Menú
Pedro de Tena

La buena voluntad, la mutación moral frustrada

Desde Kant se espera una mutación moral universal con fundamento filosófico que destierre las conductas que preparan, planean y estimulan las guerras y sus sufrimientos.

Desde Kant se espera una mutación moral universal con fundamento filosófico que destierre las conductas que preparan, planean y estimulan las guerras y sus sufrimientos.
Un soldado israelí patrulla en la carretera entre Sderot y la franja de Gaza. | EFE

Muchos creen que la expresión "buena voluntad" se debe principalmente a Kant, pero no es así. Ciertamente la utilizó en varias de sus reflexiones sobre la razón práctica y las costumbres, parte esencial de la razón humana pero no la única. Pero la aserción ya existía, al menos, desde los romanos. Hay quien la sitúa en la vieja Grecia oculta bajo el significado de eunoia, de traducción oscura, u otras palabras. No cabe duda sin embargo de que la expresión latina bonae voluntatis se refiere inequívocamente a la buena voluntad.

La unión bonae voluntatis fue muy utilizada por el cristianismo doctrinal (San Agustin, San Bernardo, San Francisco, Santo Tomás de Aquino), por dar sólo unos ejemplos, pero cuando la "buena voluntad" irrumpió de manera directa en las diferentes lenguas del Occidente actual y en los primeros sentimientos generales de la nueva religión cristiana, fue gracias al Evangelio de Lucas, cuando se tradujo de este modo su narración del nacimiento de Jesús de Nazareth:

8 Y había unos pastores en aquella región que vivían en el campo y vigilaban los turnos de la noche en sus rebaños. 9 Y un ángel del Señor se colocó sobre ellos y la gloria del Señor los rodeó, y se atemorizaron mucho. 10 Y les dijo el ángel: "Dejad de tener miedo, pues, mirad, os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo, 11 porque os ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador que es el Cristo Señor. 12 Y esta es vuestra señal, encontraréis una criatura envuelta en pañales y acostada en un pesebre". 13 Y de repente surgió junto al ángel un ejército celestial alabando a Dios y diciendo: 14 "Gloria en las alturas a Dios y sobre la tierra paz para los hombres de buena voluntad". [i]

Era una traducción posible de la versión latina, pero como me ha precisado nuestro estudioso y traductor especializado, Antonio Piñero, presentaba alguna dificultad. Por ejemplo, ¿es que sólo algunos hombres tienen acceso a la gloria y la paz divinas? ¿No se parece demasiado a la predestinación? Por eso, él mismo modifica en Los libros del Nuevo Testamento la vieja traducción por agrado: es decir, hombres en quien Dios «se complace», más relacionado con la fórmulas de los manuscritos de Qumrán. Es decir, es hombre de buena voluntad quien es del agrado o la complacencia de Dios.

El Papa Ratzinger, Benedicto XVI, en uno de sus últimos libros, La infancia de Jesús, que me sugirió consultar Agapito Maestre, coincidía también en la nueva versión de la acostumbrada "buena voluntad" de siempre: "El texto latino que nos es familiar se traducía hasta hace poco de la siguiente manera: ‘Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’. Esta traducción es rechazada por los exégetas modernos —con buenas razones— en cuanto unilateralmente moralizante". Por ello y otros criterios teológicas como la coexistencia de la Gracia divina con la libertad humana, elige la traducción que refleja la complacencia de Dios, por la libre voluntad de tales hombres, que no rechazan, aunque pueden, su mensaje de amor.

Aliviaré estas precisiones especializadas con la evidencia de que nada de esto tuvo gran importancia en nuestro Occidente. La expresión "hombres de buena voluntad" se ha mantenido y utilizado mucho más gracias a la extensión del "nacimiento" o "belén", reproducción doméstica de los hechos que cuentan los evangelios, sobre todo el Evangelio de Lucas. En todos los belenes, también en los vivientes, el mensaje popularizado de los ángeles a los pastores es el de "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad" (luego "hombres que aman al Señor").

No poco contribuyó al conocimiento de la existencia de "hombres de buena voluntad", un acontecimiento que en España tuvo una extraordinaria repercusión. El 24 de diciembre de este 2023 se cumplen 800 años del primer "nacimiento" escenificado. El franciscano Teodoro López, uno de los mejores conocedores de Tierra Santa, me lo precisó hace unos días. Fue San Francisco de Asís quien en una cueva-ermita cercana a la localidad italiana de Greccio inauguró la costumbre de revivir dramáticamente el nacimiento de Jesús.

En su caso, junto a la imagen del niño Jesús, se incorporaron un buey y una mula reales. Lo cuenta así Emilia Pardo Bazán en su biografía del santo: "Con tal ocasión soltó Francisco la rienda a su poética y ardiente fantasía meridional. En una gruta de la montaña formó el establo, y sobre el heno del pesebre colocó la imagen del Salvador recién nacido; a su lado la Madre Virgen contemplándole amorosa, el patriarca José velando a la criatura indefensa, la mula y el buey exhalando libio aliento para calentar sus desnudas carnes. Por todo el monte sembró luminarias, y repartió hachas encendidas a los frailes y al pueblo venido de los lugares comarcanos". Se celebraba la Navidad de 1223.

En España, este primer "nacimiento" derivó con los siglos en el hábito doméstico y eclesial de erigir un portal de Belén en miniatura con figuras de barro o madera policromados y distintas ornamentaciones. Se cree que fue en Nápoles donde nació la tradición de instalar "nacimientos" en domicilios particulares y que de allí se extendió por España gracias a la familia de Carlos III, que instaló uno en el Retiro de Madrid. Lo cierto es que muchos hemos crecido con un "nacimiento" en la casa y que, por ello, la idea de "hombres de buena voluntad" siempre ha vivido dentro de nosotros. Otra cosa es que se entienda o se defienda o sea posible universalmente.

Muchos creyeron que la existencia real de hombres de buena voluntad en el seno del cristianismo iba a significar una gran mutación ética. De hecho, se deseó que las erupciones espirituales y religiosas aparecidas en el "tiempo eje" de Karl Jaspers produjeran dicha metamorfosis moral que alejara de la barbarie, la guerra, el exterminio, la esclavitud y la pobreza. No fue así. No puede negarse que, entre todas estas novedades, cada una de ellas con su estructura genética, han contribuido a una merma de las conductas bárbaras y salvajes, pero no las han erradicado. De la II Guerra Mundial, sus genocidios, sus totalitarismos asesinos y sus matanzas, no hace siquiera un siglo. De la matanza de israelitas de Hamás hace dos meses.

Igualmente pareció que el desarrollo de la democracia política como sistema de gobierno y administración, originada a partir de la Ilustración, era la forma más ajustada de convivencia recíprocamente tolerante para los hombres de buena voluntad. Si en el siglo I, tales personas aceptaban voluntariamente un código de comportamiento moral que complacía al Dios judaico, y enseguida al Dios cristiano, desde los siglos XVII y XVIII se vislumbró un código moral secular o laico que alejara los peligros de la tiranía, la pobreza y la inseguridad sin sacrificar la mayoría de los nuevos derechos y deberes atribuidos a los individuos, reconocidos como sujetos civiles fundamentales.

En cualquier caso, hay que admitir que la "buena voluntad" hace siempre alusión implícita a un código de valores y convencimientos compartidos que, en el caso de las democracias liberales y en su conjunto, de lo que llamamos civilización occidental con sus excepciones, tiene a los Derechos Humanos como referencia universal inmersa en las Constituciones democráticas nacionales o supranacionales. Por ejemplo, la española de 1978. No deja de ser curioso recordar que el 10 de diciembre de 1948, hace muy pocos días, se cumplieron 75 años de la Asamblea de la ONU, compuesta entonces por 58 Estados miembros, que votó a favor de su Declaración Universal. No tuvo ningún voto en contra pero sí contó con ocho abstenciones: la de la comunista Unión Soviética, la de las repúblicas comunistas satélites de la Europa del Este, la islámica de Arabia Saudí y la racista de Sudáfrica.

Desde este punto de vista, hombres de "buena voluntad" serían los que libremente ajustan sus actos al respeto por los derechos y deberes contenidos en dicha Declaración, ahora admitida, al menos formalmente, por 195 países, incluso China, que no ha ratificado sus derechos civiles y políticos. Esto es, que la "buena voluntad" de respetarlos se queda solo, principalmente, para los ciudadanos de Occidente y aliados ya los países comunistas no los respetan y los países islámicos tienen otra Declaración de Derechos Humanos (1990) en la que, por poner un ejemplo, no se admite la libertad de culto o la igualdad de derechos de las mujeres.

Dos grandes fuerzas se oponen, pues, a los derechos humanos universales como marco de referencia moral para los hombres y mujeres de buena voluntad. Por una parte, el comunismo y por otra, el islamismo. El comunismo fijó desde Marx su posición doctrinal: "Ninguno de los llamados derechos humanos va, por tanto, más allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir, del individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en su arbitrariedad privada, y disociado de la comunidad".

O sea, sólo se es ciudadano libre si se es ciudadano de un Estado socialista o, si se quiere, comunista. La "ciudadanía" socialista exige que lo individual y todo derecho derivado deba subordinarse a lo colectivo y la persona y sus libertades al Estado. Todo este proceso de transición debe ser dirigido, claro está, por partidos inspirados en el marxismo, único poseedor –creía firmemente Marx—, de la "ciencia" necesaria para la interpretación y la transformación de la Historia. Por tanto, la democracia liberal y los derechos humanos no son sino plataformas útiles y utilizables para imponer la dictadura necesaria para alcanzar el comunismo.

El islamismo, en cualquiera de sus formas aunque en unas más que en otras, no acepta otros derechos y deberes que los derivados de la sharía, que identifica Ley con Ley islámica y Estado con Estado teocrático. Agudamente, los representantes políticos iraníes y el islamismo radical bélico y terrorista han acusado a los derechos humanos aprobados por la ONU de ser una visión "secular" de la tradición judeocristiana. Esto es lo que, para ellos, hace inviable la "universalidad" de tales derechos. De este modo la tan prestigiosa Declaración de Derechos sería, en realidad, la Declaración de lo que llamamos la civilización occidental democrática y sus componentes.

A pesar del intento de conseguir una "buena voluntad" cosmopolita o universal, no hay un código común moral al que quepa ajustar la conducta libremente aceptada de hombres y mujeres de tan buena voluntad. Ni siquiera el cansancio histórico de aniquilarse, ni la razón ni una buena voluntad parecen haber ido capaces de conseguir un código moral común que evite las guerras. Es más, como vio Kant con claridad, son las guerras, paradójicamente, las que contribuyen no sólo al progreso técnico, económico, social y cultural sino también a la paz.

Reflexionó Hanna Arendt sobre este particular que "la guerra es tan espantosa que, cuanto más lo es, mayor es la probabilidad de que los hombres se tornen razonables y busquen acuerdos internacionales que les conduzcan a la paz", esto es, a un código universal en el que fundamentar la conducta libre de una gran mayoría de hombres y mujeres de buena voluntad, de esa nueva voluntad, la voluntad del agrado universal que complace a la paz deseada.

Lo que no pueden permitirse los hombres de buena voluntad del Occidente democrático es la ingenuidad de creer que ya se ha llegado a ese código común o que se alcanzará en breve. No, no es así porque otros códigos coexisten en el Occidente abierto sin voluntad de conjunción ni siquiera de alianza y, menos aún, de integración. Precisamente esta es una de las causas de la autodestrucción de Occidente, o su extraña muerte, como dice Douglas Murray en su libro del mismo nombre[ii] que me ha sido recomendado por Paco Núñez Roldán que tuvo noticia de él por Juan Eslava, un pesimista en el futuro de la Europa heredera del judeocristianismo y la racionalidad moderna.

Los derechos humanos aceptados en las democracias occidentales como básicos y universales no son tolerados por los partidos de origen marxista ni por los islamistas en general, a pesar de que formalmente algunos los admitan porque "no mola" no admitirlos o no ratificarlos. El problema de la buena voluntad democrática y occidental es no comprender que al igual que un europeo no puede convertirse sin una debida transición, salvo metamorfosis asistida y autoviolencia moral, en chiita dogmático o en comunista fanático, lo mismo ocurre en la dirección contraria.

Escribe Hanna Arendt en Libertad y verdad que los gobiernos democráticos occidentales comprendieron que necesitaban "una institución exterior a la lucha por el poder, además de la imparcialidad que requería en la administración de justicia; porque no tiene gran importancia que esas sedes de enseñanza superior (léase asimismo comunicación en general)[iii] estén en manos privadas o públicas: en cualquier caso, no sólo su integridad sino también su existencia misma dependen de la buena voluntad del gobierno…Casi no se puede negar que, al menos en los países que tienen gobiernos constitucionales, el campo político reconoció, aun en casos de conflicto, que está muy interesado en la existencia de hombres e instituciones sobre los cuales no ejerza su influencia".

Pero ni los estados islámicos ni los estados comunistas (como tampoco los nacionalistas supremacistas) consentirán nunca tal cosa. No puede haber pues hombres y mujeres de buena voluntad común porque no hay códigos ético-políticos comunes. Si los ciudadanos de buena voluntad de las democracias occidentales no comprenden que la ocupación de su espacio político, social y cultural puede destruir su propio estatuto de comportamiento moral, es que tenemos un grave problema. La buena voluntad no puede ser cómplice de su propia aniquilación a menos que haya decidido dejar de existir suicidándose.

En España estamos viviendo las consecuencias de la desafección de los propios principios constitucionales. Hemos llegado al borde del abismo por la pasividad de quienes debían impulsar la autodefensa de la buena voluntad democrática ante los diferentes enemigos de la libertad y asimismo por la degeneración política de uno de sus partidos vertebradores. Aún seguimos sin comprender que junto a la buena voluntad de hombres y mujeres que comparten valores y referencias morales se alzan hombres y mujeres de "mala voluntad" o "contraria voluntad" que no desean, no ya asumir nuestros valores y convivir con nosotros sino ni siquiera coexistir. Lo que desean es la destrucción del código constitucional de la democracia española.

En nuestro caso, son más sistemáticos los ataques derivados del socialcomunismo y los separatismos que, por ahora, las graves agresiones islámicas, no continuas en el tiempo aunque siempre latentes. En otras naciones europeas, la inmigración islámica sin control ni eficacia integradora está dinamitando las raíces de la "buena voluntad", entendida como apertura tolerante sin exigencia de reciprocidad ni control cuantitativo, para aprobar una integración que no se ha producido. Al contrario. La confusión de valores de los hombres y mujeres de buena voluntad les puede conducir a perder los propios y a tener que sufrir a la fuerza los ajenos.

Dice Murray Douglas: "…la civilización que conocemos como Europa se encuentra camino del suicidio, y que ni Inglaterra ni ningún otro país de la Europa Occidental puede evitar ese destino; porque se diría que todos estamos sufriendo los mismos síntomas y las mismas enfermedades. Como resultado de todo ello, al final de la vida de la mayor parte de la gente que actualmente vive en Europa, ésta ya no será Europa; y los pueblos europeos habrán perdido el único lugar del mundo al que pudiéramos llamar ‘hogar’".

No cabe duda que en España muchos catalanes, probablemente la mayoría, los vascos y los navarros, ya no pueden llamar hogar a Cataluña, País Vasco y Navarra cada vez más ocupados por códigos de conducta diferentes a los constitucionales y compartidos desde 1978. Cuando un ministro equipara a los herederos de ETA con cualquier partido democrático se está destruyendo el código común y se es cómplice de la felonía de consentir que a regiones españoles enteras las invadan y ocupen otros valores antidemocráticos y, tómese nota, en nombre de la propia democracia.

Cuando a la vista de un realismo vital contundente, comprendemos que no hay estatutos de conducta moral compartibles con otros grupos que crecen en nuestras naciones y no nos aprestamos a defender lo que creemos y por qué lo creemos, nuestra suerte estará echada. Eso no es ser hombres y mujeres de buena voluntad, sino hombres y mujeres destinados a perder su nación por negligencia manifiesta.

Desde Kant se espera una mutación moral universal con fundamento filosófico que destierre las conductas que preparan, planean y estimulan las guerras y sus sufrimientos. Tras la II Guerra Mundial, se creyó llegado el momento de forjar un código de derechos humanos compartible por las civilizaciones existentes. No ha sido así. Los hombres y mujeres de buena voluntad de este Occidente no tienen derecho a permitir que sus futuras generaciones desconozcan los valores en que se sustentan los derechos humanos y la democracia liberal que defendemos hoy y por qué. Por el camino que se va, al Occidente democrático no lo va a conocer ni la madre que lo parió.


[i] Antonio Piñero y otros. Todos los Evangelios, Evangelio de Lucas, 14. Edaf, 2009. En la editorial Trotta está el otro volumen, Los libros del Nuevo Testamento (2021), y la traducción más consensuada ahora.

[ii] Murray Douglas, La extraña muerte de Occidente, 2017

[iii] El añadido es mío.

0
comentarios