muchos escritores, intelectuales y científicos valiosos del país, pero, por favor, es ridículo, o sea otra leyenda negra, mantener que aquí no hubo nada de valor. El bueno de Julián Marías ya ridiculizó esa negra leyenda, en los setenta del siglo pasado, con su famoso texto La vegetación del páramo.

Pero, por desgracia, el "ideologema", el engaño, en fin, la mentira sobre el exilio se ha convertido, en las últimas dos décadas, en un despótico poder ideológico que sigue arrasando todo lo que crece con decencia crítica en las universidades y los medios de socialización cultural. Que en España no hubo cultura ni pensamiento durante el franquismo, simplemente porque los mejores tuvieron que exiliarse, es ideología, definitivamente institucionalizada por el poder político y por el derecho —repárese en la normativa sobre la memoria histórica—. O revisamos críticamente este aserto o seguimos repitiendo la ideología de quienes siguen manipulando la gran cultura que los propios exiliados generaron allá por donde fueron. O repasamos críticamente esa leyenda negra o seguiremos empezando desde cero como los simios superiores sin aprender nada de nuestro pasado. ¿O es que acaso existen genuinos intelectuales que, a tenor de todo lo que ha sucedido, escrito e investigado en los últimos cuarenta y cinco años, no estarían dispuestos a revisar su juicio sobre el número y la calidad de la diáspora intelectual del 39 y, sobre todo, su repercusión en la propia cultura de España? La evolución y el "progreso" intelectual y moral de una sociedad se refleja en la capacidad de autocrítica de sus elites intelectuales. ¿O acaso se negaría Federico Jiménez Losantos a revisar su juicio sobre lo escrito en el 78 acerca de La España peregrina tras la última guerra civil: "Se fue lo mejor, si no todo"? No lo creo.

A nuestra desastrosa tradición de buenos y malos, que desprecia una obra por cuestiones personales o intereses espurios, es menester añadir, insisto, el daño que al pensamiento libre están causando las leyes de la "memoria histórica" y/o "memoria democrática". La generosidad y la capacidad de comprensión de los críticos del exilio, junto a la repercusión o fracaso de esa "cultura exiliada" en nuestro aquí y ahora, han sido desplazadas, cuando no directamente sustituidas, por el resentimiento. La rabia instalada en la llamada República de las Letras empieza a hacer estragos en la cuestión del exilio. La "voluntad de servicio" de los "escritores" supuestamente preocupados por el exilio español de 1939, su obtusa manera por "reescribir" con mala fe una historia que desconocen o malversan, es infinitamente superior a su voluntad de verdad para reconstruir una historia a la altura de una sociedad civilizada en términos morales y políticos. Porque el exilio, por decirlo con brevedad, se ha convertido en un asunto capital de la ideología de la "incultura" española frente a la genuina investigación sobre nuestra historia reciente, debemos aproximarnos al asunto con cautela y prevención. Es materia altamente peligrosa. Limita a un lado con la filosofía y al otro con la ideología, esa extraña necesidad de mentirse a sí mismo el ser humano acobardado por la verdad, que lo dispensa del trabajo del pensamiento y del compromiso moral por hallar el bien contra el mal.

Acerquémonos, pues, a los libros sobre el exilio con perfecta desconfianza que puede funcionar, como dijera uno de los más brillantes exiliados de la España del 39, como una confianza despierta, no como una absoluta desconfianza. Actitud parecida debemos adoptar sobre lo que se diga del exilio en congresos, eventos, exposiciones de objetos históricos, artísticos, películas de evasión o documentales históricos, series de televisión, obras de teatro y otras mil aproximaciones a un asunto, sin duda alguna, más complicado de lo que en un principio podemos creer. Está aún por escribir de verdad un recuento crítico del exilio. Deberíamos intentar responder con honestidad a este tipo de preguntas: ¿es moral escribir del exilio del 39 olvidando el del 36?, ¿por qué hay tan pocos y malos trabajos sobre la vinculación entre el exilio interior y el exterior? ¿cuántos salieron de España y cuántos regresaron? ¿cómo algunos descubrieron España, la Patria, en Nueva España o en la Patagonia? ¿qué concepto de nación española desarrollaron los españoles del exilio? ¿por qué se despreció en la España postfranquista la idea de patria de los exiliados? ¿fueron fructíferas las relaciones entre los jerarcas culturales de las diferentes etapas del franquismo y los exiliados? ¿qué dijeron los exiliados exactamente del exilio y qué sus intérpretes? En fin, ¿cuál fue la actitud, o mejor, el compromiso ético y político de los autores que regresaron, por ejemplo, Ortega, en 1945? ¿cómo, cuándo y por qué regresaron otros, por ejemplo, Bergamín, el jefe de la España peregrina, que entraba y salía de la España de Franco como Pedro por su casa y que, finalmente, fue enterrado en un ataúd envuelto en un banderín de ETA? ¿por qué no regresó María Zambrano en el tiempo que volvieron otros ilustres exiliados? ¿por qué no quiso quedarse en España Max Aub? ¿qué construyeron o aportaron a la civilización hispanoamericana nuestros exiliados de aquí y de allá? etcétera, etcétera… Y, sobre todo, qué grandes obras escribieron nuestros exiliados para aquí y ahora, ¿acaso alguno de ellas es un hito en la cultura universal? En fin, sin ánimo enciclopédico, no creo descabellado llevar a cabo un sencillo recuento sobre ciertos lugares comunes de nuestro exilio del siglo pasado.

Quizá esa tarea pudiera contribuir a fortalecer el eje clave de la cultura en lengua española, la continuidad, en el debate universal de las culturas. Por ejemplo, ¿qué tipo de presencia ha tenido la obra del exiliado Rafael Dieste en la cultura de dos lenguas españolas contemporáneas? Lejos de mi intención tratar esta figura pasándole a su biografía, a su personal historia, el cepillo a contrapelo, antes prefiero acariciar su memoria como si se tratara de un fino manto de terciopelo; pongo, pues, por delante la razón vital de Ortega, y dejo para mejor ocasión la filosofía de la historia de Walter Benjamin, para ofrecer un par de rasgos de este sutil y preciso poeta, magnífico pianista, cuentista, dramaturgo, filosofo y, por supuesto, matemático. ¿Matemático también? Sí, sí, para ser más exacto, el gallego fue un buen geómetra; sus investigaciones sobre los fundamentos de la geometría contemporánea no sólo son relevantes para los estudiosos de las geometrías no euclideas, sino que consiguió reducir "un" complejo postulado de Euclides al transparente axioma de la movilidad de Russell, según demostrará en un excelente trabajo uno de sus más brillantes seguidores mexicanos, Gabriel Zaid, que es a su vez un excelente poeta, ensayista e imaginativo ingeniero de la "teoría en la práctica" y al que España, no me cansaré de repetirlo, le debe el Premio Cervantes de las Letras.

Y, por cierto, ya que cito a Zaid, creo que nadie mejor que él ha visto la grandeza estoica de Dieste al hacer de la necesidad, sin ningún género de dudas, virtud. Los azares del exilio y de su vocación, dice el mexicano, fielmente seguida a través de las más extrañas andanzas, han hecho de Rafael Dieste una figura singular de la literatura hispánica. Fue creador siempre, en los más diversos campos, lugares, circunstancias, con múltiples dones y amor fati que, en vez de rehuir el hado y la necesidad, los aceptaba como oportunidades creadoras. Rafael Dieste, cuya idea de perfecta desconfianza me apropié más arriba para estudiar el exilio, era un "escritor a dos carrillos", según dijera el gran crítico literario Enrique Díez Canedo, porque escribía igual de bien en las lenguas gallega y castellana.

Destaca, por encima de todo, como poeta, aunque su único libro de versos sea Rojo farol amante, o sea, sus prosas y sus ensayos, sus investigaciones científicas y teatrales, sus obras de teatro y sus trabajos filosóficos, sus críticas literarias y artículos de prensa son, propios de un fascinante poeta. Quizá exista, pero no es fácil hallar algo más asombroso, encantador y sugestivo, en términos filosóficos, que estos cuatro versos del citado poemario:

Si entre ser y decir hay preferir

el más alto decir prefiero el ser

y antes morir arriesgo que exponer

el ser a ser no ser en el decir.

No es de extrañar que Dieste estimara, entre todos los grandes autores del siglo veinte, la entera obra de James Joyce. Quizá uno de los narradores más sutiles de nuestro tiempo. Pocos como él nos enseñan a escribir con propiedad… Quizá también lo admirase por su regionalismo universalista, o sea, de Dublin a Irlanda y, depués, al Mundo. Vamos, como Dieste, de Rianxo a España y al Mundo. ¿Qué sería del planeta tierra sin gallegos? Poco. También Dieste, el gallego de Rianxo, descubre la universalidad de la nación española en el 36. Fue una sabiduría que consolidó gracias, por desgracia, a la guerra civil española y a la experiencia del exilio. Seguramente, por eso, por estar durante veinte y tres años en el exilio, regresa a España y se establece en Rianxo en el año 1961. Durante la guerra civil y el exilio desarrolla una sugerente idea de España. Su Patria. Intentaré explicarme. No deseo que nadie me confunda con expresiones crípticas o misteriosas. Todo está a la vista y puede comprobarse: Dieste, como muchos otros intelectuales, descubrió la patria española por la experiencia de la guerra civil. Y, más tarde, esta idea fue consolidada durante el exilio. Casi todos los exiliados descubren la nación española, la patria, cuando la abandonan. María Zambrano le llamó a eso el exilio logrado: "El exilio es el lugar privilegiado para que la Patria se descubra, para que ella misma se descubra cuando ya el exiliado ha dejado de buscarla".

La expresión de ese descubrimiento, durante la guerra civil, halló en la revista Hora de España su principal alojamiento. Fue una revista patrocinada, paradójicamente, por el PCE y en la que participó activa y responsablemente Rafael Dieste, incluso enfrentándose a los jerarcas de la misma hasta el punto de abandonarla para terminar combatiendo como soldado en el frente de Madrid. Pero lo decisivo es que Dieste contribuyó con su labor intelectual, junto a otros escritores y artistas, a que la llamada izquierda se hiciera patriótica. Me explico. Si dejamos fuera ese libro de poemas, de 1940, y sus Historias e invenciones de Félix Muriel, de 1943, una extraordinaria colección de "cuentos" —quizá los mejores de la literatura española, o mejor dicho, de la España del siglo veinte—, aunque los críticos no se ponen de acuerdo a la hora de clasificarlos dentro de las designaciones tradicionales de géneros literarios (unos creen, como Pere Gimferrer, que es una "novela atomizada" y "biografía fragmentaria y dividida"; otros, como Dámaso Santos, lo considera una "novela poética"; y, en fin, la mayoría, representada por el crítico José Marra López, cree que es un "prodigioso libro de cuentos… marginal a toda posible clasificación"), una buena parte de su obra, quizá la más importante, está publicada antes de 1936.

Resaltó este dato para mostrar que Dieste en esa época estaba en plena madurez intelectual. Sabía orientarse bien en términos intelectuales. La guerra fue la ocasión para poner límites a su galleguismo federalista. Su cabeza estaba muy bien amueblada, pero la aventura de la revista de Hora de España vino a consolidar su liberalismo español. La defensa de España como Nación. Sí, el galleguista de ideas federales, un autor con 38 años y obras relevantes publicadas, da un paso de gigante al enfrentarse a quienes quisieron reducir Hora de España en un órgano solo al servicio propagandístico del PCE, que también en esa época cumplía esa importantísima función. Dieste fue, junto a Juan Gil-Albert, el catalizador moral de los jóvenes que participaron en la experiencia intelectual más importante de la izquierda en toda su historia. Sí, dicho en corto y por derecho, gracias a Hora de España, en principio un órgano creado para mayor gloria de la propaganda al servicio del PCE, la izquierda de nuestro país descubre la idea de España. La patria, como dijera Antonio Machado en un artículo de la revista, no es un mito. La izquierda aprendió la fuerza movilizadora y cohesiva de la idea de nación gracias a esta revista.

Quizá era ya demasiado tarde y, por eso, perdió la guerra, pero quienes hicieron esa aportación se la llevaron al exilio. El problema es que esa izquierda nacional nunca fue capaz de conectar con la izquierda desnacionalizada, desespañolizada, que primó en el interior de España a partir de los años sesenta y, para mayor degracia, sigue predominando en nuestro tiempo. Hora de España descubrió la nación, la Patria, pero nadie fue capaz de imponerla en la Transición y en el régimen político actual en los ámbitos de la propia izquierda. Dieste había regresado a España en 1961, pero apenas nadie le prestó atención. Imagino que haría poco por su teatro el crítico teatral de la época, su paisano el falangista Torrente Ballester, que luego, al final del franquismo, se paso a las filas de la Oposición, y menos todavía le prestarían atención sus viejos correligionarios de la izquierda, ahora, preocupados por los "hechos diferenciales". Nadie releyó al Dieste del 38, al de Hora de España, cuando escribió su descubrimiento de la conciencia nacional: "España se puso a pensar en sí misma después de aquel desastre" (Hora de España, tomo III, el ensayo lleva por título "Desde la soledad de España. (Sobre la vida y el espíritu"). Nada de esos pensamientos sobre la nación llegaron a las nuevas generaciones de España. Los más optimistas pensaron que, al menos, llegarían sus obras literarias, pero tampoco éstas tuvieron gran proyección. Por ejemplo, es prácticamente imposible encontrar hoy sus libros El alma y el espejo y La vieja piel del mundo, obras portentosas de filosofía del año 1936, y publicada de nuevo en la editorial Alianza en 1981.

La derrota del exilio fue doble. Primero tuvieron que sufrir los malos tragos del desterrado. Y, en segundo lugar, fueron malbaratados todos sus esfuerzos para construir una España de ciudadanos libres e iguales ante la ley. Pero de eso ya hablaremos otro día.

0
comentarios