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Agapito Maestre

Muerte civil de la víctima

Nuestro país es todo un laboratorio para estudiar las tropelías e inmoralidades cometidas con las víctimas del terrorismo.

Nuestro país es todo un laboratorio para estudiar las tropelías e inmoralidades cometidas con las víctimas del terrorismo.
Los 191 fallecidos y cerca de 2.000 heridos que causaron la explosión de las bombas colocadas en cuatro trenes de Cercanías de Madrid serán recordados en distintos actos que tendrán como epicentro la capital pero también otros en localidades del Corredor. | Europa Press

Sobre la manipulación de las víctimas del terrorismo

Las sociedades encanalladas exigen justificación a la víctima. Siempre fue así en los regímenes comunista y nazi. Este comportamiento totalitario ha sido mimetizado, a veces con gran éxito, en algunos países democráticos que terminaron siempre al borde del abismo político y la aberración moral. Es el caso de España. Nuestro país es todo un laboratorio para estudiar las tropelías e inmoralidades cometidas con las víctimas del terrorismo, especialmente desde que llegara al poder Rodríguez Zapatero, que convirtió a la víctima en una parte del problema en vez de tomarla como el fundamento moral y político del Estado de Derecho. He ahí la gran tragedia de España que está rematando Sánchez.

Hace 20 años mataron a 192 personas y dejaron malheridas a más de 2000. El recuerdo crítico del pasado, de lo sucedido el día 11 de marzo de 2004, debería ser un estro para vivir con cierta dignidad en el presente. Tiendo a pensar que hacer memoria de ese día, en realidad de toda una época, es aún una espuela moral para millones de españoles. Es un trabajo ciudadano para mejorar el futuro de las próximas generaciones. Quien hiciera aquel atentado terrorista, sin duda alguna, tenía el mismo motivo que ETA para matar. La organización terrorista vasca y los terroristas del 11-M asesinaban a las personas porque eran españolas. Los mataron sólo, se dice pronto, por ser españoles. Por lo tanto, la víctima debería haber sido sido la principal referencia intelectual y moral de la democracia española. Sin embargo, la casta política hizo todo lo contrario. Lejos de ser la guía, consiguieron que fuera una parte del problema. De ahí que, hoy, las asociaciones de víctimas hayan prácticamente desaparecido. Terrible.

El nuevo "Estado", por llamarle algo, que empezó a construirse, aunque quizá sería mejor hablar de deconstrucción, desde que llegara al poder Zapatero en el 2004, persistió con Rajoy y lo está rematando Sánchez, se hace sobre la sangre de los españoles asesinados por el terror. Aunque muchos cierren los ojos, la vileza está a la vista de todos. Se trata de un crimen continuado de guante blanco. En realidad, las tres iniquidades perpetradas por el primer gobierno de Zapatero han funcionado perfectamente hasta hoy. Primera, montar un nuevo Estado sobre el sufrimiento de los españoles. Segunda, exigir silencio a las víctimas. Y, tercera, negar el sentido democrático de las víctimas. Porque ese proceso de deconstrucción de España sigue negado a la víctima, incluso hasta volver a matarla civilmente, es menester que hagamos memoria para saber, al menos, de dónde venimos y dónde estamos. Quizá sea el mejor tributo que podamos hacer no sólo en Memoria de los caídos por ser españoles, sino también para dignificar nuestra existencia.

Aquí les ofrezco un cierto recuento sobre mis elucubraciones en torno a la víctima del terrorismo. Recurro, sí, a mi memoria, pero sobre todo a lo que he escrito, con peor o mejor acierto, desde 2004 hasta hoy. Dedico estas notas a dos personas. De una sé mucho y de la otra casi nada. Son dos dolientes. Dos representantes ejemplares de las miles de víctimas del terrorismo de ETA. Una es conocida y la otra vive en el más estricto anonimato. A muchos les sonará el nombre de Salvador Ulayar Mundiñano; cuando tenía trece años, vio como unos criminales de ETA mataban a su padre en su pueblo natal, Echarri Aranaz. La cívica amistad que me une a Salvador es un regalo de Dios. Nadie mejor que él me ha enseñado la principal lección ética de un ser civilizado: vivir con dignidad.

Esa nobleza de conducta se me cruzó una vez en mi camino. Me miraba desde el rostro sereno de una mujer. Era la dignidad surgida del sufrimiento. Un milagro. Tuve con ella un rato inolvidable de charla. Esa conversación fue exacta. Perfecta. Recuerdo muy bien la serenidad de su expresión. Contenía la dignidad. Descubrí el patrón de medida para medir la dignidad del resto de los seres humanos. Esta mujer me hizo sentir el hombre más feliz y, a la vez, más triste del universo. Era una bellísima mujer. Una anciana. Lamento desconocer su nombre, pero, si por casualidad leyera estas notas, sepa que el mismo día que hablamos, un sábado 8 de enero de 2005, escribí, en El Mundo de Andalucía una columna titulada "La dignidad del dolor". Sin esa conversación mi visión moral de la víctima no hubiera sido posible. Esta fue la impresión que me dejó una charla con una mujer de Campanario (Badajoz).

Pasé el fin de semana en la provincia de Badajoz. El sábado visité un pueblo bellísimo de calles limpias y relucientes. Todas sus casas, hasta las más humildes, parecen palacetes. Blasones, escudos y signos parecidos adornan sus fachadas. Los campanarios de las iglesias dan nombre singular al mítico pueblo de mi infancia. Nunca lo había visitado, pero mi abuela me hablaba de él con fruición y nostalgia. No era el paraíso, pero se acercaba.

Aquí había nacido mi abuela, a quien había oído contar un sinfín de historias sobre sus conventos, su laguna, sus gentes. Todo me resultaba muy cercano. Era como si hubiera paseado por sus calles cientos de veces. Incluso los apodos me resultaban familiares. Cómo no iba a recordar a Inés la de los hornazos y a Juana la de los carámbanos. También los pueblos de al lado ocupaban un lugar privilegiado en el imaginario de mi infancia. Cuando leí en un cartel a Orellana 17 kilómetros, recordé inmediatamente la letra de una canción que canturreaba mi abuela: "Orellana la llana, cerca de Olivo, la tengo cercada por mi cariño".

El sábado me sentí el ser más feliz del mundo. Era la vuelta a la infancia. Esa pieza maestra, recurso infalible para olvidarnos del perverso presente, era algo real. Caminé por el barrio del Arrabal. Su majestuosa plaza no desentona con los palacetes que la rodean y los naranjos que la adornan. Allí comprobé que este pueblo es muy letrado. Subí por la calle Real hasta la plaza de España. En uno de sus bancos una viejita, muy morena y con mil bellas arrugas en su rostro, toma el mejor sol de enero. El del mediodía. Parecía satisfecha con la vida. Le pregunté por una dirección y me indicó con elegancia el camino más recto.

Creí oír la voz de mi abuela. Salió muy joven de este pueblo, pero nunca perdió su acento A veces, cuando viajo a Hispanoamérica, especialmente a México y Venezuela, oigo muchas expresiones y tonos que parecen los de esta gente. Pegué la hebra con la buena señora durante un buen rato. Me contó algunas historias interesantes del pueblo. Su voz me resultaba entrañable. Sólo quería oírla hablar. Cuando le pregunté por su familia, la voz se le quebró y sólo acertó a decirme que perdió "un hijo en Bilbao hace unos años. Mi nuera y mis dos nietas vinieron a vivir conmigo". Quedé aturdido y no sabía cómo seguir. Pero ella se repuso al instante y me contó con dignidad ciudadana que su hijo, policía nacional, había sido asesinado por la banda terrorista ETA.

No sabía qué decirle. Miré sus ojos con respeto e intenté consolarla. Imposible. Secó sus lágrimas con serenidad y me dijo: "Bueno, amigo, aproveche el día y vuelva sobre sus pasos hacia el Convento de las Clarisas. Es muy bonito, ah, y no se olvide de comprar unas perronillas y unas empanadillas de cabello de ángel". Le di un beso. Fui al convento, y mientras esperaba a que me despachara por el torno una hermana clarisa, se me nubló la vista. Lágrimas para compadecer a quienes intentan traficar con el dolor ajeno.

La dignidad de esa señora, una víctima anónima del terror de ETA, era una invitación a la memoria. Hice, sí, memoria. Regrese al pasado inmediato. Sólo habían pasado dos meses, pero me parecía una fecha lejana cuando había visto expresarse a otras dos víctimas. Sus nombres habían quedado grabados en mi ánimo. Millones de españoles habían visto a estas dos personas en las pantallas del televisor. Me refiero a la señora Manjón y al señor Alcaraz. Sus rostros son muy conocidos, pero, cuando comparecieron en la Comisión parlamentaria que investigaba el 11-M, me impresionaron por motivos diferentes. Inquietud, malestar y desazón sentí ante la intervención de Manjón en el Congreso de los Diputados. La expresión de su dolor no era impostada. Pero sería una canallada no reconocer la objeción de Portero, otra víctima del terrorismo, a su intervención. Sería, sin embargo, una desvergüenza intelectual que yo no me detuviera en ese déficit de credibilidad que Portero le había asignado a una madre que el terrorismo le había arrebatado a su hijo.

Tampoco sería honesto, por otro lado, no reconocer, como han dicho otras víctimas del terrorismo, que los objetivos políticos expresados por Manjón diferían en un argumento básico de los defendidos por Alcaraz. Mientras que la primera era una militante de un partido político y un sindicato, que habían culpabilizado del atentado del 11-M al Gobierno, el segundo sólo tenía un carné político: las fotos de su familia asesinada. Alcaraz hablaba como portavoz de una Asociación que exige para ser miembro de su directiva no tener filiación política y sindical. A Portero y a sus compañeros de Asociación, pues, les asistían algunas razones para cuestionar la fiabilidad de la intervención de la señora Manjón. No era mi caso. Yo estaba sorprendido por las declaraciones de unos y otros.

Siempre será difícil evaluar a una víctima en esas circunstancias. Corren siempre el peligro de ser confundidas con sus verdugos. Intensa y llena de emociones fue la comparecencia de las víctimas del terrorismo en la Comisión del 11-M. Sesión abierta difícil de olvidar. Dos víctimas expresando su dolor, su pasión y su razón. Todo nuestro respeto, comprensión y reconocimiento, será poco ante el sufrimiento manifestado por las dos víctimas. Las dos intervenciones surgían de ese hondón del alma que deja el sin sentido, la tragedia, de los terroristas. Pero la política, la posibilidad de construir un mundo genuinamente libre y sin violencia, debe hacernos lúcidos para reconocer que las dos intervenciones tenían objetivos radicalmente diferentes. La señora Manjón consideró seriamente el cierre de la Comisión porque lo fundamental ya se sabía, por el contrario, Alcaraz exigió que se siguiera investigando lo decisivo: quiénes fueron los verdaderos planificadores del atentado.

Aquellas comparecencias me enseñaron que los sentimientos no deben impedirnos ver las diferentes visiones de la realidad que tienen las víctimas del terror. Comprendí que en esos matices y diferencias se juega la viabilidad democrática de la nación española. Mientras que la señora Manjón sólo parecía pedir compasión, que difícilmente se presta a la deliberación democrática, el señor Alcaraz exigía seguir participando como genuino sujeto político en el proceso democrático. La señora Manjón habló de fracaso del Gobierno, por el contrario, el señor Alcaraz habló de fracaso del Estado, en realidad, de fracaso del Pacto Antiterrorista. Mientras que para el señor Alcaraz sólo los terroristas eran los culpables del asesinato, la señora Manjón insinuó que era un fracaso del Gobierno.

Las diferencias de sus posiciones, sin embargo, no justificará jamás la diferencia de trato moral y político que les dieron los comisionados, excepto los del PP, a los dos comparecientes. Esta diferencia de trato reflejaba el signo de un fracaso, de una quiebra, de la lucha por su reconocimiento político de estas nuevas víctimas de la democracia de nuestro tiempo. Sentí que la lucha ciudadana de las víctimas del terrorismo había sido quebrada por el desprecio que algunos comisionados dieron a Alcaraz. Alcanzar el estatuto de sujeto político, más allá del comprensible sentimiento de piedad concreta que le debemos todos los seres humanos a los muertos y lesionados por el terror, que era el objetivo de las asociaciones de víctimas, estaba parcialmente roto por las intervenciones sectarias y abstractamente compasivas de la mayoría de los miembros de la Comisión del 11-M. Lejos de recomponer esas quiebras, los Altos Comisionados de las Víctimas y los nuevos Fiscales que vinieron después agravaron los problemas.

El día de la comparecencia de Manjón y Alcaraz la hipocresía de algunos comisionados resultaba dolorosa. Se jugó descaradamente con el sufrimiento de las víctimas. El PNV y ERC aplaudieron un dolor y callaron criminalmente ante el otro. Fue un sacrilegio. Después, si escribí con acierto sobre ese acto, sólo puedo atribuirlo a la intervención de ese hombre bajito, de prosodia limitada, pero de voluntad de hierro. Un héroe de la democracia española. Un doliente que no quiere entregar a nadie su dolor. Un ciudadano, un demócrata, que actúa en la vida pública inspirado por ese valor. Es su fundamento. Es la pieza maestra que le permite distinguir entre compasión y política. Porque Alcaraz en esa comparecencia no se dejó arrebatar su dolor, creo que nos salvó de la indignidad del acto vivido en la Comisión del 11-M.

Gracias al coraje y lucidez de este hombre muchos conseguimos reconciliarnos con la dignidad y la verdad. Gracias a Alcaraz pudimos decir sin pizca de mala conciencia: compartimos el dolor de la señora Manjón, pero cuestionamos sus análisis políticos. Una semana después conocí personalmente a este hombre. Lo vi de cerca. Habló, lloró y respondió con inteligencia a quienes le dedicaron silencios y aplausos. Representó magistralmente a todas las víctimas del terrorismo, a todos los ciudadanos, que luchan por dejar de ser objeto de lástima, quizá de piedad, para ser reconocidos como sujetos políticos de la democracia. Fui a solidarizarme con él, y con todas las víctimas del terrorismo, pero también fui a ver, a cruzarme con cientos de miradas que, como dice el amigo Garci, luego recuerdas para fortalecerte y seguir, cuando los bandos del mundo tientan al cansancio.

Este hombre fue negado en el Congreso de los Diputados, pero la sociedad civil le daba ánimos. Carlos Herrera le dedicó un sentido artículo para reparar el desagravio que le hicieron los comisionados y los medios de comunicación que lo silenciaron. Lo habían dejado solo. A la hora de recoger el premio que le otorgaba el Foro de Ermua, en Vitoria, se lo dedicó a la memoria del hijo de la señora Majón, y terminó su discurso, interrumpido varias veces por la emoción, dándole las gracias a Herrera. A quien, sin embargo, recordó que él no estaba solo. Alcaraz hizo ver a Herrera, y a todos los que suscribimos su artículo, que se sentía muy acompañado con la memoria de los muertos asesinados por ETA y otros terroristas. Las palabras de Alcaraz nos hicieron volver de verdad, con el corazón, a la situación política de las víctimas, a la fuerza democrática que la mayoría de ellas transmiten al resto de la ciudadanía, cuando tienen la inteligencia de decir: "No queremos los aplausos de quienes están con nuestros verdugos". Basta mirarle a los ojos, como un día me confesaba Salvador Ulayar, para saber que estamos ante un buen hombre, un ciudadano español.

¡Terrible 11-M! También había dividido a las víctimas. El 11-M se llevó muchas vidas humanas, pero también ha provocado una tragedia al intentar borrar las huellas democráticas dejadas por las víctimas de ETA. La dignidad estuvo puesta en cuestión. El trato recibido por Alcaraz, en la Comisión parlamentaria del 11-M, fue sólo un ejemplo de lo que vendría después. La persecución que sobre Alcaraz llevaron a cabo los poderosos, hasta que dejó la presidencia de la AVT, es la constatación de esa ignominia. Una vergüenza nacional. Una prueba más de que a la víctima hay que negarla civilmente. A la muerte civil de la víctima ha contribuido, sin duda alguna, el atentado del 11-M. Aún es difícil pensarlo sin sentir vértigo. Ese día de 2004 la vulnerabilidad de la existencia fue algo más que una frase. Era la pura vida lesionada. Nada. Ese día, como dijo Rouco Varela, Dios no estaba. También el día 11, al final de la mañana, salió a la carretera César Alonso de los Ríos. Estaba aturdido por tanta maldad. Mi amigo buscaba algo preciso, verdadero, a lo que asirse. Llegó hasta Zamora, aparcó automáticamente su coche, y sin pensarlo se acercó hasta su iglesia románica preferida. Quería ver, mirar, a un bellísimo Cristo en la cruz. Es un Jesús crucificado del siglo XI. Imposible. Ese día la iglesia también estaba cerrada. Dios estaba ausente.

Nunca olvidaré la narración de mi amigo. Tampoco las palabras del Cardenal. Pero, cinco años después de esa tragedia, cuando este cronista pensaba en las víctimas del terrorismo, esos dos testimonios me parecieron todavía más auténticos que el día que los leí por vez primera. También, hoy, 11-M de 2024, me siguen impresionando ¡Cuánta faramalla se ha publicado a costa de las víctimas! ¡Cuántas mentiras han soltado los mil resentidos que pueblan la "culturita" de cartón piedra del "progresismo" oficialista! Siento tristeza y pesar al leer algunas declaraciones, pero es necesario ir a ellas. Porque la libertad no es otra cosa que la "esperanza rescatada de la fatalidad", como dijeran Ortega y Zambrano, es menester que nos empapemos de las opiniones sobre las víctimas, especialmente de quienes rozan la inhumanidad de comerciar con ellas, para saber que estamos ante un asunto grave y grande.

La relación con la víctima, nos guste o no, es de vida o muerte. O vivimos con ellas o tratamos de negarlas, o las recordamos o las ignoramos. No hay término medio en este asunto que no sea miserable. Hay gente que le preguntas por las víctimas y hablan de sí mismos. Eluden sus nombres y biografías. Y tratan de borrar las circunstancias por las que fueron asesinadas. Amontonan a las víctimas sin referirse a todas y a cada una. No les interesa la singularidad de sus muertes y vidas. Hablan retóricamente de las víctimas para comerciar sus caducos productos. Sólo hablan de ellos mismos. Son de una egolatría impresentable y obscena. Sólo les importan sus rastreras existencias. Valgan como testimonios de esas maldades las respuestas que dieron una actriz y un director de cine, cuando les preguntaron por el 11-M. Ella dijo: "Nos han mentido por la fuerza en una guerra injusta, y ahora sentimos la barbarie de las bombas como pudieron sentirlas los ciudadanos de Bagdad". El director no tenía criterio sólo pensó "seriamente en largarse fuera de España una temporada".

También mostró sus miserias un escritor menor y acomplejado por escribir en vasco, cuando le hicieron pensar sobre el día 11-M de 2004, y dijo: "Sentí miedo, mucho miedo, porque alguien pudiera injuriarme sólo por ser vasco. Hablamos del futuro que nos esperaba a los vascos: más calumnias, más cerco, más silencio alrededor. Los prolegómenos de un linchamiento. Resultaba difícil no estar abatido". Tanta miseria moral sólo es soportable al modo nietzscheano, o sea trasladando la omnipresencia de lo divino a la vida. Vivamos para contarlo. ¿Por qué sentía pánico este individuo el día 11-M? Sencillamente, porque creía, como millones de españoles, que el atentado había sido perpetrado por ETA. Él era un nacionalista, sí, uno de esos que recoge las migajas del terror y tenía miedo de que alguien pudiera amenazarlo… Este escritor en vascuence sentía algo parecido a la hipocresía de la gente del cine y el teatro español que nunca han querido comprometerse con las asociaciones de víctimas del terrorismo contra ETA. Pensaban que las víctimas intentarían algún tipo de venganza. Tal indignidad es compartida con los "cientos" de universidades españolas, públicas y privadas, que jamás hicieron un acto de solidaridad con las víctimas del terrorismo. Excepciones hay, por supuesto, pero pocas al margen del CEU y alguna otra pública.

Detrás de esas miserias, sólo se escondía un profundo horror a que ellos fueran culpados de "responsabilidad moral" con el atentado del 11-M, porque nunca se habían solidarizado con las víctimas de ETA. Respiraron cuando los poderosos se encargaron de difundir que los responsables del terror eran otros. Es como si las víctimas de ETA tuvieran menos importancia que las del 11-M. Para esa gente era como si les quitasen un peso de encima por no haberse solidarizado jamás con las víctimas de ETA. Patético. Pero es menester señalar, e incluso volver a narrar, a quienes desprecian a las víctimas con distingos absurdos, que la víctima es la base moral del sistema democrático. Debemos, pues, recordar lo que sentimos el día 11-M del año 2004 ante quienes siempre han puesto entre paréntesis a las asociaciones de víctimas.

El 11-M fue un día trágico. Marcó el inicio de una etapa política de decadencia moral y democrática de España. Ese día también yo creí, como millones de españoles, que el atentado era obra de los criminales de ETA. Quienes escribimos ese mismo día sobre el atentado no podíamos sustraernos a esa autoría. Nadie dejaba de pensar que detrás del atentado estaba ETA. Dirigentes políticos y sindicales, editores de medios de comunicación y redactores de base, intelectuales y creadores de opinión eran del mismo parecer que otros millones de españoles al atribuir el atentado a ETA. Todos escribíamos bajo esa presunción; aún hoy, con cientos de razones a su favor, hay mucha gente que no deja de pensar en las vinculaciones que pudieran existir entre los autores materiales del atentado y ETA. Ese día, a pesar de todo lo que se ha especulado posteriormente, pocos pudieron dejar de pensar en ETA.

Pensar en ETA el día 11-M era lo más normal. Por otro lado, era lo más fácil para salir de nuestra perplejidad. Y de nuestra consternación. Todos tratábamos de buscar asideros morales a los que agarrarnos. La rabia, sin embargo, nos impulsaba a buscar culpables. Eran momentos de cólera. Uno intentaba escribir para razonar, pero terminaba criticando a quien no había sido suficientemente contundente a la hora de condenar a ETA. Yo, por ejemplo, dije, quizá con más pasión que razón, que me quedaba memoria e inteligencia para preguntarle a quienes juegan con lo políticos profesionales del socialismo: ¿Dónde están los actores que no quisieron ponerse la pegatina de "ETA NO"? Me acordé, sí, de los salvajes actores que, en la ceremonia de los Goya, cuarenta y tantos días antes no quisieron ponerse la pegatina: "ETA NO".

Nunca hasta ese día fatídico del 11-M había sentido que lo escrito por mí un mes antes podía tener tanta vigencia. Nunca creí que lo escrito con el título cobardía política pudiera ser tan oportuno. El acto de entrega de los Goya de la Academia de Cine española fue penoso. El comportamiento de la institución fue lamentable. Por fortuna, hubo gente seria del gremio que no asistió a la ceremonia; era su forma de protesta por ese proceder hipócrita de los directivos de la Academia de Cine. El acto fue deplorable, pero hubo un gesto que jamás olvidaré: los actores no quisieron ponerse el cartel que les ofrecían las víctimas del terrorismo. Los actores eludían el verdadero fondo del asunto al rehusar la pegatina. Los actores ensayaban respuestas vacías, cuando alguien les preguntaba qué cosa tiene de malo llevar en la solapa: "ETA NO".

El cartelito no era del PSOE ni del PP, ni de la policía ni de la guardia civil, ni de las amas de casa ni de los jubilados, ni de los niños ni de los ancianos; más aún, si quienes repartían las insignias eran hombres y mujeres sin adscripción partidista o sindical, no se entendía por qué los actores no querían colocarse el cartelito como gesto solidario con las víctimas del terrorismo, con los españoles asesinados por ETA. Resultaba ridículo que alguien en su sano juicio pudiera hablar de "utilización política" del eslogan: ETA NO. Aparte de mala fe, la renuncia a ponerse la pegatina revelaba una carencia absoluta de honradez. Los actores calumniaban a las víctimas, porque protestaban en la calle contra quienes amparaban a la banda criminal y su discurso nacionalista. El problema de fondo, que habían puesto en evidencia las víctimas de ETA, era que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España confundía la democracia con las campañas de agitación y propaganda. Los actores que renunciaron a ponerse la pegatina de ETA No, que no querían comprometerse directa y llanamente a criticar a ETA, tuvieron que esconderse detrás de algunos "gestitos" —el gesto es una cosa más grande y limpia— para la galería, por ejemplo, el de la presentadora mostrando sus manos blancas contra el "terrorismo". ¿O acaso era contra la violencia?

Fue bochornoso el espectáculo ofrecido por la "Academia", porque optó por cerrar filas al modo estalinista y tribal por el documental de Julio Medem, titulado La pelota vasca, a favor de la banda terrorista ETA. Esa y no otra fue la pobre excusa de los actores para rechazar el cartel de ETA NO, sustituyéndolo con mala conciencia por el de la defensa de una libertad de expresión supuestamente puesta en cuestión. Pero, por favor, ¿quién había prohibido la exhibición de la película de Medem? Entre la defensa de la vida y arropar a un director ambiguo con el terror optaron por lo segundo. No defendían la libertad de expresión, sino unas migajas para seguir arrastrándose por los lodazales de la subvención. Tratados personalmente quizá tengan algo que decir la gente de la industria del cine, pero arropados por la manada sólo exhiben palabras huecas. O peor, propaganda política a favor del PSOE. Tienen voluntad de ser la vanguardia agitadora de las huestes socialistas. Por fortuna, lo relevante es que las víctimas, representadas en este caso por la AVT, plantaron cara a las "buenas conciencias" de la agitación y la propaganda y, sin duda alguna, les ganaron. La razón estaba con ellos.

El 11-M pensé, sí, sobre lo sucedido en la entrega de los Goya. Recordé ese suceso y escribí: "Espero que los actores que rechazaron el cartelito ‘ETA NO’, cuando hayan visto las imágenes de los cuerpos destrozados por el terror en Madrid, hayan sentido vergüenza de que alguien los reconozca por su ‘humanidad’. ¡Son alimañas que desconocen lo que traen adentro las palabras solidaridad y compasión! Sus miserables actitudes ya no valen ni como abono para que crezcan los partidos políticos que los amparan. ¿Dónde están los ‘intelectuales’ que hablaban de miedo ante las asociaciones de víctimas? Ellos son los que producen miedo, porque quieren dialogar a toda costa con los nacionalistas y con los terroristas".

Ese día sentí asco del discurso retórico de quienes hablan de unidad, de ser una piña, etcétera, para acabar con ETA, pero no se pusieron el cartelito de la AVT: "ETA NO". El 11-M escribí contra esa gente: "Salid a la calle, si tenéis valor, y mirad los rostros tristes de los españoles para que aprendáis qué es la dignidad". España está de luto, pero no rendida. La muerte de los españoles nos traerá más vida. La sangre de las víctimas del 11-M de Madrid, de todas las víctimas de ETA durante su miserable historia, es el cimiento de la continuidad de España. La sangre de las víctimas de ETA es el argumento para terminar con los terroristas, los independentistas y los nacionalistas.

Es obvio, querido lector, que me equivoqué en mi pronóstico. Pero de eso hablamos en otra entrega.

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