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Agapito Maestre

Ortega y Zambrano. Dos exilios y un denominador común

Ortega tuvo más que suerte. Visto el historial de Manuel Muñoz Martínez, la huida de Ortega de Madrid fue milagrosa.

Ortega tuvo más que suerte. Visto el historial de Manuel Muñoz Martínez, la huida de Ortega de Madrid fue milagrosa.
Ortega y Gasset con algunos alumnos, entre ellos, María Zambrano. | Archivo

Quien trate de investigar sobre las relaciones entre Manuel Muñoz Martínez (MMM), Director General de Seguridad, durante los seis últimos meses del año 1936, y María Zambrano, pensadora exquisita de la ideas de Dios y España, hallará fácilmente materiales en abundancia para escribir más de un libro. Bastaría trabajar unos días en la Fundación María Zambrano, en Vélez-Málaga, y consultar algunos documentos protegidos en el Archivo Histórico Nacional, especialmente la Causa General y actas de diferentes Consejos de Guerra, para que cualquier investigador serio volviera a hacerse las siguientes preguntas: ¿influyó MMM en la vida y obra de Zambrano?, ¿pudo inducir MMM alguna conducta o idea de MZ o, por el contrario, influyeron en algo las ideas de MZ sobre MMM?

Entre ese conglomerado de reiterados interrogantes desazona mi ánimo el triste recuerdo de la salida, o mejor dicho, la huida del Madrid republicano de Ortega y Gasset. Contrasto el inicio del exilio de Ortega, en 1936, con el de Zambrano, en el 39, y no puedo dejar de ver lo que tiene en común: el nombre y la persona de MMM. En los comienzos de los dos exilios estuvo involucrado el Director General de Seguridad de la Segunda República: en el del 39, acompañaba a Zambrano a cruzar la frontera de Figueras; y, en el del 39, porque sin su consentimiento jamás habría salido Ortega de Madrid.

Es menester volver a contar, aunque sólo sea de manera sucinta, la salida de Ortega de España, porque quizá ahí hallemos alguna clave para responder al interrogante fundamental: ¿por qué pasó de puntillas María Zambrano a la hora de referirse al creador de las chekas del Bellas Artes y Fomento y, seguramente, uno de los principales responsables de la matanza de Paracuellos del Jarama? A nadie se le oculta en la República de las Letras hispánicas que la salida de Ortega de España fue traumática. Él mismo ha contado en alguna ocasión las circunstancias que le obligaron a huir del Madrid republicano, aunque una carta de Ortega a Victoria Ocampo, que me ha descubierto recientemente mi amigo Pedro de Tena, no deja lugar a dudas sobre el drama vivido por el filósofo en la Residencia de Estudiantes en el verano del 36.

Las presiones ejercidas sobre el filósofo más grande de España por un grupo revolucionario, entre los que se encontraba María Zambrano, para que firmara un Manifiesto a favor de la República debieron ser terribles. La cosa, pues, no es nueva, yo mismo hace tiempo, y siguiendo al propio Ortega y a sus biógrafos, he citado el extraordinario ensayo de Ortega, escrito en 1937, En cuanto al pacifismo, incorporado más tarde al Epílogo para ingleses de La rebelión de las masas, en el que deja las cosas en su sitio: "Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad".

Se ha contado, sí, muchas veces ese dramático episodio, pero no siempre los relatos han tenido similar fortuna. Por ejemplo, José Ortega Spottorno, hijo de Ortega, en Los Ortega afirma que fue el acto más desagradable vivido por el filósofo antes de abandonar España. No entra, sin embargo, Ortega Spottorno en los detalles, y deja en manos de su hermana, Soledad Ortega Spottorno, la explicación que ella ofrece de estos sucesos en su obra Imágenes de una vida. En términos generales esas evocaciones son ajustadas a la realidad. Son visiones, diríamos con lenguaje de hoy, políticamente correctas. Pero se echa en falta un poco de pasión, o mejor, carecen de los matices necesarios para comprender la tensión entre la alumna, María Zambrano, que hablaba en nombre de los revolucionarios, y el profesor Ortega que se negaba a firmar algo que desaprobaba. Porque este desencuentro, según diferentes fuentes, marcó de modo relevante la vida y la futura filosofía de María Zambrano, es obligado recordarlo, e intentar reconstruirlo con la información disponible.

Regresemos, pues, al verano del año 1936. Zambrano forma parte, desde el mismo día de su fundación, del grupo político que le exige la firma a Ortega. Sí, el 18 de julio. Nueva era, según el verso de Alberti, Zambrano suscribe y participa en la redacción del Manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AICD). Mas, a pesar de estar integrada plenamente en todas las actividades de esta Alianza, Zambrano fue denunciada por otros miembros de la organización por actividades "fascistas", porque había participado en el pasado en la fundación del FE (Frente Español). Algo para nosotros, tanto hoy como ayer, muy difícil de ocultar, entre otros motivos, porque fue en la propia casa de María Zambrano donde se aprobó el manifiesto de este evanescente "movimiento político de juventud", según lo definía el titular del periódico —¿o quizá era la carta de presentación utilizada por los promotores de la cosa?— que lo publicó.

El diario Luz sacó, en efecto, el texto entero del manifiesto en su edición del 7 de marzo de 1932. Había sido remitido al periódico por la La Oficina Política del Frente Español, e iba firmado, en primer lugar, por María Zambrano Alarcón a quien seguían los siguientes firmantes: Eliso García del Moral y Bujalance, Salvador Lissarrague Nóvoa, José Antonio Maravall, Antonio Riaño de Lanzarote, José Ramón Santeiro, Abraham Vázquez y Sáenz de Hermúa. La existencia del FE era evidente y también era una obviedad que muchos de sus miembros, como María Zambrano, estaban vinculados al maestro Ortega. Eran casi todos jóvenes orteguianos. Cosa distinta es que ese grupo tuviera un carácter fascista, aunque algunos componentes del FE fundaron más tarde, en octubre de 1933, otra FE (Falange Española), como antes, en el 31, habían fundado o participado activamente en la Agrupación al Servicio de la República. Un ejemplo, entre otros, en ese devenir político y cultural es el representado por la figura de Alfonso García Valdecasas.

En cualquier caso, y al margen de esas continuidades y discontinuidades siempre relacionadas con la filosofía de Ortega y sus seguidores, fue la propia Zambrano quien exigió ser "juzgada" por las denuncias que había recibido en el seno de la AICD. Ella misma incita y provoca un "juicio" en el que comparece ante otros aliancistas. Alberti y Bergamín acaban zanjando estos problemas. Pero es en el seno de la Asamblea de la Alianza, celebrada el 30 de julio, cuando la propia Zambrano se ofrece para conseguir la firma de Ortega de apoyo a la República. En este ambiente enrarecido, se produjo la visita de Zambrano y su grupo a la Residencia de Estudiantes, donde Ortega estaba enfermo y resguardado, junto a su familia y otros muchos profesores e intelectuales. Lo que allí sucedió, insisto, se ha narrado de múltiples maneras. Algunas de ellas han dado lugar a leyendas oscuras por no decir negras. Tiendo a pensar que son falsas las cosas contadas sobre las amenazas a punta de pistola de Zambrano para que Ortega firmara el papel a favor de la República. Es una exageración. No es creíble. Por el contrario, preferiría quedarme con la la idea que da Aquilino Duque de ese encuentro: "María Zambrano, evidentemente, no obligó a Ortega a firmar ´bajo las más graves amenazas'. Así me lo ha dicho y aunque no me lo dijera yo lo creería igual. María Zambrano se limitó a pedirle al doliente don José que, con entera libertad, firmara aquel manifiesto, pero ella no podía tener la culpa de que el enfermo se sintiera gravemente amenazado, no por ella, sino por la circunstancia en que se producían la visita y la petición".

Y, sin embargo, las palabras de Ortega sobre "las más terribles amenazas" que recibió por parte del grupo revolucionario son incuestionables: "Lo único que pueden oponer es haber tenido que firmar un manifiesto de tres líneas declarando la adhesión al Gobierno de la República. Pero todos ellos saben –y lo repiten– que fue una cosa forzada bajo las más terribles amenazas. Yo me negué rotundamente a firmar –estaba grave en aquellos días– otro que se arremetía contra los militares. Pero esta negativa indignó más a los jóvenes escritores comunistas que volvieron con nuevas amenazas. Entonces dije que solo firmaría tres líneas en que no se fuese contra nadie y que hubiese podido firmar un año antes. Así salió aquello – redactado por no sé quién– y que contrastaba tanto con el manifiesto adjunto de los ‘escritores antifascistas’ que subrayaba su carácter forzado y de despego. Por eso, el periódico Claridad arremetió conmigo culpándome –con razón– de ese resultado contraproducente y haciendo constar que ‘mi filosofía era en la que se habían alimentando las mentes fascistas’. He de advertir que en aquellos días cada delación de este tipo en ese criminal periódico solía ser seguida a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas de fusilamiento. Yo comprendí, sin embargo, que antes querrían obligarme nuevamente a algo en que mi nombre fuese utilizado en su beneficio. Y, en efecto, pocos días después volvieron –yo en la cama, medio muriendo– para que ¡hablase por radio a América! Haciendo intervenir a algunos más sensatos conseguí una demora que pude aprovechar para escapar con todos los míos, aunque no podía sostenerme en pie".

Algo era evidente en esa dramática situación: la vida del filósofo corría grave peligro de muerte. Las estaciones del destino de Ortega estaban a la vista: había cambiado de domicilio para no ser atrapado por los odios revolucionarios, se refugió enfermo y amenazado en la Residencia de Estudiantes y, al fin, planificó su huida con toda su familia. No quedaba otra, sobre todo, después del escándalo surgido del desencuentro entre Ortega y el comité revolucionario que le exigía plena adhesión al gobierno de la República. O entrega total al Gobierno de la República, que venía criticando Ortega desde diciembre del 31, o salida de España hacia un país cercano. Y es exactamente ahí, en la organización de la evasión de Madrid, planificada por el propio Ortega y no más de dos personas, donde aparece MMM, que en esa época era, nunca olvidemos el dato, el máximo responsable de la seguridad del Gobierno de la República. Nadie podía salir de Madrid sin que él lo supiese. Todos los papeles y pasaportes de salida de la cercada Madrid tenían que pasar por su firma.

El poder de MMM en ese Madrid era total. Todo eso Ortega lo sabía, como también conocía la relación entre la hermana de su alumna María Zambrano y MMM, entre otras razones porque era asunto público. Imagino que en esas circunstancias las suspicacias de Ortega, ya de por sí hombre muy precavido y razonador, sobre MMM y su entorno aumentaron de forma dramática. Había que conseguir que el Director General de Seguridad firmase el permiso de salida y, lo que era más importante, una vez conseguida la firma que nadie supiese, empezando por el firmante, el día y la hora de la fuga. Había que actuar con absoluto sigilo para que nada ni nadie abortase, bajo cualquier pretexto revolucionario, la salida de España del mayor crítico de la revolución que ha dado el siglo XX. La cosa era peliaguda: quien firmaba el camino hacia la libertad, MMM, no debería enterarse del día y la hora de la partida. Recuérdese que miles de asesinatos en esa época se producían, cuando los encerrados al salir libres de las chekas —cuya organización original corrieron a cargo de MMM—, había grupos de hombres armados que acompañaban a los desorientados liberados a dar "un paseo"… A la otra vida. Ortega tenía que eludir ese riesgo. Lo hizo con la ayuda de un gran amigo.

Sí, Don Vicente Iranzo Enguita, antiguo miembro de la Agrupación al Servicio de la República, médico, tres veces ministro en gobiernos de la República, entre 1933 y 1934, retirado de la política, y amigo de Ortega fue la persona que consiguió los pasaportes con la ayuda de su joven hijo. No se fiaba de nadie más. Merece la pena leer de la pluma de Vicente Iranzo (hijo) el sigilo con el que fueron preparados todos los "trámites" para salir de Madrid, porque ahí podemos comprobar el decisivo rol que desempeñaba en ese Gobierno MMM. Escribe Iranzo: "Casi todos los días llevé a mi padre a visitar al enfermo (…). En los últimos días de agosto D. José y mi padre me enteran de que están prácticamente resueltos todos los complejos trámites para conseguir el pasaporte y su salida, salvo el último, pero definitivo trámite: la firma personal (no sirve la estampilla) del Director General de Seguridad (MMM) (…). El día 29 de agosto, por la mañana, recibo de las manos de D. José los pasaportes, y de mi padre, la orden tajante de que esa misma noche los devuelva, ya firmados, pues el viaje está organizado para la noche del día 30 y no puede sufrir ningún aplazamiento. Como la hora de la firma del Director General era de 8 a 9 de la noche, quedé en estar de vuelta en la Residencia entre 9 y 9 y media. Las cosas se complican. Mejor dicho, se retrasan, y no volví hasta bien pasadas las once. Desde entonces han transcurrido muchos años (…), pero la imagen de Ortega sentado en la muy austera cama de estudiante, con cara de muy enfermo y gesto de extraordinaria fatiga la tengo ante mí como si fuera hoy. Está acompañado por su esposa, por D. Alberto Jiménez y alguna otra persona. Su mirada inquisidora me pregunta, sin palabras, y le contesto con un leve gesto afirmativo. Con gran sorpresa de sus acompañantes y mía, les ruega salgan todos de la habitación (…). Le entregué los pasaportes e intenté despedirme (…). Al atardecer del día siguiente, 30 de agosto, partieron en automóvil (…). Este viaje fue uno de los secretos mejor guardados, ni los más íntimos de los protagonistas se enteraron, ni incluso alguno de los que con su firma lo habían autorizado".

Más que decisivo, era determinante para Ortega que no se enterara MMM de la fecha y hora de salida. No se fiaba del "cuñado" de María Zambrano. Hizo bien. Después de lo que se ha investigado y sabido sobre los procedimientos represivos del responsable máximo de la (in)seguridad en el Madrid del 36, Ortega tuvo más que suerte. Visto el historial de MMM, la huida de Ortega de Madrid fue milagrosa.

Anexo.

Manifiesto del Frente Español. ( Luz, 7 de marzo de 1932).

Un movimiento político de juventud. Frente Español.

Un grupo de jóvenes —estudiantes o recién salidos de las aulas— nos envía el siguiente llamamiento al país para la constitución del Frente Español:

El advenimiento de la República fue una coyuntura sin igual para que España recobrará su ruta histórica, para que crease un Estado capaz a un tiempo de responder a la intimidad de su espíritu y de afrontar los tremendos problemas que agitan a la sociedad actual.

Todo cuanto se ha hecho en España a partir de aquel momento han sido tanteos en el vacío.

Era de esperar. Fue uno más entre los males de la Dictadura que su autocracia inepta vivificó transitoriamente y por contraste una política agonizante o muerta ya por el mundo. Es la política que hoy padecemos. La del liberalismo y la democracia ¿naturalistas? del siglo XIX. Una política que no consiguió salvar el único valor perenne de la idea liberal: el sentido de respeto a la dignidad espiritual del hombre. Que consiguió, en cambio, romper la unidad del cuerpo social, desencadenar las luchas de clase, entregar inermes a los hombres a fuerzas económicas ciegas hipertrofiadas en crisis catastróficas. Política que nunca supo que el estado tenía por fin y deber ineludibles representar y servir al bien común con todos sus medios. Que, por el contrario, cifraba su perfección en cruzarse de brazos, en "dejar hacer y dejar pasar" cuanto en la sociedad tuviera a bien ocurrir. Aterrada, "impotente ante las fuerzas subterráneas que evocó su conjuro", esa misma política lanza con posterioridad al Estado a un intervencionismo sin plan y sin medida. Inútil traición a sus propios principios. Pues la formación política y el proceso económico no dejaban de seguir entregados al "Libre juego de la naturaleza".

Y he aquí los resultados a que tal política está conduciendo a España. El Parlamento no ha sabido organizar la República española. La Constitución ha sido el producto transaccional de partidos de aluvión que no representan la voluntad ni las necesidades de España. La idea de la Nación española, el sentimiento de una común empresa de la totalidad del pueblo español, ha estado ausente de ellos. Han ignorado que el interés de España está por cima de las combinaciones de partido. Al mismo tiempo, una serie de medidas económicas carentes de unidad, de prudencia y de valentía provocan una parálisis en la producción, que es hambre en el pueblo y aniquilamiento de la sociedad. Y mientras la crisis se agudiza florecen de nuevo los más viejos tópicos parlamentarios, la más hueca fraseología política, la peor demagogia que en una turbia propaganda social desvía al pueblo en las rutas más estériles.

Han sacado de quicio todas las cuestiones. Cuando tanta cosa nueva había que acometer han resucitado las más trasnochadas. No es un azar, sino un síntoma de la enfermedad de la política presente que la mayor pasión e incomprensión se hayan puesto en la cuestión religiosa. Y lo que debió ser un deslinde objetivo de campos que asegurase las prerrogativas del Estado se ha convertido en ocasiones en una persecución del sentimiento católico. Con menoscabo del mismo Estado al que no es lícito mediatizar para fines semejantes. El Estado no tiene misión religiosa alguna que cumplir ni misión religiosa alguna que estorbar. Y es una política antinacional la que, en vez de atenerse a esta verdad, ofende a la religión católica y dificulta la expresión de su espíritu universal.

Con todo ello han conseguido lo que debió parecer increíble: vigorizar una reacción que, si se aferra a los principios tradicionales muy desigualmente merecedores de respeto, acaso sólo encubre con ellos un único afán verdadero: el de un retroceso imposible a un imposible estado de cosas. Y el dilema criminal que entre unos de otros ofrecen a España es éste: descomposición o anquilosamento; en ambos casos, muerte.

Contra uno y otro bando nos alzamos nosotros; así lo exige la nueva voluntad de España; al movilizarnos contribuimos a abrir paso al triunfo de su espíritu. Creemos en la renación española. Y esta no será posible ni con la actual democracia parlamentaria ni con las dictaduras de clase. En uno y otro caso España sería un satélite o un peón en el juego de fuerzas extranjeras. España tiene hoy en el mundo una misión propia que cumplir: la defensa de los valores universales del espíritu frente a los materialismos que amenazan destruirlos: el materialismo capitalista, que bajo las apariencias?? afirmaciones de libertad mantiene una organización caótica y una explotación inicua, y el materialismo marxista, que es también explotación, y que al socaire de una supuesta formula de remedio económico quiere imponer su visión de resentimiento social, su ateísmo repulsivo, su negación de toda jerarquía espiritual. Es intolerable esta turbia mezcolanza de ideas y valores. El problema económico es un problema técnico. Hay que resolverlo con toda la objetividad y rigor que como a tal problema técnico le corresponde, sin más contemplación a los intereses creados que la que exija la misma técnica de su solución, sin implicar tampoco en ella la negación de valores, a cuya jerarquía no tiene que rozar.

Al comenzar nuestra campaña no ofrecemos un programa acabado de política. Pero a más de cuanto resulta de lo expuesto queremos concretar nuestra actitud en los siguientes puntos iniciales:

Primero: El Estado es estado de la comunidad nacional. Todo interés parcial ha de subordinarse al bien común, representado por el Estado. Las instituciones del Estado, los partidos políticos, tienen sólo valor instrumental; su forma y existencia quedan supeditadas a las necesidades del bien común.

Segundo. Eliminación del sistema individualista económico del capitalismo en su desorganización anárquica. El principio rector de la economía debe ser el bien común y no el lucro individual. Pero en cuanto acicate de la producción instrumento del bien común es el lucro ha de asegurarse plenamente del particular. La relación económica entre el bien común el lucro individual se establece por medio de un plan de Estado, que someten la producción del consumo y el mantenimiento de un nivel medio económico estable. En el plan económico de Estado encuentra solución el problema del paro, mediante la justa regulación de la producción y haciendo que la disminución de demanda de trabajo, consecuencia del perfeccionamiento técnico, recaiga como un beneficio sobre todos los miembros de la comunidad.

Tercero. Al Estado nacional competen las materias de interés común nacional. Las de interés regional serán confiadas a instituciones regionales. Se constituirán las demarcaciones económicas para su mejor desarrollo y coordinación con la economía nacional.

Cuarto. Organización funcional de la sociedad por criterios de trabajo, sindicación de productores. Elevación de los sindicatos a organismos de gestión social y económica del Estado.

Quinto. Exaltación, defensa y propagación de los valores espirituales, cumplimiento de la misión histórica de España. Respeto a todas las manifestaciones de espíritu hispánico-local.

Por mucho que el tiempo apremia, hemos de ir paso a paso. No cabe improvisar soluciones. La inteligencia de los problemas de la sociedad actual exige un trabajo de pensamiento colectivo profundo y perseverante. Por ello es esencial la formación de centros de estudios para elaborar las soluciones concretas en las líneas del plan de Estado. Pero no hemos de reducirnos al estudio. Nuestros principios son diáfanos. Sabemos claramente qué valores tenemos que defender y contra quiénes hemos de luchar. Es así igualmente esencial una organización disciplinada de acción y propaganda. Hasta donde lleguen nuestras fuerzas defenderemos las posiciones que al respeto de España se deben. Competiremos contra toda significación política contraria a la nuestra. Nuestra táctica no impide el apoyo transitorio a fuerzas o movimientos políticos que es en un momento dado merezcan ayuda frente a otros, pero sí excluye todo compromiso o transacción con ninguno.

Nuestro llamamiento se dirige a todos los españoles que sientan la historia y el porvenir de España. Aceptamos todo ayuda y aportación leal. Pero a los miembros activos de nuestra formación pedimos mucho más. Buscamos a los que sientan amor por lo simple y escueto, afán de contornos exactos y fines precisos, desvío por dos palabras sin rigor y las ideas vagas. A los que quieran pensar sobriamente las cosas y realizarlas con fría pasión, a los ávidos de vivir con plenitud y entusiasmo en equipos de lucha por nuestra común empresas de cultura española. Les llamamos a una vida militante. Necesitaremos poner en la lucha todo cuanto somos y cuanto podemos, todos nuestros medios y todo nuestro ser. No hay opción. La vida de España exige que le consagremos nuestras vidas. Pero ninguna tarea mejor podría ofrecerse a la juventud española.

Por la Oficina Política, María Zambrano Alarcón, Eliso García del Moral y Bujalance, Salvador Lissarrague Nóvoa, José Antonio Maravall, Antonio Riaño de Lanzarote, José Ramón Santeiro, Abraham Vázquez y Sáenz de Hermúa.

Domicilio: avenida de Pi y Margal, número 18, piso quinto, cuarto 32

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