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Santiago Navajas

'El País', periódico ultra

Mucho antes de Donald Trump existió el Manual de Estilo (MdE) de El País.

Mucho antes de Donald Trump existió el Manual de Estilo (MdE) de El País.
MADRID, 15/02/2023.- La ministra de Igualdad, Irene Montero (d) conversa con el diputado de Vox, Ignacio Gil (i) y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños (c) durante el pleno del Congreso celebrado este miércoles por la reforma de la ley del solo sí es sí después de que el PSOE y Podemos hayan demostrado su falta de acuerdo en este asunto. EFE/JJ Guillén | EFE

Mucho antes de Donald Trump existió el Manual de Estilo (MdE) de El País. El expresidente norteamericano hizo emerger una nueva palabra en 2016, "posverdad", para designar el desprecio de la verdad hasta el límite de crear "hechos alternativos", simulacros que trataban de colar como hechos reales (puede haber opiniones y versiones diferentes, pero siempre respecto a los mismos hechos). Sin embargo, el MdE de El País ya hacía lo mismo con desparpajo y alevosía desde lustros atrás, ya que se consideran tan inmunes a la crítica como impunes ante sus lectores, dispuestos a tragarse cualquier falacia, sofisma y mentira siempre que venga de sus sermoneadores progres.

Todos sus lectores menos uno, que se atrevió a consultar con Soledad Alcaide, la Defensora del Lector (vaya, no "del Lector y de la Lectora" por seguir la moda del postureo del "inclusivinés"), por qué denominan "ultra" al partido de Abascal pero no a los de Iglesias, Otegi, Puigdemont o a los herederos del racista Sabino Arana.

La seudorrespuesta de Soledad Alcaide ha sido prodigiosa: defiende que en el MdE se define "ultra" únicamente como extremista de derecha. Muy bien, ¿cómo dice entonces el MdE que hay que llamar a los extremistas de izquierda? ¡No lo dice! Ahora entiendo el mantra del relativismo lingüístico habitual entre los progres de que lo no se nombra, no existe. Pero por mucho que practique el negacionismo "ultra" por lo que respecta a Podemos, Bildu, Junts, ERC y el PNV, lo cierto es que los extremistas de izquierda no solo existen (apoyando dictaduras, blanqueando terroristas, tratando de quebrar el Estado de Derecho), sino que los tienen instalados cómodamente en las columnas del diario El País y los micrófonos de la cadena SER. La verdadera razón de que no quieran designar como ultras a los extremistas de izquierda es que entonces El País tendría que autodenominarse también como diario ultra: El UltraPaís.

Si la Defensora se hubiese tomado la molestia de consultar el DLE, y me parece inverosímil que no lo haya hecho, habría leído: "2. elem. compos. Significa 'en grado extremo'. Ultraligero, ultrasensible". No cabe duda entonces de que hay que establecer una equivalencia entre los extremistas de derecha e izquierda, digamos Falange Española de las JONS y Esquerra Republicana de Cataluña. O Vox y Podemos, aunque solo sea atendiendo al factor de localización en un vector en el que el PP y PSOE ocupasen la centralidad del tablero de juego. Pero, ya que estamos, ¿quién es más ultra? Puede haber dudas entre Jorge Buxadé, el orgulloso ex de Falange, y Alberto Garzón, el nostálgico de la dictadura comunista alemana, pero no creo que ni siquiera El País prefiera a Arnaldo Otegi antes que a Ortega Lara. ¿O sí?

Subrayaba Martin Amis en Koba, el temible la asimetría de la indulgencia que mantienen los progres hacia los crímenes de la izquierda y la derecha, lo que les lleva a tratar de diferente manera el genocidio perpetrado por los nazis y el causado por los comunistas. Los millones de muertos ocasionados por el delirio psicopático-ideológico que va de Marx a Stalin y Mao pasando por Lenin nunca les causará el mismo espanto que los asesinados por el fascismo y el nazismo. Del mismo modo que el bombardeo de Cabra nunca lo equipararán al de Guernica, ni el fusilamiento de Melquíades Álvarez al de García Lorca. Del mismo modo, la alianza de Zapatero y Podemos con los peores dictadores latinoamericanos, el pasado terrorista de gran parte de los dirigentes de Bildu y el golpismo de líderes de ERC y Junts indultados por Sánchez les parecerá menos grave que las propuestas de Vox contra el aborto y el estado de las autonomías, o a favor del pin parental y la eliminación de las subvenciones a los sindicatos.

El debate de fondo es si cabe objetividad en el periodismo. Que no es incompatible con tener preferencias subjetivas. No es incompatible ser del Real Madrid y reconocer que el Barcelona ha merecido ganar la Liga de fútbol y de baloncesto. Del mismo modo que cabe ser culé y admitir que el dinero pagado por el club durante años a Negreira es cualquier cosa menos lo inocente que pretende Joan Laporta. Es posible decir en cualquier lengua algo así como: "Me gusta X aunque reconozco que X está mal" (o al revés). Las opiniones son subjetivas, pero para que no sean arbitrarias o deshonestas han de estar sustentadas sobre un fundamento de verdad objetiva. Lo más verdadero y lo más objetivo que se pueda dentro de los confines de la razón humana. Para ello, tanto un periodista como un físico o un fontanero pueden entrenarse en métodos que llevan a la evaluación objetiva más allá de los sesgos y prejuicios. El método científico es el más conocido, intentar asesinar bellas teorías a manos de feos hechos, aunque también caben métodos filosóficos, como el imperativo categórico de Kant, el velo de la ignorancia de John Rawls o el fenomenológico de Edmund Husserl.

Si la objetividad ha muerto, como reconoce implícitamente la Defensora de El País, se puede definir cualquier cosa no atendiendo a su naturaleza en sí, sino a los intereses espurios del definidor. Al establecer que "ultra" es únicamente alguien de extrema derecha, El País no está definiendo nada sino meramente mostrándose a sí mismo como un periódico sectario y un peligro para la democracia liberal, aunque una bendición para los partidarios de las democracias populistas. Como ha defendido Sulzberger, editor de The New York Times: "No habrá un futuro que valga la pena si nuestra profesión abandona la independencia […], [suma de] justicia, imparcialidad y (por usar quizás la palabra más tensa y discutida en el periodismo) objetividad". Lástima que el NYT esté siendo, en contra del propio Sulzberger, uno de los líderes periodísticos en la destrucción de la verdad, el descrédito de la imparcialidad y el negacionismo de la objetividad.

La reacción contra la objetividad y la verdad viene de activistas que pretenden convertir los periódicos en centros de adoctrinamiento masivo para defender causas que se supone que están por encima de la verdad, como el cambio climático o el movimiento LGTBIQ+. Como reconoció el periódico progre inglés por antonomasia, The Guardian, consideran que no solo es ético sino que es su deber mentir y exagerar en nombre de "causas nobles", contrarrestando el negacionismo climático, por ejemplo, con una campaña de signo contrario, el alarmismo climático. Este desprecio por la verdad en nombre de una presunta "justicia social" es la que ha arrojado a El País y Soledad Alcaide a blanquear a la extrema izquierda y ultra disimulando que no existe. Pero la mona de la extrema izquierda sigue siendo ultra por mucho que trate la Defensora de El País, así como los negacionistas de la verdad y la objetividad, de pintar a los tigres del mal como gatitos achuchables.

¿Qué es ultra?, dices, Soledad Alcaide, mientras clavas una puñalada trapera de mentira, manipulación y maldad a los lectores (¡y lectoras!) de El País. ¿Qué es ultra? ¿Y tú me lo preguntas? Ultra... eres tú.

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