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Agapito Maestre

Sin Nación y con un Estado casi fallido

La palabra nación para PP y PSOE sólo tiene un uso retórico. Cuando recurren a ella es para ocultar que sólo aspiran a administrar un gentío.

La palabra nación para PP y PSOE sólo tiene un uso retórico. Cuando recurren a ella es para ocultar que sólo aspiran a administrar un gentío.
Sánchez y Feijóo durante el cara a cara. | Archivo

La idea de Nación española se tambalea en los idearios y programas del PP y PSOE. La unidad del Estado-nación corre graves peligros no tanto por la fuerza de los separatismos catalán y vasco cuanto por la dudas de las élites políticas de los llamados partidos "nacionales". Sus vacilaciones sobre la historia y el futuro del Estado-Nación son trágicas para la ciudadanía española. Estos partidos ponen sus intereses parciales por encima de los generales. Sí, los resultados electorales del 23 de julio pondrán, otra vez, en evidencia las carencias, o peor, los agujeros negros de la idea de Nación con las que se les llena la boca a los dos grandes partidos de España en los días de fiesta. Sí, tengo la sensación de que los intereses particulares, ideológicos y de gestión de los partidos se pondrán por delante de los intereses generales del Estado-Nación. Sí, me atrevo a predecir, que no otra cosa es el decir sobre la política, que la nación española volverá a ser pisoteada. Esta predicción está basada en la experiencia y, por qué negarlo, en una conjetura.

La experiencia está a la vista de todos. La casta política ha dado pruebas suficientes en las últimas décadas para que los españoles no se hagan ilusiones, cuando los líderes de esos partidos apelan a la idea de nación. Creo que la palabra nación para PP y PSOE sólo tiene un uso retórico, o peor, vacío; y cuando recurren a la idea de gobernabilidad del Estado-nación, es para ocultar que ellos no aspiran a otra cosa que administrar un gentío. Prefieren, como Lenin, la administración de las cosas antes que el gobierno de los hombres. Si hubieran tenido sentido de Estado-Nación, no habríamos pasado por los trances bochornosos de las investiduras frustradas de Sánchez en el 2016 y 2019. Tampoco es para saltar de alegría las dudas mostradas por el PP para conformar mesogobiernos regionales en determinadas comunidades autónomas, por ejemplo, lo de Extremadura fue de traca; si trasladamos esos comportamientos del PP al nivel nacional, entonces podríamos hallarnos no tanto en una situación ridícula como la de Murcia sino trágica como la vivida en Extremadura.

El PP y el PSOE tienen, pues, un amplio historial de odios mutuos y, sobre todo, de intereses particulares encontrados entre ellos, que no hacen augurar nada bueno al futuro de la Nación. Los particularismos de todo signo nos persiguen, empezando por la falta absoluta de transparencia de los gestores de los propios partidos a la hora de darnos explicaciones sobre sus fracasos electorales. Prefieren tratar a sus votantes antes como infantes caprichosos que como personas desarrolladas. No creen en los electores nada más que un día cada cuatros años y desprecian a quienes se abstienen, entre otras razones, porque quieren mejorar el sistema político. En verdad, pocos dirigentes políticos españoles saben lo que lleva adentro la expresión ciudadano español y menos todavía la idea de una sociedad civil española para el desarrollo de una nación democrática.

No creo, por lo tanto, capaz a la casta política española de desbloquear la situación de casi empate técnico surgido de los resultados electorales del 23 de julio. En otras palabras, la política de bloques sólo podría ser superada con políticas nacionales, pero los dirigentes del PP y PSOE no creen en la noción más sencilla de nación, a saber, que lo primero es el todo, España, y después, mucho después, las partes, o sea, los partidos políticos y la cosa autonómica. El razonamiento de mi diagnóstico es, pues, muy sencillo, casi una obviedad, ¿cuáles son las vías para que no se repitan elecciones? Todos tenemos mil ocurrencias para dar soluciones, pero no nos engañemos, por favor, porque solo hay tres salidas posibles, formalmente viables, para alcanzar un gobierno para la nación española. Ahí va, pues, mi conjetura. 1. Es posible una gran coalición entre PP y PSOE. 2. También sería viable un gobierno del PP con la abstención del PSOE. 3. Y la tercera vía, una prueba del algodón nacional para el PP, sería un gobierno del PSOE con la abstención del PP. Las tres salidas tienen sus costes para los partidos, pero siempre saldrían ganando la mayoría de los ciudadanos, o sea, la Nación.

Un gobierno de gran coalición, aparte de acercarnos a países muy civilizados en términos democráticos, sería de efectos inmediatos para poner las bases de una nación creíble ante el resto de la Unión Europea. Más aún, el mundo entero volvería a empezar a tener confianza en España. La justificación racional de esta opción también es evidente. Los dos partidos han crecido en votos y escaños. Juntos suman casi dos tercios de los votos emitidos y casi tres cuartas partes de los escaños de la llamada cámara baja. Además, como me ha enseñado divinamente Francisco Sosa Wagner, PP y PSOE gobiernan ya al alimón en la Comisión Europea y actúan de facto casi como una unidad en el Parlamento europeo. La gran coalición daría estabilidad política y, además, permitiría que se llevasen a cabo grandes reformas en beneficio de toda la nación.

Pero tiendo a pensar que esa opción es casi imposible en España, porque el negocio del poder, especialmente del poder ideológico del PSOE, se vendría a pique. En todo caso, si el líder del PP no quiere que sus electores se tomen a chanza su noción de nación, debería ofrecerle inmediatamente a Sánchez un gobierno paritario, presidido por él al ser el partido con más votos y escaños. Eso, además, le permitiría al PSOE empezar a resolver su problema de gobernar con los comunistas y los separatistas. Empezaría a sentar las bases para ser un genuino partidos nacional.

La segunda opción, esa por la que ha estado abogando Feijóo durante toda la campaña electoral, es también viable, entre otras razones, porque le permitiría al PSOE liberarse, por un lado, de las cadenas de la violencia separatista catalana y vasca y, por otro, pondría las bases ideológicas y simbólicas para reconstruir una alternativa genuinamente socialdemócrata al margen de los proyectos totalitarios de sus socios comunistas. Esto no es el cuento de la lechera sino genuina política, o sea, dar soluciones antes que generar nuevos problemas. El PSOE tendría en esta vía la gran baza para limpiar su pasado y, sobre todo, la gran oportunidad para construir un proyecto nacional sin depender de los separatistas y golpistas catalanes. Pero sobre todo daría un gran argumento para que los españoles lo vieran como un partido fiable. Pero si el PSOE no pudiera desembarazarse de los compromisos antinacionales adquiridos en los últimos cinco años con los separatistas, entonces a Feijóo le quedaría una tercera opción: abstenerse y dejar gobernar al PSOE. Esta lección del PP sería dura y, por supuesto, injusta desde el punto de vista de los resultados aritméticos, pero quizá sea preferible antes que ir a nuevas elecciones. El país seguiría funcionando merced a la estabilidad que daría el PP. Y, además, Feijóo tendría la oportunidad, primero, de consolidar su liderazgo y, en segundo lugar, de construir un proyecto nacional sobre el terreno real, o sea, en el Parlamento controlando todas las iniciativas socialistas y en la negociación permanente con los mil agentes de la sociedad civil. Cualquiera de esas tres opciones mostraría a las claras que los dos grandes partidos saben qué es una nación, a saber, conocimiento de un pasado y construcción política del futuro. Pero, por desgracia, me temo lo peor. Utilizan el pasado para justificar un presente lamentable y el futuro es una palabra para engañar incautos.

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