La chatarra política de Pedro Sánchez se ha hecho bien famosa en estos días. Se olía su hedor a desecho oxi-tóxico podrido desde hace años. Incluso en el PSOE la husmearon. La culpa de este incremento de popularidad la tiene un artículo de Juan Luis Cebrián, Janli para los cercanos, en El País. Se tituló Disculpa a la traición; miedo a la culpa, título que destaca un verso del Sermón estoico de censura moral del Francisco de Quevedo, triste por mirar los muros de la patria suya si un tiempo fuertes ya desmoronados.
Bien podría haber recogido otros versos del poeta dedicados tal vez proféticamente a jueces mercaderías fácilmente reconocibles como Cándido Conde-Pumpido que, en estos días, pretenden constitucionalizarlo todo aunque hace menos de una semana toda la plana mayor del socialismo patrio defendía que la amnistía no cabía en la Constitución. Ha sido tan evidente la chatarra jurídica producida que puede subrayarse de su comportamiento:
El humano Derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.
No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.
Ya saben que se llamó "elefante blanco" a la cabeza visible del oscuro golpe de estado del 23 de febrero de 1981, golpe que pareció contar con apoyos múltiples en la oscuridad. En el golpe de estado que se ha perpetrado esta semana en el Congreso de los Diputados, lo borren o no del Diario de Sesiones y de la Memoria Histórica, "elefante rojo" es el nombre apropiado para quien ha sido largamente esperado por la izquierda comunista y los separatistas de todos los pelajes para cargarse España y su democracia. No tiene nada de original ni de extraño que digamos que el "elefante rojo" de este golpe ha sido sin duda alguna el presidente del gobierno en funciones, y ya funcionando, Pedro Sánchez.
Lo del elefante rojo no es una invención ocurrente. El elefante rojo aparecía en un papel higiénico franquista que se compraba para uso privado de las casas y también para uso público en los servicios de los bares de carretera con cierto nivel. En la España del 600 que nos han retratado Juan Eslava y Montserrat Huguet, ese era el papel popular, junto con el periódico de ayer ya que, la verdad, no había mucha variedad. Su cinta de celulosa era de apropiado color marrón claro y, si se estrenaba un rollo, claro, venía embalado en un papel de celofán amarillo sobre el que destacaba la figura de la marca, "Elefante", en rojo.
De la existencia real del Elefante rojo da fe Rudyard Kipling que en sus Cuentos de la India advierte que tenía un Colmillo custodiado por un Sumo Sacerdote que daba miedo incluso a sus fieles. "Por las noches, el Colmillo del Elefante Rojo daba gemidos en las colinas, y los fieles se levantaban diciendo: El Dios de las Cosas tales como son[i] medita una venganza contra los que han abjurado". Era un miedo justificado porque un día de fragor, todos los fieles desaparecieron dando alaridos de dolor agudísimo. Nadie está a salvo.
Concluye Cebrián en su desafiante y anómala pieza –cuando ha hecho algo parecido como llamar "gobierno de república bananera" al del socialista Zapatero y su "miríada de irresponsabilidades", se detectó un interés personal o empresarial en la diatriba[ii], sospechándose enseguida de que no daba puntada sin hilo—, que "Pedro Sánchez no debe preocuparse más por su lugar en la Historia: con toda probabilidad acabará metido entre la chatarra". Si ahora hay más hilo y otra puntada, investiguen los recelosos.
Chatarra es una palabra española que procede del vasco txatarra (hierro viejo) con el mismo sufijo que "etarra" y de tzatar, ropa vieja, qué curioso, ¿verdad? Chatarra, pues, hace referencia a lo antiguo y despreciable, si bien no todo lo antiguo es chatarra. El lugar donde se guarda o almacena tal escoria se llama chatarrería y su dueño o comerciante, chatarrero. Pero no todo lo antiguo es chatarra. Hay "antigüedades" que tienen mucho valor y utilidad, por ejemplo, España, la primera nación-Estado moderna y unificada de la historia de Europa y del mundo en la que la ley podía ser igual para todos tras siglos de particularismos y privilegios feudales.
Por tanto, cabe precisar que el que uno acabe metido entre la chatarra de la Historia, no significa, ni mucho menos, que esté alojado en una chatarrería –puede estar perdido en los mares como los barcos hundidos o en los campos como los viejos aviones derribados o en el espacio como porquerías orbitales—, y tampoco que estar entre la chatarra, convierta automáticamente en "chatarrero", que es una profesión bien digna aunque muy discutida incluso entre socialistas.
Sin tener en cuenta la cosa del corazón –hay chatarreros machotes que conquistan a diseñadoras de postín—, algo tiene la chatarra que obnubila la cordura y engrandece el origen. Por ejemplo, en muchos municipios españoles, gobernados por unos o por otros, se han producido casos de corrupción en torno a la chatarra. Uno famoso, esta vez socialista, se descubrió en Vinaroz donde la chatarra se vendía al margen del Ayuntamiento para solaz y bienestar de su brigada de recogida.
En cuanto a la dinamización del origen social, digamos que el chatarrero mayor de Extremadura, Alfonso Gallardo, que comenzó en un burro, llegó a lo más alto cuando uno de sus sobrinos fue mano derecha de Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Por resumir diré que además de tener el sueño de un oleoducto de aquella manera hasta que la protesta social acabó con él, llegó a ser el dueño del famoso periódico eclesial, luego socialista, El Correo de Andalucía, una especie de joya de la corona roja andaluza. Favores a devolver.
Se sea o no chatarrero de oficio o propietario o gestor de una chatarrería, es imprescindible contar con un establecimiento de recogida de chatarra porque hay muchas cosas que ya no tienen utilidad y es bueno que no estén a la vista. La chatarrería política es bien grande y en ella pueden acomodarse exministros, a examigos con conocimiento de secretos y los adictos y afiliados en una sinuosa cola de aspirantes a ese destino curioso de la chatarra. No digamos nada de discursos, promesas y puros teatros.
Sea o no su destino final estar metido entre la chatarra, Pedro Sánchez ha previsto la presencia de una chatarrería gubernamental para mandar a ella las chatarras democráticas que no le gustan, ya sean libertades, derechos, costumbres, formas, jueces… Hay debates entre quienes creen que no le gustan realmente y quienes, más misericordiosos, creen que unos malvados le han obligado a perder el gusto por ellas haciendo de la necesidad de siete votos virtud de un gobierno. Lo cierto es que ha emergido en algo más de unas semanas y parece de gran capacidad.
También sabía de una chatarrería gigantesca Adolf Hitler pero con una diferencia. El famoso cabo alemán quería sacar de su mugre la grandeza y las armas del Reich para volver a sentarse entre las naciones con voluntad de poder. Loco pero a lo grande. Pedro Sánchez la quiere para encerrar en ella la grandeza y las libertades de la nación española que podían impedirle gobernar y proceder a un troceamiento de su Estado que acabará con su Constitución y con su capacidad de defensa y dignidad. Traidor pero a lo bajuno. No se ha viso otra cosa igual.
En la experiencia democrática, hay cosas antiguas, estas sí, que han demostrado ser inservibles y obsoletas por lo que tienen todo el derecho a formar parte mollar de una chatarrería. Tras el fascismo de Mussolini, el nacionalsocialismo de Hitler y el socialismo nacional, o en un solo país, de Stalin o Mao, principalmente, parecía evidente que el nacionalismo como doctrina política era basura antidemocrática depositada como chatarra en la historia. Por ello, sus herrajes y sus mimbres totalitarios daban paso al triunfo de las democracias liberales, un avance cierto con los derechos humanos por bandera. Nadie, a pesar de sus defectos, sabe de cosa mejor.
Pero, lo que son las cosas, Sánchez ha rebuscado en el establecimiento y se ha convertido en la coartada social de los nacionalistas de derechas para romper España a golpe de egoísmo e insolidaridad y en el aval de los separatistas de izquierda en el viaje hasta la España rota para que, además, sus balsas de piedra desgajadas simulen ser rojas. El mundo al revés, se limpia la chatarra del totalitarismo, se bruñe con el "netol" de nuevas palabras fingidoras y se mandan a la chatarrería todos los principios democráticos dignos de sociedades libres. Esto es, Sánchez es el socialista cómplice de los peores nacionalismos, un social-nacionalista.
Otra de las cosas rancias con olor a desguace enmohecido era el dominio absoluto de un líder sobre todo un partido. Aquella vieja expresión de Alfonso Guerra, que él dice que tomó prestada del político y sindicalista mexicano, Fidel Velázquez, "el que se mueve no sale en la foto"[iii], dejó paso al reconocimiento de tendencias o corrientes en el PSOE. Pero Pedro Sánchez, aflojando de forma inmisericorde a los afligidos por su irresistible ascenso, ha vuelto a reciclar esa sentencia por la que "el que se mueve no sale en la foto" vuelve a estar vigente. Es algo herrumbroso e impropio de una democracia, pero en un partido destinado a ser chatarra, vale todo.
Tan evidente es su presencia disciplinaria en el partido sanchista que sólo hay que ver la cara de Guillermo Fernández Vara, una de las más indecorosamente duras, o el resto de las caras y los gestos de la uniformidad al modo coreano exhibida por todo el PSOE a nivel nacional con escasísimas excepciones. O sea, lo de la foto hay que tomarlo absolutamente en serio. Razón dan de ello Nicolas Redondo Terreros o Joaquín Leguina. Cuando se observa el cementerio de la opinión pública interna y el agresivo crecimiento del "porque sí" sin más de una militancia desleída o la malherida superioridad moral que la acompaña como acto carbonero de fe, se adivina que la chatarra mental ya está contaminando a todo el cuerpo socialista.
Otro vagón de chatarra ideológica que había llegado al vertedero de la Historia era el de la desigualdad de los ciudadanos. Se decía, Marx lo decía, que la igualdad jurídica democrática era meramente formal por lo que exigía una igualdad económica y social de todos para hacerse real y efectiva. Pero Pedro Sánchez y sus socios han desenterrado de la chatarrería la desigualdad absoluta entre ciudadanos españoles según vivan en unas regiones u otras. O sea, la igualdad no va a ser real, ni por lo civil ni por lo social. De ese modo lo que se arroja a la chatarrería es el fundamento mismo del socialismo convirtiendo en chatarra al mismo PSOE y a su futuro.
La Constitución española de 1978 extrajo de la bondad de su civilización el derecho a una información veraz. Ya sabemos que es una aspiración que apenas nadie cultiva o respeta. En el PSOE, desde luego, han mentido muchos, desde Largo Caballero, que engañó al tribunal que lo juzgaba por su participación en el golpe antirrepublicano y separatista de 1934 a Felipe González con su "de entrada, no", en la OTAN. Zapatero mintió sobre la crisis económica hasta el último día.
Pero el sanchismo-separatismo ha sacado de su chatarrería las mentiras más grandes jamás contadas y lo ha hecho con descaro, afirmando una cosa y su contraria en el corto tiempo de unos días. ¿Cómo calificar si no lo de esta amnistía a la carta para líderes corruptos y golpistas que ha pasado de ser anticonstitucional a constitucional en unos pocos días? La piratería política se ha fugado de la chatarrería y se ha refugiado en Ferraz.
Lo que se ha convertido en chatarra maloliente es la imagen de un partido socialista que se ha separado abruptamente de la verdad, de los consensos constitucionales y de la voluntad de mantener la unidad y las libertades nacionales. Se le vieron maneras a Pedro Sánchez con lo de sus estudios, su doctorado, con lo de sus alianzas y pactos, pero la foto con los sucesores de los asesinos de casi mil españoles y la foto con un prófugo golpista, han rasgado las vestiduras de España.
No debe extrañarnos, no. La chatarra ideológica de lo que queda del marxismo-leninismo está corroyendo a las izquierdas. Los hermanos Álvarez Quintero nos regalaron un personaje, el Chatarra, "que suda embustes y con el que no se puede concertar nada seriamente, ni vender un comino…". No se olviden tampoco los personajes reales, como aquellos 300 intelectuales franceses que profetizaron que la Torre Eiffel "era chatarra", un "esqueleto inútil y monstruoso", un "inmenso error". Ahora es gente así la que aplaude la puñalada nacional de Sánchez.
Recuerda un poco a aquel Enrique Castro, comunista, que se figuró al Partido, "con unas manos enormes y en sus manos un hombre, muchos hombres, millares y millares de hombres a los que estrujaba fuerte y lentamente… Y después los iba arrojando a un lado del camino, al mundo de la chatarra humana sin llanto en los ojos y sin pena en el rostro… en nombre de la revolución". Al menos era en nombre de algo.
Con la chatarra hay que tener cuidado, como hemos visto. De ella salen productos reciclados que pueden ser tóxicos para la salud política. Nuestro elefante rojo ha entrado en la chatarrería y ha sacado, medio reciclados por la demagogia, la mentira, el nacionalismo, el cinismo, el autoritarismo, la crispación, la dictadura…Todo lo que creímos estaba arrumbado desde 1978. Por eso la chatarra es un negocio.
La chatarra industrial en España supone un 1% del PIB nacional (10.000 millones de euros) y su negocio de 5.000 empresas emplea a 33.000 personas. Su universo está compuesto por 7,7 millones de toneladas de chatarras férricas, más de 231.000 toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos recogidos, 266.137 envases metálicos reciclados y más de 620.055 vehículos dados de baja. La mayoría de sus productos puede ser reciclado.
Con la chatarra humana, ideológica, política o intelectual, pasa lo mismo. Aunque sus cifras no se cuantifican fácilmente, su capacidad de reciclaje, vocabularios y personajes nuevos de por medio, es muy alta, su contaminación poco detectable y su toxicidad muy peligrosa. Muchas ideas han sido almacenadas como chatarra en la Historia, pero creer que la democracia está segura es un error. Nada está escrito y de la chatarrería salen viejos enemigos disfrazados de modernidad.
Cerremos, nada dura para siempre, con el sutil Leonard Cohen amante de España y del flamenco, que escribió en una canción:
Soy sentimental, si sabes lo que quiero decir:
Amo el país pero no soporto el escenario.
Y no soy de izquierdas ni de derechas,
sólo me estoy quedando en casa esta noche
y me estoy perdiendo en esa pequeña pantalla sin esperanza.
Pero soy obstinado como esas bolsas de basura que el tiempo no puede pudrir.
Soy chatarra pero aún sostengo en alto este pequeño ramillete salvaje:
La Democracia está llegando a los E.E.U.U.
Y va a llegar a España, camisa blanca de mi esperanza, pese al Elefante Rojo. Pero no nos equivoquemos. Nadie se confina por gusto en la chatarrería, aunque lo auguren los que se creen los más listos de la clase. Hay que pelear para que ser chatarra histórica sea el único destino posible de Pedro Sánchez y su banda.
[i] Se echa de menos un Dios así en la vida española.
[ii] En aquel artículo de 2011, se atribuyó su rejón al "desatinado" Zapatero a su aprobación por decreto-ley de las Televisiones Digitales Terrestres de pago, lo que no convenía al grupo Prisa.
[iii] Tenía una segunda parte, dice Guerra, que era "…y al que se aflige lo aflojan", atribuida además por otros a Omar Torrijos, que ha sido utilizada por Pedro Sánchez.