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Pedro de Tena

La zurdopatía y el desvarío de la zurdocracia

La fachocracia no existe más que en el imaginario de los zurdópatas, mientras que la zurdocracia es una realidad apoyada por separópatas de todo tipo.

La fachocracia no existe más que en el imaginario de los zurdópatas, mientras que la zurdocracia es una realidad apoyada por separópatas de todo tipo.
Pedro Sánchez en un acto de partido en Lugo | Europa Press

Hay que comenzar aclarando que para nada y de ningún modo nos referimos en este artículo a los zurdos naturales que usan la mano izquierda para actividades que la mayoría de la población humana realiza con la mano derecha. Los zurdos son un fenotipo minoritario de la especie presente en todas partes en un porcentaje que se sitúa en torno al 10-15 por ciento y no es un rasgo esencial aunque se sigue estudiando la aportación específica de sus propias características.

Leonardo da Vinci fue zurdo, como Mozart, Einstein y Rafa Nadal (sólo en el tenis). Otros muchos genios son y fueron diestros. Para dejarlo sólo en las raquetas, Federer y Djokovic son diestros. Hipótesis, conjeturas, supersticiones y alusiones maliciosas o despectivas a los zurdos naturales, que las ha habido a lo largo de la historia, no tienen cabida en estas líneas.

Aquí nos referimos a los "zurdos" de forma metafórica puesto que aludimos a los ciudadanos que se autoconsideran de "izquierdas": los componentes de la zurdosfera. No es nada original. Es la manera habitual que tiene Javier Milei de referirse a las izquierdas y se ha puesto de moda aunque la expresión no es sólo propia de Argentina. Para el nuevo presidente liberal, los "zurdos" usan el Estado para amedrentar, perseguir y arrinconar a los que no piensan como ellos y, de paso, arruinar a todo el mundo desde la prosperidad propia. Véase el leninismo, como ejemplo de la zurdocracia real.

Recordarán que eso de las "izquierdas" no es otra cosa que una referencia topográfica que se utilizó durante la Revolución Francesa para designar a quienes se sentaban a un lado u otro de la Asamblea Constituyente (Convención) y luego, Legislativa. A la derecha, los girondinos y otros grupos. En el centro, los de la "marisma" o la "llanura" y a la izquierda los de la Montaña, los jacobinos entre ellos.

En España, esta tradición persistió porque desde 1977 los socialistas y comunistas se sentaron a la izquierda de la presidencia del Congreso y los ucedistas y conservadores se sentaron a su derecha. Otra batalla cultural perdida por tanto listo. En las Cortes de Cádiz, cada diputado se sentaba libremente donde quería, como debe ser.

Pero fue en aquella Francia cuando brotó la zurdopatía secular moderna, un desorden perceptivo mental, quién sabe si enfermedad, que conduce a que quienes se estiman de izquierdas se identifiquen con la virtud, el progreso y el bienestar de todo el género humano, acusando a sus discrepantes de toda clase de vicios, de retrógrados y reaccionarios y de ser enemigos de la humanidad. Naturalmente, se sienten con derecho a ocupar el poder sin respeto alguno por las reglas establecidas y por la violencia e imponen su "virtud" y sus planes a los demás, casi siempre de forma dictatorial, esto es, unificando en un solo partido el poder de legislar, el poder de juzgar y el poder de ejecutar.

¿Con qué fundamento? Inicialmente, desde Robespierre —que se consideraba un dechado de virtudes aunque mandó a la guillotina por impíos a decenas de miles de franceses, entre ellos a su amigo Danton (que le llamó "rata" en el cadalso)—, tal calificación era autoproclamada sin más. Tan peligrosa puede ser esta zurdopatía que, en su nombre y por su causa, puede acabarse con la vida, el patrimonio y el futuro de los adversarios, e incluso los amigos y correligionarios, sin el más mínimo sentido de culpabilidad moral ni el menor arrepentimiento. Stalin dio todo un recital de esta implacable deformación mental y moral.

Luego, con Marx ya en el escenario, la zurdopatía siguió afectando a las mentes de muchos, pero, advirtiendo el escaso fundamento de su pretendida superioridad moral, el alemán de origen judío, asentó el dualismo entre buenos (los zurdos) y malos (los demás o las derechas o las burguesías o la "gran cosa mala" del capitalismo) no sólo en el famoso dualismo bíblico Dios-Diablo y en las ingenuas utopías.

Procuró cimentarlo en la ciencia histórica (lucha de clases, proletariado-burguesía) y en la ciencia económica, por cierto, clásica-burguesa, de Adam Smith a David Ricardo. De ese modo, los "zurdos" eran mejores porque tenían la ciencia de su parte, además de la virtud infusa, mientras que los otros, las derechas, sólo disponían de metafísicas baratas y de malevolencia a raudales. Dalmacio Negro llamó a esto "teología política" por sus raíces mucho más antiguas.

Esta fabulosa escenificación enmascaró durante mucho tiempo el desarreglo perceptivo que autocaracterizaba a los "zurdos", sin pruebas, como virtuosos, como científicos y como progresistas. Pero el deslumbramiento que produjo en no pocas gentes de buena (y de muy mala) voluntad ocultó el hecho de que la teoría de la historia no se sustentaba universalmente ni de manera sólida (Marx no definió nunca qué es una clase social, subrayó Antonio Escohotado).

Por su parte, la teoría económica, dependiente de la teoría del valor-trabajo fue superada enseguida y triturada por la Escuela Austríaca, entre otros estudiosos. El capitalismo ha hecho mejorar como nunca a la humanidad reduciendo su nivel de pobreza, ignorancia y enfermedad y su doctrina del progreso fue sepultada empíricamente por el derrumbamiento del Muro de Berlín (levantado, se dijo en broma, para impedir que los ciudadanos huyeran de tanta felicidad) y la caída de la URSS.

La zurdopatía, desprovista de ropajes o disfraces externos, puede ser diagnosticada como un círculo vicioso mental o un bucle melancólico pesimista respecto a la humanidad. Puede formularse así: "Soy política y moralmente superior a todos los demás ciudadanos porque soy zurdo; y soy zurdo precisamente porque soy superior a todos los demás ciudadanos" sin que tengan demostración lógica ni empírica ninguna de tales aserciones. Ya saben que el sufijo -patía procede del griego "pathos", que significa pasión, emoción y también, tómese nota, enfermedad.

Desde hace ya tiempo, desahuciados por la evidencia económica, desacreditados por su ausencia de virtudes y los sufrimientos y muertes causadas por la aplicación de sus ideas y demostrada su descreencia explícita en la convivencia liberal y en sus mecanismos de compensación de poderes, se les han caído todas las máscaras de su carnaval. Lo que ha quedado es el afán de poder de unas minorías "zurdas" organizadas en formas centralistas y jerárquicas, que, usando odios, divisiones, fraudes, caprichos, sandeces y mentiras de forma sistemática e inmisericorde, pretenden lograr la hegemonía, por los medios que sean, y ocupar el Estado.

Tan es así que en una publicación de finales del siglo XX sobre el tema "derechas e izquierdas" de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, ninguno de sus autores pudo precisar cuál era el significado certero de ambas palabras en la política moderna. Incluso en sus páginas se aludió premonitoriamente a Goethe, para el que el conflicto esencial del mundo era el de la increencia y la fe. No cabe duda que algo de ello late tras la secularización occidental de la fe en un supuesto paraíso socio-político universal y la descreencia en su posibilidad y su necesidad.

Cómo es posible que un fenómeno así —que ha dado personajes terribles como Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Largo Caballero, Carrillo, los Castro, Chávez, "Ternera" y otros— haya podido acomplejar a una gran parte de la sociedad política. No tiene explicación, aunque siga persistiendo la sensación de inferioridad: "El complejo de inferioridad moral que los socialismos consiguieron inocular a sus oponentes llevó a éstos a posiciones izquierdizantes en lo que consideraron marginal al modelo de libre mercado, como la cultura. Así se explica que, incluso después del desplome del socialismo real, los liberales compitan en el halago a los intelectuales excomunistas o comunistas recalcitrantes". Lo vio muy bien Gonzalo Fernández de la Mora. Las derechas siempre prefirieron huir de la batalla cultural dejando la conciencia ciudadana en manos de sus adversarios.

Fíjense en lo que la zurdería, otro nombre para la zurdosfera, ha derivado desde que Gregorio Peces Barba escribiera en la mencionada publicación: "La izquierda del futuro sólo tiene porvenir si sus esfuerzos expresan un talante ético y una construcción racional". No acertó ni una. Los espectáculos que llevamos viendo desde las pasadas elecciones, y desde mucho antes –lo de atribuir la responsabilidad del atentado del 11-M de 2004 al PP fue el principio del ataque de zurdopatía aguda que nos asola—, indica que la ética zurda sólo se rige por el poder y que su construcción "racional" ha sido dinamitada porque no puede ser sometida a la prueba de los hechos sino sólo creída.

El desvarío de la zurdocracia

Cuando alguien tira una piedra a un estanque debe tener en cuenta su tamaño porque, de ser mayúsculo, puede provocar un oleaje capaz de arrasarlo en un santiamén por ignorancia de las leyes de la mecánica (toda acción provoca una reacción de la misma intensidad pero de sentido opuesto) y por la imprudencia de empezar algo sin conocer sus posibles consecuencias.

Muchas de las cosas que han pasado recientemente y siguen pasando en España son obra exclusiva de la zurdopatía inquietante de Pedro Sánchez, aunque haya tenido antecedentes y aliados externos (Mariano Rajoy le dejó ser presidente cuando el propio PSOE ya advirtió de su peligro defenestrándolo de la secretaria general en 2015), próximos (Podemos y los partiditos comunistas de Sumar restantes) y periféricos (separatismos catalán y vascos de derecha e izquierda, terroristas malos y buenos).

Hay quien identifica a casi todos ellos con la ineptocracia puesta de moda, aunque es más vieja que los balcones de palo (Ayn Rand[i]), por el pensador francés Jean d´Ormesson. Escribió Luis Antonio de Villena en un artículo de 2020: "El actual Gobierno español de Pedro Sánchez, con sus mil bajezas y concesiones, con su dependencia del retrocomunismo —que muchos temen— de Podemos, parece un triste ejemplo de ineptocracia ahora mismo. Hay mujeres y hombres más o menos ineptos, pero temo que casi ninguno se salva del común denominador de ineptas/ineptos. Presidente incluido". Hasta un poeta se da cuenta.

¿Y a qué viene todo esto? Pues sencillamente a que el presidente Sánchez y sus guionistas –se sabe que no escribe ni dice nada original—, han lanzado un nuevo vocablo al embalse de la lengua española con propósitos de descalificación de todos los que no son sus socios, aliados o sostenedores. "Toda esa fachosfera lo que hace es polarizar, insultar…Tiene un naufragio de ideas. Están parasitados por la ultraderecha". Palabras de Sánchez, con la ocurrencia de su "fachosfera", deliberadamente arrojada a las redes sociales para uso y consumo de simplistas y devotos.

Hay que deducir que este tipo de palabrones emocionales, con intenciones explícitamente logo-corruptoras, sólo aspiran a ser palabras mágicas alejadas de la lógica y la coherencia fáctica para movilizar la acción de los beatos progres que hace tiempo abjuraron de los discursos ideológicos argumentados y fundados en hechos comprobables. No se trata de convencer, pues, sino de consignar, de decretar, de remitir un mensaje generalista mondo y lirondo que perpetra exactamente lo mismo de lo que acusa a los enemigos.

Cuando incluye bajo el estigma de esa palabrota que, en realidad, significa "gobierno de los fachas" (algo que no ha ocurrido al menos desde 1978), a todos aquellos que no están de acuerdo con él, está polarizando a la sociedad española en dos bloques, el suyo y el otro, formado por todos los demás que no lo adoran, o son críticos, o desaprueban sus medidas de gobierno, o sus palabras, o sus maneras. Y además, tiene la voluntad de insultarlos agrupándolos a todos bajo el calificativo de "fachas". En realidad, es el típico comportamiento de un zurdópata en estado clínico.

O sea, deducimos, Nicolás Redondo Terreros es un militante de la fachocracia, como Felipe González o Alfonso Guerra, o Javier Corcuera, o Joaquín Leguina. Naturalmente lo es también Alberto Núñez Feijóo, con sus bestias negras, Isabel Díaz Ayuso al frente y el resto de sus fachosos que gobiernan más de media España autonómica y municipal. No digamos nada de Santiago Abascal y sus fachitas[ii] genéticos de Vox, aunque defiendan la democracia y los métodos constitucionales y, en buena parte, cierto liberalismo, otra versión libre de la fachocracia[iii].

Los liberales, desde Javier Milei a Marina Corina Machado, Jesús Huerta de Soto, y Juan Ramón Rallo, entre otros muchos, son todos fachócratas. Yo mismo debo ser un asteroide de ese fachocosmos orbitando en torno a Libertad Digital, uno de los satélites de la fachosfera. Por cierto, Corina Machado, en un tiempo en el que aún Fernando Savater y Félix de Azúa[iv] estaban en la nómina de El País, fue definida como "la versión venezolana y emocional de Margaret Thatcher". El escriba zurdópata que parió tal titular no sospechó que le había regalado el mejor de los elogios bajo la apariencia de una descalificación.

En resumen, España se divide en dos como el mundo se dividía en dos para Fernando Villalón (Sevilla y Cádiz). España se divide en fachócratas y en sanchistas, esa extraña aleación política de zurdópatas y compañeros de viaje, en maletero o no, con armas o no, racistas o no.

Vamos a los hechos mismos. Como los "fachas" no han gobernado nunca en la España constitucional, que sepamos, salvo en la imaginación de los "zurdos", lo de la fachocracia no es más que un scary word-clip, o si se quiere, un metemiedo publicitario. Digamos ya con toda claridad que los que sí han gobernado este país han sido los zurdópatas de síntomas especialmente reconocibles. Desde 2004, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Desde entonces, y con el intermedio inútil de un PP para qué en 2011, se está tratando de imponer una zurdocracia, que no es una opción legítima de la democracia, sino una degeneración que conduce a la ocupación de la sociedad civil y del Estado por los "zurdos" según sus intereses en cada momento.

Es lo que tiene tirar un pedrusco a un estanque sin calcular sus medidas y sus posibles consecuencias. Se ha lanzado a la ciénaga nacional el meteorito de la fachocracia y resulta que va a salpicar, e incluso anegar, a La Moncloa el cometa de la zurdopatía de la zurdocracia como reacción. La diferencia es notable, porque la fachocracia no existe más que en el imaginario de los zurdópatas mientras que la zurdocracia es una realidad apoyada por separópatas de todo tipo, con pistolas (buenas o no) o sin ellas, burdos y absurdos, como la realidad nacional muestra todos los días desde hace cinco años. Para nuestra desgracia, eso sí.

El ejemplo lo ha dado el propio Sánchez en Bruselas. Ha proclamado que los golpistas "no son terroristas" (contra la evidencia y para que le den a los hechos y a los jueces) y anuncia que "todos" (se supone que los golpistas, ¿o también los terroristas?) serán amnistiados. Esto es, tres en uno. Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial en una sola mano, la suya. La zurdopatía que lo infecta carece de límites. Su desvarío es total. La zurdocracia gobierna con la bendición de la zurdosfera internacional y con todos los enemigos de la nación española, con Rusia dentro. ¿Hay quien dé más en menos tiempo?


[i] La liberal Ayn Rand, que no usó el termino "ineptocracia", describió su contenido esencial en La rebelión del Atlas y Le Monde, en 2001, parecía predicar como Milei contra La ineptocracia argentina: "Argentina está en estado de sitio. (...) El país ha entrado en su cuarto año de recesión y no puede pagar su deuda pública. El FMI le ha negado su ayuda porque el Gobierno no fue capaz de presentar un presupuesto equilibrado y creíble. Muy pocas veces se ha producido una situación económica y social tan inextricable. (...) En los años ochenta, la hiperinflación devastó a un país que había sido, antes de la Segunda Guerra Mundial, uno de los más ricos del mundo…"

[ii] No sé si valdrá de algo para la sanación de algunas locuras pero "fachita" llamaba la liberal Emilia Pardo Bazán al liberal Benito Pérez Galdós entre sus ardores de Miquiño mío. También usaron la palabra los Álvarez Quintero, o Vargas Llosa. Pero ninguno como deformación de fascista o diminutivo de facha y en el mismo sentido, sino como aspecto o presencia exterior de alguien.

[iii] El fascismo, raíz forzada de facha, odiaba al liberalismo, pero qué más le dará a un zurdópata.

[iv] Agapito Maestre, 18 años antes, ya llegó a la conclusión de que El País era la alta-porta-voz de la zurdocracia.

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