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Agapito Maestre

De las grandes manifestaciones de la AVT al cinismo de Sánchez

Las víctimas han contestado al odio terrorista fortaleciendo el Estado de derecho. Nunca han querido venganza sino más justicia y libertad.

Manifestación AVT. | EFE

Patxi López, el portavoz de Sánchez, en la campaña electoral de las elecciones autonómicas del 21 de abril, ha dicho que el PSOE sabe "de dónde viene Bildu y no es para estar orgullosos". Eso es tanto como decir que Bildu procede de ETA, o mejor dicho, es ETA. El PSOE copia el argumento del PP para criticar la estrecha alianza del Gobierno con los herederos de ETA. Todo el mundo sabe que eso es una estrategia electoral del PSOE, durante la campaña electoral, porque al día siguiente de las elecciones se profundizará la estrecha relación entre Bildu y el Gobierno. El PSOE no sólo le ha regalado la alcaldía de Pamplona, sino que no ha dejado pasar ocasión para blanquear el pasado criminal y terrorista de Otegui, concediéndole llevar la iniciativa de muchas leyes aprobadas por el Gobierno. O sea, cuando se cierren los colegios electorales el día 21 de abril, todo volverá a ser lo que era: las relaciones entre Bildu y el Gobierno se harán más fuertes y profundas. El cinismo socialista no es nuevo. Tiene su origen en el año 2004, cuando tres días después el atentado del 11-M, Zapatero llegó al poder y comenzó el rescate y blanqueo de ETA.

Ahí está el origen de nuestra delicada situación política. Por lo tanto, ahora como entonces, se trata de engañar a la población diciendo de boquilla que defienden la Constitución, mientras en la oscuridad se pacta con los exterroritas y separatistas el reparto de la fragmentación de la nación española, fundamento del Estado de derecho y la democracia. El discurso del PSOE lleva más de viente años practicando esa fechoría. La larga duración de esa contradicción entre el decir y el hacer es la prueba evidente de la tragedia de España. No estamos ante una mera táctica de carácter coyuntural para obtener votos constitucionalistas en unas elecciones autonómicas, sino ante un problema más grave de la democracia española: "España no existe como nación". Sin duda alguna, es el PSOE, sin restarle responsabilidad a la débil oposición del PP a la hora de criticar el Gobierno, el principal culpable de que la Nación, la idea de nación como columna vertebral de las democracias más avanzadas del mundo, en España esté casi muerta.

Por eso, si seguimos considerando, como es mi caso, que no habrá democracia sólida sin una idea de nación española, deberíamos recordar las luchas que en su favor llevaron a cabo distintas asociaciones ciudadanas, entre las que destacan las asociaciones de las víctimas del terrorismo. Porque una nación no sólo se define por sus triunfos sino por sus fracasos, tenemos la obligación de recordar sus luchas por una España democrática. Las víctimas del terror, obviamente, no triunfaron. Está a la vista de todos que el PSOE desgobierna España apoyado por los separatistas y los exterroristas. Sin embargo, los argumentos democráticos de las víctimas son tan validos hoy como en su época. Merece la pena rememorar algunas de sus batallas. Quizá hallemos en esas luchas ciudadanas a favor de la nación algunos argumentos para revivificar nuestra mortecina democracia. Busquemos en las fuerzas de la historia, es decir, en esas luchas colectivas, potencias para el desarrollo de los ideales ciudadanos. Recordemos, pues, algunas famosas manifestaciones populares contra los apaños y enjuagues del PSOE de Zapatero con ETA. Clave para entender el gobierno de Sánchez.

La primera manifestación convocada por la AVT contra la política del gobierno de Zapatero con ETA, en enero de 2005, mostró a la opinión pública que el Gobierno no sólo era proclive a pactar con los nacionalismos a cualquier precio, sino que su política de negociación con ETA llegaría incluso a "comprar paz por territorios". Aquí ofrezco algunas notas para construir una crónica de esa lucha, que debería comenzar con la primera salida a la calle de la AVT para protestar contra el Gobierno. Así viví yo esa primera salida de la AVT al espacio público. El amigo Salvador Ulayar me mandó un anuncio de la plataforma ciudadana ¡Libertad ya! Animaba a la ciudadanía para que acudiese a la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, el sábado, 25 de enero de 2005, a las cinco de la tarde, en Madrid, entre Cibeles y Sol. Su lema era Por la libertad y la democracia. Memoria, dignidad y justicia. Allí estaré, escribía yo en mi crónica para Libertad Digital. Estaré, seguía diciendo, por Salvador, y por todo lo que él representa, no faltaré a la cita. Además, porque detrás de la historia de este hombre y de su familia, como supongo de los cientos de muertos asesinados por ETA, se sostiene nuestra democracia, no puedo dejar de participar en esa convocatoria.

Si alguien quiere enterarse de la historia de Salvador, que lea el libro de Javier Marrodán, Regreso a Etxarri-Aranatz, allí descubrí yo la historia de mi amigo, en verdad, la historia trágica de una familia, que representa a otros cientos de familias españolas. Cuando acabé de leerlo, escribí un texto para una Tercera de ABC, que también recogí en mi libro El placer de la lectura. Es una obra de referencia moral para saber cuáles son los sufrimientos sobre los que está construida la democracia española. Gracias a su lectura conseguí ver la inactualidad, lo inoportuno e intempestivo, de la libertad española, de la libertad. Gracias a los testimonios que aparecen en este libro, testimonios de fe en una libertad quijotesca, libertad de origen divino para los humanos, hago mía la famosa sentencia de Zambrano acerca de que la calidad de una cultura depende de la calidad de sus dioses. Gracias a este libro la idea de un Dios, sí, que nos hace libres no sólo debe respetarse sino que también, como nos enseñara la propia Zambrano, tiene que ser considerada como la idea más racional de la filosofía. Quizá sea, hoy, uno de los pocos libros europeos donde la libertad aparece unida, como en la tradición de la democracia americana, a principios religiosos. Tocqueville se sorprendería si pudiera leer este documento. La defensa de la libertad, asidero último de la dignidad humana, acaba traspasando los límites morales de la política para instalarse en la experiencia religiosa…

La obra de Marrodán es un libro de libros sobre la dignidad. El autor había puesto su talento al servicio de quienes saben lo que llevan adentro las palabras vida y muerte, perdón y castigo, piedad y democracia y, sobre todo, libertad. La honradez e inteligencia del autor a la hora de situar los textos, la escritura como terapia y curación de las víctimas, en la obra son merecedoras de un premio a la deontología profesional. Magistral obra periodística. El relato de los hechos es tan sencillo como veraz. Magnífica obra literaria. El texto nutre permanentemente de vida a lo real. Maravillosa secuencia de genuinas citas de los protagonistas. Las víctimas jamás están ocultas tras el autor. Una obra imprescindible para comprender la lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo de ETA. Los profesores de Etica y también de Religión deberían recomendarlo a sus alumnos. Los responsables de Educación de las Comunidades Autónomas harían bien poniéndolo de lectura obligatoria en los Institutos de Bachillerato. Y, por supuesto, el Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo debería leerlo con urgencia para aprender a llenar de contenido su cargo.

Sospecho que pocas de esas recomendaciones, que yo hacia en 2005, fueron tomadas en cuenta por nadie. Pero yo no claudiqué en persuadir a mis prójimos de sus bondades literarias y morales. El autor había conseguido universalizar, trascender, la historia de la tragedia de la familia Ulayar, que se abrió en 1979 con el crimen del padre, Jesús Ulayar Liciaga, y tuvo su apoteosis ciudadana el día 24 de enero de 2004, cuando dos mil personas lograron reunirse en Etxarri-Aranatz para homenajear a Jesús Ulayar y para arropar a su familia con la compañía y el cariño que no habían tenido en los 25 años anteriores. El regreso a Etxarri-Aranatz, la historia trágica de la familia Ulayar, es un espejo para mirarnos todos los españoles. Quizá pudiéramos descubrir en él qué es un ciudadano maduro, un ser humano, capaz de construir con otros bienes en común. El regreso a Etxarri-Aranatz es, pues, el tránsito de la historia trágica de la familia Ulayar a la historia reciente de la democracia española. Más aún, el libro es una guía imprescindible para que los españoles se hagan demócratas. Su lección de ciudadanía, de saber vivir en democracia, vale más que mil tratados sobre ética y política. A partir de los testimonios de dolor y soledad, de la lucha por la recuperación de la memoria, la dignidad y la justicia del padre asesinado, Marrodán construye una narración justa, a veces deslumbrante, sobre la situación actual de las víctimas de ETA en España.

Caída, dolor y recuperación civil a través de la fe en la libertad quijotesca son las principales secuencias por las que transitan los protagonistas, los Ulayar y Mundiñano, los Navarro, los García Garrancho y Román Casasola, los Pagazaurtundua, los Uranga, los Martínez, los Aguilar, los Alcalde, los Sáez de Tejada, los Iriberri, los Berriozar, los Reyes Zubeldia, los Caballero, los Arteta, los Arbeloa, los Sanz Biurrun, los militares, los sindicalistas, los profesores, las miles y miles de víctimas que, con su defensa quijotesca de la libertad, nos dan la oportunidad de hacernos ciudadanos. Libres, o sea españoles, el único modo en que don Quijote soportaría vernos. En el libro de Marrodán hallarán, pues, un acercamiento a la historia de Salvador Ulayar, que cuando tenía trece años, en 1979, vio como mataban a su padre los asesinos de ETA. Salvador, sin embargo, no ha crecido en el resentimiento ni en la venganza, sino en el perdón y la justicia. Su biografía es ejemplar. Este tipo y su asociación de víctimas eran más que de fiar. Eran modelos de ciudadanía. En otras palabras, no tuve la menor duda, cuando recibí la invitación de Salvador a participar en una manifestación contra el terrorismo y, sobre todo, contra la proclividad del Gobierno a negociar con los terroristas. Siempre recordaré esa primera manifestación de enero de 2005.

El lema "memoria, dignidad y justicia para las víctimas" eran suficientes acicates para manifestarnos contra un sistema penal que podía dejar libres, entre finales de 2005 y 2007, a terroristas con decenas de asesinatos y penas superiores a los 2.000 años, que ni estaban arrepentidos ni habían sido reinsertados. El mismo día, el 22 de enero, a las doce de la mañana, la Fundación Gregorio Ordóñez convocó en San Sebastián un acto de recuerdo y homenaje a la figura de este político popular, que fue asesinado por ETA. A este último acto mandé mi gratitud, amistad y admiración por no poder asistir. Algunos organizadores estaban un poco contrariados por la coincidencia de los actos. No importaba. A veces, es bueno que pasen estos fallos de agenda para que los ciudadanos, quienes queremos participar en ambos acontecimientos, nos percatáramos de la importancia decisiva que han tenido y, sobre todo, tienen aquí y ahora las víctimas del terrorismo para el desarrollo de la democracia.

Esas dos convocatorias eran genuinamente políticas. Una y otra tenían un objetivo común, político, seguir trabajando porque el dolor de las víctimas no dejase jamás de ser semilla de la democracia. Después de la creación del Alto Comisionado para las víctimas del terrorismo, extraña institución creada por el Gobierno de Zapatero, las Asociaciones de Víctimas tenían que dejar claro a este Gobierno su genuina función democrática. Más aún, las víctimas deberán repetir, por si algunos lo habían olvidado, que no entregarán su dolor, lo único que los criminales no han matado, a nadie. Era menester que Peces-Barba se enterase de que estos seres humanos no se prestaban a ser objetos de jacobinos intereses. Se resistían a ser nuevas víctimas de administradores obscenos del dolor. Sólo tenían voluntad de ser sujetos políticos. Era menester que Peces-Barba hablase con ellos de política y no de barrigas y papeles. Era menester que Peces-Barba hubiera asistido a la manifestación del sábado, si hubiera querido que nos creyésemos su puesto, su lugar, en una nueva "institución" del Estado.

Peces-Barba no asistió, sin embargo, a la manifestación. Nada quería saber de que los protagonistas de los actos del día 22 de enero eran las víctimas del terrorismo. Pero sus beneficiados éramos todos los ciudadanos de España, porque ya era hora de reconocer que sin el alma y la inteligencia de las Asociaciones Ciudadanas surgidas del dolor de las víctimas de ETA, GRAPO, etcétera, la democracia en España no sería. El combate genuinamente democrático de las víctimas contra sus asesinos fue y sigue siendo la mayor lección, en mi opinión, que la democracia española puede dar al mundo. Y esto es, sin duda alguna, fruto del trabajo de esos abnegados seres humanos que habían conseguido dejar de ser objetos de compasión y piedad para convertirse en sujetos políticos.

Esa es la mayor singularidad de la democracia española en el mundo, aunque cueste reconocerlo a las elites de los partidos políticos. Las víctimas han contestado al terrorismo, a los asesinos de la democracia, creando un tejido político democrático de extraordinaria envergadura para dinamizar el Estado de derecho, que deberá perseguir y juzgar a los criminales de acuerdo con la justicia. Las víctimas han contestado al odio terrorista fortaleciendo el Estado de derecho. Nunca han querido venganza sino más justicia y libertad. La importancia de las asociaciones de víctimas fue, por lo tanto, vital no sólo para suturar las fragmentaciones de un tejido moral creado por el nacionalismo y el separatismo contra la ciudadanía española, sino también para fortalecer la musculatura política necesaria para desarrollar la democracia. Sin ellos, sin sus biografías, España, la España democrática que inicia su nueva andadura con la Constitución de 1978, no es. Esas eran suficientes razones para asistir a la manifestación de la AVT, que comenzó a las cinco de la tarde. Sol claro y preciso. Sol de Madrid. Sol de diamante puro. En términos simbólicos España entera estaba entre una diosa, Cibeles, y el astro rey, Sol. No necesitábamos más dioses ni otros reyes. Nos sobraban también gobernantes. Sólo éramos gentes asistiendo a una llamada de la AVT. Pronto vimos su sentido. Allí estábamos para convertirnos en demócratas. La convocatoria estaba hecha por las víctimas. Nos daban la oportunidad de ser ciudadanos. Su generosidad era impagable. Nos hacían el favor de enseñarnos su secreto español. La esperanza rescatada de la fatalidad del asesinato terrorista, la libertad, nos transformaba en ciudadanos. Esa es, hoy, la base de la democracia de España. Más aún, el único hilo del que pende España como nación. El fondo común de los congregados es fácil de comprender: con la sangre de los caídos no se trafica ni se negocia, porque es la base de la vida democrática. De España.

La gente se agolpaba entre el Banco de España y el Ministerio del Ejército. Eran las cinco pasadas y el tráfico en la plaza de Cibeles aún no lo habían cortado. Muchas personas se acordaban del alcalde. La gente aplaudía a Álvarez del Manzano que buscaba un lugar discreto en la parte de atrás. Personas lisiadas de amplias sonrisas encabezaban la manifestación. Sus rostros privados en la calle eran un canto a la belleza. Brillaban. Para entonces la gente había dejado de protestar contra el alcalde; al fin, habían cortado el tráfico para que los manifestantes se movieran con comodidad. Miles de personas seguían llegando y los políticos ya habían sido desbordados. La manifestación abriría los telediarios. Las víctimas ya tenían ganada una batalla. Eran visibles. Los telediarios de la noche tenían que abrir con la manifestación. Así que Zapatero guardaría silencio y tomaría nota. La primera manifestación convocada por la AVT fue un éxito. Su consigna política un hallazgo: España no está muerta. Han matado a muchos españoles, pero nos queda su memoria, dignidad y justicia. Son las bases para que España no se sienta compadecida por nadie. España sólo quiere ser nación; y las víctimas, modelos de ciudadanía. Las víctimas son arquetipos donde mirarnos para ejercer nuestra ciudadanía. Este es el punto de encuentro de quienes asistimos a ese grandioso acontecimiento político.

También la batalla de las cifras estaba ganada. Poco importaba los miles de personas de más o de menos que ofreciese la policía municipal. De Cibeles a Sol, poco más de quinientos metros, algunos han tardado casi dos horas en hacer el recorrido. Miles de personas caminaban unidas. Unas calladas, otras hablando y, de repente, todas se unen con un grito: España. Al oír esta palabra, todos se percatan de que esto, la manifestación, no es un cortejo fúnebre para enterrar a nadie. Esto no es un acto de lisiados mentales. Todos se sienten muy vivos. Todos comienzan a gritar contra Zapatero y Peces-Barba. Todos se sienten ciudadanos dispuestos a dar la batalla por el suelo que los acoge, por la historia que los identifica y por un sentimiento común, digno de ser racionalizado, llamado España.

Al lado de este gran acontecimiento democrático, genuinamente político, de la primera manifestación de la AVT, hay que recordar que hubo un incidente, en realidad, la presencia de un político del PSOE provocó algunos altercados que merece la pena repasar, pero eso lo dejamos para mejor ocasión, aunque antes de nada es necesario decir que Peces-Barba y otros muchos socialistas que apoyaban de boquilla las víctimas del terrorismo no asistieron a la manifestación, es decir, renunciaron a la posibilidad de ser ciudadanos por unas horas. No quisieron agarrarse del brazo que les ofrecían las víctimas para levantarse de su pobre humanidad arrastrada por los suelos. Ni Peces-Barba ni Zapatero estuvieron en la manifestación que terminaba en la Puerta del Sol. Tampoco asistieron quienes trafican con el dolor. Allí sólo estaban quienes comprendían que las víctimas nos daban la oportunidad de hacernos ciudadanos. Allí sólo había seres libres. Por eso, exactamente, no se manifestó esta gente. No saben qué es la libertad. Aún no se habían n percatado de que, en la España de hoy, la libertad sólo puede emerger si la rescatamos de la fatalidad de la sangre derramada por los españoles asesinados por ETA. Tampoco los columnistas, locutores y escritores que alababan la negociación del Gobierno con ETA estuvieron en ese acto público. Tampoco querían ver las imágenes de la manifestación. No se atrevieron a mirar la cara de los ciudadanos que pedían más y mejor democracia, o sea, más España. Lo columnistas del terror, quienes compararon medrosamente al IRA con ETA, a Irlanda con el País Vasco y a Zapatero con Blair, no estuvieron. No tenían fuerza para recorrer el corto espacio que separa Cibeles de Sol. El pasado falangista de algunos de esos periodistas estaba al servicio del totalitarismo de Zapatero.

De aquella primera manifestación de la AVT pudieron extraerse muchas lecciones, pero hubo una inolvidable: quien intentaba manipular, desviar y denigrar la tarea democrática de las víctimas del terrorismo, estaba contribuyendo al establecimiento de otro régimen político que difícilmente tendría el nombre de democracia. Es en este contexto, precisamente, donde debemos criticar la creación del Alto Comisionado de las Víctimas del Terrorismo. Ni Zapatero ni Peces-Barba consiguieron jamás explicar por qué se creó esa institución. Era superflua, dijo elegantemente Mikel Buesa a figura de Peces-Barba como Alto Comisionado, al enterarse de que asistiría al quinto homenaje de su hermano Fernando, asesinado por ETA. Más que superflua, dije yo, la figura de Peces-Barba era sospechosa. El origen y funcionamiento de esta institución comisarais mueven antes a la sospecha que a la confianza. Sospechosa era su aparición de un Comisionado para recoger las demandas de las víctimas, cuando ya existía una subdirección del Ministerio del Interior que gestionaba magníficamente esas demandas. Sospechosa era la actuación del Alto Comisionado, cuando sólo asistía a los homenajes de unas víctimas y no de otras. Quizá es que para Peces-Barba había víctimas de primera y de segunda. Y sospechosa era la figura del Alto Comisionado, porque creaba una estructura burocrática dependiente directamente de la presidencia del Gobierno, sin contar con quienes más sabían de "atención de víctimas del terrorismo". Lo peor, mantenía yo al inicio del año 2005, estaba por llegar, porque es verdad que no había, según Zapatero, un mecanismo concreto de negociación con ETA, pero sí existía, por desgracia, una estrategia trágica para rehabilitar a ETA que pasaba por anestesiar primero, y liquidar después las demandas ciudadanas de las asociaciones de víctimas del terrorismo. Pero de eso hablamos en la próxima entrega.

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