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Pedro de Tena

España y dos comas decisivas en el discurso del Rey Valiente

En el discurso del Rey, la coma se ha introducido para diferenciar la Constitución de España. Lo verdaderamente esencial es España.

En el discurso del Rey, la coma se ha introducido para diferenciar la Constitución de España. Lo verdaderamente esencial es España.
El rey Felipe VI en su tradicional mensaje de Navidad. | EFE

No hay libros en español que contengan en su título "Rey valiente". Hay quien consideró a Alfonso XIII un "rey patriota" interpretando como intento de evitar una guerra civil su salida de España en 1931 a pesar de la victoria de los monárquicos en las elecciones municipales. Ha habido "príncipes valientes" musulmanes y cristianos. Ahí tienen, por ejemplo, La Historia del muy valiente y esforçado cavallero Clamades, hijo de Marcaditas, rey de Castilla y de la linda Clarmonda, hija del rey de Toscana. Pero de un Rey valiente nada.

No tiene por qué extrañar a nadie. Cuando uno es príncipe, sobre todo, si es príncipe heredero, tiene que vivir en la medida de lo posible, incluso valientemente, porque cuando acceda a la Corona, ya no habrá nada que hacer sino servir al destino. Y ese futuro casi predeterminado sólo exige cumplimiento del deber con ligeras variantes. Es decir, al Rey no se le exige valentía sino fidelidad a su misión. Pero hay veces que ser fiel a la Corona exige valentía. No ocurre muchas veces, pero en nuestro caso sí.

La verdad es que no sé con certeza rigurosa si este es un Rey valiente o no. Arriesgar por amor a una mujer, séase o no correspondido con lealtad, es de valientes. Arriesgar por amor a la nación que representa con el fin de que ésta siga siendo y no se anonade en las tinieblas de la historia, es de valientes. Tal vez haya otras razones, otras respuestas, otras explicaciones. Por ahora, me conformo con la que me parece más sencilla y evidente.

La pasada Nochebuena, como es costumbre, la primera autoridad del Estado, el rey Felipe VI, dirigió su mensaje a los españoles. Como es natural, la permanente intención de dividir y separar a los españoles nada menos que desde la presidencia del Gobierno ha tenido sus efectos y, claro está, el discurso del Rey del pasado 24 de diciembre, ha sido utilizado como arma política por los socios de un gobierno que desean que nuestra gran res hispanica de siglos sea cuarteada, dividida, debilitada y convertida en una cosita cada vez menos hispánica tendente a la extinción histórica.

Se ha repetido que unos han acusado a Felipe VI de defender demasiado una Constitución en entredicho. Otros lo han vituperado por mencionarla muchas veces. Otros lo atacan incluso por caracterizar a España como una unidad. Otros, en su defensa recatada y pusilánime, lo aplauden por hablar de la Constitución vigente sin más precisiones.

Pero en fin, cuando estamos viviendo un tiempo en que Cataluña, Galicia, País Vasco o Andalucía se las consideran "realidades nacionales" pero se afea, se pretende impedir, se censura o se prohíbe hablar de la realidad nacional de España, de la patria española, la que estudiaron Américo Castro, Sánchez Albornoz o Menéndez Pidal, entre otros muchísimos conocedores de la trayectoria histórica de España, es que hace tiempo que estamos orinando fuera del tiesto.

Cuando sólo son admisibles y políticamente correctos los nacionalismos catalán, vasco, gallego, el andaluz incluso, pero de ningún modo el español, es que hemos sacado los pies del plato y se nos está yendo la olla por la ventana de la estupidez. Si los nacionalismos son buenos para algo, lo serán todos, no sólo los que convengan. Y si son malos, como la Historia parece demostrar con creces dadas las guerras y atrocidades que han generado, lo serán todos ellos, desde el fascista y nazi al ruso-estalinista o los ya casi consumidos patrioterismos europeos, con todos los grises que caben entre ellos.

Quisiera, por ello, referirme a una coma, ese humilde signo ortográfico que tiene funciones diversas y cuyo uso puede cambiar el significado de una frase o darle todo un sentido a una afirmación. En ese discurso del Rey, casi al final, Felipe VI dice: "Y tras la Constitución, España". Y coloca una coma entre Constitución y España. Sabido es por nuestros eminentes ortógrafos, que uno de los usos de la coma es la de diferenciar circunstancias de sustancias.

En el discurso del Rey, la coma se ha introducido para diferenciar la Constitución de España. Esto es, oficialmente, se nos ha recordado que esta Constitución, como la todas las que existieron de 1812 en adelante, no son sino las formas jurídicas con las que un Estado expresa a una nación, que no se identifica ni con el Estado ni con su Constitución.

Por eso todas las constituciones son y deben ser circunstanciales. Lo verdaderamente esencial, lo que permanece por su triple función es España, la nación que fue capaz de dar al mundo una extensa res hispánica que hace que se hable español y de lo español en América del Sur y del Norte en zonas de África y Asia y en la Europa común.

Para quien necesite mayor precisión, un poco más adelante el Rey de España dijo: "España ha tenido a lo largo de su historia, durante siglos, la responsabilidad de influir en el rumbo de la Humanidad. Como también ha atravesado períodos de tragedia, silencio, aislamiento y dolor. Pero el pueblo español los ha superado siempre; ha conseguido sobreponerse, sabiendo elegir su camino con fortaleza y con el orgullo de los pueblos que son y quieren ser".

Y culminó: "España seguirá adelante. Con determinación, con esperanza, lo haremos juntos; conscientes de nuestra realidad histórica y actual, de nuestra verdad como Nación. En ese camino estará siempre la Corona; no solo porque es mi deber como Rey, sino también porque es mi convicción". Otra coma decisiva.

En este caso, el inciso que enriquece lo fundamental del contenido por mediación de la coma, aclara que la defensa de la unidad nacional, de la realidad nacional y de la verdad nacional es deber inexcusable de todo Rey de España, algo que nadie podría ser de verse negada la realidad sobre la que se asienta la Corona. Pero Felipe VI añade, además, que unidad, realidad y verdad nacionales son, además, convicciones personales suyas.

Además de la sinceridad de la que hace gala, que lo hace y lo hará vulnerable a sabiendas, el rey de España admite que la nación española no es un mito, como bien negó Gustavo Bueno. Nuestro filósofo se revolvió ardorosamente contra los que dicen, en el sentido vulgar y despectivo, que "España es un mito, quieren decir, ante todo, que las ‘cualidades’ o excelencias que se atribuyen a España, y en las que ‘consiste’, por tanto, su esencia (o consistencia), son ilusorias, fingidas, acaso fruto de la fantasía mitopoyética de la derecha más reaccionaria". Pero añaden que España y su realidad no existen, sino como una ilusión ficticia.

Tiene sentido traer a colación aquel debate constitucional en el Congreso de los Diputados de 1978, del 12 de mayo, en el que un socialista, Gregorio Peces-Barba y un centrista, Miguel Herrero de Miñón, debatieron sobre el sentido de España y su realidad nacional, esta sí que sí, nadie podía negar, ni siquiera las izquierdas ni las derechas nacionalistas.

El abanderado socialista, Gregorio Peces-Barba, que no tenía ni idea de que un tal Pedro Sánchez iba a ser socio íntimo de los herederos de la ETA que mataban a sus compañeros, ni de que iba a pactar con un golpista y prófugo de la Justicia, Carlos Puigdemont (él, que fue de los pocos socialistas que condenaron en serio el golpe de estado de 1934 contra la II República de socialistas, comunistas y nacionalistas), no tuvo más remedio que admitir que España era algo muy anterior a la Constitución que redactaban.

Recoge el Diario de Sesiones de Las Cortes sus palabras de entonces: "No quiere decir en absoluto que afirmemos —lo cual sería absurdo— que España surge porque lo dice la Constitución. España como nación es un hecho anterior, es un hecho de mucho tiempo y nosotros ese hecho no lo negamos". Pero mencionaba España como nación de naciones sin especificar que la nación española era, desde siglo antes, la fuerza resultante de reinos, realidades feudales, condados o "cantones" anteriores. España no es algo compuesto actualmente por ellas, sino el resultado final de su imbricación en una sociedad civil compartida con iguales derechos, deberes y libertades.

Y añadía: "Los hechos son anteriores; España como Nación es anterior, pero desde el punto de vista jurídico, es la Constitución la que fundamenta y garantiza, en este momento, la concepción de ese hecho, la unidad de la Nación española".

Su apelación, ya entonces, a ese sustrato de supuestas "naciones" que articularía en la actualidad la sustancia de España fue contestado entonces por Miguel Herrero de Miñón. Recuérdese que no hace mucho fue el propio helador de sangre española, Patxi López, el que le afeaba a Pedro Sánchez no tener ni idea de lo que era una nación. No se equivocaba en eso, o si la tenía le importaba una higa su defensa y su deber aunque fuera presidente del gobierno.

El mucho más instruido que López, Herrero de Miñón, respondió a Peces-Barba sitiando sus argumentos con superioridad jurídica y sentido histórico vital. Tras recordarle que no fue la Constitución de Cádiz la que fundamentó la realidad nacional de España sino que ya el decreto de 24 de septiembre de 1808 asumió la soberanía nacional a la que se refiere el preámbulo de La Pepa, añade que:

Es claro que la Constitución no puede echar los cimientos o fundamentos al edificio que es España, porque España es una magnitud extensiva e intensiva que se sustrae a toda regulación constitucional. España era antes, y será después de esta Constitución, una entidad permanente porque, parafraseando una frase famosa, esta Constitución puede pasar y pasará, pero España no pasará.

Me parece que el Rey Valiente ha vuelto a decir lo mismo con sus comas. España es una realidad histórica anterior a toda Constitución y así lo reconocen todos los poderes fácticos internacionales, para bien o para el mal de una leyenda negra premeditada y destructiva. Y con la segunda, ha dicho valientemente que él, como persona no obligado a ello como jefe de la Casa Real y de la Corona de España, cree en esa España real y nacional.

Otra cosa es que, a partir de esta Constitución de 1978 o de otras futuras, lo que se pretenda es que la unidad nacional se sustente en la subordinación económica, política, social y cultural de la mayoría de España a un racimo burocrático de élites nacional-social-comunistas, a los que la realidad de una España democrática, esto es, de libres e iguales en todos los territorios sin distinción alguna entre ellos y comunicados por la lengua común, la historia, las costumbres y la Justicia.

Esa unidad nacional no será unidad real sino uniformidad disciplinaria de la mayoría dominada de la que se extraerán todos los recursos posibles para que singularmente Cataluña, País Vasco, con Navarra, la heredera del gran reino sometida, y una Galicia imaginaria, dominen al resto de España.

Si un andaluz, un extremeño, un castellano-manchego o leonés, un madrileño, un valenciano, un balear, un canario, un murciano, un riojano, un navarro, un ceutí, un melillense o los millones de catalanes, vascos y gallegos que están en contra de esta enfermedad político-moral discriminatoria y racista, sólo tienen como destino ser carne fiscal de cañón de los nuevos nacionalismos insolidarios y de un socialcomunismo oportunista, no es la Constitución sino la realidad nacional la que se estará dañando decisivamente. Será toda España la víctima.

Para todos aquellos que se empeñan en destacar la Constitución como elemento básico de España, el Rey, y nosotros, tenemos bien claro que lo realmente esencial es la nación en la que se vierten las Constituciones. España no es sólo una afirmación real, es, sencillamente, lo real, lo que va por las venas como leyenda, continuidad, costumbres, instituciones, moralidad, cultura, paisaje, arte y pensamiento.

Tras la Constitución, España. Una coma providencial que nos invita a salir de un estado de coma premeditado y de mala voluntad. Y la segunda coma decisiva, separa la obligación de la devoción. España, pues, es una realidad y una voluntad de continuidad de libertades en el seno de una patria común en la que no caben privilegios.

Ahora bien, si las comas incisivas del Rey Felipe VI terminan por no significar nada, ni para él, ni para nosotros ni para nadie, entonces nos acogeremos al Principio de Peter. En una de sus extensiones se dice que habrá que esperar que "los estadistas se revelen incompetentes para cumplir sus promesas electorales. Doy por supuesto que, si hacen algo, probablemente será llevar a la práctica las promesas de sus adversarios". O sea. Adiós España.

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