La disputa entre partidarios del libre albedrío y el determinismo es una de las que atraviesan la filosofía desde los primeros tiempos hasta nuestros días, tomando diferentes formas en diferentes épocas. Durante la Reforma, Erasmo de Róterdam se enfrentó a la predestinación de Lutero. Algo más tarde, la batalla fue entre los libertarios jesuitas, con Luis de Molina a la cabeza, y el rígido determinista Hobbes (por cierto, el inglés también creyó haber demostrado la cuadratura del círculo, criatura). Para Descartes, los seres vivos son máquinas, así que están dominados por el determinismo; sin embargo, los seres humanos serían radicalmente diferentes porque tendrían una entidad diferente, el alma, que no se rige por la relación causal mecanicista del mundo físico. El planteamiento de Descartes lleva a plantear otros dos posibles escenarios: o bien el ser humano también es una máquina, o bien todos los seres vivos tienen algún grado de libre albedrío en cuanto tienen una migaja de esa cosa llamada mente. Spinoza va a estar en el equipo de los negacionistas absolutos del libre albedrío en el mundo físico. También negaba que el azar existiese en la naturaleza. Sobre esto último se encargará la mecánica cuántica de poner en su sitio al pulidor holandés de lentes; sobre el libre albedrío, ya veremos.
La negación del libre albedrío parece en principio una de las típicas sutilezas estrambóticas de filósofos que disfrutan defendiendo el argumento más débil para convertirlo, con falacias y sofistas, en triunfador en un concurso de debate escolar. De hecho, como muestra la encuesta de PhilPapers, la mayoría de los filósofos defienden alguna forma de libre albedrío, siendo los negacionistas apenas el 11 %.
Bastaría para refutar la negación del libre albedrío con poner al determinista material-mecanicista delante de un menú de su restaurante favorito y pedirle que elija. Si se inclina por el brócoli en lugar del chuletón de buey podríamos inferir que tiene indigestión, es vegano o sufre de un acceso de locura más o menos transitoria, pero, en general, tendría que admitir el determinista que su elección se rige por razones y deseos más que por causas físicas, de modo que podría elegir tanto la opción razonable como la vegana. Sin duda, las leyes de la biología nos obligan a padecer hambre, salvo rara enfermedad, pero no hay forma de establecer científicamente que hay una relación biunívoca entre una configuración específica de partículas elementales y la decisión de inclinarse por el chuletón o, dios no lo quiera, el brócoli. Pero la capacidad de los buenos científicos para hacer mala filosofía nunca dejará de sorprenderme. Al estilo de cuando Ortega le echaba la bronca a Alberto Einstein por meterse donde no tenía ni idea a propósito de la guerra civil española. Así que dediquemos algo de atención al campeón del determinismo en la actualidad, el primatólogo (Memorias de un primate) y neurólogo (Compórtate) Robert Sapolsky y su último libro Determined: A Science of Life without Free Will.
Como decía, Robert Sapolsky es un neurólogo, y los neurólogos tienen la curiosa concepción de que un estado cerebral se corresponde con un estado mental, de modo que en principio es posible eliminar el estado mental para únicamente tener un estado cerebral. El caso es que ni remotamente pueden realizar semejante programa reduccionista, por lo que lo más razonable es considerar que la mente es un estado emergente del estado cerebral, no reducible. Del mismo modo que lo biológico no es reducible a lo físico y tiene leyes propias, lo mental es un estado de la naturaleza no reducible ni a lo biológico ni a lo físico. Es una manera distinta de procesar la información en la que la organización se produce no basada en causas, sino en razones. Sería el equivalente a cómo son las órdenes algorítmicas, procesado de información basado en bytes, las que ejecutan lo que hacen los ordenadores, y no las órdenes físicas, procesado de información basados en átomos, del hardware de los mismos.
Contra el modelo lógico-mecánico de Spinoza, según el cual no es posible la sorpresa en el mundo (tampoco el bien y el mal, ya que todo está bien en cuanto que inevitable, sea un beso de Jesús o un beso de Judas), el modelo de Bergson establece que:
Somos libres cuando nuestros actos surgen de toda nuestra personalidad, cuando la expresan, cuando tienen esa indefinible semejanza con ella que a veces se encuentra entre el artista y su obra.
El argumento del determinismo es que hay una correspondencia biunívoca entre los estados físicos, fisiológicos y mentales. Por supuesto, puede esperar sentando a que lo demuestren fehacientemente. Pero eso les da igual. Es como cuando Spinoza escribió su ética al modo geométrico porque su metafísica le llevaba a creer que el mundo está interconectado lógicamente. Curiosamente, los deterministas mecanicistas son los más metafísicos de todos los metafísicos porque creen que no tienen una metafísica. Por supuesto, la Ética de Spinoza sigue leyéndose con provecho aunque nadie hace el más mínimo caso a su forma axiomático-deductiva, que ha quedado como un estrafalario y molesto recurso del racionalismo matemático de la época.
Sapolsky no hace sino resucitar los argumentos de Spinoza y Russell solo que con el estilo de la divulgación de la ciencia pop norteamericana en lugar de la elitista lógica matemática del siglo XVII. Todo ello trufado con ingeniosos experimentos neurológicos que no demuestran nada, pero que resultan epatantes. Y no es que lo diga yo, sino el propio Sapolsky:
No se puede refutar el libre albedrío con un 'resultado científico' de la genética o de cualquier otra disciplina científica. Pero ponga todos los resultados científicos juntos, de todas las disciplinas científicas relevantes, y no hay lugar para el libre albedrío.
La simplicidad de Sapolsky es, por supuesto, un paso atrás de las tesis deterministas respecto a su propia tradición. Sostiene Sapolsky que:
Lo que se necesita para demostrar el libre albedrío: muéstrame que lo que acaba de hacer una neurona en el cerebro de alguien no se vio afectado por factores precedentes.
Pero esta afirmación es doblemente absurda. Por una parte, hacia abajo: el nivel del determinismo no es la neurona, sino la partícula elemental. Es en el nivel microfísico donde se juega el determinismo. Si Sapolsky deja de lado dicho nivel es porque era el favorito cuando la física era determinista, en tiempos de Newton digamos, pero es literalmente falso con la mecánica cuántica, en la que todo suceso acontece de manera indeterminista a mayor gloria de Heisenberg. No estoy diciendo que la mecánica cuántica sea un argumento a favor del libre albedrío, pero sí que tampoco lo era la física determinista cuando hacían uso y abuso de la misma los negacionistas del libre albedrío.
Por otra parte, el nivel de la neurona tampoco es relevante hacia arriba: lo relevante no es lo que sucede en una neurona sino en la red de neuronas y el estado natural que emerge a partir de dicha interconexión. El planteamiento de Sapolsky es como tratar de deducir el sabor de una tarta de bizcocho y nata a partir de la receta de ingredientes y su composición química.
En realidad, el negacionismo del libre albedrío obedece a un viejo y mil veces refutado planteamiento del mecanismo ingenuo de reducir la complejidad mental y social a unos fundamentos lógico-atómicos. El intento más grandioso, y, por tanto, más patético, fue el de Rudolf Carnap cuando intentó deducir lógicamente el mundo a partir de datos sensoriales simples. El programa fisicalista de Carnap y el Círculo de Viena presumía de ser antimetafísica y de una visión de la ciencia exclusivamente descriptiva. El tipo de gente que renuncia a los porqués y se conforman, tan humildes como romos, con los cómos. No es de extrañar que Wittgenstein detestara tanto a Carnap que ni lo dejase asistir a sus reuniones con los demás miembros del Círculo de Viena. Por cierto, Wittgenstein escribió sobre el libre albedrío con su inigualable estilo que era un típico pseudoproblema, pero esa es otra cuestión.
Lo peor de Sapolsky es su hipocresía. Si fuéramos máquinas cartesianas sin atisbo de libre albedrío entonces no hay lugar para el bien y el mal. Que es la conclusión a la que llegó Spinoza que deduce lógicamente que si no existe el libre albedrío tampoco cabe hablar de nada bueno ni de nada malo. Todo es necesario y punto. ¿Están en el mismo plano de la necesidad ayudar a un ciego a cruzar la calle y Auschwitz? Pues evidentemente. Sapolsky, un científico norteamericano progresista deseoso de un Pulitzer y de encabezar la lista de libros más vendidos del New York Times, se apunta, por el contrario, a un moralista y virtuoso discurso sobre la empatía, ya que "estoy seguro de que es bueno que la gente sienta menos dolor y más felicidad". Lástima que los libros no incorporen banda sonora, pero pueden animar estas líneas con alguna pieza de piano de Chopin.
Para quien maneja un martillo, todo son clavos y todo se reduce a martillazos. Ese es el planteamiento de Sapolsky, que ve neuronas como si fuesen mónadas de Leibniz, cada una a su bola. Por si acaso no lo he dejado claro hasta ahora: la disputa mayor sobre el libre albedrío hoy día no se produce entre materialistas y espiritualistas, sino en el seno del materialismo. Por un lado, los materialistas ingenuos como Sapolsky que tratan de reducir el funcionamiento del cerebro con respecto a las neuronas tomadas individualmente. Por otro lado, los materialistas sofisticados que defendemos que existen distintos niveles en la realidad que se relacionan los unos con los otros a través de la emergencia de estados y propiedades que no se pueden reducir a los más básicos. Lo que trata de hacer Sapolsky es reducir el significado de la palabra "mesa" a sus componentes elementales, las letras "m", "e", "s" y "a". Sapolsky se pregunta muy seriamente y como si fuese muy profundo, ¿qué hay en la "m" que nos lleva al significado de "mesa"? Pues nada. Y de ahí deduce que el significado no existe y que, en realidad, comprender una lengua no es más que manejar signos y reglas. Así que una máquina que usase las letras "m", "e". "s" y "a" junto a las reglas sintácticas procedentes sería equivalente a una persona que sabe lo que es una mesa. Pero no creo que Sapolsky realmente sostenga que son equivalentes.
Hablemos algo sobre la relación de "emergencia" que dice Sapolsky no entender.
Mucha gente ha relacionado emergencia y libre albedrío; no lo tendré en cuenta porque, para ser franco, no puedo entender lo que están sugiriendo.
La emergencia o surgimiento defiende que hay propiedades, procesos y sustancias no reducibles a sus partes constituyentes. Usted, sustancia emergente, no es meramente la suma de sus neuronas. La autoorganización de las neuronas hace que supervenir un nivel macro de existencia con sus propias características. Así la vida respecto a los procesos orgánicos; así la mente respecto a los procesos neuronales.
Así que el libre albedrío no se predica de las neuronas aisladas sino del conjunto de neuronas que forman una conciencia. La conclusión de este planteamiento no es que somos máquinas como los animales cartesianos, sino que ¡incluso los animales cartesianos tienen libre albedrío! En lugar de reducir el mundo a su mínima expresión simbólica, que es lo que hace el materialismo mecanicista, en realidad el materialismo emergentista expande la riqueza ontológica de la realidad. Por supuesto, una vez establecido el carácter materialista del libre albedrío, y su existencia en seres distintos de los humanos, se trata de establecer el límite y alcance del mismo. Para lo que un análisis fisiológico de neuronas aisladas es peor que inútil, una pérdida de tiempo, con lo que lo pertinente es un análisis fenomenológico de la conciencia como el que realiza Bergson en Tiempo y libre albedrío. Una forma superior de libre albedrío es el que da lugar a la ética.
Nota a pie de página: Si alguien le dice que Benjamín Libet ha demostrado que no tenemos libertad de elección esté por seguro que está delante del habitual científico que no entiende ni de filosofía ni de ciencia. Nadie jamás ha negado que existan condicionantes lógicos, culturales y biológicos a la libertad de elección, de modo que el libre albedrío no es absoluto. Incluso en la teología se admitía que Dios se encontraría con límites a su sacrosanta voluntad. Pero por muy limitados que estemos, resulta también obvio que podemos elegir en el margen de los condicionantes. Siendo el caso humano, debido a las características de las facultades lingüísticas y conceptuales, donde dichos límites se hacen más flexibles y capaces de ser empujados hacia fuera de los condicionantes.
Hablar de libre albedrío no es solo lógico desde un punto de vista materialista sino que incorpora complejidades nuevas. Si, por un lado, animales diferentes de los humanos pueden poseer libre albedrío, también será cierto que algunos animales tendrán más libre albedrío que otros. Digamos los pulpos y los cuervos más que los gusanos y las arañas. Por otro lado, ¿tienen diferentes seres humanos destinos grados de libre albedrío? Ahí lo dejo, por el momento.
Si Robert Sapolsky en su laboratorio de neurología llegase a conocer el estado de todas y cada uno de las neuronas de su cerebro, sería capaz de prever qué es lo que iba a usted a hacer más tarde. Que Sapolsky se crea Laplace no es sino la muestra de que los sueños de la razón se reproducen generación tras generación. Lo curioso es que los materialistas vulgares sigan siendo tan vulgares después de que la física haya abandonado el paradigma del determinismo y la matemática de la decibilidad que en su momento fueron las dos piedras angulares de la negación del libre albedrío. En aquella época newtoniana, un defensor del libre albedrío como Kant tenía que recorrer a presupuestos metafísicos morales. Pero hoy en día la defensa del libre albedrío no tiene que rebelarse contra la ciencia, aunque tampoco se reduce ella. Y como suele suceder, dichos sueños ontológicos se traducen en pesadillas político-morales una vez que dejemos que nos anestesien con su retórica iridiscente de sucedáneos pseudocientíficos de las habituales supersticiones sobre el Destino.