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Santiago Navajas

Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y el género

Centrando la mira en los gametos el sexo es todavía más claro respecto a su binarismo de lo que ya lo era con los genes, los genitales y las hormonas.

Centrando la mira en los gametos el sexo es todavía más claro respecto a su binarismo de lo que ya lo era con los genes, los genitales y las hormonas.
Manifestación trans en Madrid | Europa Press

El ser humano es un cóctel sui generis de biología, cultura y autonomía existencial. En 1758, Carl Linneo le asignó el nombre científico Homo sapiens debido a que su rasgo biológico más característico, pensaba el naturalista sueco, es ser sabio (sapiens) y capaz de conocimiento. De modo que su característica más relevante es la de manejar un grado de racionalidad mucho mayor que cualquier otra entidad conocida (al menos hasta la aparición de la IA, véase Deep Blue y AlphaGo vapuleando a los campeones humanos Garry Kaspárov y Lee Sedol).

Platón, muchos siglos antes, había llegado en su obra Político a un callejón sin salida respecto a la identidad del ser humano al definirlo como un bípedo implume, lo que provocó carcajadas desde que Diógenes arrojó un gallo desplumado a la Academia. Platón, sin embargo, también tuvo un instante de genial acierto cuando reivindicó idéntica naturaleza humana en hombres y mujeres en República, lo que también suscitó risas en sus misóginos coetáneos.

La descripción que aportó Linneo para Homo sapiens la extrajo del templo de Apolo en Delfos, Nosce te ipsum ("Conócete a ti mismo"). Pero hay quien interpreta, como Giorgio Colli, que la recomendación del dios es en realidad una trampa mortal al ser la introspección un arma de doble filo. Pensarse demasiado es como meterse en un laberinto de flores alucinógenas. El último jeroglífico en el que se ha introducido la especie humana, al menos en su versión sofisticada de universidades de élite norteamericanas, lo podríamos denominar al modo de Woody Allen: todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo, pero nunca se atrevió a preguntar. Solo que al sexo se le ha añadido un complemento circunstancial de modo difícil de desentrañar: el género.

La película de Allen es de 1972 y poco después, en 1979, los humoristas británicos Monty Python estrenaron La vida de Brian, una comedia sarcástica que en su día puso de los nervios a los cristianos menos dotados intelectualmente, aunque en la actualidad a los que más subleva es a la extrema izquierda progre por sus bromas sobre hombres que pretenden quedarse embarazados y parir a pesar de que, como le dice un miembro del Frente Popular de Judea a otro del Frente Judaico Popular, no tiene matriz.

Pero, ¿es fundamental tener una matriz para ser considerada mujer? La definición usual de mujer es "hembra humana adulta". Sin embargo, últimamente se ha añadido otra: "adulto que vive y se identifica como mujer aunque al nacer se le haya atribuido un sexo diferente". No la encontrarán en el Diccionario de la Real Academia Española, pero sí en el Cambridge Dictionary, cuyo lema es "Haz que tus palabras tengan sentido". Aunque con la nueva definición el concepto mujer se ha vuelto un sinsentido, ya que si cualquiera puede ser ahora mujer, basta con una autoidentificación subjetiva, nadie es en esencia una mujer (¿qué será eso de "vivir como una mujer" si no se consideran rasgos biológicos?). El solipsismo ha derrotado al naturalismo, Descartes a Aristóteles, Judith Butler a Errasti y Pérez Álvarez.

Pero hagamos como Platón y busquemos mediante diáiresis, análisis mediante subdivisiones, lo que hace que una definición de mujer sea lo más ajustada, rigurosa y objetiva posible. Aunque para distinguir en los fetos si es niño o niña se suele contemplar en la ecografía los genitales, estos no son el rasgo biológico fundamental para establecer un dimorfismo sexual en la especie. Recordemos que el sexo es un "invento" relativamente reciente en la evolución de la vida, apenas mil millones de años, a la que había ido muy bien asexualmente. Pero entonces surgió una variación que introducía una mayor diversificación entre las sucesivas generaciones, y la evolución vio que era buena, o al menos no muy mala, le hizo gracia y la conservó. En concreto, la esencia del sexo y, ya que estamos, lo que diferencia a machos y hembras, o, para el caso humano, a hombres y mujeres: los gametos. Los machos producen gametos pequeños, numerosos y móviles, mientras que las hembras producen gametos grandes, escasos e inmóviles (lo que sirve para todos los seres sexuados con la excepción —en la Naturaleza no hay regla sin excepción, y no me extrañaría que esta regla también tuviera excepciones— de algunos protistas, algas y hongos). Somos seres a un tipo de gameto pegados. Pera el caso de las mujeres, un gameto superlativo, una alquitara totalmente viva, un óvulo del tamaño de una pirámide de Egipto en comparación con el gameto del hombre, del macho humano adulto, que es poca cosa considerado de uno en uno pero que forma legiones que harían palidecer a la marabunta. Centrar la definición del sexo en los gametos es lo que resuelve los misterios de la evolución (Coyne y Maroja, biólogos, 2023) y disuelve los espectros de la ideología de género (Byrne, filósofo, 2023), dado que centrando la mira en los gametos el sexo es todavía más claro respecto a su binarismo de lo que ya lo era con los genes, los genitales y las hormonas.

Mientras que, al parecer, no hay ningún problema respecto a qué es un hombre, surgen debates sobre qué es ser mujer que llegan a la cancelación, la agresión, el desmayo y el despido. Hasta hace bien poco, digamos el siglo XX, era relativamente claro qué era una mujer, pero desde que cambiamos de siglo, en la época de los transgénicos, hay quien sostiene que la forma correcta de hablar de las mujeres es "como clase social: personas que se mueven por el mundo como mujeres y son interpretadas y tratadas (y a veces maltratadas) como tales" (Julia Serano, activista bi-trans, 2023).

Como es obvio, esta definición se autorrefuta porque define mujer según "alguien se mueva por el mundo como mujer", lo que nos lleva a plantear, en un bucle infinito, qué es moverse por el mundo como mujer. En lugar de una definición biológica deberíamos buscar una definición conductual, pero entonces pasaríamos de una definición clara y distinta a otra enmarañada al ir cambiando radicalmente de una época histórica a otro, de un lugar geográfico a otro espacio geográfico, en suma de una cultura a otra. Pero este absurdo resulta intrascendente a efectos prácticos porque este tipo de teorías no se llaman "queer" ("anormales, anómalas, estrambóticas") por casualidad, sino porque rechazan que el pensamiento tenga que ser lógico y coherente del mismo modo que niegan que el sexo sea bimodal y tenga algo que ver con esa cosa llamada naturaleza. Una vez que una Ley Trans como la de Irene Montero consagra el solipsismo como único criterio para la definición y la esencia, no es que cualquiera pueda ser hombre y mujer, sino que puede ir cambiando de género, de etnia e incluso de especie biológica como el protagonista de Múltiple en la película de Night Shyamalan iba cambiando de personalidades. De este modo, el siglo XXI no solo sería el reino del poliamor, una vez declarada reaccionaria y obsoleta la monogamia, sino también del gender fluido, un heracliteano fluir del sexo y el género según el cual nadie debería usar dos veces seguidas el mismo pronombre, ya que hoy sería "él", mañana "ella", pasado mañana "ellos" y el resto de la semana, vete tú a saber.

Antes de seguir con qué es una mujer dejemos claro que la teoría queer niega que el método científico sea válido, así como los valores asociados a dicho método, de la verdad a la objetividad pasando por la imparcialidad. Para la teoría queer la racionalidad y la lógica es la forma de pensar típica de hombres blancos y heterosexuales, así que la irracionalidad y el absurdo son constitutivos del estilo de pensamiento, por llamarlo de algún modo, posmoderno y deconstructivista.

Pero aun a riesgo de ser tachado de hombre, blanco y heterosexual voy a seguir tratando el tema de qué es una mujer desde un punto de vista científico, concretamente biológico. Lo más básico es preguntarnos por qué hay sexo, esa cosa tan extraña desde el punto de vista evolutivo. Extraño, pero no queer. Durante tres mil millones de años la reproducción de la vida fue únicamente asexual. Pero hace "solo" mil millones ocurrió algo en células eucariotas que se fertilizaron de manera binaria a través de unas células especializadas, llamadas gametos. Puede ser que estemos hechos a imagen y semejanza de Dios, como afirman los creacionistas evangélicos. Puede ser también que seamos una clase creada por la interpretación social, como creen los teóricos queer. Pero lo que es innegable, por mucho que no guste en las iglesias creacionistas y las sectas queer, es el núcleo biológico de lo que significa ser mujer y hombre.

Una vez que se pone en los gametos, no en los genes o los genitales, el patrón más claro de la diferencia binaria entre hombres y mujeres, queda discutir el género entendido como los patrones subjetivos que configuran la feminidad y la masculinidad. A la clase natural biológica se le suma la categoría cultural social. Fijémonos en el problema que se ha suscitado con la irrupción de personas trans en las que la clase natural no se alinea con la categoría social en los deportes de élite. De nuevo, no hay problemas en la categoría masculina, pero sí en la femenina. Si únicamente fuese una cuestión social, como pretende la categoría queer, el problema sería simétrico. Pero la asimetría entre las competiciones masculinas y femeninas viene dada por el factor natural biológico: los gametos en la especie humana configuran una pequeña diferencia de fuerza entre hombres y mujeres que establece cierta especialización funcional entre los sexos. Suelen ser los hombres los cazadores, como suelen ser los hombres los que poseen los récords absolutos en los distintos deportes: corren más rápido, golpean más fuerte, resisten más tiempo. De ahí que tenga sentido la diferenciación entre sexos en la élite deportiva, pero no entre géneros. De manera que se habilite una categoría única para mujeres, siendo lo razonable en contraposición crear una categoría absoluta en la que puedan participar todos los sexos y todos los géneros por elección.

Se habla de que existe un borrado de mujeres. Sin embargo, también existe un borrado de personas trans, incluso en el colectivo LGTBI, donde el "colectivo" ha sido dominado por un grupito de individuos de ideología solipsista. La fusión entre mujeres y trans lleva a una confusión que es perjudicial para ambos. Las mujeres porque pierden las ventajas institucionales asociadas a la asimetría física respecto a los hombres. Las personas trans porque se ven ocultadas e invisibilizadas dentro de una categoría, la de mujeres, en las que quedan desnaturalizadas en su especificidad. Tantos las mujeres como las personas trans tienen el derecho a no ser manipuladas por ideologías divisivas, excluyentes y violentas, como suele suceder en los grupos feministas hegemónicos de izquierdas (en esto son igual de sectarias las enemigas Carmen Calvo e Irene Montero, ambas compitiendo tanto por la supremacía ideológica dentro de la izquierda como por todo el entramado de intereses creados asociado al asalto al presupuesto público). Tampoco a ver negada su disposición natural por filosofías de tercera categoría como la queer, el equivalente actual de la pseudociencia psicoanalítica de Freud y Lacan que tanto daño hicieron sobre todo a las mujeres y a las personas trans. La historia de incomprensión y manipulación por parte del psicoanálisis freudiano se repite en la ideología queer de Butler y Preciado. Este último recriminaba a los psicoanalistas haber convertido a las personas trans en carne de cañón psiquiátrico, no menos cierto que el propio Preciado los ha convertido en un espectáculo y una industria cultural. Tanto Freud como Preciado resultan tan adversarios en lo teórico como aliados en lo espurio.

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