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Santiago Navajas

Lenin, el gran terrorista

Lenin convirtió a la institución suprema, el Estado, en el agente terrorista por antonomasia. De aquellos Grandes Terroristas, nuestros actuales pequeños filoterroristas.

Lenin convirtió a la institución suprema, el Estado, en el agente terrorista por antonomasia. De aquellos Grandes Terroristas, nuestros actuales pequeños filoterroristas.
Lenin, dando un mitin. | Cordon Press

Dio la casualidad que vi el mismo día La zona de interés y el programa de Canal Red dedicado al aniversario de la muerte de Lenin. La película de Jonathan Glazer va sobre cómo el comandante de Auschwitz y su esposa tienen una maravillosa vida familiar en una bonita casa con jardín, con el matiz, para ellos completamente irrelevante, de que están pared con pared con el campo de exterminio. Hedwig, la mujer, tiene el mismo talento organizativo y metódico para crear un entrañable hogar que su marido, Rudolf Höss, para edificar un infierno de gas e incineración.

En paralelo, en Canal Red glosaban las maravillas del genocidio perpetrado por Vladímir Illich Ulianov Lenin. Pablo Iglesias y su pareja en el plató, la rusa Inna Afinogenova, iban desgranando con la mejor de sus sonrisas el modo en el que Lenin acabó con la recién estrenada democracia rusa, perpetraba el exterminio de la familia real rusa y organizaba el Gran Terror. Rudolf Höss y Pablo Iglesias, Hedwig e Inna, representan el mal, pero en dos modalidades diferentes. Höss, como Eichmann, es la encarnación de la banalidad del mal según lo entendió Hannah Arendt en su crónica del juicio a nazi en Israel. Tanto el líder nazi alemán como el político comunista español comparten tres características: la insensibilidad hacia el mal y la admiración por líderes carismáticos a fuer de perversos. Además, y esto es lo que les convierte en peligrosos en lugar de solo ridículos, contemplan la violencia como una posibilidad legítima de ejercer el poder. Pero Höss no era un villano malvado como sí lo era Hitler; sin embargo, Iglesias sí sería capaz de asesinar a Errejón, Monedero… y sus demás víctimas políticas si estuviera en el contexto que llevó a Lenin a recurrir al terrorismo para conseguir sus objetivos de poder. Si Lenin era Ricardo III, Pablo Iglesias ha nacido para ser Yago, tan enfermo de ambición como herido de envidia y, en última instancia, proclive a la traición para conseguir sus objetivos.

En el programa, Pablo Iglesias citó con admiración el libro de Tariq Alí, Los dilemas de Lenin. Terrorismo. Guerra. Imperio. Amor. Revolución. Tanto Alí como Iglesias contemplan al dictador ruso bajo el dominio del Amor. El resto de los mortales, sobre todo sus víctimas, bajo el imperio del Terrorismo. Alí e Iglesias presentan a Lenin justificando el Terrorismo como la consecuencia del Amor a la Revolución o la Guerra contra el Imperio. De la asimetría entre la izquierda y la derecha que denunció Martin Amis, una de las consecuencias más denigrantes es que el terrorismo de izquierda sea considerado no solo justificado (la clasificación como no terrorismo del golpismo catalanista por parte de sus cómplices socialistas ha sido la última instancia de esta denuncia de Amis), sino necesario. El terrorismo es el mandamiento fundamental de la vulgata izquierdista desde que Marx y Engels establecieron la violencia de la lucha de clases como un axioma de la revolución:

Los comunistas (...) declaran abiertamente que sus fines sólo pueden lograrse por la subversión violenta de todo el orden social existente.

Lenin, el mejor discípulo en la praxis del teórico alemán, escribió en un telegrama en 1918:

Es necesario, secreta y urgentemente, preparar el Terror.

No solo es que Fanni Kaplán, una anarquista, hubiese intentado realizar un tiranicidio en su persona, sino que los campesinos, no precisamente la vanguardia del proletariado, se estaban rebelando contra las expropiaciones y violencia de los bolcheviques. Por cierto, Kaplán había sido condenada con anterioridad a una prisión en Siberia por un atentado fallido contra un gobernador zarista. Hay que reconocerle a la chica anarquista su rigor y coherencia contra los tiranos, así como su incompetencia. Siguiendo las indicaciones de Lenin, quinientas personas fueron ejecutadas para dar ejemplo de marxismo-leninismo y escarmiento a las clases sociales que se resistían a la implantación del paraíso comunista en la tierra. El árbol de la libertad, pensaban los terroristas en el poder soviético, hay que regarlo con la sangre de los opositores al régimen (pronto serían ellos mismos los que regarían con su propia sangre los frutos rojos segados por hoces y martillos).

En esas mismas fechas, Izvestia, el periódico que ejercía de portavoz de la opinión oficial del gobierno soviético (es decir, de Lenin), publicó:

Que la clase obrera aplaste, mediante el terror masivo, la hidra de la contrarrevolución.

Lo que se concretaría en el reforzamiento de la Cheka como organismo de ejecución del genocidio con perspectiva de clase obrera para exterminar a la clase burguesa (que Lenin, Trotski, Stalin y, en general, toda la banda bolchevique fuesen unos pequeños burgueses criados en colegios privados era algo sobre lo que correr un tupido velo). Significativamente, del decreto para dar más atribuciones a la Cheka se llamaba Acerca del Terror Rojo.

En Los dilemas de Lenin, el libro de Tariq Ali celebrado por nuestro Rudolf Höss de Galapagar, se expone el terrorismo de izquierdas de una manera positiva y atractiva en cuanto que consistían en atentados contra duques, generales, altos cargos de la administración y gente así, siguiendo los parámetros de acción del marxismo ruso que terminarían conformando el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, el embrión de los bolcheviques violentos y los más pacíficos, pero minoritarios, mencheviques (adivine, estimado lector, cómo y dónde terminaron los mencheviques).

La tradición de la que partían Lenin y sus secuaces eran las sublevaciones populares contra el régimen de siervos y esclavos que era tradicional en Rusia y que fue empezando a ponerse en cuestión en el siglo XIX, incluso con la participación de un zar ilustrado como era Alejandro II. Pero este instinto de subversión fue convertido por el talante sociópata de la extrema izquierda en vocación genocida siguiendo el modelo político de Robespierre y el paradigma filosófico de Marx. En el libro de Tariq hay una fotografía de Lenin inaugurando una estatua en honor de Stenka Razin, un cosaco del siglo XVII que acostumbraba a torturar a sus prisioneros mientras se burlaba de ellos. Otro líder de la insurrección cosaca, Emilian Pugachev, pretendía instaurar un "zar bueno" frente a los malvados aristócratas rurales. ¿Qué será realmente Lenin sino un zar pretendidamente bueno siguiendo el parámetro de la dictadura supuestamente ilustrada, en plan todo para los proletarios, pero sin los proletarios?

El golpe de Estado bolchevique en octubre de 1917 fue la primera revolución del siglo XX, pero también la última de las sublevaciones cosacas del siglo XIX, ensoberbecida y radicalizada por creerse intelligentsia (un término originariamente ruso) criada en universidades y en círculos literarios. Oneguin escribió un poema contra el zar, pero sobrevivió. Mandelstam volvería a escribir otro poema contra un tirano, Stalin; sin embargo, los bolcheviques tenían una manga mucho más estrecha, y sanguinaria, por lo que en esta ocasión el poeta sí terminó en el gulag.

Cuando Lenin nació, en 1870, como afirma Tariq Ali, los atentados terroristas contra los declarados enemigos se contemplaban con respeto y con empatía. Algo que sigue teniendo éxito en círculos socialistas favorables a amnistiar terroristas (que lo hagan simplemente por votos no es la peor de las noticias). Lenin se crio ideológicamente no solo con el mensaje de Marx y Engels favorable al asesinato ideológico, sino también con El catecismo revolucionario que seguían los anarquistas Bakunin y Necháyev. En España los sufrimos especialmente con los asesinatos de Cánovas del Castillo, Canalejas y Sagasta. Y todavía tenía que llegar el pistolero Durruti… El asesinato era considerado un arte tan glamuroso como eficaz.

Lenin era miembro de la burguesía que disfrutó de un sistema educativo que generaba personas cultas. Pero "culto" no implica automáticamente "civilizado". Leer muchos libros no lleva necesariamente a la tolerancia moral, la complejidad conceptual y el amor por el conocimiento y las personas. Sobre todo si tus libros de cabecera son los de Marx y Bakunin. Estos burgueses se empezaron a autodenominar "proletarios intelectuales", un precedente de lo que sería la "vanguardia del proletariado", un cúmulo de burgueses que les imponían a los proletariados lo que les convenía por las buenas o, la mayor de las veces, por las malas. Necháyev, el peor de todos, enseñaba teología por las mañanas y leía a los revolucionarios franceses por la noche. La mezcla de Jehová y Robespierre se le indigestó, lo que le llevó a vomitar una teología del terrorismo a mayor gloria de los jacobinos franceses y los carbonarios italianos. No toda la izquierda se orientaría hacia el terrorismo, no hay que confundir a Lenin con Kropotkin. El primero creció leyendo los llamamientos a la revolución sangrienta y despiadada de Petr Zaichnevski, organizada alrededor de la dialéctica amigo-enemigo y el aniquilamiento de la clase social burguesa.

Quien no esté con nosotros estará contra nosotros y será un enemigo, y que para acabar con un enemigo cualquier método sirve.

El joven Necháyev ("creyente sin dios" fue definido en un poema laudatorio) se convirtió en el amante terrorista, sexual y amoroso del anciano Bakunin, al que arrastró (sin necesidad de esforzarse mucho) a la apología del terrorismo realizado en su Catecismo revolucionario. Esta teología del terror, basada en una fe sin dios y unos dogmas laicos, convertía a sus creyentes en unos seres de luz pura a los que no manchaba una gota de la sangre derramada en sus atentados. Entre las acciones infames, pero menos sanguinarias de Necháyev, se encontraba la de seducir mujeres progresistas a fin de contribuir a "destruir la familia burguesa", relata Tariq Ali, aparentemente sin partirse de risa sobre Necháyev y las mujeres progresistas, por no hablar de Bakunin, no sabemos si consentidor del poliamor revolucionario de su amante. Dostoievski, que pasaba por allí, les dedicó a la pandilla anarcoterrorista su libro Los endemoniados.

Los dilemas de Lenin a los que se refería Tariq Ali eran cómo convertir el terrorismo en algo virtuoso y el golpe de Estado en un relato de heroica revolución. A los cien años de su muerte, a su momia embalsamada todavía le crecen las uñas y el pelo. Del plano simbólico al mundo real estos mortuorios hechos nos recuerdan que todavía existen Pablos Iglesias e Íñigos Errejones que crecen en nuestras democracias liberales. La tragedia se repite como farsa, pero nada nos garantiza que la siguiente generación subida a los fantoches de la superioridad moral se conviertan de nuevo en los terroristas sin dios, sin moral y sin vergüenza.

Pablo Iglesias comenzaba su programa laudatorio del Gran Terrorista Lenin recordando su ensayito ¿Qué hacer? escrito a principios del siglo XX. No era sino una versión filosófica de la novela de Chernyshevski del mismo título. En una ocasión, Turguenev se acercó a Chernyshevski y le dijo: "Usted es una culebra, pero Dobrolyubov es una serpiente de cascabel". En cualquier caso, entre réptiles andaba el juego. En su novela, la culebra retrata a un revolucionario fanático y austero, un espartano de la utopía cimentada en el asesinato. Se convirtió en el faro de los jóvenes burgueses aspirantes a la vanguardia del proletariado intelectual. Algo así como El club de la lucha de David Fincher, solo que en Rusia se toman las novelas en serio. El Capital, de Marx, en realidad no lo leía ni dios, pero ¿Qué hacer? de Chernyshevski, lo devoraban todos los aspirantes a demonios que hacían cola para apuntarse a terrorista suicida como hoy las hay entre jóvenes islamistas para inmolarse en el nombre de Hamás.

Lenin lo que hizo fue darle al terrorismo respetabilidad política y salto institucional. Con Lenin, el terrorismo ya se empleaba para derrocar las instituciones desde fuera, sino que convirtió a la institución suprema, el Estado, en el agente terrorista por antonomasia. Si Luis XIV había proclamado que el Estado era él, Lenin podría haber dicho que el Estado terrorista era él. Lo que con Robespierre fue un ensayo general, con Lenin fue la culminación de un proyecto. El Big Brother de Orwell lo había inventado Lenin en plan Big Terrorist. A Lenin el terrorismo anarquista le parecía peor que una perdida de tiempo, una forma de reforzar la institución estatal zarista. Ese romanticismo individualista de los anarquistas lo despreciaba. Lenin lo que quería era burocratizar el Terror, convertirlo en un monopolio estatal. Tuvo un éxito fenomenal, continuado cuando su discípulo más prometedor, un tal Stalin, se convirtió en el CEO de la Unión de Terroristas Socialistas Soviéticos y su enseñanza fue recogida y aumentada por el resto de funcionarios del Terror, de Mao a Pol Pot pasando por Che Guevara y Fidel Castro, ETA y el FRAP. De aquellos Grandes Terroristas, nuestros actuales pequeños filoterroristas.

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