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Santiago Navajas

Hayek sobre inmigración

La integración consiste en el reconocimiento de que en el espacio público tiene preeminencia la Constitución sobre el Corán, la Biblia o el Bhagavadgītā.

La integración consiste en el reconocimiento de que en el espacio público tiene preeminencia la Constitución sobre el Corán, la Biblia o el Bhagavadgītā.
Rishi Sunak. | Flickr/CC/UK Prime Minister

¿Hay algún problema con la inmigración y la pluriculturalidad? Veamos un par de casos paradigmáticos. Rishi Sunak nació en Southampton de padres de ascendencia india que emigraron a Gran Bretaña desde el este de África en la década de 1960. Tras suceder a Sajid Javid, británico de origen panyabí-pakistaní, como ministro de Hacienda con Boris Johnson, se convirtió en primer ministro de Gran Bretaña tras relevar a Theresa May. Es una de las personas más ricas de su país (unos 800 millones de euros junto a su mujer, que es india de nacimiento). Su religión es hindú. (Recordemos que Boris Johnson se convirtió en el primer ministro británico católico desde la Reforma de Enrique VIII).

En Estados Unidos la etnia con unos ingresos anuales más altos no son los blancos sino los indios (originarios de la India) con una media de 100.000 dólares frente a los 59.000 de los blancos y los 56.000 de la media general (2015, US Census Bureau). También le va mejor que a los blancos a los de Taiwan, Filipinas y otras zonas asiáticas. En Estados Unidos, un país creado a partir de diversas avalanchas de comunidades religiosas y culturales diversas, están acostumbrados a convivir con la pluriculturalidad dentro de un marco de referencia legal y ético común que permite una amplia variedad siempre y cuando no se dañe irreparablemente a las otras comunidades y ciudadanos.

Europa fue construida en la Modernidad a través de la homogeneización, por lo que resulta más difícil políticamente gestionar las diferencias culturales. Un ejemplo de esta incomprensión es la candidata de Vox Rocío de Meer, que en un tuit llamaba a la Reconquista porque unos musulmanes se habían manifestado en Suecia enarbolando el Corán. Lo que no decía la política conservadora es que seguramente esos musulamenes agitaban su Libro Sagrado porque la semana pasada un extremista cristiano de origen sirio había quemado un Corán en público. Seguramente si un islamista hubiese hecho arder una Biblia, también Rocío de Meer se habría manifestado con su Libro Sagrado a modo de reivindicación y protesta. No es de buena educación ir quemando Libros Sagrados y llamando a la Guerra Santa. Todavía peor es ver la paja en el ojo ajeno, no la viga en el propio.

Por el contrario, en EE.UU. la diversidad religiosa y cultural se ha gestionado mejor, aunque, claro, no siempre se han podido evitar los roces. Series como Los Simpson (donde en una sola calle hay varios credos religiosos entre los que es fácil transitar como quien cambia de supermercado) o The Offer (sobre cómo una tropa de italianos en Hollywood consiguieron hacer una película sobre su comunidad, El Padrino, en la que consiguieron que su particularidad católica, mediterránea y latina se hiciera universal a través del arte)

Se suele confundir el relativismo y el multiculturalismo, por un lado, con el pluralismo y la pluriculturalidad. Para el primer paradigma no hay ningún marco común para todos los humanos, por lo que no cabe hacer crítica ni plantear límites a una comunidad desde otra comunidad. Se debe aceptar cualquier costumbre y ni siquiera cabe formular una crítica, no digamos ninguna prohibición. No solo se niega la asimilación, sino también la integración. Para el relativismo, la sociedad estaría formada por unos ciudadanos aislados y autárquicos, unas especies de mónadas definidas de manera interna sin posibilidad de comunicación ni empatía con otras mónadas, condenadas a únicamente tratar con ellas mismas, siendo sus integrantes una especie de siervos sometidos a los dictámenes de la casta que se haga con el monopolio de la interpretación de sus normas. Sin embargo, para el liberalismo, el paradigma de la tolerancia y el pluriculturalismo lleva a la integración de las diversas culturas y religiones dentro de un marco común político y también cultural que es compatible con la unidad metafísica de la especie humana fundamentada en unas comunes facultades lingüísticas, morales y conceptuales.

No es lo mismo la integración que la asimilación, otro error conceptual. No cabe exigirle a los musulmanes e hindúes que se vuelvan fans de la carne de cerdo, lo que además haría elevar muchísimo el precio, pero sí que adecuen sus prácticas gastrorreligiosas a los estándares de bienestar animal y seguridad alimentaria de la UE. Lo que vale para un ganadero de Córdoba que ha tenido que dejar de hacer matanzas en su cortijo por los imperativos veterinarios de la UE, también es de obligado cumplimiento para un inmigrante de Tetuán o Lahore. La integración consiste en que en su casa cada cual come (o no) lo que dicta su Libro Sagrado, pero siempre bajo supervisión de la ciencia y las leyes. Es decir, el reconocimiento de que en el espacio público tiene preeminencia la Constitución sobre el Corán, la Biblia o el Bhagavadgītā.

En este sentido, cabe mencionar lo que decía Hayek sobre su juventud en la plural, pluricultural y más o menos tolerante Viena de principios del siglo XX. Hayek no era judío, como suele creerse, sino que nació católico y más tarde derivó hacia el agnosticismo aunque no le gustaban las religiones abrahámicas, como el judaísmo, el islam y el cristianismo por su tendencia hacia la intolerancia al basarse en un libro sagrado, lo cual hace fácil que la disensión se convertía en herejía, y la herejía conduzca a la expulsión o la hoguera. Prefería el budismo. Lo explica en una entrevista recogida en Hayek sobre Hayek. Mises sí era judío y según contó Hayek, que conocía de primera mano las fronteras entre grupos étnicos e ideológicos en Viena, fueron también judíos los que impidieron su progresión académica por las querencias liberales de su maestro entonces. A Hayek, por otro lado, los judíos trataban de impedirle que hablase de cuestiones judías porque sería coto reservado de la etnia. Cuando propuso denominar a la Sociedad Mont Pelerin como "Acton - Tocqueville" fueron los liberales norteamericanos, fundamentalmente protestantes y judíos, los que se opusieron por no darle una impronta católica.

Hayek también fue testigo de la última vez que las fronteras eran porosas y se podía viajar entre países sin demasiadas trabas administrativas. Pero la creación y expansión de los Estados de Bienestar han hecho que los Estados y los ciudadanos sean mucho más precavidos a la hora de aceptar que personas de otras latitudes se puedan beneficiar de un sistema de salud, educación y salvaguardas económicas respecto al que no han hecho nada por contribuir, ni ellos ni sus antepasados. Estos costes externos a los ciudadanos nativos no solo son injustos, sino que pueden poner en peligro el frágil equilibrio de un sistema que depende de interrelaciones generacionales, territoriales y patrimoniales que amenaza constantemente con irse al traste por la dialéctica entre demandas crecientes en el corto plazo y la sostenibilidad económica en el largo plazo.

De todo lo esbozado anteriormente se sigue que, como muestra el modelo anglosajón, la inmigración es favorable económica y culturalmente siempre y cuando se desarrolle en un contexto liberal en el que exista flexibilidad en el mercado laboral y se garantice la igualdad de oportunidades (sobre todo a través del sistema educativo) de modo que las personas provenientes de otros países, culturas y religiones puedan desarrollar todo su potencial en el marco de una Ilustración que incentive que los más arriesgados e inteligentes puedan imponerse a las versiones más reaccionarias, estúpidas y violentas.

En su última obra, La fatal arrogancia, Hayek formuló:

Hemos llegado a ser hombres civilizados precisamente como resultado del aumento del número de seres humanos que, por otro lado, la civilización ha hecho posible: podemos ser pocos y salvajes, o muchos y civilizados.

Muchas culturas, pero civilizadas: hacia el pluriculturalismo liberal en lugar del multiculturalismo relativista o el monoculturalismo reaccionario.

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