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Santiago Navajas

Eh, Sánchez, hablemos de fachas

Wang Xilin tuvo que soportar la versión comunista de '1984' de Orwell. Nosotros nos tenemos que conformar con la versión socialdemócrata de 'Un mundo feliz' de Huxley.

Wang Xilin tuvo que soportar la versión comunista de '1984' de Orwell. Nosotros nos tenemos que conformar con la versión socialdemócrata de 'Un mundo feliz' de Huxley.
Pedro Sánchez, como un verdadero actor, respondiendo a los medios especializados en cine. | David Alonso Rincón

Es una costumbre de los socialistas, Jorge Semprún dixit, echarse la mano a la cartera cuando escuchan la palabra cultura. Le falto especificar al ministro de ídem de Felipe González que la cartera de la que echan mano no es la suya propia, sino la de los contribuyentes. No es que sean muy aficionados a la cultura, sino a la instrumentalización de la misma como propaganda ideológica y compra de adoctrinadores (se autodenominan "artistas" y el vulgo los llama "titiriteros") a mayor gloria de lo que llaman "agenda social", que suele coincidir, vaya con Marx y Gramsci, con los objetivos tácticos de cada momento, ya sea la justicia social o, como ahora, la ideología de género.

Se ha normalizado que el presidente del gobierno y el ministro de Cultura socialistas asistan a la ceremonia de los Goya. Los abanderados del sistema cultural hegemónico criticaban que los del PP no asistiesen a la gala porque supuestamente desprecian la cultura. En realidad, lo que está en juego son las cuentas de resultados de multimillonarios que votan a la izquierda como Pedro Almodóvar, la versión cutre del banquero anarquista de Pessoa. Con Rajoy y Wert el IVA pasó en el ámbito del cine del 10% al 21%. Y no se lo bajaron cuando sí se hizo al resto del ámbito del ocio. Pedro Sánchez sonreía entre Ana Belén y Penélope Cruz, musas del establishment ideológico-cultural de la progresfera, complacido mientras le adulaban los de RTVE y repartía abrazos grandes como las subvenciones que reparte a fondo perdido para que el director manchego pueda comprarse otro yate con el que viajar a Panamá.

Con la segura excepción de Víctor Erice, que no asistió a los Goya siendo el único con legitimidad entre los cineastas nominados para considerarse artista, probablemente nadie entre los que rodeaban arrobados a Sánchez en Valladolid tenía la menor idea de quién es Wang Bing. No me extraña que Erice no asistiera al sarao entre ruin y chabacano de la ceremonia de entrega de premios de la Academia, en la que destacaron ese galán para damas casposas que es Pedro Sánchez y su corte de bufones como siempre pidiendo subvenciones. Almodóvar rizó el esperpento haciendo de macho alfa de sus chicas sometidas (fue patético ver a Penélope Cruz dejándose avasallar por Pedrooooooooo haciéndole un mansplaining de manual), y una lamebotas portando un micrófono de RTVE a cuyo lado el Smithers de los Simpson es un prodigio de dignidad e independencia.

Como Erice, Bing también presentó en el último Festival de Cannes una película, en su caso un documental, Man in black, sobre el compositor chino Wang Xilin, al que se conoce en Occidente como el Shostakovich asiático. La comparación con el músico ruso no es solo por su vanguardismo sinfónico sino también por la persecución política que padeció por los dictadores socialistas que eran la vanguardia en aquel momento de la progresfera (véase la admiración y justificación de los asesinatos maoístas por parte de Jean-Paul Sartre y Alain Baidou).

Relata Wang Xilin que en 1949, cuando tenía 13 años, estudiaba en una escuela católica en Gansu, a donde llegó el Ejército Popular de Liberación al que se unió porque, al menos, le daban comida y era una boca menos que alimentar en su casa. En el Ejército tuvo la oportunidad de asistir a una escuela para directores de orquestas militares y de allí pasó al Conservatorio donde también aprendió piano y comenzó a componer. Además, comenzó su carrera política dentro del sistema comunista, en sus palabras "activamente trabajando para construir el socialismo". Es decir, para cavar inconscientemente su propia tumba.

Sin embargo, todo se complicó cuando trató de mejorar su técnica musical. Eso le llevó a pensar de manera diferente a las directrices del partido, ya que los comunistas subordinaban el arte musical a lo que denominaban "pensar correctamente", lo que pasaba por conocer el marxismo-leninismo. La técnica musical también se subordinaba a experimentar la forma de vida de las masas. Sin embargo, para Wang Xilin, manías de artista auténtico, para hacer música era más importante conocer la técnica musical que la dialéctica hegeliano-marxista. Esto llevó a al compositor a romper con el partido, aunque ello implicaba que nunca podría conseguir un título académico. Piénselo, ¿qué es más relevante para un músico, leer Materialismo y empiriocriticismo de Lenin o la Quinta sinfonía de Beethoven? Si cree lo segundo, entonces pertenece usted a la fachosfera y merecer ser condenado por pensar equivocadamente. Es lo que le sucedió a Wang Xilin, al que toda su clase en la escuela increpó, golpeando las mesas y acusándole de que terminaría siendo un derechista.

El partido comunista perdió un secuaz y la música ganó un compositor. Para 1963 había terminado su primera sinfonía y disfrutaba de cierto prestigio precisamente por su rareza divergente. Desde el Partido Comunista le pidieron su opinión sobre la situación cultural. Y Wang Xilin se la dio. Craso error desde la perspectiva de la supervivencia. Porque lo que vino a explicarles a los comunistas es que estaban obligando a los artistas a hacer política, no arte. Como era de esperar, se lo tomaron mal y lo acusaron de ser anti-Partido (no había que especificar, claro, a qué partido se refería). Durante diez sesiones fue sometido a un tercer grado colectivo durante las cuales todo el mundo podía atacarle impune y arbitrariamente. Le expulsaron de todos lados, convirtiéndole en un paria.

En el 64 abandonó Beijing con una mano delante y otra detrás. Lo peor estaba por llegar. En 1966 comenzó la Revolución Cultural de Mao que lo pillo sumido en una depresión y una crisis nerviosa en un hospital, del que lo sacaron para nuevas sesiones de "crítica". Cuando volvió se encontró con pósteres en los que se podía leer "¡Abajo con Wang Xilin!". Le colocaron gorros y cárteles alrededor del cuello al estilo de los sambenitos de la Inquisición. Solo consiguió que lo dejasen en paz uniéndose a la Guardia Roja en 1968. Los equipos de propaganda del pensamiento de Mao Zedong volvieron a la acción violenta contra los que no eran suficientemente entusiastas. Entonces a Wang Xilin le arrancaron los dientes y lo dejaron medio sordo por ser "contrarrevolucionario". Sin embargo, el compositor rebelde se veía a sí mismo como un "decembrista" en honor de los militares liberales rusos que en 1825 protagonizaron una revuelta contra el zar. Lo más significativo para lo que nos ocupa: lo que hacía que Wang Xilin no claudicase ni se volviera completamente loco era la inspiración para convertir lo que le estaba sucediendo en una sinfonía, en arte. Hay que escuchar su tercera sinfonía como una oda a los golpes y persecuciones que estaba sufriendo por los comunistas, esos especialistas en convertir el paraíso en una excusa para implantar el Terror.

"Estaba acobardado como un perro" cuenta Wang Xilin con la voz y el rostro rotos por la indignación y la impotencia en el docuentrevista de Wang Bing en el que aparece en todo momento desnudo como un perro. Ha desarrollado una fobia al color rojo, el mismo de la bandera con la que fue enterrado el comunista Julio Anguita en Córdoba y la neonazi Alessia Augello en Roma. Si ve un retrato de Mao empieza a temblar como si tuviese Parkinson. Desde las torturas rojas cuando tenía veinte años hasta ahora, exiliado en Alemania con más de ochenta, tiene pesadillas y grita en sueños.

Su hermana no tuvo tanta suerte como él que, al fin y al cabo, solo lo desdentaron y le destrozaron el oído. Así podía presumir de ser un compositor medio sordo como si fuera un medio Beethoven (autor censurado por los comunistas chinos porque su música era burguesa y eurocéntrica). A su hermana también la acusaron de derechista y contrarrevolucionaria, facha en definitiva, y perdió la razón tras enviarla a un campo de reeducación y, tras ser liberada, sometida a una intensa vigilancia. Su hermano tampoco tuvo tanta suerte y murió de hambre en 1961. Tanto dolor y sufrimiento le inspiró contemplar a los chinos como una larga línea de prisioneros sin final a la vista, sometidos al control y el terror de locos. La locura de ideologías delirantes, ocasionadas por la negación del principio de no contradicción, ocasionaron en el siglo XX la mayor masacre de la historia. Sus sombras alargadas se proyectan sobre el siglo XXI en forma de imperialismo.

"¡Como artista no puedo dar a la gente falsas esperanzas!"

¡Qué diferencia entre Wang Xilin y esa ceremonia del fraude y el sometimiento al poder establecido, al pesebre clientelar y la sumisión abyecta de la mayor parte de los intervinientes en esa ceremonia de servidumbre al icono Sánchez que no es sino la claudicación de los creadores al Estado ideológico y subvencionador! ¿Cómo es posible que alguien tan encantado de conocerse como Ana Belén afirme poco antes de ejercer como maestra de ceremonias de los Goya que el comunismo en España no ha hecho nada malo? Bueno, aparte de asesinar, conspirar contra la Segunda República y defender regímenes como el que torturaba a Wang Xilin es verdad que los comunistas no han hecho nada malo.

La colusión entre la industria cultural y el poder político en España (y Occidente) explica que tanto RTVE como el entramado de cineastas estén orientados hacia la (extrema) izquierda. El arte, la ciencia y la comunicación para la izquierda están sometidos a causas sociales, por lo que están justificadas las mentiras "nobles", la propaganda al estilo "agit prop" y la persecución de los adversarios ideológicos de la "fachosfera". Para ello prohíben investigaciones científicas, demonizan a artistas críticos y, sobre todo, beben de la teta infinita del Estado socialdemócrata que les hace ricos pidiéndoles como el Padrino en la película de Coppola simplemente que adecuen los objetivos de sus cámaras a los objetivos de la hegemonía ideológica socialista. Wang Xilin tuvo que soportar la versión comunista de 1984 de Orwell. Nosotros nos tenemos que conformar con la versión socialdemócrata de Un mundo feliz de Huxley. Es verdad que el torturado director chino lo pasó mucho peor que nosotros, pero conozco a más de uno que preferiría que le arrancasen una muela sin anestesia a tener que soportar ni un minuto de una gala de los Goya.

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