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Santiago Navajas

¿'Quo vadis', Milei?

¿Abandonará Milei sus imprecaciones al estilo de Ludwig von Mises para alcanzar un estilo contundente pero educado como el de Friedrich Hayek?

¿Abandonará Milei sus imprecaciones al estilo de Ludwig von Mises para alcanzar un estilo contundente pero educado como el de Friedrich Hayek?
El candidato a la Presidencia por el partido la Libertad Avanza, Javier Milei, es visto durante su cierre de campaña, hoy en Buenos Aires (Argentina). | EFE

Periodista: ¿Por qué prometías cosas locas?

Javier Milei: Para ganar las elecciones provisionales en agosto.

Periodista: ¿Por qué ahora niega haber prometido lo que prometió?

Javier Milei: Para ganar las elecciones finales en octubre.

Periodista: Pero, ¿qué va a hacer si gana?

Javier Milei: Lo que digan mis perros.

Esta viñeta de Paz Rudy sintetiza la paradoja que envuelve a ese enigma disfrazado de jeroglífico que es Javier Milei, el anarco-capitalista argentino que es fan de los Rolling Stone, admira a Bilardo, ama a los cinco clones de su amado can fallecido llamado "Conan" (por Conan, el bárbaro) y ha puesto patas arriba el statu quo político argentino, dominado hasta ahora por estatistas de todos los partidos. Tras décadas de delirio ideológico, demagogia económica y populismo político que han llevado a Argentina a una espiral de inflación, corrupción y empobrecimiento, parece que los argentinos se decantan por una solución también populista, delirante y demagógica solo que de sentido contrario. En la tierra donde son símbolos del país Evita, el Che y Maradona, Milei viene a completar el cuarteto de ases, tan atractivos como vitriólicos, que serían difíciles de encontrar en cualquier otro lugar. La principal cuestión es si Milei pasa de ser un libertario a ser un liberal. A veces se refiere a sí mismo de una forma u otra, pero son dos conceptos y tradiciones incompatibles. También en cuanto a talante: ¿abandonará Milei sus imprecaciones al estilo de Ludwig von Mises para alcanzar un estilo contundente pero educado como el de Friedrich Hayek?

Argentina nunca será Suiza, claro está. Ni falta que le hace. Pero Argentina tiene que dejar de ser la Argentina de los populistas y estatistas Yrigoyen y Perón, del Che y Maradona, para volver a ser la del liberal Alberdi y el ilustrado Borges. Para ello, Milei sí que puede, y debe, incorporar a su repertorio de rockero político algo del estilo de los Beatles, los Beach Boys y, sobre todo, Bob Dylan. Es decir, atemperar su simpatía por el diablo ancap con una llamada a las puertas del cielo liberal. Lo que traducido a términos políticos significa renunciar a su alianza con los ultraconservadores, al estilo de Bolsonaro, para evitar el lado más antipolítico y autoritario de los anarco-capitalistas, y acercarse al liberalismo clásico de Hayek, Schumpeter y Eucken. El caso de los ordoliberales alemanes le debería servir de ejemplo sobre cómo desafiar a los estatistas de todas las tendencias no desde la histeria y la hipérbole, sino desde la astucia y la firmeza.

Y es que el problema de Argentina no es la inflación, sino el desconocimiento generalizado de la economía, Argentina es el paraíso del psicoanálisis y demás magufadas pseudocientíficas, y el fenómeno subyacente de la falta de confianza en unos "expertos" a medio camino entre el Sombrero Loco y Humpty Dumpty. Entre los liberales que forman parte de su mochila intelectual haría bien Milei en incorporar a Ortega y Gasset cuando recomendaba a los argentinos que fueran a las cosas, en lugar de perderse en ensoñaciones pesadillescas. Si Milei quiere ser un presidente efectivo que no sea el sueño de una noche de verano o el trending topic de un par de días en Twitter deberá sacrificar algo de su espíritu quijotesco para ganar peso, nunca mejor dicho, como Sancho Panza realista.

Si comparamos los datos macro de España y Argentina el país sudamericano no debería estar demasiado mal. Tienen los argentinos en comparación con España, menos deuda, menos déficit, meno paro, menos gasto público, pero mucha más corrupción, menos competitividad y menos innovación. Eso sí, una inflación desatada y una prima de riesgo insoportable. La propuesta más radical de Milei, la dolarización de la economía significa renunciar a un banco central en Buenos Aires para depender del de Washington, como hicimos los españoles pasando el poder monetario de Madrid a Fráncfort. Pero mientras que la jardinería económica española y europea se realizó durante lustros, y fue el trabajo colectivo de muchos países y de políticos de todas las tendencias, Milei pretende dolarizar la economía argentina como Yeltsin aplicó un shock libertario en la Rusia postsoviética, lo que condujo a transformar su país de un Estado comunista no en un Estado liberal, sino en un Estado Mafia sometido a oligarcas y, finalmente, a un híbrido entre comisario político de checa de la KGB y plutócrata del petróleo.

El ordoliberalismo de Walter Eucken, Konrad Adenauer y Ludwig Erhard supieron sacar a Alemania de un agujero mucho más profundo que el argentino de hoy, pero lo hicieron desde parámetros liberales realistas, conociendo la estructura sociológica, moral y política de los alemanes, sabiendo lidiar siguiendo los parámetros del toreo: parar, templar y mandar. Pero Milei hasta ahora se ha parecido más al Cordobés dando saltos de la rana que a José Tomás, el Juli o Ponce. Dejarse arrebatar por los cantos de sirena reaccionarios de los ultraconservadores en temas como el aborto o las simplezas cómplices respecto a la brutal dictadura de los Videla de turno tampoco ayudan a darle a Milei un empaque de estadista, sino de predicador.

Una vez controlada la política monetaria, sometiéndose a los designios de la Reserva Federal estadounidense, tendrá también que controlar la agenda fiscal, que supone enfrentarse a los poderosos cárteles empresariales que conforman la casta extractiva argentina, esa oligarquía de intereses económicos privados que un liberal que ha leído a Adam Smith y Walter Eucken sabe que a las primeras de cambio lo dejarán tendido en el camino. Por último, Milei, con el habitual sesgo de economista, parece no darse cuenta de que sin unos valores éticos de prudencia, seriedad y mesura no hay sociedad liberal que se sostenga. Católico, pero con un consejero religioso judío con el que estudia la Torá, parece que no han llegado a analizar proverbios judíos como este:

Imponer la Verdad, utilizando el Insulto, no merece Indulto.

Merece la pena ver y escuchar el discurso íntegro de Javier Milei en el Latam Economic Forum. Aparece en el mismo las dos almas de Milei: la de brillante profesor de Economía transmutado en incendiario político populista. Son admirables sus referencias cultas, sus metáforas apabullantes y sus explicaciones técnicas. Sin embargo, chirrían sus insultos de rapero de tres al cuarto, de tuitero enardecido llamando "cementerio de canelones" a Higuaín, al lado de citas de Hayek, Smith y Robert Lucas. Pero su lado intelectualmente más débil es su propensión a repetir como un loro mantras libertarios al estilo de que "el Estado eficiente es un oxímoron", lo que te sirve para triunfar entre los adolescentes de Instagram y Twitch, o ingeniosos jueguecitos conceptuales al estilo de las cuatro formas de gastar que decía Milton Friedman en su liberalismo para dummies. El que no crea que cabe hacer del Estado una entidad eficiente lo que tiene que hacer es crear un falansterio randiano en Nevada o un kibutz libertario en el valle de Hebrón, pero no aspirar a presidir un país.

¿Quo vadis, Milei? ¿A ser un youtuber en Andorra pegando voces desde un sótano a millones de adolescentes o un presidente en la Casa Rosada con millones de votos y aspiraciones a un par de mandatos que consiga dejar un legado? Es casi imposible en Argentina conectar con la tradición liberal de Alberdi y sepultar la tóxica herencia hegemónica de los estatistas Hipólito Yrigoyen y Perón, autocráticos y personalistas. Pero tanto Menem como Macri rozaron el milagro. Sería una última paradoja, y un nuevo clavo en el ataúd de la todavía democrática argentina, que Milei terminase imitando a sus némesis ideológicas tratando de ser un patriarca a la espera de un ineludible otoño.

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