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Santiago Navajas

Ley de Defensa del Sanchismo

Las presiones y la censura irán creciendo en intensidad a medida que Sánchez perciba que su autocracia está en peligro.

Las presiones y la censura irán creciendo en intensidad a medida que Sánchez perciba que su autocracia está en peligro.
Pedro Sánchez. | Europa Press

No se puede entender a Pedro Sánchez sin comprender que en cierto imaginario izquierdista, la actual monarquía constitucional va a ser siempre un régimen ilegítimo. No se puede entender al PSOE sin asumir que su objetivo táctico es cambiar el gobierno cuando no está en el poder, pero que su fin estratégico consiste en cambiar de régimen. No se puede saber qué es lo que pretenden hacer en su alianza el PSOE, Bildu, los golpistas catalanistas… si no se intuye que su proyecto de futuro consiste en una vuelta al pasado, concretamente a la Segunda República en su versión más radical, la que naufragó en la pinza entre anarquistas, comunistas, socialistas y nacionalistas al estilo de Largo Caballero y Companys.

Hace justamente dos años, Pedro Sánchez articuló negro sobre blanco su asalto al Estado de Derecho, la democracia constitucional y esta república coronada que es la heredera legítima de la república liberal que trajeron Ortega, Unamuno, Melquiades Álvarez, Lorca y Clara Campoamor, pero que quisieron transformar en una república socialista al estilo soviético:

Nuestro querido compañero Francisco Largo Caballero… Nosotros y nosotras nos empezamos a reivindicar y recordar en su trabajo… Actuó además como hoy queremos actuar nosotros desde todos los frentes.

Para prepararnos para las técnicas autocráticas que están empleando desde la izquierda populista y autoritaria hay que recordar y tener muy presentes las técnicas autocráticas que empleó la izquierda desde 1931 y llegaron a su punto culminante de violencia en 1934 y 1936.

Los sindicatos este 1 de mayo se han puesto a remar en la dirección del ataque populista de Sánchez. Lo que decía el Lenin español del PSOE lo podrían decir los mini-Lenin del sindicalismo español contemporáneo. Compárese a Unai Sordo, de CC. OO., en 2024:

¿Pero qué es esto de que un poder del Estado dice que se elige por su cuenta? ¿Pero qué bobada es esta de que los jueces elijan a los jueces para despolitizar la Justicia? El Poder Judicial es un poder del Estado y, por tanto, tiene que ser un poder democrático. Le pedimos al Gobierno que tire para adelante con la renovación del Poder Judicial.

Con el discurso antiliberal de Largo Caballero en 1934:

La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución.

Tanto en el caso de Largo Caballero como en los de Sánchez y Sordo se articula una concepción de la democracia incompatible con el Estado de derecho, el régimen de libertades y el respeto al adversario político. Nuestra democracia liberal, a la que despectivamente se refería Largo Caballero como "democracia burguesa", sigue siendo el enemigo a batir, ya fuese como república en 1931 o monarquía en 1978.

Todo el show montado por Sánchez con su carta entre sentimental y populista se concentra en esta declaración suya:

No se puede confundir libertad de expresión libertad de difamación.

Que es exactamente lo que argumentó la izquierda durante la Segunda República para cercenar la libertad de expresión y perseguir la libertad de prensa. Una posible ley "antibulos" como la que se está anunciando no tendría como principal objetivo los bulos en sí (¿va acaso Sánchez, esa máquina de posverdad, a perseguirse a sí mismo?), sino introducir un clima de intimidación y acoso contra los periodistas críticos. Los brazos mediáticos del sanchismo ya han comenzado a señalar a la "prensa hostil" y a satanizar a periodistas críticos.

Otro de los mantras de la izquierda sanchista es acabar con la independencia del poder judicial, el único poder, junto a la prensa libre y la Casa Real, que resiste a la parasitación del gobierno, una vez que el mundo de la cultura está domesticado, la academia está corrompida y los intelectuales, anestesiados y alienados. Yolanda Díaz ha realizado el último zapateado de esta izquierda antiliberal sobre la tumba de Montesquieu:

Debemos democratizar el Poder Judicial. No solo la reforma del Poder Judicial, hay que sacar la ley mordaza.

Aunque en posteriores declaraciones ha dicho que no hay que eliminar la denominada "ley Mordaza", sino transformarla. ¿Transformarla cómo? Para incluir mecanismos que castiguen la "desinformación" (eufemismo para la información que moleste a Pedro Sánchez) y doten de "transparencia a los medios" (es decir, transformarlos a todos en un apéndice de RTVE, con Fortes e Intxaurrondo dirigiendo esa combinación de chiringuito y cheka que es la televisión pública española). También para permitir las acciones violentas de los sindicatos y asociaciones de extrema izquierda, acostumbrados a que sus escraches resulten aplaudidos como si fuesen "performances".

En cuanto a la renovación del CGPJ, se trata de seguir manipulándolo por parte de los partidos dominantes. Si fueran sinceros en su protesta de limpieza y transparencia, se acogerían a un mecanismo neutral y objetivo para elegir a sus componentes. Por ejemplo, el sorteo entre candidatos objetivamente considerados por méritos asociados a su profesión, tanto académicos como laborales. Pero nos encontramos ante algo peor que una lucha por el poder del poder judicial, porque el PSOE se ha pasado a las tesis de la extrema izquierda que promueve una instrumentalización de la justicia ("lawfare" lo llaman los pedantes cursis), una manipulación jurídica de sus miembros, para cambiar el régimen político de una democracia liberal dentro del ámbito de la UE a una democracia populista en la esfera del grupo de Puebla constituido por populistas de Argentina (Kirchner) a Brasil (da Silva), pasando por Colombia (Petro), todos ellos asesorados por Zapatero. Al acusar Sánchez de "ultraderecha golpista" a los medios independientes y a los adversarios políticos no está sino transfiriendo psicoanalíticamente a los demás sus propias filias y actitudes.

La Ley de Medios que pretenderá pasar Sánchez para acabar con la pluralidad –una vez estigmatizada toda crítica como "fachósfera", así como la transformación de la Ley "Mordaza" para amparar a los violentos en las calles– consta de antecedentes en la Segunda República. Entre el 14 de abril de 1931 y el estallido de la guerra civil, la libertad de prensa fue constantemente cercenada y suprimida al implantarse por parte de la izquierda leyes de excepción que permitieron la intromisión del Ejecutivo en la libertad de expresión de los periodistas. Ya el 15 de abril se aprobó un Estatuto jurídico que dotaba al ejecutivo de poder discrecional para fiscalizar inquisitorialmente los mismos derechos que supuestamente reconocía. Entre ellos, claro, los de libertad de expresión y prensa. Por ponerlo en perspectiva, como si en la actual monarquía constitucional estuviese prohibida la defensa de la república.

Pero es que antes de que la Constitución entrara en vigor se aprobó una denominada Ley de Defensa de la República, posteriormente añadida como disposición adicional transitoria en dicha Constitución porque se producía una contradicción entre la conculcación de libertades públicas de dicha Ley y el Estado de derecho que pretendía introducir la Constitución. La obsesión y paranoia del ejecutivo de izquierdas en el primer bienio condujo a una persecución y castigo de cualquier idea que se considerase subversiva, al estilo de cómo Sánchez demoniza hoy las críticas a su persona y a los conflictos de interés de su esposa como "máquina de fango".

La Ley de Defensa de la República se complementó, por parte de la coalición Frankenstein de la primera etapa republicana, con una Ley de Orden Público en 1933 que sirve de inspiración a las propuestas actuales de Ley "Mordaza", que con Sánchez y Díaz tendría que pasar a denominarse Ley "Grilletes". En el 33 se legalizó la persecución a la prensa por parte del Ejecutivo, instituyendo la censura previa en casos de lo que se denominaba eufemísticamente "anormalidad constitucional" y que, en realidad, no eran sino críticas al gobierno de turno. También los gobiernos conservadores hicieron caso de dicha treta censora, pero fue el Frente Popular el que lo llevó al paroxismo usando dicha Ley de Orden Público durante 1936 para instaurar un estado constante de excepcionalidad constitucional que, de facto, convertía a la república en un régimen bananero, en su sentido populista, demagógico y represor. En aquella época, en lugar de "máquina de fango", los censores hablaban de "prensa hostil". Diferentes sintagmas, mismo ánimo censor.

Mientras que en la Segunda República no existió, como hemos visto, una auténtica libertad de expresión (usando un concepto actual sería catalogada muy por debajo de "democracia plena", como hoy son de Noruega o la misma España; más bien, "régimen híbrido", al estilo de lo que hoy son México o Marruecos), en la actual monarquía constitucional española, y al calor de la expansión de la información y la opinión en Internet, la libertad de expresión ha alcanzado una de sus cotas máximas, lo que no puede sino enfurecer a autócratas como Pedro Sánchez. Es por ello que entre sus proyectos están el de instaurar unas leyes como las republicanas. En este caso podrían denominarse Ley de Defensa del Régimen (sanchista) y Ley del Orden Público (socialista). Con ellas, Sánchez podría repetir los decretos durante la pandemia cercenando derechos, ahora para imponer un bozal a la prensa. En aquel caso, fueron declarados inconstitucionales, pero la censura estaría hecha, en el peor de los casos, y, además, con unos tribunales controlados por un CGPJ amigo no habría caso en contra. Todo atado y bien atado.

Primero se trata de crear un clima de opinión favorable a la censura, para lo que es necesario demonizar a la prensa crítica. Ya hemos visto cómo Sánchez ha introducido la propaganda de la "fachósfera", la "máquina de fango" y las acusaciones arbitraria de "extrema derecha". Sánchez ha querido atraerse a la prensa en papel moderada tratando de que piquen el anzuelo de que su persecución solo se dirige hacia los digitales. Pero en el ABC y El Mundo saben perfectamente que las leyes de censura republicanas se aplicaron tanto a los medios más radicales como a los más moderados. Los largocaballeristas como Sánchez son maniqueos y solo entienden de la dialéctica amigo-enemigo, con Él (con mayúsculas, dada su narcisismo patológico) o contra él (en minúscula, no es más que un pobre hombre con ínfulas, incapaz de asumir la corrupción ética generalizada en su gobierno, de su mujer firmadora de cartas de recomendación a ministros que elaboran listas de periodistas críticos).

Por otro lado, los medios afines al régimen de represión socialista señalan a los compañeros, al estilo de Silvia Intxaurrondo (más de 500.000 euros de la televisión pública para hacer la ola a Sánchez y atacar a los que no son socialistas) que ha liderado una campaña contra los compañeros periodistas que no se someten al poder y la dejan en evidencia como una nueva versión de Pravda. Como en el caso de la Segunda República, las presiones y la censura irán creciendo en intensidad a medida que Sánchez perciba que su autocracia está en peligro y las cortinas de humo que suele usar, del espectro de Franco al resentimiento de clase pasando por el sonajero de clichés como "ultraderecha", no sean tan eficientes y tras ellas se perciba esa nueva versión del mago de Oz que es el presidente socialista, un farsante que se encontrará en un terrible aprieto cuando sus seguidores reconozcan que les ha mentido, manipulado y estafado.

—¿Nadie más sabe que eres un farsante? —preguntó Dorothy.

—Nadie lo sabe, excepto ustedes cuatro… y yo —respondió Oz—. He engañado a todos durante tanto tiempo que creí que jamás me descubrirían. Fue un error muy grave eso de haberles permitido entrar en el Salón del Trono. Por lo general no suelo ver siquiera a mis vasallos, y por eso creen que soy algo terrible.

Solo hay una forma de descubrir a los farsantes: una prensa libre, independiente y crítica, amparado en por un poder judicial garante del derecho a la libertad de expresión. Por eso Pedro Sánchez, sus cómplices en el gobierno y sus secuaces con título de periodista, harán todo lo posible para seguir los pasos de sus ancestros durante la Segunda República. Para ello, no dudará en prometer todo a todos.

Hasta Dorothy abrigaba la esperanza de que "El Grande y Terrible Farsante", como lo llamaba, pudiera hallar el medio de enviarla de regreso a Kansas. Si lo hacía, estaba dispuesta a perdonarle todo.

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