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Pedro de Tena

La falibilidad del Papa

Sería necesario distinguir entre las opiniones del Papa sobre temas políticos, económicos o sociales no vinculados a los dogmas de la fe católica.

Sería necesario distinguir entre las opiniones del Papa sobre temas políticos, económicos o sociales no vinculados a los dogmas de la fe católica.
El papa Francisco durante el rezo del ángelus el domingo 17 de diciembre. | EFE/EPA/ANGELO CARCONI

La figura del Papa, el obispo de la vieja Roma o el Sumo Pontífice (que en latín, pontifex, se refiere al hacedor de puentes, qué hermoso título para quien tiene que unir muchas orillas y religar el cielo y la tierra) se vincula desde tiempos bien lejanos a una autoridad insuperable que, popularmente, tiende a identificarse con infalibilidad. De ese modo, lo que dice el Papa es palabra de Dios, indiscutible. Pero no, sencillamente, es la palabra de un hombre. Creo que fue Karl Barth, teólogo protestante, el que dijo "todo lo que digo yo de Dios es simplemente lo que dice un hombre". Eso es.

Sobre la infalibilidad del Papa se ha escrito y se ha disputado mucho. Según nuestro Diccionario de la RAE, falibilidad es el "riesgo o posibilidad de engañarse o errar una persona". Ese riesgo es el que, en el caso de los Papas y para dotar a la Iglesia de unidad esencial, se ha tratado de eliminar con la atribución de la infalibilidad en temas dogmáticos, esto es, cuando habla "ex cathedra". Para la civilización democrática, este absolutismo tardío es sencillamente incomprensible.

Conduce a tres problemas. El primero, si es adecuado reconocer a un hombre, sea quien sea, la infalibilidad sobre cualquier tema. El segundo es saber, en su caso, cuáles son en verdad los temas sobre los que un hombre, el Papa, no puede equivocarse, ni engañar ni engañarse. Finalmente, el tercer problema es cómo distinguir las declaraciones y afirmaciones de un Papa que son de creencia forzosa de las que no lo son.

En una época en la que la fuerza de la comunicación es universal, veloz e interior tanto para la institucional como para la interpersonal, sería muy conveniente que las autoridades, todas ellas, aportaran a los ciudadanos información veraz diferenciando las afirmaciones científicas fundadas de las opiniones personales. En el caso de la Iglesia, sería necesario distinguir entre las opiniones del Papa sobre temas políticos, económicos, sociales o cualesquiera otros no vinculados a los dogmas de la fe católica.

Pongamos un ejemplo bien conocido. En el siglo XIX, la Iglesia reaccionó muy mal ante la exposición de la teoría de la evolución por parte de Charles Darwin y Alfred Russell Wallace. Famosas polémicas hubo sobre la descendencia del hombre del mono, con desternillantes anécdotas. Pero la opinión de la Iglesia ha cambiado. El Papa Francisco —el mismo Pío XII modificó aquella posición inicial y lo mismo hicieron sus sucesores—, admite hoy que la evolución es un hecho probado, más que una hipótesis probable. Pero aunque fuese en origen una opinión no dogmática, influyó decisivamente en las convicciones de muchos creyentes y no creyentes.

La autoridad absoluta del Papa en cuestiones de fe ha sido discutida desde hace mucho. Su proximidad con su autoridad sobre cuestiones temporales –la Iglesia sigue siendo un Estado con reconocimiento internacional—, contribuyó a que muchos defendieran al superioridad del concilio sobre el Papa. Es el "conciliarismo", considerado una herejía desde el Concilio Vaticano I que consagró la infalibilidad papal con la oposición de bastantes prelados[i].

Antes de los Reyes Católicos, los monarcas castellanos como Juan II (1405-1454) ampararon a eminentes defensores del conciliarismo. Quizá el más famoso de todos ellos fue Alonso Fernández de Madrigal, El Tostado (por su apellido de origen). Aunque siempre se ha creído en la primacía del obispo de Roma, otra cosa era concederle autoridad absoluta sobre la doctrina y los demás obispos, algo que rechazó El Tostado en unas famosas tesis que fueron marginadas, pero no refutadas.

Menéndez Pelayo, ante la deformación de su figura, vino en su auxilio en su Historia de los heterodoxos españoles: "Lo único que puede decirse del Abulense (El Tostado fue obispo de Ávila) es que en Basilea se mostró poco amigo de la autoridad pontificia…, sólo concede al Papa el ser ‘caput ministeriale Ecclesiae’ y ser órgano por donde la Iglesia se explica; pero a él sólo, independiente de la Iglesia y concilio ecuménico, que la representa, no concede infalibilidad en el dogma, aunque le atribuye poder para alterar y aun mudar todo el Derecho canónico". Por ello, su documento fue objeto de prohibición.

Pero don Marcelino añade: "Pero, aun tomadas las palabras en este rigor literal, no hay que culpar al Tostado, puesto que esa cuestión era en su tiempo opinable, y muchos españoles opinaron como él. De su acendrada piedad debemos creer que hoy pensaría de muy distinto modo. El espectáculo del cisma y de las tumultuosas sesiones de Constanza y Basilea llevaron a los defensores del concilio, como a los del papa, a lamentables exageraciones".

Desde el punto de vista político –el Papa era un jefe de Estado y lo sigue siendo—, a la monarquía española siempre le preocupó el nombramiento de los obispos en su reino porque de ser designados por un "monarca" extranjero con alianzas fluctuantes podrían dañarse sus intereses. Por ello, la monarquía española quiso conseguir, y consiguió en 1508, lo que se llama el "Patronato Regio" en los territorios americanos que ampliaba los privilegios ya reconocidos en España durante el siglo XV.

Desde entonces, el Reino decidía el envío y selección de los misioneros a América, cobraba el diezmo, fijaba y modificaba los límites de las diócesis en América y podía vetar la elección de arzobispados y obispados. También disponía del "derecho de presentación", por el que controlaba la selección de obispos "presentando" una terna de nombres entre los cuales el Papa decidía a cuál de ellos consagraba. Carlos V exigió incluso tener conocimiento de los documentos que intercambiaban los obispos y la Santa Sede, el "pase real". Todo ello, con matices y alteraciones, ha durado hasta 1976.

Desde Santo Tomás de Aquino se venía argumentando sobre la infalibilidad personal del Papa, pero el Renacimiento revocó esas tendencias a favor de la autoridad de los Concilios. Los protestantes se oponían con Lutero a la infalibilidad y ni siquiera el concilio de Trento se atrevió a declararla. Contra la voluntad controladora de las nuevos Estados, no sólo España, la Iglesia trató de recuperar su autoridad absoluta, tanto que abrazó formas monárquicas extremas hostiles, sobre todo, al liberalismo, el materialismo, el indiferentismo, el racionalismo y el fideísmo. Nada menos.

El logro definitivo lo perpetró el inconcluso Concilio Vaticano I de la mano del ya beato Papa Pio IX[ii]. En aquella ocasión, se enfrentaron con claridad y escándalo dos facciones: infalibilistas y antiinfalibilistas. Fue el propio Pío IX, que controlaba la marcha del Concilio, quien orientó a la mayoría hacia esta conclusión.[iii] Poco antes, había ejercido ya su "infalibilidad" declarando en 1854 el dogma de la Concepción Inmaculada de María[iv] tras una intensa campaña internacional.

El dogma de la infalibilidad se formuló de esta manera: "Proclamamos y definimos dogma revelado por Dios que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir cuando ejercita su supremo oficio de pastor y de doctor de todos los cristianos, y en fuerza de su supremo poder apostólico, define una doctrina acerca de la fe y las costumbres, vincula a toda la Iglesia, por la divina asistencia a él prometida en la persona del beato Pedro, goza de aquella infalibilidad con la cual el divino Redentor quiso fuese dada a su Iglesia, al definir la doctrina en torno a la fe y a las costumbres: por tanto tal definición del Romano Pontífice son inmutables por sí mismas, y no por el consenso de la Iglesia".

El teólogo católico Hans Küng, muy crítico con este dogma y su continuidad, apeló a la crónica "escandalosa" que hizo de aquel Concilio el estudioso August Bernhard Hasler en su libro Cómo llegó el Papa a ser infalible, publicado en España por Planeta en 1980. Nadie ha refutado su relato de cómo se proclamó y cuántas manipulaciones y amenazas tuvieron lugar, hasta el punto de considerarlo ilegítimo por falta de ecumenicidad y de libertad. Obispos opositores hubo que consideraron a Pio IX un anciano obsesivo e incapaz, e incluso loco. Casi 90 se levantaron y se fueron de las sesiones del Concilio.

Küng ha llegado a pedir al Papa Francisco, que "vive entre lobos" que reabra este debate. "Llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted y su labor pastoral, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad, tal como queda fundamentada, de la mejor manera posible, en el presente volumen: non in destructionem, sed in aedificationem ecclesiae, ‘no para la destrucción, sino para la edificación de la Iglesia’. Esto significaría para mí el cumplimiento de una esperanza a la que nunca he renunciado".

Ya el Papa Juan XXIII anticipó que él no era infalible, salvo cuando hablara ex cathedra, cosa que, precisó, nunca haría. Pero el Concilio Vaticano II no anuló el dogma. Lo mismo ha dicho Francisco, pero por ahora no hay visos de reforma de este punto clave. El papa actual declaró a la revista alemana Die Zeit: "Soy pecador y no soy infalible". Pero el dogma de la infalibilidad sigue rigiendo los destinos de la Iglesia y, por ello, de Occidente.

Naturalmente, en su formulación exacta y vigente, ¿qué significa que el Papa cuando habla ex cathedra define doctrina acerca de la fe y de las costumbres? Dejando de lado el caso de los dogmas de fe, ¿qué sentido tiene que el Pontífice pueda ser infalible en temas de costumbres? Por esa rendija se cuelan demasiados asuntos que pueden tener y tienen tratamiento diversos y opciones legítimas diferentes.

Por ejemplo, ¿entra el divorcio o el matrimonio de los sacerdotes en la casilla de las "costumbres"? ¿Pertenece la ordenación sacerdotal de las mujeres a ese conjunto amplio? ¿Cabe la democratización general de la Iglesia en tal esquema? ¿Y las orientaciones sexuales? Esto es, cuando se habla de costumbres de qué se está hablando, a qué cuestiones alcanza, a qué fines se sirve y por qué? ¿Pueden ser las costumbres objeto de dogmas infalibles?

Veamos unas muestras de reflexiones sobre "costumbres" de un Papa, Francisco, que conduce a la perplejidad intelectual y moral porque de hecho invaden las creencias políticas y éticas de muchos ciudadanos.

El mensaje del Papa Francisco a los católicos españoles que rechazan la inmigración ha sido: "Leed el Evangelio y sed coherentes". Y añade: "Los migrantes deben ser acogidos, acompañados, promovidos e integrados. Si no puedes integrarlos en tu país, acompáñalos e intégralos en el suyo, pero no los dejes en manos de estos crueles traficantes de personas". Pero, ¿puede ser este un dogma de costumbres? ¿Es que exigir la condición de legalidad a estas migraciones es algo anticatólico?

Sobre el capitalismo, expresa que hay que acabar con la "globalización capitalista", un sistema "de muerte", y rechazar la "lógica del mercado", que contrapone a la "lógica de la solidaridad", así como la meritocracia o el individualismo. Eso sí, pide la consolidación de una renta básica y la condonación de deudas. Pero, ¿es el capitalismo un sistema de muerte o un sistema social, económico y moral que ha dado de comer a más seres humanos que jamás en la historia de la humanidad? ¿Puede concebirse el cristianismo sin la realidad individual de la persona, libre hasta para condenarse?

Para no extendernos mucho más, resulta evidente hasta para Pablo Iglesias, comunista bolivariano y exvicepresidente de un gobierno de Pedro Sánchez, que la figura del Papa Bergoglio está programadamente unida a la estrategia de la izquierda. Y lo dice así: "Bergoglio critica el belicismo de Estados Unidos, critica la política migratoria de Donald Trump, defiende abiertamente el diálogo en Venezuela entre oficialismo (una dictadura) y oposición, y critica las políticas de austeridad en el sur de Europa", lo cual supone "un giro sin precedentes a los estilos políticos inaugurados por el papa polaco desde 1978″.

El Papa dice no ser comunista pero todos sus consejos "políticos" exigen un alto grado de coerción e intervencionismo. Cree que el abuso sexual sobre niños es una enfermedad antes que un delito. Concede a los sacerdotes, "en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto". Lo último es sabido, ha sido el llamamiento a Ucrania para que, dado que está perdiendo la guerra, ice la bandera blanca, o sea, que se rinda ante el invasor ruso.

Sobre todas estas cuestiones, que afectan a la conciencia, a las costumbres y al voto de muchos ciudadanos (¿o es que recibir a la comunista Yolanda Díaz en plena campaña electoral gallega se hizo sin sopesar su probable repercusión en los comicios?), el Papa Francisco subraya poco o casi nunca que las que emite o escenifica son sencillamente opiniones personales y no dictados de obligado cumplimiento.

En temas de costumbres, el Vaticano debería eliminar desde ahora mismo su potestad de pontificar ex cathedra porque, si ya fue discutible a lo largo de los siglos y lo fue en el concilio Vaticano I, ahora ya no tiene sentido en un sistema de libertades donde el debate razonado y el diálogo de los opuestos, deben dar a luz las reformas políticas, que eso son, que sean necesarias para la mejora de la convivencia.

En cuanto a los dogmas de fe, la infalibilidad papal, discutida durante siglos, es algo que es dífícilmente admisible en este tiempo porque atribuye a un solo hombre la cualidad de no errar ni engañar. Son los restos de un régimen de monarquía absoluta del cual la Iglesia parece no saber librarse.

Hans Küng, teólogo expresamente inclinado a posiciones afines a las izquierda políticas y sociales, acusó al Papa Benedicto XVI de ser un pescador de hombres que pescaba en la extrema derecha. Hasta su muerte hace ahora casi tres años, defendió la figura del Papa Francisco y le animó a hacer reformas. ¿En qué banco de pesca creería que pesca este Papa? ¿Y si alguien dijera, imitándole, que este pescador de hombres faena en los bancos de la extrema izquierda?

Estamos de acuerdo con el Papa Francisco, al menos esta vez, en que es pecador y no es infalible. Todo cabe dentro de la falibilidad del Papa en temas que son opinables y debatibles. Pero es necesario que se deje claro ante creyentes y no creyentes que la infalibilidad es un dogma que no puede sostenerse racionalmente y la racionalidad es uno de los elementos básicos de la teología y la doctrina católicas.

Los argumentos de El Tostado no fueron refutados, sino arrumbados. Por ello, el Papa Francisco está obligado a aclarar continuamente que es falible para que nadie deduzca que su opinión personal es una norma moral obligada.

El propio Küng encabeza su libro ¿Infalible? Una pregunta con una cita de San Agustín:

Por eso, quien leyere esto, donde esté tan cierto como yo, camine conmigo; donde dude igual que yo, inquiera conmigo; donde conozca su error, vuelva a mí; donde conozca el mío, apárteme del error. De Trinitate l, 2. 5.


[i] El día 18 de julio de 1870, tan sólo había 535 padres en el aula, de los 704 que habían desfilado a lo largo de las sesiones conciliares (sobre un total de 1.080, que es el número de los invitados)…Se notó la ausencia de los 83 prelados que habían asistido a las últimas reuniones y que optaron por marcharse de Roma o quedarse en casa. La infalibilidad pontificia fue, pues, decretada por 532 votos Placet, frente a 2 Non Placet y 83 abstenciones de los prelados ausentes." Así se constata en el libro de Javier Gonzaga Concilios II. También se anota la expresión de un obispo español que interpretó el hecho como un refuerzo de la autoridad papal contra el liberalismo.

[ii] Juan Pablo II lo beatificó en el año 2000.

[iii] "Afortunadamente para la Iglesia, en 1878 es elegido Gioacchino Pessi al trono de San Pedro, quien elige el nombre de León XIII, y se da a la tarea de tratar de devolver a la institución el peso que el catolicismo había perdido en su lucha contra las ideas liberales. Fijado ese objetivo, el nuevo Papa advierte que sus enemigos no son ya los liberales decididos a implantar una sociedad laica y democrática, sino los socialistas y comunistas que niegan el carácter de derecho natural que Roma confiere a la tenencia de bienes." Plinio Apuleyo Mendoza, Fabricantes de miseria.

[iv] En 1939, el Papa Pío XII pronunció, declaró y definió "ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumpliendo el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste".

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