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Santiago Navajas

El único judío bueno es el judío invisible

Occidente se basa en una paradoja suprema: adorar a los judíos a condición de que no se note que son judíos. Y si están muertos, mejor.

Occidente se basa en una paradoja suprema: adorar a los judíos a condición de que no se note que son judíos. Y si están muertos, mejor.
Franz Kafka, escritor. | Archivo

Occidente se basa en una paradoja suprema: adorar a los judíos a condición de que no se note que son judíos. Y si están muertos, mejor. De Einstein a Kafka, pasando por Hannah Arendt y Anna Frank, los judíos son venerados pero en cuanto se atreven a ser demasiado judíos se transforman ipso facto en "sionistas", "colonialistas" o cualquier otra calificación que pretenda demonizarlos. Calificar a alguien de "sionista" es una etiqueta tan cómoda como la de "facha", por cierto, intercambiables. Si te describen como sionista automáticamente se te considera un facha. Y si eres catalogado de facha se asume sin duda de que eres sionista.

Escucho en el programa de Pablo Iglesias que ser sionista no tiene nada que ver con ser judío, sino que es equivalente a pertenecer a "la vanguardia de un sujeto blanco, colonial, supremacista y patriarcal". Ahora resulta que soy judío gracias a la hermenéutica delirante de la extrema izquierda antijudía. A mucha honra, en cualquier caso. Esta es la versión progresista del tradicional antisemitismo occidental, ocultando su odio a los judíos bajo la máscara de los clichés woke. Iglesias es el paradigma del antisemita, un odio que se estila más bien en las clases educadas que en el pueblo llano. Este último vota a favor de Israel en Eurovisión porque ve lo obvio: que una banda de terroristas han masacrado cobardemente a ciudadanos judíos por el hecho de ser judíos, además de perpetrar el peor de los crímenes de guerra secuestrando, torturando, violando y asesinando a mujeres judías porque combinan el fanatismo religioso más sanguinario con la misoginia más brutal. Sin embargo, para estudiantes de las mejores universidades en los campus de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España, ahítos de ideología tóxica y jerga estupefaciente aprendidas leyendo a filósofos franceses del resentimiento y nostálgicos del estalinismo, los judíos son la expresión suprema de lo que más detestan: el hombre blanco occidental, democrático a fuer de liberal, exitosamente capitalista.

Iglesias representa paradigmáticamente lo que sostiene David Nirenberg en su libro Anti-Judaísmo: las sociedades occidentales se han organizado a partir de un chivo expiatorio hebreo que, por cierto, no tiene nada que ver con el judaísmo real. Cualquier mal que se haya sentido que se cernía sobre Occidente se ha asimilado al judaísmo, con lo que siguiendo una lógica tan idiota como perversa siempre termina de la misma manera: queriendo asesinar a los judíos. Shakespeare lo mostró en El mercader de Venecia en la figura sacrificada de Shylock. Los comunistas creen que los judíos controlan Wall Street, como los capitalistas creían que dominaban el Kremlin. Ahora, como señalé, Iglesias los ve encarnando a los hombres blancos, colonialistas, supremacistas y patriarcales. Cada uno con sus obsesiones mientras los judíos recibiendo palos de todo el mundo. Por ejemplo, el Museo Reina Sofía, convertido en una cheka por Manuel Borja-Villel y continuada con gran éxito por el no menos comisario político Manuel Segade, ha tenido que rectificar la denominación antisemita de una de sus "performances" contra Israel. Segade había "comprado" el lema a favor del exterminio de Israel "Desde el río hasta el mar", adornándolo con el sublema "Solidaridad internacional con Palestina". Orwell habría estado orgulloso de estos imitadores del Big Brother. A Borja-Villlel lo retrató a la perfección Félix de Azúa (y eso que supuestamente es un elogio):

Ha expuesto las ruinas de la revolución del siglo XX bajo la forma del espectáculo político del siglo XXI (...) hoy sigue llamándose "arte" a un escaparate de agitación y propaganda para lo políticamente correcto.

El antisemitismo vuelve a crecer como un cáncer en la izquierda política y en el progresismo cultural, de las universidades privadas norteamericanas a las públicas españolas, este último directamente exigiendo el exterminio de los judíos proclamando el lema genocida de los fundamentalismos islámicos, "Del río hasta el mar". Por no hablar de Eurovisión, cuando la representante de Israel ha sido acosada del mismo modo que le sucedió a su antecesora primigenia en 1974 tras el atentado del terrorismo palestino contra los israelíes en las Olimpiadas de Múnich.

¿Qué cabe hacer? No callar. No pertenecer a la mayoría silenciosa que vota a favor de Israel porque el voto es anónimo, pero luego no se atreve a alzar la voz contra todos los poderes fácticos que tienen altavoces mediáticos. Sostiene Dara Horn, autora de People love Dead Jews, que se suele enseñar el odio al odio pero en abstracto, por lo que luego es fácil odiar a los judíos en concreto cuando se les demoniza como no humanos, como lo otro de lo humano, una especie de vampiros de lo humano, una vez que se ha definido humano como el opuesto perfecto a lo que significa ser judío. Un pueblo que se resiste a ser asimilado, transformado y, en última instancia, aniquilado. Pero que, por mucho que fastidie a Hamás, Pablo Iglesias y el Museo Reina-Sofía, seguirá existiendo. Y al que debemos defender, proteger y comprender, porque no más que nadie, pero tampoco menos, forma parte indeleble desde hace milenios de lo mejor de la humanidad.

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