"Llega a ser el que eres", era el paradójico consejo de Píndaro. En un momento de mi lectura de la (auto)biografía juvenil de Arcadi Espada, Vida de Arcadio, la televisión está encendida y emiten en La 2 un documental de bichos que habría hecho las delicias de Charles Darwin, uno de los héroes científicos de Arcadi (mientras que de Arcadio eran literatos como Althusser y Vázquez Montalbán). El documental trata sobre las mariposas halcón, que engañan a las hormigas haciéndose pasar por sus larvas. La historia de las mariposas es fascinante, pero vean el documental porque yo he venido a hablarles del libro de Espada, que se podría haber titulado De larva periodística a periodista halcón. Una larva de mariposa no tiene más remedio que llegar a ser lo que es, con un poco de suerte y si las hormigas no se dan cuenta de lo que realmente es y puede llegar a ser, pero una larva de periodista tiene muchas posibilidades de llegar a ser otra cosa. Cuestión de grados de libertad en los seres vivos. Por eso el comunismo es una estupenda idea, sólo que aplicada a la especie equivocada (Edward O. Wilson dixit). También cabe la posiblidad de que el polluelo de paloma quiera ser gavilán (o viceversa).
La estructura del libro de Espada podría ser simplemente ingeniosa (literaria) si no fuera tan increíblemente sorprendente, ya que pretende hacer de la paradoja de Píndaro una contradicción (filosófica): Arcadi no es la misma persona que Arcadio, su alter ego de hace cuarenta años, le confesó a Luis Herrero-Goldáraz en una entrevista realizada hace meses (no sé si tiempo suficiente para que Arcadi-mayo siga siendo la misma persona que Arcadi-julio). Arcadi no solo habría borrado la "o" respecto a Arcadio, sino que existirían discontinuidades esenciales entre aquel joven y este maduro. El bache del nombre resultaría ser un socavón de la referencia. El común de los mortales diría que la referencia es la misma, la persona, aunque se modula a través de los sentidos, las personalidades (hay ocasiones excepcionales en que el cambio es tan radical en la personalidad que afecta a la identidad de la persona, como muestran algunos casos de Olivers Sacks). Pero no parece ser el caso de Arcadi Espada, más heracliteo que aristotélico.
La estructura de la (auto)biografía es contrapuntística entre Arcadi y Arcadio, con Arcadi reflexionando sobre lo que hizo, pensó y sintió Arcadio (y lo que no hizo, pensó y sintió) en tiempos de la Transición, cuando aprendió el oficio de periodista en las redacciones de revistas y periódicos sin apenas pisar la Facultad. Con algo de condescendencia, esa venganza de los mayores respecto a la insolencia de los jóvenes, pero también con afecto, como esa piedad que sienten los padres por los hijos, hasta con los que dilapidan la fortuna familiar pero acaban volviendo al calor del hogar y la memoria.
Lo primero que yo (Arcadi) quiero que conste sobre ti (Arcadio) es que fuiste inocente. Y que estoy a tu lado, apaciblemente sentados los dos en el cine.
Arcadi rebusca en sus cajas de fósiles (¿cuántas?) de la vida de Arcadio en forma de cartas, poemas, fotografías. A veces de su propia cosecha, a veces de aquellos que durante un tiempo fueron cercanos en su vida, de la más estrecha intimidad a los que pasaban por allí e hicieron algo nimio pero significativo para Arcadio. O dijeron alguna frase memorable en una de sus singulares entrevistas, como Antonio García Trevijano, que le soltó allá por los inicios de la Transición:
–¿No acepta, entonces, el materialismo histórico?
–Acepto el dialéctico, sí, pero no el histórico.
Para que luego nos quejemos hoy de los delirios butlerianos de la ideología queer-woke… El libro es hermoso cuando aparecen personas como su novia primera Mayte o su "Jules" truffautiano Ramón; inquietante con aquellos que se resisten a ser retratados; y divertido, entre la piedad y el despellajamiento, con personajes a los que admiró como Vázquez Montalbán y, en general, políticos y periodistas, de Joan de Segarra a Juan Luis Cebrián, qué tropa. Con pocos libros me he reído más que con Vida de Arcadio. Espada es un humorista mala follá, como decimos en Granada, más cercano al sarcasmo que a la ironía, pero es que además lo que relata es intrínsecamente gracioso, entre lo escatológico y lo gastronómico, como el momento en el que dejó de sacudirse la pinga tras mear o el refrán italiano con el que pone la guinda al comentario sobre la muerte del chef Santi Santamaría: "Mangia bene e caca forte, e non aver paura della morte".
También es didáctico al modo ético-político. Arcadio descubre el esplendor de los cuerpos y las complejidades del amor junto a las miserias de la política, "shaken, not stirred", al estilo de James Bond, entre la muerte de Franco y el nacimiento de la monarquía constitucional parida por la Santísima Trinidad franquista del Padre, Juan Carlos, el Espíritu, Torcuato, y el Hijo, Adolfo. La transformación del marxista Arcadio en socialdemócrata Arcadi se producirá por las arcadas que le producen la justificación del terrorismo y la rendición ante el nacionalismo de la gauche divine que rondaba el PSUC, se metía mano en Bocaccio y se enriquecía con la conciencia tranquila de quien cabalga contradicciones como señoritas de Avignon.
Además de los fósiles de hace cuarenta años, también cuenta con los recuerdos arcadianos sobre sí mismo (la expresión "sí mismo" no tiene sentido en el paradigma espadiano), pero desde Elizabeth Loftus digamos que la memoria ha entrado en el campo de los sospechosos habituales. Su uso en el terreno de la ficción no conlleva ningún problema, la ficción elevada a ficción, pero en el de la no ficción hay que poner a la memoria el cartel de "material peligroso, usar guantes escépticos" (lo último que he leído sobre los recuerdos es que la mayoría suelen pasar del hipocampo al neocórtex, pero algunos se conservan en el hipocampo dependiendo de su utilidad respecto a situaciones futuras. ¿Dónde estará Arcadio en el cerebro de Arcadi?)
La ficción, por cierto, es una de las bestias pardas de Arcadi Espada (aunque Aristóteles dio una buena justificación para la misma en Metafísica, I, 2, 15), junto al libre albedrío (a mayor gloria del determinismo físico), la identidad (personal, no digamos la colectiva) y la multiplicidad de lenguas (es un nostálgico de la protolengua de Babel). Espada ha dejado de ser marxista, por lo que ya no cree en conceptos delirantes como la lucha de clases, pero sigue teniendo una visión científica de la sociedad. Sin embargo, me da la impresión de que le queda algún resabio del positivismo cientificista y por eso insiste tanto en que no cree en el libre albedrío y pone bastantes reparos a la persistencia de la identidad personal (con la mecánica cuántica ha quedado obsoleto el recurso a la Escila del determinismo de la física newtoniana contra el concepto de la voluntad libre. Lo que no significa que nos estrellemos contra la Caribdis del indeterminismo, sino que abracemos la complejidad de los grados de libertad de un sistema de conciencia y acción tan complejo como es un ser humano).
La razón del libro reside en la curiosidad, el más noble de los motivos, aunque aventuro una hipótesis complementaria dada la insistencia en rechazar los "mitos" de la libertad, la responsabilidad y la identidad. Cuando Oliver Sacks trata a sus pacientes con problemas neurológicos habla de la lucha por mantener la identidad a través del tiempo. Lucha en la que sus pacientes suelen llevar las de perder ante la descomposición de la memoria, la percepción y las facultades cognitivas. Vida de Arcadio, considero, es una rebelión contra la idea de que nadie se baña dos veces en el mismo río. En este caso, el río es una laguna en Caprarola donde Arcadio vivió su confirmación como hombre y a la que vuelve Arcadi como el asesino vuelve al lugar del crimen y el santo al lugar de la redención.
El libro también trata de averiguar si lo que ocurrió en aquel lugar italiano del que tanto insiste en acordarse fue un crimen, una redención o ambas cosas. Allí, "Arcadio era un chico lleno de personalidad y entusiasmo. La punta de lanza del pequeño grupo de españoles", le escribe Franco, el anfitrión en Italia. Otra prueba de que pasan los años, el pelo se hace cano, cada vez hay menos años en lontananza pero más recuerdos en el neocórtex, duelen las articulaciones, pero sigue siendo cierto que Arcadi(o) sigue siendo un chico con una acusada personalidad y ardiente entusiasmo. Como el que le hizo lanzarse a doblarle palmas nada menos que a Antonio Mairena. Y muy parecido físicamente, tema no menor a la hora de tratar la persistencia de la persona. Aunque en la portada juvenil aparece jovialmente feliz y en la contraportada madura parece cabreadísimo, es indudable el aire de familia a Morenito, mote que le puso una gentil, generosa y lorquiana casada infiel.
Un tercio de charnego, un tercio de Alcibíades, y otro tanto de Vázquez Montalbán, Arcadio era un adolescente prodigio del periodismo catalán que vivió años de esplendor en la yerba, motos sin casco pero con alcohol, flamenco con los reyes gitanos y entrevistas con duquesas rojas y mandarines de la prensa de Madrid. No todo fue positivo, pero Arcadio no era de los que se daban la vuelta en la cama ante la menor contrariedad, sino que cuando se despertaba y veía la luz creía que el mundo se acababa de crear en exclusiva para él.
En esa dialéctica entre presente y pasado, Arcadi le habla a Arcadio pero este no le contesta porque entonces tendría que haber intervenido la ficción que, como decía, está rigurosamente prohibida en el universo espadiano. El momento más terrible de la narración desde el punto de vista de lo que pudo haber sido y no fue resulta ser la negativa de Arcadio a ir a entrevistar a Josep Pla, escritor del que apenas había tenido noticia y del que no había leído nada, pero que ahora es uno de sus referentes periodísticos mayores. Cabe que Arcadi hubiese inventado un simulacro de la entrevista que no fue con aroma a verosimilitud. Pero la verosimilitud y la ficción no son reinos donde Espada se permita aventurarse. Si Arcadi pudiera volver atrás en el tiempo sospecho que esa entrevista no realizada sería lo primero, ¿quizás lo único? que rectificaría.
Truhán y señor como Julio Iglesias, otro morenito, Arcadio solía volar encima de su motocicleta con una copa de más y el casco de menos. Así termina la (auto)biografía Arcadi, sobre una moto, ahora eléctrica, con un gesto de rebeldía y complicidad con aquel que fue pero de algún modo sigue siendo, ondeando la melena al viento.