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Santiago Navajas

España rota a fuer de roja

Al votante socialista la unidad de España no le importa absolutamente nada. Es más, ha asumido el discurso nacionalista de que España no existe.

Al votante socialista la unidad de España no le importa absolutamente nada. Es más, ha asumido el discurso nacionalista de que España no existe.
Pedro Sánchez en la noche del 23-J | EFE

Calvo Sotelo defendió el 5 de diciembre de 1935 que "antes una España roja que rota". Casi un siglo después, Otegi avisó que para que España fuese roja antes tenía que estar rota. Menos de un año después de proferir su advertencia, Calvo Sotelo fue asesinado por un grupo paramilitar socialista. En la actualidad, Bildu ha sobrepasado al PNV en escaños en las últimas elecciones y Otegi se adivina como líder del secesionismo junto a Puigdemont en Cataluña, ambos futuros aliados de los socialistas de Sánchez.

La izquierda y los nacionalistas se han puesto de acuerdo para que España sea a la vez roja y rota. Tratan de vendernos un "Estado plurinacional", una ensoñación confederada porque sería claramente inestable, un eslabón débil de la larga cadena hacia la independencia de Cataluña y el País Vasco (un paisaje con Galicia al fondo y Marruecos avistando Ceuta y Melilla). Esta es la vía de Zapatero, el arquitecto, y Sánchez, su heraldo, ya configurada en el pacto Eguiguren-Otegi. Es evidente que la élite del PSOE, con Zapatero y Sánchez a la cabeza, creen que el sujeto soberano ya no es el pueblo español en su conjunto, sino los pueblos vasco, catalán, gallego y "el resto".

España será roja y estará rota porque el PSOE ha vuelto a apostar por el estilo radical de Largo Caballero, al que tanto idolatra Zapatero. Cada vez más se destruye la buena idea liberal que era el Estado de las Autonomías, transformándose en una distopía de reinos de taifas bunkerizados en federaciones territoriales, desunidas en el camino buscado hacia la independencia de las diversas regiones y la disolución de la nación española en una miríada de nacionalidades. Al menos es lo que cree Pedro Sánchez, que en septiembre de 2017 declaró que en el Estado había al menos cuatro naciones: Cataluña, País Vasco, Galicia y "el resto", dejando abierta la puerta a que hubiese más porque ser nación sería un asunto de "vocación, sentimiento y voluntad". Calienta Cartagena, que sales.

Estas elecciones han sido paradójicas. Los que ganan, pierden. Los que pierden, ganan. Los que más ganan son los partidos independentistas, del PNV a Bildu, de ERC a Junts, aunque hayan perdido escaños, salvo Otegi, que se convierte en el líder del independentismo. Y es que ganan en influencia porque Sánchez depende de ellos para formar gobierno. El precio del apoyo pasa por la radicalización nacionalista, porque en caso contrario se van a ver sobrepasados por un PSOE cada vez más arcoíris y menos rojigualdo. El cheque que firmará Sánchez tiene dos nombres: referéndums y amnistía. Algo posible dado que Sánchez ha instalado en el Tribunal Constitucional a sus marionetas jurídicas y tiene a varios ideólogos trabajando en la academia y los medios, de Javier Pérez Royo a Joaquín Urías.

Que el PSOE esté en manos de Bildu, Junts, ERC, PNV y BNG es algo que los socialistas tienen interiorizado, asumido y bendecido desde Zapatero. Como el blanqueador de Otegi y Maduro, Sánchez aceptará lo que le manden los separatistas por muy anticonstitucional que sea, ya que ahí estarán Conde-Pumpido y el exministro de Justicia Campo para constitucionalizarlo retorciendo palabras y conceptos jurídicos, de manera que se dará la bienvenida a los referéndums en Cataluña y País Vasco con las reglas que establezcan Otegi, Junqueras y Puigdemont.

La suma del PP y del PSOE da 258 diputados. Más de quince millones de votos entre ambos partidos. Mayoría absolutísima constitucional. Si hubiera cultura constitucional, claro. Y si hubiera una noción compartida sobre la nación común. Pero en la izquierda han infravalorado la nación española al tiempo que los nacionalismos periféricos han sobrevalorado sus señas de identidad. España no es Alemania, donde son relativamente normales las grandes coaliciones para enfrentar desafíos que afectan al país como nación, pero no porque los alemanes sean más democráticos, sino porque son más patriotas. En España se ha normalizado que partidos liderados por condenados por golpismo y terrorismo sean los que marquen el ritmo de la política nacional.

La culpa fundamentalmente es del PSOE, militantes y votantes, que han preferido el camino del frentepopulismo actualizado por la dupla Zapatero-Sánchez, antes que por la vía constitucionalista y socioliberal de Felipe González y Rubalcaba. El típico votante socialista asocia la idea de España a la carcundia y lo carpetovetónico, a lo "heterobásico", el nuevo palabro que circula entre la tribu progre socialdemócrata. Y se ha rendido a la mitología nacionalista asociada a que la única España buena es la España deconstruida, vaciada de significado, silenciada, acosada y avergonzada. En la sede de Ferraz había más banderas LGTBI que banderas españolas, y no porque sean especialmente "gay friendly", salvo cuando pueden instrumentalizar a los homosexuales para su agenda izquierdista, sino porque son "Spain haters". Para el socialista español común, ser patriota se considera una superstición obsoleta, de modo que hemos llegado a la paradoja suprema de tener un presidente del gobierno de España que no cree que España, en sentido fuerte, exista. Tarde o temprano surgirá el conflicto con la institución que tiene su destino unido a la concepción de una España indisoluble, la Corona. Yo del rey, me pondría la barba a remojar, porque su discurso contra el golpe de Estado de Puigdemont no será posible, con Sánchez en Moncloa, ante una reedición de un referéndum secesionista animado por la Generalidad.

Feijóo mereció perder por no ir al último debate. Lo que es un símbolo de su falta de grandeza personal y de la incapacidad generalizada en el PP para atender a principios políticos más allá del mero merchandising. Solo hay algo peor que no ganar y es no haber hecho todo lo posible para ganar. No se puede ser presidente del gobierno con tacticismos cobardes impulsados por consejeros mediáticos que han desplazado a los asesores políticos. Si no quieres hacer Política con mayúscula dedícate a otra cosa. Y a eso lleva jugando la derecha acomplejada mucho tiempo, con líderes que parecen, dicho sea con todo el respeto, jefes de planta de El Corte Inglés. Del mismo modo que Feijóo rectificó respecto a lo que dijo de las pensiones a Silvia Intxaurrondo, la periodista al servicio del PSOE en RTVE, también debería haber rectificado su decisión de no asistir al debate con Sánchez, Abascal y Díaz. Se empieza por no debatir y se termina tras un televisor de plasma. Quizás se puede ser presidente de Galicia sin ir a un debate con los adversarios, pero Feijóo dio una mala señal quedándose en casa al estilo evanescente y vacuo de Rajoy. Pudo incrementar el abstencionismo en el centro izquierda y alimentar a la derecha conservadora. ¿Feijóo es un burócrata o un político? No es de extrañar que suenen tambores de sustitución tanto en Madrid como en Andalucía…

Por el contrario, Sánchez ha vuelto a demostrar que es un animal político, un lobo electoral que va a luchar siempre hasta el último voto apoyado por un partido rocoso como una secta y unos medios de comunicación que van a muerte con él. No hay más que contrastar la sumisión de Silvia Intxaurrondo ante su presidente cuando dos días antes se había tirado al cuello de Feijóo. Un Feijóo que no es que no sepa inglés, es que tampoco sabe prepararse una entrevista en el campo minado de RTVE con Fortes ejerciendo de comisario político de Ferraz.

Al votante socialista la unidad de España no le importa absolutamente nada. Es más, ha asumido el discurso nacionalista de que España no existe y que el Estado español, como dicen siempre de Otegi a Junqueras, no es sino una aglomeración de nacionalidades diversas, con vascos y catalanes en plan primus inter pares. La desvertebración de dicho Estado español se irá intensificando en un tira y afloja de privilegios económicos, vulneración de derechos a los castellanohablantes en el camino hacia el monolingüismo y, finalmente, la independencia.

¿Qué hacer, entonces, ante este panorama desolador para el bando constitucionalista, sin un líder de peso, infiltrado de parasitados por el marco mental nacionalista y con pocas probabilidades de victoria? En estas elecciones han perdido todos, de alguna u otra forma. Pero sobre todo hemos perdido los liberales, Ciudadanos mediante, no se nos olvide, incapaces de articular un discurso político, ético, económico, patriótico a la par que europeísta y globalista. Qué hacer, decía. Pues tomar nota de Tocqueville, que en tiempos incluso más convulsos se presentó a las elecciones sin renunciar a sus ideas y principios por ir en contra de la moda política y los usos "progresistas":

En aquella apacible espera de un fracaso, encontraba yo una tranquilidad y una claridad de espíritu, un respeto de mí mismo y un desprecio de las locuras de la época, que no habría tenido en igual grado si solo hubiese vivido dominado por la pasión de triunfar (...) me negué a contestar a ninguno de aquellos insolentes interrogatorios. Aquellas negativas se interpretaron como actitudes de dignidad e independencia, y se me apreció más por mi rebeldía que a los otros por su sometimiento. Yo nunca quise adornarme con prenderías revolucionarias: "No vengo a solicitar vuestros sufragios, vengo solamente a ponerme a las órdenes de mi país".

Lo malo de la actual situación española es que si finalmente Sánchez es presidente del Gobierno será gracias al voto de diputados en el parlamento de España que consideran que España no es su país. Lo que incluye, me temo, al propio presidente. Ojalá en este sentido también cambie de opinión algún día.

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