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Santiago Navajas

El golpe de Estado que cambió la historia de España

Con la salvedad del Ejército, se repite la misma letanía de políticos incapaces, una masa proclive al carisma populista y, en general, unas instituciones frágiles.

Con la salvedad del Ejército, se repite la misma letanía de políticos incapaces, una masa proclive al carisma populista y, en general, unas instituciones frágiles.
Miguel Primo de Rivera. | Cordon Press
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Mohamed Abd-el-Krim. Pocos españoles conocen hoy su nombre. Son todavía menos los extranjeros que han sido tan determinantes en la historia de España. Para mal. Aunque no fue su responsabilidad, ya que el líder de la insurrección en el norte de África contra los españoles velaba por lo que creían sus intereses. El problema lo tuvieron los españoles con sus propios dirigentes, que tampoco les sonarán a muchos: Santiago Alba, Alfonso XIII, Dámaso Berenguer, Manuel García Prieto. Fundamentalmente, Miguel Primo de Rivera. Es mérito de Roberto Villa, de quien ya reseñamos su biografía de Lerroux, volver a ponerlos en el primer plano con 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España (Espasa, 1923).

Roberto Villa está significando para la historiografía del siglo XX español lo que Furet para la Revolución Francesa, un cambio de paradigma. Lo que los defensores del statu quo académico montados en intereses creados y afiliados a ideologías hegemónicas denominan "revisionismo". Pero las disputas académicas no se solucionan mediante censuras y descalificaciones espurias, sino contrastando las hipótesis frente a los hechos y la capacidad de las interpretaciones de trazar el mapa más objetivo respecto al fantasma de lo acontecido.

En un siglo dominado por las fechas de 1931, 1939 y 1978, Villa ha elevado 1923 al cuarto lugar del pódium de acontecimientos históricos. Junto a Azaña, Franco y Suárez, Primo de Rivera (padre) queda así como la cuarta carta que configura el póker de figuras determinantes del siglo XX español. En cierta forma, el que prefigura todo lo que va a suceder después: golpismo militar y secesionista, inestabilidad política, fragilidad institucional, ínfima calidad de los políticos, democracia populista, instinto antiliberal, terrorismo (sobre todo de extrema izquierda). Mientras leía el libro, yo añadía mentalmente la fecha de 1981, cuando Armada trató de hacer un Primo de Rivera y Juan Carlos, al parecer, dudó si hacer un Alfonso XIII (en cierta forma, ya lo había hecho en 1971 pero a la inversa).

Que se publicase en 2023 no solo fue un modo de conmemorar un centenario redondo porque el impacto de lo acontecido entonces es especialmente relevante bajo las actuales circunstancias de amenaza del golpismo catalanista y de subversión de la monarquía constitucional por parte de la colusión entre el socialismo, que hasta Sánchez había sido plenamente constitucionalista, y la extrema izquierda.

Una de las dificultades para estudiar dicho período histórico es que uno de sus ejes fundamentales hoy nos resulta tan extraño que nos parece estar viviendo una España diferente. Y es que la guerra en Marruecos va a resultar un factor perturbador hasta un nivel que hoy nos resulta muy difícil de entender. Sobre este gancho van colgando militares de diversas tendencias (fundamentalmente dos, los junteros y los africanistas), grupos políticos, personalidades específicas (especialmente, el liberal Alba, el enemigo número 1 de todos, de la extrema derecha a la extrema izquierda). Todo ello creó un cóctel tóxico en el que la estupidez se mezcló con la ineficiencia y el resentimiento, sobre una base de mal diseño institucional y peor regulación legislativa, para llevar a un camino sin salida que suele hacer emerger la figura de un salvador carismático, dictador aclamado por todos porque, en el límite, la mayoría suele preferir, como Goethe, la injusticia al desorden. Villa subraya el paralelismo entre la España de 1923 con la Francia de 1958 y los espadones aclamados como salvadores de Primo de Rivera y De Gaulle.

Gran parte de las más de setecientas páginas las dedica Villa a desentrañar un factor que ha sido fundamental hasta hace bien poco en la historia de España: el Ejército. En esa tradición militarista de la política española que va desde Pavía y Serrano hasta Primo de Rivera y Franco, la monarquía constitucional bajo la égida de Alfonso XIII se encuentra sobre un avispero formado por militares organizados a través de facciones, de los "junteros" a los "africanistas", que reproducen el "baile de los generales" del siglo XIX en una ceremonia de la confusión donde el patriotismo es sustituido por los celos, los intereses creados, la incompetencia, la cobardía y el cortoplacismo. Entre la barahúnda de discapacitados políticos, disminuidos aristócratas y minusválidos militares, Primo de Rivera se levanta como poco menos que un titán. Un titán tuerto en el país de los enanos ciegos.

Ya entonces se manifiesta la debilidad ideológica, la fragilidad institucional y la falta de altura personal de los líderes liberales que gobernaban añadiendo confusión al caos. Incluso la actual situación española, con un gobierno sostenido por la extrema izquierda y los golpistas catalanistas parece, en comparación, un prodigio de estabilidad y sentido común. Aunque cuando leemos "la quiebra de la monarquía liberal en 1923" nos asalta un estremecimiento ante lo que estamos viviendo en 2023. Con la salvedad del Ejército, se repite la misma letanía de políticos incapaces, una masa proclive al carisma populista y, en general, unas instituciones frágiles al estar mal diseñadas, del sistema autonómico al Tribunal Constitucional. Cuando Villa subraya la importancia del terrorismo en Cataluña como un desencadenante de la crisis inconstitucional de entonces, no podemos sino pensar en la actual discusión sobre si el golpismo catalanista incurrió también en terrorismo. Lo que ayer fue trágico, hoy es más bien farsa, aunque siempre es peligroso.

Cuando el 15 de septiembre de 1923 Primo de Rivera mandó parar, el alzamiento fue tan de guante blanco que incluso los menos proclives se mostraron entusiasmados ante lo que se contemplaba, en el peor de los casos, una dictablanda temporal que pusiera las cosas en su sitio. Se suponía que iba a ser un paréntesis en la vida constitucional. La ruptura de la legalidad le parecía a la mayoría en mal menor. La Concentración Liberal de Alba y García Prieto fue sustituida por lo que podríamos llamar una "Concentración iliberal" con Primo de Rivera como agente activo y Alfonso XIII como agente pasivo. Un espadón como Primo de Rivera, aristócrata además de militar, era visto como la encarnación del principio de autoridad, el principio del fin de la campaña marroquí y, ya que estaban, un arreglo de la Hacienda siguiendo los parámetros de austeridad que se les suponen a los militares.

El espejismo de pseudoconstitucionalidad y la ilusión de provisionalidad hizo creer que a falta de legitimidad de origen, a Primo de Rivera le bastaba la legitimidad de ejercicio. Roberto Villa subraya la proximidad del pronunciamiento de 1917 para entender el éxito, entre la resignación y el alivio, del golpe de Estado de 1923. La interpretación de Villa es tan novedosa como fundamentada, renovando de esta manera el debate historiográfico en una época en la que se está perdiendo de vista que la clave de la ciencia es el debate y el disenso. Es duro tener que reconocer que los movimientos dictatoriales contemporáneos exitosos se basan en la simpatía popular y la tentación populista de sustituir el imperio de la ley por el imperio del carisma. La tesis ensayística de Villa es que Alfonso XIII se encontraba ante Primo de Rivera en una situación parecido a la de Juan y Juan Carlos Borbón ante Franco. Es decir, que los citados monarcas eligieron seguir el weberiano principio de responsabilidad anteponiendo al principio de convicción. O trataba de "monarquizar" el golpe de Estado, o se exponía a una republicanización del mismo. Aliándose con el golpe, Alfonso XIII salvaba los principios constitucionales y permitía mantener la esperanza de la temporalidad de la dictadura. En el peor de los casos, resulta menos perjudicial una dictadura limitada que una "democracia" ilimitada.

Roberto Villa, para escándalo de los defensores del statu quo intelectual y de los ídolos de la tribu, está emprendiendo una de las tareas más nobles del panorama académico: renovar los temas de discusión desde una perspectiva ilustrada, individualista en lo metodológico y liberal en lo político, que lo pone en la órbita de historiadores como François Furet y su reinterpretación de la Revolución francesa sacándola de los lugares comunes marxistas y la teodicea política de la historiografía hegemónica de izquierdas. Para el caso español, con 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España, Villa se consolida (tras 1917. El Estado catalán y el soviet español y 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular) como uno de los más brillantes de la nueva generación de historiadores que unen al rigor del documento el coraje del pensamiento, la atención al detalle con la propuesta de un paradigma hermenéutico nuevo.

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