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Pedro de Tena

El revoltijo ideológico del PSOE respecto al nacionalismo catalán, un problema para España

El PSOE nunca ha tenido muy claro cómo actuar con el crecimiento de unos nacionalismos que siempre han manifestado nítidamente lo que querían ser.

El PSOE nunca ha tenido muy claro cómo actuar con el crecimiento de unos nacionalismos que siempre han manifestado nítidamente lo que querían ser.
LD

Me destacaba hace unos días el catedrático de Psicología Jesús Gil-Roales Nieto lo que Benito Pérez Galdós puso en boca del gobernador de Gerona durante el asedio de los franceses a la ciudad en el invierno de 1810. Más o menos fueron: "Resistiremos hasta la muerte a los franceses y luego haremos lo que convenga", coletilla que, insiste Galdós, era martilleada una y otra vez por la máxima autoridad de la ciudad asediada.

En su historia, el PSOE ha pasado de despreciar a la nación española y a sus tradiciones intentando forjar otra nación, otra España, a darse cuenta de que una nación es algo más que su Constitución. De hecho, Felipe González dijo a El País en 1977: "No puede decirse que no exista España unitariamente porque sí existe, por lo menos desde hace 500 años". Incluso Alfonso Guerra en su libro sobre su idea de España hace esfuerzos para entender la misma realidad, que es evidentemente ante-constitucional.

Respecto a los regionalismos emergentes, los socialistas no afrontaron el problema hasta 1931 y de muy diferente forma en Cataluña –en cuyo avispero no quisieron entrar a fondo, sobre todo por el predominio de la CNT en la región– que en el País Vasco, donde la presencia del PSOE era fuerte. Sólo tras la guerra civil, la sustitución del anarcosindicalismo, opositor férreo al separatismo "burgués" por sindicatos disciplinados de la órbita marxista, UGT y CC.OO., los socialistas comenzaron a tener un papel relevante en Cataluña.

El desdén original del PSOE por toda nación, la española entre ellas

A pesar de su evidencia y, si se quiere, desde su constatación jurídica en la Constitución de 1812, el PSOE del siglo XIX se opuso a la realidad de la nación que, en su concepto, era fruto de los intereses de las clases dominantes. Así lo fue desde su fundación, curiosamente un 2 de mayo de 1879 (cierto que entonces ni siquiera se había instituido el 1 de mayo para lo que habría que esperar a 1886).

Si se quiso, o no, hacer coincidir la fecha de la fundación con la conmemoración del levantamiento patriótico del 2 de mayo madrileño por alguna razón simbólica, lo cierto es que el partido fundado aquel día no se llamó español como llegó a denominarse después. En su documento fundacional se dice:

Convocados por una comisión (ilegible, iniciadora tal vez) unos trabajadores con objeto de formar un partido que se denominaría socialista obrero y cuyas políticas se separaran completamente de la que hacen todos los demás partidos burgueses, desde el más avanzado al más retrógrado por creer que ninguno de ellos representa los intereses del proletariado...

Todavía en 1908 podía leerse en El Socialista que "Las dos fiestas: 1.º de mayo, 2 de mayo", cuyo significado está tan lejos "como la tierra del sol", pues mientras la segunda es una celebración esencialmente burguesa que "simboliza lo pasado, lo caduco, lo que desaparece para no volver más, la segunda, la del 1.º de mayo, genuinamente obrera, es el porvenir, es la esperanza, es la renovación de todo un sistema".[i]

Puede parecer extraño pero fue consecuente. Para los marxistas españoles de aquellos primeros tiempos, los obreros no tenían otra identidad real que la de la clase social. Ningún otro elemento biográfico tenía relevancia comparado con ella. De hecho, los ideólogos de aquellos primeros núcleos que se impusieron al movimiento obrero originario, tanto marxistas como anarquistas, eran internacionalistas. Por ello, la patria donde se había nacido y sus herencias carecían de importancia. Lo anómalo no era que no se mencionase a España sino que incluyesen su gentilicio en el nombre de la organización poco después.

En el marxismo, la idea de patria o nación siempre fue identificada con la burguesía y las clases más conservadoras, ya en monarquías, ya en repúblicas, De hecho, en su texto sagrado, el Manifiesto Comunista de 1848 se lee: "A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía".

El PSOE tuvo que iniciar una revisión de sus toscos postulados primerizos y aceptar que la realidad nacional existía, si bien era interpretable desde puntos de vista opuestos, los de las clases principales en lucha, según su ideología, burguesía y proletariado. Ya estaban presentes las dos Españas.

El objetivo era acceder al poder político, algo más sencillo en regímenes republicanos democráticos, de ahí que bien pronto se estableciera la estrategia de coaligarse con partidos "burgueses" avanzados para derribar la monarquía española. Una vez instaurada la República, la unión de las izquierdas conquistaría el poder y finalmente, como bien se supo desde 1917, sólo podría quedar uno.

Aunque Pablo Iglesias Posse se resistió durante bastante tiempo luego accedió a ello inaugurando así la relación confusa y utilitaria con la idea de nación y los regionalismos emergentes. Ya hubo un primer acuerdo entre republicanos y socialistas en noviembre de 1909, elemento ya presente en el congreso socialista de 1899 donde, contra el acta fundacional, se permitía establecer alianzas con partidos nacionales y burgueses avanzados.

Ahora, cada progreso de la sociedad burguesa significaba una ventaja para el futuro socialista y la arbitrariedad de las direcciones políticas tenían las manos libres para decidir qué era o no avanzado o qué era o no ventaja. Sobre todo, fue la I Guerra Mundial, cuando la fuerza emocional y cultural de las naciones europeas se impuso a la "solidaridad" pacifista y abstracta de la clase obrera, la que obligó a tomar conciencia de que las "patrias" eran mucho más importantes de lo que se creía.

Hasta tal punto se llegó que el manifiesto de la huelga general de 1917, redactado por Julián Besteiro, se titulaba: "El proletariado ante la nación. A los trabajadores españoles y al país en general". Esto es, la nación española como tal crecía en la consideración socialista por razones circunstanciales. De hecho, la dictadura de Primo de Rivera, impuesta por razones patrióticas, fue legitimada por el sector largocaballerista del PSOE, porque, de hecho, permitía a sus dirigentes lograr más poder dentro del partido y castigar a sus adversarios más tenaces como la CNT y los comunistas.

Esto es, desde el desprecio a la idea de nación a su consideración parcial e incluso a su comprensión vital tras el largo exilio político, el PSOE se adentró en una algarabía de matices, no siempre coherentes, que nos han hecho llegar a este confuso presente, tras la aprobación de la Constitución de 1978. La consagración de un estado "cuasi federal" que satisfacía, eso parecía, las aspiraciones "federales" de un partido que, sin embargo, en sus relaciones con el nacionalismo catalán había dejado sembradas las palabras "independencia" y "confederación", lo que unido a la regurgitación republicana, devolvía el peligro de la indefinición a su política nacional.

El PSOE y el nacionalismo catalán

A los sentimientos y propósitos regionales periféricos, el PSOE no prestó atención orgánica hasta mucho después, a pesar de que su líder, Iglesias, muerto en 1925, hablaba en gallego con su madre y el hijo de su compañera valenciana se expresaba poco en español.

Desde la primera mitad del siglo XIX, el catalanismo germinal adoptó una manifestación evidente bajo la forma de grupos de presión económica (cuyo egoísmo y poder denunció incluso el poeta y diputado José de Espronceda) y amparado poco a poco en las teorías, incluso escandalosamente racistas y/o xenófobas, impulsadas por los fabuladores de su "memoria histórica".

Para el primer PSOE y hasta mucho después, el nacionalismo catalán no era más que la expresión de los intereses de la burguesía regional, por lo que debían ser combatidos como enemigos políticos. La presencia mayoritaria del anarcosindicalismo en Cataluña, inexplicable para la teoría marxista, hizo que el PSOE no pudiera, ni quisiera, comprender la realidad catalana de entonces.

Aun así, algunas exploraciones, muchas fallidas, se hicieron para aunar socialismo y regionalismo radical. El PSOE decidió colaborar con la Mancomunidad catalana, una especie de Generalidad intermunicipal ideada por Eduardo Dato, en la elaboración del primitivo Estatuto de Autonomía. Largo Caballero lo justificó en que las dos condiciones del Partido Socialista se habían cumplido en su texto: "Primero, que se consignaran en el estatuto garantías suficientes para la resolución de los problemas sociales, y segundo, recabar la plena autonomía de los municipios". Tómese nota de que no había ninguna otra.

El Socialista justificó más agudamente el voto de Largo Caballero: "Si se hubiera pedido el reconocimiento de la nación catalana, él hubiera votado a favor, porque Cataluña posee tal espíritu de ciudadanía, que merece el que le sea reconocida su nacionalidad", se escribió en sus páginas del número 3458, de 26 de enero de 1919. Ahí comenzaba el galimatías.

Pero Iglesias afeaba a la oligarquía madrileña su ceguera al no querer dialogar sobre el problema catalán invocando nuevamente el patriotismo español: "Patriotas así no han de salvar al pueblo español. Sólo le salvarán los que, sin hablar mucho de patria, libren a ésta, mediante esfuerzos y sacrificios, de los males que aquéllos la han causado". Empezaba la oportunidad de sumar fuerzas, algo que se hará definitivamente desde 1931 a 1939.

No obstante, el PSOE ya había apostado por cualquier tipo de apoyo que le permitiera crecer como organización disciplinada y como poder político propio. Por ello, no le hizo ascos a colaborar y, en tal modo, justificar la dictadura de Primo de Rivera que, tras su famoso "Viva Cataluña" (fue capitán general de su región militar), eliminó la Mancomunidad, prohibió el catalán e impuso el español, entre otras limitaciones, con la intención oficial de acabar con el pistolerismo.

Sirva todo lo anterior para explicar cómo desde el inicial internacionalismo proletario, roto incluso por Lenin con su alianza con Alemania, el PSOE nunca tuvo demasiado claro cómo actuar con el crecimiento de unos nacionalismos que ya manifestaban con nitidez lo que querían ser.

A partir de un sentimiento de identidad cultural y de sus intereses vitales, se pasaba bien pronto a la petición de independencia para defensa de su carácter y su "nación". Con la muleta de la presunta "federación" o "república federal" o incluso "confederación" de pueblos ibéricos, lo que embestía era el delirante separatismo total.

La maraña ideológica socialista ante el separatismo

Si la destacamos es, más que nada, por su actualidad política. El resultado electoral del pasado 23 de julio convierte al independentismo catalán, muy especialmente, al de Junts del prófugo, por ahora, Carles Puigdemont, en una especie de árbitro para que Pedro Sánchez logre conformar su segundo "gobierno monstruoso" con una dirección política que no podrá ser otra que anticonstitucional, como ya lo fue en buena medida el anterior

A pesar de la debacle general del separatismo catalán en estos comicios, también de Junts, los números los convierten en eje vertebral de tal opción. Sin el apoyo de Junts y Esquerra, la solución no podría ser otra que la convocatoria de nuevas elecciones o la posibilidad in extremis de un gobierno presidido por Alberto Núñez Feijóo.

El problema es que, desde Prat de la Riba, muerto en 1917, el nacionalismo catalán, que presentó primero una cara amable, se decantó por el odio, así lo dijo, hacia quienes limitaran sus aspiraciones de independencia total. Si tal cosa fuese posible –el mercado principal de sus industrias y empresas es el resto de España—, y sin lograrse el apoyo internacional necesario –algo difícil por las realidades de Irlanda, Escocia, sus aspiraciones francesas, el regionalismo italiano—, parece imposible, salvo que intervengan otros intereses extraeuropeos.

Pero el PSOE nunca ha aclarado su posición respecto a esta extrema posibilidad, lo que ha dado en los últimos años, alas libres a la esperanza de la autodeterminación que el propio PSOE aprobó en su Congreso de Suresnes. Desde los tiempos de Felipe González e incluso antes, la palabra mágica del socialismo español ha sido "federalismo", algunas veces "confederalismo", de mal recuerdo en la I República en que se descendió al "localismo" neurasténico.

Por ello, resulta necesario repasar cuál ha sido el comportamiento socialista respecto a los objetivos del separatismo político catalán desde 1931 hasta el golpe de estado de 2017. Reiteremos que ya desde 1901 los partidos principales de Cataluña estuvieron transidos por el catalanismo conservador primero (de Enrique Prat de la Riba y Francisco Cambó) de la Lliga Regionalista, y la Mancomunidad obtenida del gobierno español desde 1912. El PSOE apoyó este proceso que minaba la estructura liberal del Estado nacional dando poder y medios a los embozados radicales separatistas.

Tras el golpe de Primo de Rivera y su política de españolización forzosa por decreto tras décadas de inseminación artificial nacionalista, llegó la II República que daba paso prioritario al ala izquierdista catalanista, la recién creada Esquerra Republicana, que rompió el Pacto de San Sebastián y proclamó la República catalana el mismo 14 de abril. El PSOE, al menos una parte y en público, denunció el comportamiento desleal de Francesc Maciá al que conminó a aceptar una Cataluña unida a España y a acatar el Estatuto que saliera de las Cortes Constituyentes.

…¿no ve Maciá que en estos días que todos los industriales catalanes están amenazando con clausurar sus fábricas para trasladarlas fuera de Cataluña? ¿Qué indica, pues, todo esto que Maciá se niega a comprender? Por eso nosotros, como socialistas, conscientes enemigos del separatismo de Maciá, frente a él, gritaremos con todas nuestras fuerzas: ¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍES, UNÍOS![ii]

A pesar de ello, el PSOE, sobre todo el de Indalecio Prieto, no quiso intervenir con detalle en la elaboración del Estatuto de Cataluña, al que la Constitución de 1931 había marcado límites mucho más rígidos que nuestra Constitución de 1978. En realidad, su enemigo no era el nacionalismo catalán sino la CNT y sus derivados, uno de los cuales, el luego trotskista Andrés Nin, había propugnado la unión social-comunista-nacionalista asumiendo sus postulados.

En 1934, aprovechando el golpe de estado socialista contra la II República organizado por el PSOE de Largo Caballero e Indalecio Prieto tras la victoria del centro derecha en las elecciones de 1933, Luis Companys se sumó a la rebelión con Esquerra para declarar "el Estado Catalán de la República Federal Española" mientras, poco antes, el presidente Alcalá Zamora había augurado que España iba a ser pronto un paraíso en la Tierra, como recuerda Stanley Payne.

La confluencia socialista-independentista, aunque no fuese premeditada, destruyó la convivencia y la esperanza en la II República, siendo, para muchos, uno de los factores claves en el desencadenante de la Guerra Civil. En sus Recuerdos, Largo Caballero ni menciona a Companys en este tema y Prieto, que se arrepintió de su participación en la insurrección armada, tampoco. Pero siguieron aliados a Esquerra hasta el final de la Guerra Civil.

Dicho con claridad, el PSOE no tenía claras las ideas sobre el nacionalismo catalán y su vertebración en España. En su seno había tendencias centralistas, tendencias autonomistas y tendencias federalistas y confederalistas, sobre todo, primando las consideraciones de clase y de igualdad social sobre otras referencias identitarias. En 1964, el congreso socialista aludió a una "confederación republicana" siempre que la legislación laboral fuera común.

Sin embargo, el PSOE del interior ya comenzaba a distinguir entre nacionalidades y regiones y se introducía el derecho de autodeterminación, que aparece expresamente recogido en el Congreso de Suresnes de 1974. Todo ello sigue dando una idea del batiburrillo ideológico socialista respecto a la cuestión catalana.

Tras la dictadura de Franco, el PSOE, aunque a regañadientes, admitió la Transición como reforma y no como ruptura y aceptó la fórmula autonómica para todas las regiones españolas, dinamizada desde el PSOE en Andalucía, si bien respetando los fueros insolidarios vasco y navarro, denunciados por ellos mismos durante muchos años, y ahormando el nombre de "nacionalidades" para algunas regiones, entre ellas Cataluña, en recuerdo del proyecto autonomista de la II República.

El problema seguía. Hasta 1976, el PSOE unía las nacionalidades al derecho de autodeterminación para distinguir a las regiones que habían obtenido una autonomía legal en tiempos de la II República limitando a las demás regiones a una mera administración autonómica, algo exigible naturalmente desde una perspectiva democrática.

Para Cataluña, inicialmente, el PSOE deseaba el restablecimiento del Estatuto de 1932 pero Gregorio Peces Barba en 1978, aun admitiendo que España como nación existía desde antes de la Constitución como hecho de mucho tiempo, era en realidad una "nación de naciones" como el Reino Unido, Bélgica, Checoslovaquia o Yugoslavia. O sea, discurso autonomista confuso para reconocer las singularidades sin afectar a la igualdad general de personas y territorios.

Tras del desarrollo, más o menos ordenado del Estado de las Autonomías efectuado desde 1982 a 2004 en toda España, había un objetivo oculto: el camino a la independencia de Cataluña, un camino al que el Partido (quasi independiente) de los Socialistas de Cataluña, animados por Rodríguez Zapatero, parecía invitar y compartir siempre en el marco retórico de un presunto "estado" federal no republicano, de momento.

El libro negro del nacionalismo catalán, en el que participan muchos discrepantes con el desarrollo de la autonomía catalana dirigida por el pujolismo durante dos décadas, entre ellos nuestro compañero Pablo Planas, describe cómo "desde la manipulación de la historia a la utilización tramposa del dialogo, desde la captura de colegios profesionales y universidades a la compra de voluntades en los medios de comunicación privados, el nacionalismo ha utilizado todos los recursos a su alcance para monopolizar el poder en Cataluña".

¿Cuál ha sido el papel del PSC-PSOE en este proceso? ¿Perros guardianes del rebaño que pastoreaba Pujol como denunció Jiménez Losantos respecto al tema lingüístico uno de lo derechos eliminados de los catalanes de lengua materna española? ¿Cómo detener a un rebaño al que se lleva al precipicio anticonstitucional y al golpe de Estado una vez alimentado en su seno todo el imaginario nacionalista y tratado siempre desde la ambigüedad o el marasmo ideológico para no perder opciones ni votos?

El cambio provocado en el PSOE por los mensajes de Zapatero y las ascensión de Pedro Sánchez, alarmaron a muchos socialistas que trataron de impedir la deriva republicana-federal (con País vasco ampliado por ahora a Navarra, los llamados Países Catalanes, incluyentes de Valencia y Baleares, Galicia y Castilla como únicas naciones españolas). Su derrota conllevó el gobierno de un Pedro Sánchez, cuya ausencia de escrúpulos políticos, ya ha sido demostrada.

Si nuevamente consigue formar un segundo gobierno "monstruoso" con cesiones claves para la soberanía nacional, la Constitución y la Monarquía, ¿cuál puede ser el futuro de la nación española y cuál será la deriva de Cataluña? Examinando los precedentes, la confusión ideológica socialista respecto a los nacionalismos periféricos (sólo tiene prohibido el nacionalismo español), le permitirá recurrir a cualquiera de las tesis que más le interesen en cada momento.

Todas ellas tienen alguna raíz histórica en el PSOE dada su falta de coherencia y su accidentalismo oportunista en este tema esencial. Un grave problema para España y para los demás españoles que asistimos atónitos a nuestro menosprecio y postergación desde el gobierno. ¿Alguien duda de que Sánchez hará lo que sea siempre que le convenga a él y a su directorio?


[i] Citado en Carlos Forcadell y otros, Discursos de España en el siglo XX, Universidad de Valencia, 2009

[ii] Almena Soler, Juan. "En torno a Cataluña". Revolución, 15 de Agosto de 1931, citado por Daniel Molina Jiménez en El PSOE y Cataluña: en busca de una vía federal, 1931-1978

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