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Agapito Maestre

Ayn Rand y la rebelión del amor propio

Nadie ha popularizado tan bien como Rand las virtudes del individualismo y el capitalismo.

Nadie ha popularizado tan bien como Rand las virtudes del individualismo y el capitalismo.
Ayn Rand | http://www.grandespymes.com.ar/

La gente ha perdido la afición a la lectura. Algo parecido pasa con el cine, especialmente con buen cine, ese que se parece tanto a la gran literatura. Los jóvenes y sus profesores universitarios se conforman con cuatro tópicos para despachar los libros y las películas. Es como si nunca hubieran leído. Ni tuvieran intención de hacerlo. No han aprendido nada en los libros. No quieren leer y ver de verdad. No creen que haya expectativas de placer en la lectura. Menos aún leerán para perfeccionar sus vidas.

Y, sin embargo, hay millones de seres humanos que persisten en la lectura de libros y ven películas en una sala de proyecciones sólo por disfrutar y aprender. Millones de seres humanos no dejan de asociar la vida, los sucesos de sus vidas cotidianas, a la literatura y viceversa, intentan imitar la ficción literaria para comprender sus vidas. Tratan de hacer un mundo más habitable para todos. Esos millones de lectores y espectadores nos enseñan que no puede vivirse con dignidad sin literatura y sin cine. En EE.UU, después de la Biblia, el libro que más ha influido en las vidas de sus lectores, según una antigua encuesta del New York Times, es La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. Hoy esa novela de más de mil páginas (la última edición en español, editorial Deusto, con traducción de Domingo García, tiene 1226 páginas), ventas superiores a los 30 millones de ejemplares, ocupa un puesto muy alto de ventas en Amazon.

Esos datos son para meditar. Quizá no esté tan exhausta la literatura, concebida como racionalidad pública, como tendemos a pensar lo más pesimistas sobre el futuro de la civilización basada en los saberes humanísticos. Que millones de personas sientan que sus vidas cambiaron por la lectura de esta novela, que otros millones hayan sido interpeladas por sus planteamientos, que incluso hayan discutido, seguido, o negado, en fin, vivido con la novela de Ayn Rand, es una prueba que contradice mi pésima opinión sobre el futuro de la literatura como incentivo capital para crear espacios, insisto, de racionalidad pública.

La cuestión central de la obra de Rand es la defensa del individuo y la denuncia del colectivismo con un objetivo central, a saber, mostrar la moralidad y racionalidad del capitalismo: "Los hombres culpables no son los colectivistas, sino aquellos que carecen del coraje para defender el único sistema moral y racional en la historia de la humanidad —el capitalismo— sobre la base de argumentos que no sean racionales y morales". Esta obra es un grandioso estudio de caracteres. Destaca, sí, el trabajo de orfebrería literaria sobre el estudio del carácter del hombre de coraje y el de su contrario, el "hombre" cobarde. He ahí el hilo directriz de toda la novela, que es una explanación, "la aplicación más amplia de las ideas", de otra novela anterior de la misma autora, titulada El manantial. Esta última famosa por mil razones y motivos, entre otros, haber sido llevada al cine por King Vidor y protagonizada por Gary Cooper en el papel del joven arquitecto Howard Roark. Un hombre auténtico. ¡Cómo no recordar en esta circunstancia el famoso alegato de Roark, el héroe de Rand, a favor del individuo! Esas palabras, escritas por Ayn Rand e interpretadas con extraordinaria brillantez por Cooper, contienen la esencia del pensamiento de La rebelión de Atlas y me atrevería a decir que también de buena parte del resto de la obra de esta autora.

Intrigas, mezquindades y codicias del mediocre no son nada al lado de alguien auténtico. Alguien capaz de vivir con coraje. Un individuo. Un hombre. Se trata de un texto de una película del año 1949, originalmente escrita en una novela de 1943, pero tiendo a pensar que está vigente en 2024. Es, sí, un texto filosófico. Actual. Imperecedero. Aquí va:

El hombre no puede vivir sino a través de su mente. Llega al mundo desarmado. Su cerebro es su única arma. Pero la mente es un atributo del individuo. Es inconcebible que exista un cerebro colectivo. El hombre que piensa debe pensar y actuar por sí solo. La mente razonadora no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción. No puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás; no puede ser objeto de sacrificio.

El creador se mantiene firme en sus convicciones; el parasito sigue las opiniones de los demás. El creador piensa, el parasito copia. El creador produce, el parasito saquea. El interés del creador es la conquista de la naturaleza, el interés del parasito es la conquista del hombre. El creador requiere independencia, ni sirve ni gobierna; trata a los hombres como intercambio libre y elección voluntaria. El parasito busca poder, desea atar a todos los hombres para que actúen juntos y se esclavicen, el parasito afirma que el hombre es solo una herramienta para ser utilizada, que ha de pensar como sus semejantes y actuar como ellos y vivir la servidumbre de la necesidad colectiva prescindiendo de la suya.

Fíjense en la historia. Todo lo que tenemos. Todos los grandes logros han surgido del trabajo independiente de mentes independientes, y todos los horrores y destrucciones de los intentos de obligar a la humanidad a convertirse en robots sin cerebros y sin almas, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanza o dignidad. Es un conflicto antiguo. Tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

La filosofía de Ayn Rand es sencilla. Tiene una pregunta y una respuesta. ¿Quieres hacerlo? ¡Hazlo! Creo que el sostén último de toda obra valiosa, empezando por la de nuestra propia vida, no es otra que el individuo. Si éste desaparece, es imposible transformar la vida de uno en arte. Sin personas, sin individuos libres, en fin, sin individualismo tiendo a pensar que el liberalismo es mera faramalla. Patinaje artístico. Sin individuos, permítanme una licencia de filosofía popular, que se quieran a sí mismos, o sea, sin amor propio, no hay liberalismo ni democracia. Me parece que a eso Rand le llamó egotismo: el derecho moral a ser racionalmente egoísta y, consecuentemente, mostrar la inmoralidad que anida detrás de todo altruismo. Sin individuo, pues, el liberalismo y, consecuentemente, la democracia liberal se queda sin asideros relevantes. El régimen político democrático-liberal, como una forma de derecho público, es por encima de cualquier otra consideración la defensa del individuo.

Por todo eso, me resulta provocador, e incluso estimulante para pensar, que Carlos Rodríguez Braun diga que la novela de Ayn Rand, titulada La rebelión de Atlas, no es tanto liberal como rabiosamente individualista y anticolectivista. Puede ser, pero yo no lo veo como un defecto, según da entender Rodríguez Braun, sino como una extraordinaria virtud en un mundo donde el Estado, que mi amigo siempre ha denostando en defensa del libre mercado, controla hasta las partes más privadas, antes se decía íntimas, del ser humano. Tampoco comparto su crítica a la ética de Rand por defender que "el hombre es un fin en sí mismo", precisamente, es en lo único en lo que una aristotélica, como es Rand que defiende la "vida buena", está de acuerdo con un principio inapelable, estrictamente liberal, de la filosofía kantiana del deber: el hombre siempre es un fin. Por otro lado, no creo que la filosofía moral de Rand sea tan débil y endeble como sugiere Rodríguez Braun, entre otras razones, porque está fundamentada en un objetivismo tan racionalista como el egoísmo que predica. Razón, individualismo y capitalismo van unidas en la obra de Rand, por eso, precisamente, no es fácil aceptar uno de esos "principios" prescindiendo de lo otros; en cualquier caso, comprendo, o sea entiendo, aunque no comparto, las presuntas objeciones "colectivistas" (sic) de mi amigo Carlos Rodríguez Braun a Rand, porque él es un defensor de los sentimientos morales de carácter colectivo. Algo de lo que huye Rand como de la peste. El capitalismo se defiende con razones o no se defiende… El sentimiento no es buen consejero para defender la civilización capitalista. Eso sería para Rand tanto como entregarse a quien trata de derribar la civilización capitalista.

Pero, más allá de mis aleves y, seguramente, poco fundadas objeciones al amigo Rodríguez Braun, tengo que reconocer públicamente que es de los pocos autores, entre los académicos de España, que han ponderado la grandeza literaria de La rebelión de Atlas. La forma, el fondo y los elementos estéticos y emocionales, imposibles de desligar en esta obra, siempre fueron muy bien valorados por nuestro amigo. Reconoce el extraordinario valor de Rand por haber demostrado que el mundo no puede existir sin empresarios libres. Son los auténticos héroes de nuestro mundo liberal-capitalista. Agradezcamos, pues, a las personas que, como Carlos Rodríguez Braun, se acercan, simplemente, a la obra Rand. Y dejemos para otra ocasión el mejor o peor tacto de aquellos que hablan, a veces por hablar, de una obra más compleja y rica de lo que algunos creen. En todo caso, no creo que esta escritora y, dicho sea de paso, una gran divulgadora de las ideas individualistas, liberales y capitalistas, se merezca exabruptos del tipo "su prosa es prosaica", o peor, su realismo es como el de Stalin pero en el mundo capitalista. ¡Por Dios, cuidado, con ese tipo de insultos reaccionarios para excusarse de no leer su obra! Descalifica a quien los profiere.

La rebelión de Atlas es un compendio, casi una suma, para combatir en el plano intelectual y, por supuesto, político, los "ideologemas" totalitarios de carácter socialista y comunista y, por supuesto, las exageraciones intervencionistas de los Estados de las sociedades capitalistas, empezando por el de los EE.UU. Ha conseguido hacer un amplio listado de las enfermedades de la "ideología progre" y, lo que es mejor, todo un vademecun para curarnos de ellas. Por ejemplo, "la aristocracia del pillaje", así se titula un capítulo de esta obra, es muy aconsejable su lectura para aquí y ahora, o sea, para un país como España, cuyo sistema político es uno de los más corruptos del mundo… En fin, esta obra del año 1957 combate con pericia e inteligencia, con imaginación e ingenio todos los tópicos "intelectuales", lugares comunes y falacias contra la civilización capitalista, empezando por aquellos que cuestionan que, en la historia de la humanidad, sea la sociedad capitalista la más avanzada. Además, nadie como Rand ha conseguido hacer literario, accesible, al común de los mortales lo que muchos economistas, defensores del orden capitalista, les cuesta Dios y Ayuda. Nadie ha popularizado tan bien como Rand las virtudes del individualismo y el capitalismo. Un par de ejemplos pueden ilustrar mis afirmaciones. Uno sobre el dinero y otro sobre el mito de Robin Hood creo que siguen siendo envidia de los defensores del capitalismo.

Cualquier autor de la Escuela Austriaca de economía, o de la Escuela de Chicago, se postraría de hinojos ante la siguiente reflexión sobre el dinero que hallamos en este libro. Ahí va un fragmento:

Comerciar por medio de dinero es el código de los hombres de buena voluntad. El dinero se basa en el axioma de que cada hombre es dueño de su mente y de su esfuerzo. El dinero no da poder para prescribir el valor de tu esfuerzo excepto por el juicio voluntario del hombre que está dispuesto a entregarte su esfuerzo a cambio (…). El dinero no exige que vendas tu debilidad a la estupidez de los hombres, sino tu talento a su razón; no exige que compres lo peor que ofrecen, sino lo mejor que tu dinero pueda encontrar (…).

¿O acaso dijisteis que es el amor al dinero el origen de toda maldad? Amar una cosa es conocerla y amar su naturaleza. Amar el dinero es conocer y amar el hecho de que el dinero es la creación del mejor poder dentro de ti, y tu pasaporte para poder comerciar tu esfuerzo por el esfuerzo de lo mejor entre los hombres. Es la persona que vendería su alma por una moneda la que proclama en voz más alta su odio hacia el dinero: y tiene buenas razones para odiarlo. Los que aman el dinero están dispuestos a trabajar por él; saben que son capaces de merecerlo.

Os daré una pista sobre el carácter de los hombres: el hombre que maldice el dinero lo ha obtenido de forma deshonrosa; el hombre que lo respeta se lo ha ganado honradamente.

Huye, por tu vida, del hombre que te diga que el dinero es malvado. Esa frase es la campanilla de un leproso saqueador acercándose. Mientras los hombres vivan juntos en la Tierra y necesiten un medio para tratar unos con otros, su único sustituto, si abandonan el dinero, es el cañón de una pistola.

Pero el dinero exige de ti las más altas virtudes, si quieres hacerlo o conservarlo. Los hombres que no tienen valor, orgullo o autoestima, los hombres que no tienen un sentido moral de su derecho a su dinero y no están dispuestos a defenderlo como si defendieran sus vidas, los hombres que se excusan por ser ricos, no permanecerán ricos mucho tiempo.

La desmitificación de la figura del ladrón bueno, del Robin Hood de turno, que roba a los ricos para entregárselo a los pobres tampoco es mal ejemplo para hacerse cargo del mensaje clave de esta pensadora: o argumentamos, pensamos, damos razones en favor de la cultura capitalista, o nos entregamos a sus destructores, a la agitación y propaganda de todas las formas de totalitarismo surgidos en el siglo XX y actual. ¿Robin Hood? "Fue el hombre que les robaba a los ricos y les daba a los pobres (…). El hombre que les roba a los pobres y les da a los ricos; o para ser exactos, el hombre que les roba a los ladrones pobres y les devuelve a los ricos productivos". Falso, ese ideal de rectitud, inmortalizado por Robin Hood, es un horror.

Se dice que luchó contra los gobernantes que saqueaban y les devolvía el botín a quienes habían sido robados, pero ése no es el significado de la leyenda que ha sobrevivido. Se le recuerda, no como un campeón de la propiedad, sino como un campeón de la necesidad; no como un defensor de los robados, sino como un proveedor de los pobres. Se le considera el primer hombre que asumió un halo de virtud al practicar la caridad con una riqueza que no le pertenecía, regalando bienes que él no había producido, haciendo que otros pagasen por el lujo de su lástima. Él es el hombre que se convirtió en el símbolo de la idea de que la necesidad, no el logro, es la fuente de los derechos; que no tenemos que producir, sólo que querer; que lo ganado no nos pertenece, pero lo ganado sí. Se convirtió en una justificación para cualquier mediocre que, incapaz de ganarse la vida, había exigido el poder de disponer de la propiedad de los mejores, al proclamar su deseo de dedicar su vida a sus inferiores al precio de robar a sus superiores. Ese ser, la más vil de las criaturas…, el doble parásito que vive de las llagas del pobre y de la sangre del rico, es lo que los hombres han llegado a considerar un ideal moral. Y eso nos ha llevado a un mundo en el que un hombre, cuanto más produce, más cerca está de perder todos sus derechos, hasta que, si su capacidad es lo suficientemente grande, se convierte en una criatura sin derechos, entregada como presa a cualquiera que demande…, mientras que para poder ser colocado por encima de los derechos, por encima de los principios (…), colocado donde todo se le permite, incluso el saqueo y el asesinato, lo único que un hombre tiene que hacer es estar necesitado.

Larga ha sido la cita, pero más largura tiene su contenido para enfrentarnos a una de las formas más tocas de colectivismo, el populismo. La lucha contra los tópicos, contra los lugares comunes producidos por la ideología populista, antiindividualista y anticapitalista, es antes cultural e intelectual que política y económica. O defendemos la moralidad del capitalismo o muere a manos de sus enemigos. Y eso exige cabeza. Inteligencia. Coraje para pensar. "No es evitando las cosas como uno salva la civilización", dice Rand en un texto famoso, de 1967, titulado Capitalismo: el ideal desconocido.

No es por medio de eslóganes vacíos como uno rescata un mundo que está sucumbiendo por falta de liderazgo intelectual. No es ignorando las causas como se cura una enfermedad mortal (…). Mientras los ´conservadores' ignoren la raíz de lo que está destruyendo el capitalismo, y simplemente les imploren a los hombres ir hacia atrás, no podrán escapar a la pregunta de ¿Atrás a qué? ¿Adónde? Y ninguna de estas evasiones pueden camuflar el hecho de que la respuesta implícita es: atrás a una etapa anterior del cáncer que nos está devorando, y ese cáncer es la moralidad del altruismo, que es completamente incompatible con el capitalismo.

Su crítica al conservadurismo norteamericano no puede ser más contundente y, naturalmente, su conclusión, o coda ética, el estro más importante para quienes deseen vivir en sociedades libres:

El capitalismo no es un sistema del pasado. Es el sistema del futuro, si es que la humanidad quiere tener futuro. El conservadurismo siempre ha sido un término erróneo para Estados Unidos. Hoy, no hay nada más para conservar. La filosofía política establecida, la ortodoxia intelectual y el statu quo son todos colectivistas. Y aquellos que rechazan todas las premisas del colectivismo son radicales en el sentido adecuado de la palabra: radical significa ´fundamental', de la raíz. Hoy, los que peleamos en pro del capitalismo no podemos ser obsoletos conservadores en la quiebra, sino nuevos radicales, nuevos intelectuales y, sobre todo, nuevos moralistas.

Habrá algunos lectores que al llegar al final de esta cita hayan exclamado: ¡Genial! De ellos es el presente. Son los luchadores que nunca sacrificarán la justicia a la piedad, la independencia a la unidad homogeneizadora, la razón a la fe, la riqueza a la necesidad, la autoestima a la autonegación y la felicidad al deber. Son los nuevos lectores de Rand para lidiar un toro tan furioso como manso: el totalitarismo. Para que la faena sea apreciada por los aficionados los lidiadores tienen que seguir una sencilla regla de la escuela taurina de la señora Rand: "Hay dos lados en cada tema. Un lado es correcto y el otro es incorrecto, pero el medio siempre es malo". Quien no aborrezca a los tibios, corre el peligro de caer en sus garras. Puede ser llevado al redil. Al reino de la multiplicidad animal.

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