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Pedro de Tena

Jorge Semprún y el antihumanismo del antisemitismo de la izquierda

El antisemitismo no sólo no ha muerto sino que está siendo revivido precisamente por la izquierda europea, algo que ya adivinó el propio Semprún.

El antisemitismo no sólo no ha muerto sino que está siendo revivido precisamente por la izquierda europea, algo que ya adivinó el propio Semprún.
Jorge Semprún. | Archivo

Algunos libros son esenciales para comprender el antisemitismo, como modo superior de la superstición y por ello, como la forma suprema del antihumanismo y la antidemocracia. Einstein, judío, subrayó la relación entre el concepto de "causalidad" y la idea del demonio[i]. Todo lo que ocurre, muy especialmente lo malo, debe estar causado y su origen debe ser diabólico. Por ello, el judío ruso León Poliakov escribió La casualidad diabólica. Ensayo sobre el origen de las persecuciones que completó con otros muchos sobre el antisemitismo y el Holocausto.

Uno de los libros que publicó contra el antisemitismo fue su Historia del antisemitismo, desgranada en cuatro tomos que abarcaron desde el principio de los tiempos al triunfo del nazismo en Alemania. El primero, se tituló Desde el tiempo de Cristo a los judíos de Corte. El segundo, Desde Mahoma a los marranos. El tercero, De Voltaire a Wagner y el último, La Europa suicida, 1870-1933. Nos interesa sobre todo este último porque el autor del prefacio es el famoso comunista español, Jorge Semprún, exministro de Cultura de Felipe González desde 1988 a 1991.

Poliakov analizó en profundidad el desarrollo de las persecuciones, especialmente las que hacían blanco de sus odios a grupos completos de seres humanos por su presunto primitivismo, inferioridad racial o intelectual, maldad moral conspirativa y otras características. Y alude a esta manifestación del odio con palabras de Karl Popper:

La teoría de la conspiración es una perspectiva según la cual todo lo que se produce en la sociedad —incluidas las cosas que por regla general disgustan a la gente, como la guerra, el paro, la miseria, la penuria— es resultado directo de los designios de ciertos individuos o grupos poderosos. Esta opinión se halla muy extendida, aunque suponga una superstición muy primitiva... En su forma moderna, es un resultado típico de la laicización de las supersticiones religiosas.

Los que extendieron la falsedad de los Protocolos de los Sabios de Sión, sabían bien lo que querían hacer creer con tal mentira: perpetuar la ya antigua marea de antisemitismo en todo el mundo. Años después, se comprendería que el antisemitismo no podía ser otra cosa que la manifestación más brutal de una superstición muy alejada de la racionalidad, de la ciencia y por ello, de los fundamentos de la democracia, que exige de sus sujetos políticos individuales el examen de los hechos reales producidos por una acción de gobierno para decidir si merece la pena seguir apoyando su continuidad o no.

El marxismo ya resolvió la cuestión negando entidad real a la persona individual del ciudadano para dar paso al ciudadano abstracto de un Estado totalitario en el que los derechos humanos son superfluos y "burgueses", como subraya Marx[ii], precisamente, en La cuestión judía. Pero además de la teoría, importa la práctica política y la práctica estalinista conducía a la negación del "cosmopolitismo"(asimilado a la forma de vida judía) para afirmar la nación rusa, eje central del comunismo soviético. Jorge Semprún, comunista convencido, lo aceptó unos años hasta su ruptura con el PCE, o sea, con la Unión Soviética[iii].

Dice Felipe Nieto en su libro sobre Semprún, La aventura comunista de Jorge Semprún:

El rechazo y condena del cosmopolitismo de que Semprún hace gala en todas sus colaboraciones era parte del discurso político del PCE de esos años. En buena medida procedía de la Unión Soviética, donde seguía vivo y efectivo, como transparentaba la cruel realidad de los últimos procesos estalinistas. Se nutría de dos tradiciones al menos, del antisemitismo de la Rusia zarista, cuando se perseguía y condenaba el judaísmo, la cultura cosmopolita por antonomasia, y del nacionalismo ruso, revitalizado por el estalinismo, que recuperó el antisemitismo y veía en cualquier rasgo cosmopolita un peligro para la cultura nacional rusa y soviética.

Semprún no era judío, según aclaraba él mismo, ante las acusaciones vertidas contra su abuelo y ministro de Alfonso XIII, Antonio Maura, que destacaron siempre que era un "chueta" mallorquín (descendiente de judíos conversos). Su formación, partido y disciplina le inclinaban al antisemitismo, pero su experiencia vital, familiar y, sobre todo, su estancia en el campo de concentración nazi de Buchenwald[iv] en el que estuvo recluido desde 1944, privilegiadamente, eso sí, le permitieron entender mejor la barbarie de la persecución de los judíos.

Para nosotros, el antisemitismo no es una mera aberración intelectual, sin duda abyecta, pero que pueda ponerse entre paréntesis, considerarse como un fenómeno histórico secundario. Para nosotros, el antisemitismo es el síntoma esencial del Mal absoluto y como tal hay que tratarlo, extirpándolo de la sociedad sin miramientos, radicalmente, y cualquiera que sea el ropaje ideológico que lo encubra.

Hay que explicarle a cierta izquierda acéfala y ágrafa que estas palabras no han salido de la pluma de ningún "sionista", ni tampoco del gabinete de prensa del gobierno de Benjamín Netanyahu. Pertenecen al principio del Prefacio que Semprún hizo al último tomo de la monumental Historia del Antisemitismo de Poliakov en el que se refiere expresamente al suicidio de Europa, inmolación producida precisamente por la persecución creciente de los judíos que llegaría a la "solución final" tras la ascensión de Hitler al poder en Alemania en 1933.

El texto de Semprún está firmado en la Barcelona de julio de 1981. Desde 1965 estaba fuera del PCE y ya había publicado la que, con el tiempo, sería la primera parte de la Autobiografía de Federico Sánchez, que logró el Premio Planeta en 1977. Hacía 33 años de la creación del Estado de Israel amparado por la ONU, aquel que cantara Rafael Alberti en un himno de aleluya antes del giro antisemita de Stalin. Cinco años después de su Prefacio se establecieron relaciones diplomáticas entre España e Israel.

Se ha dicho que Semprún reunía en sí, o dispersaba de sí, varias personalidades simultáneas, que deambulaba por el misterio, que el de Semprún era su verdadero alias clandestino que él mismo desatendía si alguien lo mencionaba. El filósofo Bernard Henry-Levy, de familia judía sefardita argelina, lo admiraba por ser capaz de pensar en seis idiomas europeos. Lo que no puede dudarse es que su defensa de los judíos era auténtica y no una mera posición política oportunista.

Antes de 1981, ya se apreciaba que, tal vez desde su vivencia en el campo nazi de Buchenwald, sintió muy dentro el sufrimiento judío. En su primera novela, El largo viaje, premio Formentor 1964, escribió sobre el tipo de viajes que hacían los judíos hacia los campos nazis:

Era necesario apartar la masa helada de los cadáveres, de los judíos polacos muertos de pie, helados de pie, que caían como bolos en el andén de la estación, para poder encontrar algunos supervivientes. Pues había supervivientes. Una lenta y vacilante cohorte echaba a andar hacia la entrada del campo. Algunos caían para no volver a levantarse, otros se levantaban, otros se arrastraban literalmente hacia la entrada del campo.

En el segundo de sus libros publicados La segunda muerte de Ramón Mercader (Premio Fémina, Francia, 1969), hay un encuentro con una mujer en el viejo e impresionante cementerio judío de Praga. Y, en medio de las lápidas, ella dice refiriéndose a las estelas mortuorias intercaladas entre las tumbas:

Los cristianos, le dijo ella, arrojaban a veces cadáveres de perros por encima de las tapias del cementerio judío, para profanar el recinto con la presencia de aquellas carroñas hediondas. Y los judíos, a fin de restablecer la santidad del lugar, enterraban estos cadáveres de perros en el mismo sitio en que habían caído. Estas estelas señalaban precisamente los lugares donde reposaban los perros judíos, al lado de los hombres judíos de Praga.

Estelas o piedras sobre las lápidas, se cuenta en la despedida de Federico Sánchez.

En el siguiente libro que vio la luz, en francés, que llevó por título L'évanouissement (1967)[v], hace decir a un personaje:

Habría sido judío, porque queríamos liquidar toda opresión, y porque el judío, aunque pasivo, resignado incluso, encamaba la figura intolerable del oprimido. Habría tenido veinte años, porque los teníamos, como aquellos otros jóvenes que nos ayudaban a vivir, que hacían latir nuestro corazón, que removían ideas nuevas, y que se llamaban Hölderlin, o Heinrich Heine, o Marx.

Aunque su referencia a Marx es inexplicable o torpe por eludir su antisemitismo declarado, su consideración hacia los judíos es evidente. Y la continúa en Aquel domingo (1980), que trata cuerdos personales de su estancia en el campo de Buchenwald y escribe:

Pensaba que Stalin había seguido matando, encarcelando, calumniando, destruyendo vidas, aun después de su muerte. Pensaba que en 1945 los deportados seguían muriendo, en Buchenwald, aun después de la liberación. Los supervivientes judíos de Auschwitz seguían muriendo, en el Campo Pequeño, de Buchenwald. Pensaba que Stalin había sido, él solo, como un inmenso campo de concentración, como una cámara de gas ideológica, como un horno crematorio del Pensamiento Correcto: seguía matando aun después de su desaparición. Pensaba sobre todo que Stalin destruía la inocencia posible de nuestra memoria.

También se percibe su respeto por los judíos en el libro que publicó el mismo año en que escribió su Prefacio a la Historia de Poliakov, La algarabía (1981). Desde su referencia a un viaje a Israel a la cómica zarzuela La Corte de Faraón, a la que menciona, no hay palabra alguna contra los judíos y sí muchas contra Hitler y Stalin, muchísimas. Por tanto, puede decirse que el desprecio que Semprún siente por el antisemitismo, viene de lejos y es sustancial, no circunstancial.

El mismo resultado obtendremos si examinamos su obra posterior. "Entonces, pronuncien ustedes esos nombres judíos, repítanlos y contengan las lágrimas, contengan sus risas, lágrimas y risas de emoción, de jubilosa alegría, al constatar ese astuto desquite de la Historia, esa enorme broma, ese ontológico palmo de narices: ¡Fleck y Tenenbaum, judíos americanos, en la vanguardia del Tercer Ejército de Patton, circulando en jeep hacia el campo nazi de Buchenwald!", explica en Ejercicios de supervivencia (2016), por ejemplo. Y en Federico Sánchez se despide de ustedes (1993) relata con crudeza el trato dado por Heidegger a su mentor judío, el filósofo Edmund Husserl.

Aunque nadie conoce a nadie del todo, lo dicho basta para certificar la defensa de los judíos y de su Estado que hizo siempre Semprún. Precisamente es en el Prefacio que comentamos donde este apoyo se muestra inequívocamente. ¡Qué diferencia exhibe con los izquierdistas españoles actuales, alineados por razones "geopolíticas" con los enemigos de Israel, la única democracia occidental de esa zona del mundo.

En ese texto prologal, Semprún se refiere a Theodor Adorno y su Dialéctica negativa, que finaliza "con una reflexión filosófica sobre la posibilidad de existir ‘después de Auschwitz’". Escribió Adorno: "Pero no es falsa la cuestión menos cultural de si después de Auschwitz se puede seguir viviendo, sobre todo de si puede hacerlo quien casualmente escapó y a quien normalmente tendrían que haberlo matado".

Agapito Maestre, cuya tesis doctoral versó sobre Adorno, percibió con claridad el drama tendido entre el mal y los hombres. En su libro El pulso del pensamiento escribió:

Por lo tanto, todavía es posible pensar e imaginar después de Auschwitz. jQuizá sea esta la gran aportación de la literatura apátrida —"mis raíces", dice Semprún, "siempre estarían en ninguna parte, o en cualquiera: en el desarraigo en todo caso"— a la historia del género humano! Junto a las obras de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, y de Primo Levi, Los hundidos y los salvados, la obra de Semprún refleja con precisión reflexiva que el mal nazi, a pesar de ser único y singular comparado con otras historias y épocas perversas de la humanidad, fue ejercido por apacibles padres de familia.

En un programa de RTVE de la serie Imprescindibles, titulado Semprún sin Semprún, él mismo contesta a esa pregunta a través de la respuesta que dio un superviviente en un documental francés: "¿Quién ha dicho que estamos viviendo después de Auschwitz? Estamos en Auschwitz". El antisemitismo no sólo no ha muerto sino que está siendo revivido precisamente por la izquierda europea, algo que ya adivinó el propio Semprún.

No sólo es que haya demasiados que nieguen la realidad de la persecución contra los judíos aludiendo a una invención "sionista". "No por casualidad, tampoco, se esfuerza el antisemitismo actual, miserablemente disfrazado de ‘objetividad’ histórica, en negar la realidad del genocidio, la realidad de las cámaras de gas en las que perecieron atrozmente millones de judíos", explica. Ahora, se trata de oscurecer y olvidar el asesinato de 1.400 judíos haciéndolos culpables a ellos mismos de los crímenes de Hamás.

Pero Semprún va más lejos y ya anticipó en 1981 que se acercaba una ola de antisemitismo: "…está acercándose el tiempo —!y ojalá me equivoque!— de una nueva explosión de antisemitismo. Sin duda no se utilizarán esta vez los mismos argumentos que en la época que con tanta minucia y erudición analiza en este ensayo Léon Poliakov".

Y añade:

Así, no se nos hablará ahora de los Protocolos de los Sabios de Sión, ni se invocarán teorías raciales desprestigiadas y hasta irrisorias. Probablemente el antisemitismo de hoy se nos presentará como mero antisionismo, como mera defensa, pongamos por caso, de los derechos del pueblo palestino a poseer su propio Estado. Para decirlo con otras palabras: es muy posible que el antisemitismo de hoy se disfrace de vestiduras ideológicas "de izquierda".

Aún hay más, porque, por larga que sea la cita, es imprescindible leer estas palabras que Semprún escribe en su Prefacio:

Hacer frente a esta campaña es tan urgente como ineludible. Ello exige ser capaces de comprender el nexo ideológico y político que une la defensa del Estado de Israel con la lucha permanente contra el antisemitismo. Hoy por hoy, y aunque no nos gustaran los dirigentes de dicho Estado (¡cuántos dirigentes de tantos Estados nos disgustan, sin que pongamos por ello en entredicho el derecho de estos últimos a coexistir con nosotros!), aunque criticáramos tal o cual aspecto de su política, la afirmación del derecho de Israel a mantenerse en paz en un territorio garantizado por la comunidad de las naciones es el punto primero de cualquier toma de posición sobre la cuestión judía. Quien no entienda esto, y en nuestro país son muchos los que parecen no entenderlo, podrá proclamar con cuánta fuerza quiera sus opiniones de izquierda, pero no dejará por ello de ser juguete de la forma actual y solapada del ancestral antisemitismo.

Amén. Enriquece Jorge Semprún su discurso con la reflexión sobre la realidad del Otro, que es el judío en el universo cultural de lo que viene llamándose Occidente. Según él hay que "entender y respetar la fabulosa historia de un pueblo que, incluso en las teóricamente mejores condiciones de asimilación, o acaso de fusión secular con la comunidad nacional en que se desenvuelve su vida, sigue siendo Otro, y tiene que seguir siéndolo" aunque se separe de otros pueblos e incluso de sí mismo, que es lo que lo convierte en "un fermento universal, capaz de fecundar culturas y modos de vida muy diversos…".

Por ello, concluye "es el antisemitismo la forma más acabada del antihumanismo. Por ello es necesario meditar en la experiencia histórica que Léon Poliakov desmenuza aquí, para todos nosotros… Entenderlo cabalmente, y fundar en esa comprensión una práctica social, no es tarea de un día, sin duda. Pero ninguna otra tarea puede pretender ser más necesaria ni más radical, hoy por hoy".

Puede coincidirse o no con todas las ideas de Jorge Semprún. Pero nadie puede dejar de valorar su testimonio vital y sus razones para la defensa de Israel así como su desprecio del antisemitismo. La izquierda española, que tanto ha mutado en los últimos 20 años y a la que ahora vemos pactar con los nacionalistas radicales, está en un peligroso camino, tal vez suicida aunque ciertamente antidemocrático, que puede conducirle mucho más lejos de lo que cabía imaginar.


[i] "Hay demonios en todas partes; es probable que de modo general, la creencia en la acción de los demonios constituya el inicio de nuestro concepto de causalidad". Precisamente cuenta Poliakov que la teoría de la relatividad fue combatida a sueldo y presentada como un "bluff judío".

[ii] Sabido es que Marx, judío, fue un antisemita fervoroso, odio que transmitió a todos los movimientos y partidos inspirados en sus doctrinas, el comunismo ruso entre ellos,, muy especialmente a partir de Stalin.

[iii] El antisemitismo siguió vivo en la URSS hasta después de la muerte de Stalin. Los judíos no podían aspirar a la carrera diplomática pues el «antisemitismo sistemático, seguía vivo con Jruschov», contó Manuel Azcárate en Luchas y transiciones. Memorias de un viaje por el ocaso del comunismo,

[iv] Semprún fue liberado en abril de 1945 por las fuerzas del general Patton.

[v] El desvanecimiento, en español.

[vi] Semprún recibió el doctorado honoris causa por la Universidad de Tel Aviv en 1989, el premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad en 1997 y el premio Annetje Fels-Kupferschmidt, fundadora del Comité Holandés de Auschwitz.

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