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Santiago Navajas

¿Qué nación, Buxadé?

Buxadé y Contreras parecen estar mezclando la nación política, en minúscula, con una Nación metafísica o cultural.

Buxadé y Contreras parecen estar mezclando la nación política, en minúscula, con una Nación metafísica o cultural.
Jorge Buxadé. | Europa Press

"La condición de miembro de una Nación no es un documento de identidad" escribía Jorge Buxadé, cerebro de Vox, en Twitter. Lo que es trivialmente falso pero profundamente verdadero. Todo depende de qué concepto de nación usemos en cada caso. Trivialmente falso porque, como le respondieron algunos, los inmigrantes con nacionalidad española son definitivamente españoles sea cual sea el color de su piel, su religión, su lengua materna o sus costumbres. Como también son españoles los que han nacido en Cádiz o Vigo de padres españoles pero llevan una camiseta del Chelsea, solo ven películas Marvel y cuando les hablan de Quevedo piensan en el reguetón.

Pero también es profundamente verdadera la reflexión de Buxadé porque pertenecer a la Nación (con mayúscula) presupone mucho más que un mero certificado burocrático. Del mismo modo que la letra sin espíritu que la anime y sin sentimiento que haga vibrar es letra muerta, una nación que no esté animada por el espíritu cívico, el conocimiento de la cultura y el amor a la tradición, así como el respeto a los ancestros, es una nación zombi. Es la diferencia que hay entre una planta de plástico y una planta viva.

Pero, ¿qué es una nación? ¿Y una Nación? Buxadé entronca con el parlamentario de Vox Francisco Contreras que defendió que "sólo merecen nuestra nacionalidad quienes estén dispuestos a abrazar el esfuerzo colectivo, nuestra cultura y nuestra historia". Buxadé y Contreras parecen estar mezclando la nación política, en minúscula, con una Nación metafísica o cultural. La primera es una invención originariamente liberal tal y como la cifró Sieyes en la época de la revolución francesa:

La nación es un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y que están representados por la misma legislatura.

Tal y como lo describe Sieyes, una nación se parece a un club social, organizado a partir de afinidades electivas. Obedece, por tanto, a la lógica del mercado y de las relaciones en sociedades complejas con multitud de intereses, necesidades y cosmovisiones. Desde este punto de vista, tener un DNI es como tener la tarjeta de compra de El Corte Inglés. Es decir, la nación es un contrato como una hipoteca o un contrato de compraventa de una lavadora. Ante este idea de nación política se rebelan los tradicionalistas, los conservadores, los reaccionarios. Como Joseph de Maistre, que protesta en nombre de la nación metafísica:

Una asamblea cualquiera de hombres no puede constituir una nación. Una empresa de ese género merece alcanzar un lugar entre las locuras más memorables.

Para Maistre, la nación es una entidad anterior a la nación política porque está enraizada en un sustrato étnico que lo vincula a la sangre y la lengua. La nación política, la que se funda en el Estado, está determinada por aquella. Mientras que la nación política en Sieyes está abierta en principio a cualquiera que quiera forma parte de la sociedad, para Maistre el requisito de pertenecer a la comunidad de sangre y lengua es lo que establece la condición necesaria de pertenencia. La visión de Maistre reproduce la visión clásica de los que exigían abrazar el cristianismo y hablar castellano para poder ser considerados españoles. Vox, vía Buxadé y Contreras, recogen el testigo de los que expedían pasaportes de idoneidad nacional según se "hablase cristiano" o se certificase pureza de sangre.

La visión de Sieyes la representa en la actualidad política española Isabel Díaz Ayuso cuando respondió a Rocío Monasterio que: "En el caso de las bandas latinas, muchos de sus integrantes son migrantes de segunda generación, que son tan españoles como usted, como Abascal o como yo".

¿Es un inmigrante de segunda generación tan español como los que tenemos ancestros de ocho generaciones? En cuanto a nación política, lo es obviamente dentro del régimen liberal en el que vivimos. Para no lo es para nada dentro de la Nación metafísica que parecen defender Vox a través de Buxadé y Contreras. Pero cabe introducir ahora una tercera versión de la nación, la cultural. Aquellos que pertenecen a la nación cultural no es que sean españoles, es que son, si me permiten la expresión, superespañoles, un título simbólico que no está registrado ni en el DNI ni en el ADN, sino en el espíritu de cada persona que abraza una tradición ligada a unas costumbres, una lengua, un modo de ser. Paradójicamente puede ser más superespañol un miembro de una banda latina de segunda generación que un nacionalista de ocho apellidos españoles.

Pongamos el caso de Orson Welles. No nació en España, nunca tuvo la nacionalidad española, sin embargo, era culturalmente más español que el 99% de los españoles. Por si hubiera alguna duda, quiso que lo enterrasen en Ronda, en la finca de su amigo el torero Antonio Ordoñez. Welles amaba la España más profunda, una vibración de la cultura de una determinada longitud de onda de pensamiento y emoción que resulta invisible tanto al turista accidental como al patriotero de la pulserita rojigualda. En 1960 le hicieron una entrevista a Welles en París y el periodista le preguntó dónde le gustaría vivir. Welles se le pensó un momento y respondió algo que sorprendió al periodista, qué no sabía de qué lugar le hablaba: "Si pudiera elegir un lugar donde vivir sería España y en concreto Ávila". El director de Ciudadano Kane explica que Ávila "está en el centro de España. El clima es horrible, muy cálido en verano, muy frío en invierno. Es un lugar extraño y trágico. No sé por qué siento algo muy especial". ¿Quién no se ha enamorado de una ciudad, de sus gentes, paisajes, gastronomía, literatura, su aroma y sus sonidos al punto de querer compartir sus avatares sintiéndolos como propios? Poco después, en 1965 rodó en Ávila su shakesperiana Campanadas a medianoche, una de las más geniales películas españolas jamás realizadas. Y es española no solo porque lo era el productor, Emiliano Piedra, sino porque también lo era, aunque no tuviera la nacionalidad, su director.

Una Nación con mayúscula que sea una ensoñación metafísica falla estrepitosamente a la hora de establecer cuáles son las propiedades estructurales de lo que sería España como "unidad de destino en lo universal". Por otro lado, la nación política que establece el DNI es una condición suficiente para establecer la ciudadanía con unos requisitos meramente formales de nacimiento y permanencia. Pero si no queremos que España se convierta en una nación zombi necesitamos un concepto de nación cultural que sea más profundo que el meramente burocrático. Otra distinción importante respecto a la nación cultural es si es abierta a lo Tocqueville o cerrada a lo Maurrás. La Nación cultural cerrada es aquella que trata de expulsar a aquellos que no pertenecen a "un sol poble", que dicen los nacionalistas catalanistas, ya sea por tener un RH diferenciado o un ADN especial, una lengua "superior" o una versión sesgada de la historia que subraye el protagonismo de una determinada etnia o religión.

Una nación cultural que sea abierta e invite a la integración a los "de fuera" y que evite que los "de dentro" caigan en el papanatismo internacionalista made in USA. Solo se es superespañol si se conoce, valora y respeta la tradición cultural que engloba a moros y cristianos, la Alhambra y la catedral de Burgos, El quadern gris de Josep Pla y Averroes, Alonso Quijano y Cide Hamete Benengeli, Luis Buñuel y Orson Welles. Más allá de los españoles del DNI y más acá de los españoles del ADN hay un espacio para los españoles que consideran que España no es una marca como Coca Cola ni tampoco una reliquia fosilizada, sino una reencarnación constante de los españolísimos Camarón y Morente, Lorca y Dalí, Góngora y Quevedo (el poeta, no el regatonero). Una España profunda en la que se encuentren esas varias Españas que han venido matándose los últimos siglos. La única España que seguirá viva cuando gracias a la mezcla de estupidez, odio cainita, narcisismo de la diferencia y ombliguismo particularista los españoles consigan que ya no exista España.

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