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Pedro de Tena

Lo que dejó la campaña: disfraces electorales que no ocultan la verdadera esencia de la izquierda

De "la planchadora" al "hombre infinito", el espectáculo ha sido fastuoso. Lo difícil es saber si de verdad algún licitante compra sus averiadas mercancías.

De "la planchadora" al "hombre infinito", el espectáculo ha sido fastuoso. Lo difícil es saber si de verdad algún licitante compra sus averiadas mercancías.
Yolanda Díaz, planchando en su casa. | Público

Si los filósofos han sido y son sujetos fáciles para la burla y la risa, injustamente me parece, por su figurado distanciamiento de la realidad cotidiana, imaginen cómo será la carcajada general si concurren en el escenario unos políticos que se disfrazan en plena campaña electoral de gente buena y corriente, aunque antes falconeasen, nos desplantaran a sus anchas en una pandemia, nos frieran a impuestos, nos flagelaran con la inflación o pedaleasen limpiamente, qué poco arte, escoltados por coches con energías sucias.

Si Aristófanes se mofaba del propio Sócrates en su obra Las Nubes, de la que se extrajo la creencia, todavía vigente, de que los pensadores se andan por las ramas y no ven lo que tienen delante, Luciano de Samósata dio un paso más y propuso cómicamente una subasta de filósofos por la que desfilaron desde Pitágoras a Demócrito, desde Epicuro al propio Sócrates, entre otros.

En la obra del ilustre abogado, conferenciante y finalmente funcionario del Imperio Romano de Marco Aurelio y Cómodo, escéptico y crítico contra la mentira y la simulación, destaca una pieza que, titulada libremente, podemos llamar –así lo hizo Fernando SavaterLa subasta de los filósofos, una sátira inmisericorde de la insuficiencia de la filosofía para comprender la realidad. Y se le ocurrió, genialmente, que los filósofos se ofrecieran a ser comprados en almoneda exponiendo sus cualidades a ver qué tal.

Para advertir la sagacidad y el bisturí analítico de Luciano, baste este fragmento de la subasta de Sócrates:

COMPRADOR: ¿Cómo te compraré? Necesitaba un pedagogo para un hijo hermosísimo que tengo.

SÓCRATES: ¿Hay nadie mejor que yo para compañero de un bello muchacho? Yo no amo la hermosura de los cuerpos, sino la de las almas. Así es que no oirás que haya faltado en lo más mínimo a todos los que han podido pasar conmigo la noche bajo el mismo cobertor.

COMPRADOR: ¡Eso es increíble! ¡Un hombre amante de los niños habrá de cuidarse sólo del alma, cuando, estando bajo el mismo cobertor, tiene libertad para ello!

SÓCRATES: Lo juro por el perro y el plátano.

Eso nos da una idea de qué pasaría si en uno de los mercados de España se subastaran algunos políticos de los que han competido en esta campaña electoral. La mayoría de ellos, por anodinos (mentirosos compulsivos, dogmáticos de libro o moderados de postureo), no obtendrían buen precio de salida ni de venta, pero hay tres de ellos que por su cinismo extravagante, su estado mental gaseoso y su falta del sentido del ridículo harían las delicias de los postores.

Me referiré en exclusiva a los políticos de izquierda porque los de la derecha no tienen la capacidad innata para la mentira y el disfraz que ya denunciara Julián Besteiro de los comunistas: "Himalaya de falsedades", les atribuyó. Los políticos de la derecha tienen otro problema: su ineptitud e insensibilidad elitista para darse cuenta de quiénes son sus amigos y sus enemigos y de elaborar estrategias adecuadas para atraerlos o derrotarlos. Pero como estamos al final de la campaña electoral, ciñámonoss a los que embozan su desprecio a la democracia y a la verdad bajo diferentes jaeces.

Como ya es sabido, pero poco repetido, la izquierda que bebe en el marxismo y sus variantes siempre está disfrazada en una democracia. Marx no creyó nunca en la democracia "burguesa" o formal. De Lenin, Trotsky, Stalin o Mao mejor ni hablar. Por ello, necesitan encubrir sus intenciones de futuro –la dictadura, que ahora "no mola"— , con máscaras diversas. En estas elecciones hemos visto que las elegidas para el avío han sido la verdad, la humildad y la mística cosmológica.

El cretense

La careta más sibilina de estos comicios ha sido la del cretense de Pedro Sánchez, cualidad destacada aunque naciera en Madrid. Ya sabrán que hay una célebre paradoja que dio lugar a numerosos debates sobre su precisión y coherencia. Es la famosa paradoja del cretense o del mentiroso que data de los tiempos clásicos. Puede formularse así: "Todos los cretenses son mentirosos, dijo un cretense". Dicho así, parece que es imposible saber si es verdadera o no la afirmación sobre el carácter mentiroso del cretense.

Con este maquillaje, acusando a todos los demás de mentir tanto como él, Sánchez ha intentado lo imposible: que su figura cayera bajo el amparo de la paradoja y que nadie pudiera saber quién es el mentiroso. Su tapujo de la paradoja puede formularse así: "Todos los políticos son mentirosos, dijo un político". De ese modo, se siembra la duda y se generaliza el juicio peyorativo sobre todos, camuflando así la propia conducta.

Ricardo García Damborenea, que hizo un interesante libro sobre las falacias, alude en sus páginas a las técnicas esenciales para atacar una opinión que no es realmente la del adversario sino una ficción o deformación de quien la propina: "A) atribuirle una postura ficticia; B) deformar su punto de vista real. La primera se inventa un adversario que no existe; la segunda lo modifica sólo en parte". De ahí el intento del sanchismo de calificar de mentirosa a la oposición para enredar las conciencias y las decisiones ciudadanas.

Lo que ocurre es que nadie ha mentido tanto y tan continuamente en la historia reciente de España y el plumero se le ha visto. Como todo el sanchismo es una impostura radical ab initio, cabría reformular la encrucijada lógica de este modo: "Todos los políticos sanchistas son mentirosos", sin añadido alguno porque son todos los demás, incluso los de la misma familia, desde Susana Díaz a Pablo Iglesias, desde Rosa Díez a Paco Vázquez, desde Joaquín Leguina a Tomás Gómez, desde Felipe González a los sindicatos de Correos o altos cargos de la Unión Europea, los que consideran que tal afirmación es una verdad consistente si se contrasta con los hechos comprobados. No hay paradoja tras la que esconderse y nadie en la subasta, compraría a un Pedro Sánchez que se vendiera como representante de la verdad.

La planchadora

Más limitado y menos complejo ha sido el ardid de Yolanda Díaz para venderse en la plaza pública como la "bien planchá", como la llama nuestro incisivo Pablo Planas. Podría haber sido original y convincente ese tapujo de "planchadora" modosa si la interesada hubiera aludido a una forma de ganarse la vida más que a una manera de liberarse de los nervios. Cuando ya se alude a planchar varias horas al día el constructo se derrumba en la perplejidad. ¿Y cómo le da tiempo a todo lo demás?, se pregunta cualquiera. ¿Qué clase de gente tiene a su alrededor, ella tan sola en la vida? ¿No tiene a nadie, ni a un perrito que le ladre?

El diablo, ya se sabe, está en los detalles. Si se advierte, como hizo nuestra Rosana Laviada en una experta pasada de su plancha periodística, que la interfecta, la eternamente Yolanda para unos y fugazmente Joly para otros, no tenía ni idea de planchar una camisa al no empezar por cuello y puños, la farsa estaba tocada de muerte. Además, en su vídeo promocional empuñaba la herramienta con el mismo vestido con el que luego aparecía en un mitin. El olor a chamusquina ya estaba en el aire.

Si lo que quería esta neocomunista bolivariana y acomodada era que la identificaran con la gran, modesta planchadora (Manuel Longares dice que bordadora) y patriota española que fue Manolita Malasaña cuando se arrancaba contra los gabachos en la Plaza del Dos de Mayo (o del "Dosde"), ha errado el tiro porque cada vez menos gente conoce, gracias a la cancelación educativa promovida por ella y sus amigos, quién fue aquella heroína, la Mariana Pineda o Agustina de Aragón de Madrid, que firmó Umbral, cuyo oficio para ganarse el pan era planchar para los demás, claro, que esa es otra.

Cuando los atuendos escogidos no se ajustan convenientemente al personaje se corren riesgos. En este caso, Yolanda Díaz tiene ante sí el peligro de que la relacionen con otra planchadora —que hay muchas, hasta la que fue esposa del asesinado José Canalejas tuvo ese oficio, contó el mismo Manuel Azaña—, que no fue célebre por su heroísmo ni por su patriotismo, sino por un crimen.

Se le conoció como el crimen de la planchadora que nada tiene que ver con la eternamente Yolanda porque ella no es profesional del gremio, pero como compra a veces en Fuencarral, la cosa puede salpicarla en la imaginación de alguno, alguna o algune. Verán: "El 22 de junio de 1902 se escribió un macabro capítulo de la crónica negra nacional. Manuel Pastor, vecino del número 45 de la madrileña calle de Fuencarral, aparecía sin vida en su cama empapado en su propia sangre y con la cabeza hecha jirones. Su sirvienta lo había molido a golpes —hasta 12— con una plancha". Más datos en Madriddiario.

De todos modos, el problema de fondo del número de la planchadora interpretado por Díaz es que hay muchas planchadoras reales y figuradas. Hasta Degas y Picasso, entre otros, pintaron unas versiones. De otro pintor del 27, Gregorio Prieto, que volvió enseguida del exilio, dijo el malvado Umbral que era la "planchadora" de Cernuda. No quiero saber qué quiso decir. Pero la profusión de mujeres con ese oficio es tal que hasta la madre del originario Funes el Memorioso de Borges lo era. O sea, que por mucho que se haya esmerado la dama roja, no cuela su martingala. Su subasta en calidad de planchadora quedaría desierta.

El infinito

De todos los artificios utilizados en esta campaña para ocultar las verdaderas intenciones por parte de la izquierda cañí, el más llamativo ha sido la indumentaria de infinito tras la que se ha encubierto el agente del chavismo, el correo de Nicolás Maduro en Europa y el comisionista de las dictaduras populistas y neocomunistas sudamericanas, que se llama José Luis Rodríguez Zapatero cuya influencia en el PSanchista es creciente y notoria.

En su caso, es una inclinación enfermiza hacer grandes frases sin demasiada coherencia para hacer creer que tras el ditero de las dictaduras bolivarianas hay una visión del universo. Todavía resuena en nuestros oídos aquel famoso ripio alógico propinado en su encuentro "planetario" (así lo calificó una de sus acólitas) con Barak Obama: "La tierra no pertenece a nadie, sino al viento". Rectificaba así al iluminado Juan Manuel Sánchez Gordillo que dijo lo mismo, pero excluyendo incluso al viento. La tierra no, pero un chalet de 800.000 euros en el centro de Madrid pertenece, sí que sí, a ZP el cejista, que se lo compró en 2019.

En esta campaña, la tomó con el infinito y el universo. "El infinito es el infinito", audaz formulación del principio de identidad bajo el que secuestró en su mitin de San Sebastián la identidad suya propia y la de ETA. Como es sabido, el terrorismo marxo-separatista-clerical mandó al infinito de la muerte a casi mil personas por el mero hecho de ser españoles y querer serlo y al infinito del dolor a miles de víctimas por las mismas causas. Fue él mismo quien se atribuye el infinito mérito de haber "democratizado" a ETA salvándola de la derrota policial y política y facilitando sus objetivos en una democracia en la que no creen, como el tiro en la nuca demuestra.

Tendría que haber leído algo más la Wikipedia o haber trasteado más por Youtube. Lo del infinito es complicado. Incluso los hay desiguales. O sea. Leibniz y Newton disputaron por la autoría del cálculo infinitesimal y Giordano Bruno, algo antes, dejó de horrorizarse ante el infinito, que se dice de muchas maneras, no sólo la contable, que parece la única que conoce Zapatero. Sabría, de haberlo hecho, que el infinito es un concepto matemático, no una cualidad del universo observable, cualidad que ningún científico serio afirma porque no puede saberse, ni siquiera si tiene límites. A menos que se sea Zapatero, claro, que añadió un "muy probablemente" por si acaso.

Si se llega a enterar de que algunos científicos y filósofos consideraron que el universo debería ser curvo y finito aunque ilimitado —einstenianos y posteinstenianos, no crean—, como recuerda el gran filósofo especialista Alexander Koyré, le habría dado un pasmo (o sencillamente le daría igual porque su meta era diferente).

Tras reconocer que no podemos imaginar el infinito, jajaja, su objetivo real era denunciar la maldad de las derechas por no creer en el cambio climático de origen humano que divide a la comunidad científica. Nadie discute que ha habido, hay y habrá cambios climáticos. Lo que se debate es si la actividad humana está en el origen de ellos, ni antes ni ahora.

Antes, eso sí, nuestro comisionista místico se cargaba la teoría de la posibilidad de la vida en otras zonas del universo: "Pertenecemos a un planeta y a una especie que es absolutamente excepcional, que no la hay en ningún sitio del universo". O el Todo, un sinónimo. La NASA y los demás organismos deben tomar nota. No sigan buscando, por favor, ni con el nuevo telescopio James Webb. Zapatero ha dicho que estamos solos en el universo y que no hay más.

Egregia ha sido su visión, simplista es poco, de lo que significa ser humano en este trozo del universo: "Leer un libro y amar". Recuerda a aquella parida marxista de cómo sería vivir en una sociedad comunista: "La sociedad regula la producción general, permitiendo que pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y hacer crítica literaria a la hora de la cena, sin necesidad de convertirme en cazador, pescador, pastor o crítico". El agudo Antonio Escohotado reventaba el cuento porque, ¿cómo regular la producción general si cada uno hace lo que le viene en gana? La libertad no se respeta, no puede, en ninguna regulación o planeamiento comunista. ¿Alguien compraría en una subasta las quincallas de Zapatero?

¿Hay quien dé más en una campaña electoral en pleno julio africano, tormento ideado para ganar que puede convertirse en sentencia de muerte para su convocador? El espectáculo ha sido fastuoso. Queda saber si, en esta subasta de apariencias, queda algún licitante que compre las averiadas mercancías.

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