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Santiago Navajas

La soledad, enfermedad en tiempos de hiperpoblación

Adán eligió a su amiga Eva antes que a su patria, el Paraíso. Nietzsche eligió su infierno intelectual antes que a su amigo Rohde. La cuestión que queda por resolver, estimado lector, es que elegiría usted.

Adán eligió a su amiga Eva antes que a su patria, el Paraíso. Nietzsche eligió su infierno intelectual antes que a su amigo Rohde. La cuestión que queda por resolver, estimado lector, es que elegiría usted.
Nietzsche, 1882 | Wikipedia

"La soledad se está convirtiendo en la enfermedad que más personas mata, arrebatando a otros padecimientos el dudoso honor de ser la causa más común de muerte", sostiene Robin Dunbar en Amigos. El poder de nuestras relaciones más importantes. Las autoridades sanitarias deberían advertir de que la soledad, como el tabaco, mata. A veces se escucha el comentario cínico de que nacemos solos y morimos solos. Pero cuando nacemos ya hemos sido configurados en gran parte por el entorno social y biológico que nos rodea. Nuestra madre no solo nos proporciona oxígeno y alimentos: también nos acostumbra a una lengua (La experiencia prenatal con el lenguaje moldea el cerebro, Science Advances, vol. 9, n.º 47). Por esto, a los bebés prematuros se les debe procurar un ambiente de silencio parecido al que tendrían en el útero, pero es también fundamental que escuchen la voz de la gestante en la incubadora. No es bueno que el bebé esté solo, le va en ello la vida y un pleno desarrollo, por lo que necesita de buenos amigos, de su madre a una familia pasando por todo un equipo sanitario. También serán buenos amigos los que nos entierren, aliviándonos de las alimañas, y nos recuerden, rescatándonos del olvido.

Adán estaba solo en el Paraíso. Tenía la compañía de Dios y los ángeles. También la de las bestias de la tierra, y de todas las aves de los cielos, y de todo lo que se arrastra sobre la tierra. Y todas las plantas. El mundo estaba muy poblado, pero Adán era un solitario. Para intentar que Adán se sintiese más acompañado, Jehová le conminó a que pusiera nombre a los animales que había creado. Dios tenía junto a él a los ángeles que podían entenderle, pero ¿qué animal podría comprender a Adán? Eran buena compañía los animales, sin embargo, no podían compenetrarse con él en lo más profundo. Dios, entonces, modeló una mujer para que fuese una amiga idónea para Adán, el cual no estaría nunca más solo. Podemos imaginarle por fin ilusionado.

Dura poco la felicidad en el hogar de los mortales. Eva, impulsada por la curiosidad y conducida por la audacia, desafió la prohibición divina de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.

El relato bíblico nos explica lo que llevó a Eva a comer del fruto prohibido, esa serpiente que es la máscara del ansia de conocimiento y la voluntad de buscar la verdad. Pero es tremendamente parco sobre lo que llevó a Adán a transgredir el mandato paterno. Podemos suponer qué es lo que pasó aceleradamente por la mente de Adán ante la mano de Eva sosteniendo el alimento tabú. A Adán le daba igual que se le abriesen los ojos, ser como dios, conocer el bien y el mal. Cuando sus dedos agarraron lo que iba a significar su maldición, rozaron levemente la piel suave de Eva. Muchos siglos después, el filósofo que inventó la teología iba a anteponer el amor a la verdad a la amistad con el maestro. Pero Adán una y otra vez volvería a traicionar a su Gran Amigo para no verse expuesto a perder a su pequeña amiga. Al este del Edén, expulsados de la tierra de la que manaba miel y leche, les esperaba el dolor y la sangre, el sudor y la muerte. Pero Adán estuvo gozosamente dispuesto a sufrir una eternidad de penurias siempre que fuese al lado de alguien que compartiese sus vicisitudes. Una eternidad en el paraíso no valía lo que el roce de Eva un segundo.

Cinco mil seiscientos veintisiete años más tarde, Friedrich Nietzsche escribe a su amigo del alma Erwin Rohde. La expresión "amigo del alma" es un pleonasmo. Entre 1867 y 1876 han sido compañeros académicos y cómplices vitales intercambiando cartas como lazos. Sin embargo, la amistad se marchitó. Friedrich podría haber dicho que era amigo de Erwin pero más amigo de la verdad. Es el destino funesto de los amigos de la sabiduría distanciarse de los amigos humanos, demasiado humanos. No es que Friedrich hubiese dejado de querer y respetar a Erwin, pero el filósofo no podía dejar que, en palabras de Karl Jaspers, el mundo burgués de su amigo le alejase de "la pretensión absoluta de su veracidad existencial". Rohde puso su carrera académica en peligro por apoyar a su amigo Nietzsche frente a la tropa filológica ortodoxa capitaneada por Wilamowitz. Pero Nietzsche no estaba dispuesto a sacrificar su conquista del Olimpo porque su amigo no pudiese escalar en las cumbres a las que no llega el oxígeno que hace vivir a los que no son sobrehumanos. No es que dejase de considerarle su amigo o sentir la nostalgia de su presencia, su conversación y su armonía espiritual. No obstante, había algo que lo llamaba con más intensidad e insistencia: el canto de las sirenas ante las que se ató Ulises y hacia las que se lanzó Nietzsche con plena conciencia y sin una cuerda que lo encadenase.

En otras circunstancias, igualmente extremas en cuanto a exigencia vital, E. M. Forster escribió: "Si tuviera que escoger entre traicionar a mi país o traicionar a mis amigos, espero tener el valor de traicionar a mi país". En ambos casos, se trata de elegir entre dos tipos diferentes de soledad. Adán eligió a su amiga Eva antes que a su patria, el Paraíso. Nietzsche eligió su infierno intelectual antes que a su amigo Rohde. La cuestión que queda por resolver, estimado lector, es que elegiría, llegado el caso, usted.

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