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Agapito Maestre

La supervivencia de la Nación

Por desgracia, otra vez, como en los peores tiempos de nuestra historia, estamos ante la cuestión de la supervivencia de la Nación.

Por desgracia, otra vez, como en los peores tiempos de nuestra historia, estamos ante la cuestión de la supervivencia de la Nación.
Dos banderas unidas de España y Cataluña para celebrar el día de la Hispanidad. | EFE

Solamente "desprivatizando" la Nación, España sobrevivirá con dignidad, con la misma dignidad que ella nos da cuando decimos con orgullo: "España. Soy español". Por desgracia, otra vez, como en los peores tiempos de nuestra historia, estamos ante la cuestión de la supervivencia de la Nación. Pero no nos dejemos llevar por el derrotismo. Tampoco claudiquemos ante triunfalismos estériles. Seamos realistas. Creo que España no está muerta. Está malherida, pero sobrevive. Aún le queda un hálito de vida. Quizá sea suficiente para hacerla revivir con la misma dignidad, insisto, que ella dio a las generaciones pasadas y presentes de sus moradores. Sin la nación española nada es viable moral y políticamente. Los nuevos españoles, esos llegados de otras tierras, saben muy de lo que hablo, como también lo saben la mayoría de los viejos socialistas, esos que se oponen la mercadeo de Sánchez con los separatistas.

Sí, esos socialistas han entendido bien qué nos estamos jugando; por lo tanto, nadie descarte, en este contexto trágico, el gran valor que adquieren esas criticas al proyecto final para eliminar la nación española. Esos cuestionamientos son muy relevantes, porque ponen en evidencia la gran verdad de este proceso de destrucción, a saber, el separatista Puigdemont sigue a Sánchez y no al revés; una vez más, como ha sucedido muchas veces en España, se trata de privatizar la nación para mantenerse en el poder. No hay otra cosa detrás del empecinamiento de Sánchez por pactar con los separatistas. Es obvio que las críticas socialistas (sic) a Sánchez surgen del valor, o mejor, del hálito de vida que aún tiene la nación. España. Demos, pues, la importancia que tienen esas voces socialistas, como la de Felipe González, cuando critica que el objetivo principal de Sánchez es la liquidación de la Constitución de 1978. Otros han ido más lejos, como es el caso de Nicolás Redondo, un hombre honrado a carta cabal que se ha dado de baja del partido, después de estar militando toda su vida, para no perder su dignidad, y lo ha explicado en un artículo brillante y sincero: "Pueden pintarlo como quieran, pero la aprobación de una amnistía hoy será la liquidación del abrazo de la nación del que nació el sistema del 78. ¡Viva la amnistía nueva, muera la anterior! Una vez comprometida la nueva amnistía para los integristas catalanes, todo quedará en entredicho y, como decía el político de la Grecia antigua, ´la ciudad —leamos la democracia española— está en manos de desvergonzados y pillos', y ahora sabemos que de delincuentes".

¿Delincuentes? Sin duda, quien negocia con delincuentes, está al borde del abismo. Es un cómplice, dicho de modo breve y directo. No asistimos a un proceso político sino delincuencial. Estamos ante una aberración jurídica, que llamarán "constructivismo legal" o con cualquier otra ideológica fórmula, que podría terminar con la democracia del 78. Se trata de saltarse todos los procedimientos y protocolos que la Constitución fija para ser cambiada y hacerlo pasar como legal y legítimo. Eso se llama, como sabe cualquier estudiante de Ciencia Política, Golpe de Estado. Por lo tanto, si Sánchez concede la amnistía a los separatistas para que voten su investidura, está dando un Golpe de Estado. Pues eso es, en efecto, lo que se prepara. Es comprensible, pues, la crítica de González y Redondo a Sánchez. Ellos no quieren ser cómplices del mayor atentado que puede sufrir una democracia. Dejará de haber democracia y la Nación quedará herida.

La nación está, ciertamente, al borde del abismo. La última desgracia ha sido fotografiada para el mundo entero: un prófugo de la justicia por intentar dar un golpe de Estado, el separatista Puigdemont, departe tranquilamente con Yolanda Díaz, vicepresidenta en funciones del Gobierno del España, para repartirse los futuros despojos de lo que a ellos les da la vida, y, sin embargo, matan: España. Es difícil caer en mayor degradación política que la foto de un delincuente negociando con una vicepresidenta del Gobierno. No sé si conseguirán su objetivo final, la muerte de la nación española, pero otros muchos, antes que ellos, cayeron en el intento porque olvidaron lo fundamental: la Nación también es un patrimonio de horrores, desgracias y derrotas, que incluye a este tipo de personajes como Puigdemont y Díaz. Y es que España siempre ha incluido en su seno a sus traidores y asesinos. En todo caso, la foto de Puigdemont y Díaz, de un delincuente penal y una malhechora moral, es una prueba de que el mal radical contra España no está, nunca ha estado, sólo en los separatistas sino en el Poder central que abandona su principal misión, dar legitimidad permanente a la nación. "En vez de renovar, como dijo Ortega, periódicamente el tesoro de ideas vitales, de modos de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder público ha ido triturando la convivencia española y ha usado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados".

Porque hoy también la nación está privatizada, secuestrada por grupos e individuos movidos por un espíritu particularizador, es menester nacionalizar, y no es una paradoja, la Nación a través de un discurso político radicalmente democrático. Los ámbitos donde hallar las piezas clave de esa nueva política democrática están a la vista de todos. Me refiero a todos aquellos espacios donde se busca la verdad, el bien y la belleza a través del conocimiento, el poder político y el derecho. Sí, menester es luchar, en primer lugar, porque esas esferas de la vida de la nación funcionen con autonomía y libertad. Naturalmente, el combate por un saber genuino, es decir, emanado de la búsqueda sin término del esfuerzo de la inteligencia, debe ser hasta sus últimas consecuencias. La sabiduría jamás debe ser confundida con la ideología de uno u otro partido. Tampoco es de recibo que casi todos los planos de la justicia (derecho) estén devorados por el poder del Gobierno. Y de ningún modo puede aguantarse que la mayoría de un país viva de espalda a su historia, engañada por un conjunto de mentiras, falsedades y engaños elaborado por sus gobernantes con el silencio cómplice, muchas veces, de los intelectuales e historiadores. O peor, la base del engaño de los políticos fue creada por esos "intelectuales" e "historiadores".

Es, precisamente, en este terreno de la ideología y del engaño donde se hace cada vez más necesario el trabajo del pensamiento. Es imprescindible la crítica a las falsificaciones sobre nuestro pasado y presente, porque desde el poder han salido leyes, como las de la memoria histórica y democrática, que han confundido el poder de unos gobernantes con la sabiduría emanada del trabajo paciente del pensamiento. Historia no es memoria. Hoy más que nunca en España es urgente esa crítica a la ideología. Esa crítica es llamada por otros "batalla cultural". Está bien. Nada tengo en contra de esa denominación, sobre todo si se hace con inteligencia y de modo autónomo respecto de las agencias primarias de socialización política. Esa crítica, sí, es cada día más urgente para revitalizar el tejido histórico de la Nación que nos proyecte al futuro. La Nación será eficaz en la medida que se escriba su genuina historia. No se trata, en efecto, de mirar el pasado sino de vincularlo al presente y al futuro. Es menester calar hondo en el cerebro y corazón de nuestro ser colectivo. Y para eso nada mejor que repasar los grandes autores que han pensado la Nación. Es necesario leer y releer, discutir y debatir, sobre las grandes obras que han tratado de España como Nación. Es obligado volver a los grandes historiadores del ser colectivo de España a lo largo de los tiempos, como Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, o a los debates de Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz sobre la realidad histórica de España. Bastaría detenerse en cualquier autor del siglo XX para arruinar a toda esta caterva de falsificadores de la historia y productores de "nacioncitas".

Y, sobre todo, nadie puede prescindir, si de España habla, de los grandes críticos de las ideologías y falsificaciones nacionalistas sobre Cataluña y País Vasco. Nadie en su sano juicio puede dejar de combatir con la inteligencia que ofrecen "los instrumentos históricos, sociológicos y lingüísticos", por utilizar la expresión de esos ideólogos nacionalistas, a los "teóricos" e "historiadores" que se han cuestionado España como nación. En esta perspectiva, es menester volver a leer y releer los grandes libros que se han escrito, desde 1978 hasta hoy, contra la barbarie nacionalista. Todo esos libros componen una Teoría Crítica del nacionalismo catalán y vasco que haría las delicias de cualquier Universidad libre, si es que hoy la hubiera en España, para llenar de sabiduría todos su estudios, curricula y programas de carácter humanístico.

El listado de los autores y obras que componen esa Teoría Crítica, o sea, ese saber emancipatorio, es impresionante. Si hubiera políticos con inteligencia en una España capaz de manejar algunas cuantas de esas obras, tendrían solucionado su problemas programáticos. Los libros de Gustavo Bueno, César Alonso de los Ríos, Sánchez Dragó, Amando de Miguel, Francisco Caja, Jon Juariti, por no citar a los que aquí escribimos, empezando por Federico Jiménez Losantos, y un largo etcétera, darían pie a la formulación de un programa político radicalmente democrático para desprivatizar la Nación

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