Menú
Santiago Navajas

10 Dogmas de los antitaurinos

Solo desde el sentimentalismo más infantil y la irracionalidad más histérica se podría argumentar a favor de la jerarquía ética, que es de lo que se trata, del matarife sobre el matador.

Solo desde el sentimentalismo más infantil y la irracionalidad más histérica se podría argumentar a favor de la jerarquía ética, que es de lo que se trata, del matarife sobre el matador.
El diestro Morante de la Puebla con su primer toro en el primer festejo de la Feria de San Isidro en el que comparte cartel con los diestros García Pulido y Diego Urdiales, lidiando reses de Alcurrucén y El Cortijillo, este viernes en la Monumental de Las Ventas. EFE/ Mariscal | EFE

Los antitaurinos suelen envolverse en la capa del bienestar animal para criticar las corridas, que consideran maltrato. Maltrato, lo que se dice maltrato, existe fundamentalmente en la industria de la alimentación, de la ganadería a la agricultura. Ni siquiera los veganos se libran del maltrato porque para cultivar sus tomates irremediablemente hay que matar a millones de insectos, gusanos y demás animalillos que revolotean o se arrastran en los campos de cultivo. Para que un antitaurino pudiese criticar la tauromaquia sin caer en la contradicción y la hipocresía tendría que alimentarse únicamente de carne "cultivada" a partir de células madres, la única forma objetiva de no cometer maltrato animal de toda índole. La biotecnología salvará el paladar y los escrúpulos morales de los veganos, animalistas y demás fauna antitaurina. Está por demostrarse que el suplemento "gastronómico" que proporciona una dieta carnívora baste para hacer permisible lo que fuera del matadero sería calificado de maltrato animal.

En realidad, lo razonable es pedir tanto en los mataderos como en las corridas o los circos que, dentro de lo posible, se reduzca el dolor de los animales, lo que ha sucedido de facto. En 1883 fueron prohibidos los perros de presa para sujetar a los toros y fue en tiempos de Primo de Rivera cuando se introdujeron los petos para proteger a los caballos. En la actualidad, deberían prohibirse las banderillas negras y acelerar la muerte del animal reduciendo el número posible de entradas a matar y de descabellos. Esta tendencia hacia el bienestarismo animal también se ha dado en los mataderos. Hoy poca gente podría soportar la visión de un matadero parisino en 1945 como el que ofrecía, entre la truculencia y la poesía, George Franju en La sangre de las bestias. De hecho, incluso en su época habría sido intolerable por la sensibilidad popular si no hubiese sido rodado el documental en blanco y negro. Lo mismo que sucedería hoy, por cierto, si se mostrase al público todo el proceso sobre cómo se producen sus salchichas, hamburguesas y chuletones. Solo desde el sentimentalismo más infantil y la irracionalidad más histérica se podría argumentar a favor de la jerarquía ética, que es de lo que se trata, del matarife sobre el matador. O del resto de animales vinculados a los intereses y necesidad de los humanos, mascotas incluidas, respecto a los toros y su vida en la dehesa anterior a la corrida y, posiblemente, después de ella (hablaremos de ello a continuación).

Dogma 2. Deberían admitir, por tanto, los antitaurinos que su problema con las corridas de toros no viene de su dimensión de crueldad, que tire la primera piedra el crítico de la tauromaquia que esté libre del pecado de haberse cometido un apoteósico rabo de toro estofado o incluso un humilde plato de hummus, sino de que es un espectáculo que se ofrece a vista de todos, mientras que los mataderos están clausurados a cal y canto al escrutinio público. Sería muy diferente si con cada kilogramo de solomillo de buey se nos informara tanto del nombre del animal como de su matarife, además de regalarnos con imágenes de la hecatombe. Quisiera ver al antitaurino habitual en las puertas de los mataderos, que suelen ser unos edificios tan anodinos como herméticos, gritando "asesinos, asesinos" a los matarifes o "menos desolladores y más don Quijotes".

Podríamos usar la opción de la multipantalla para comparar la muerte del animal en el matadero para satisfacer el placer gastronómico con la del animal en la plaza a mayor gloria del arte taurómaco.

Obviamente, la preocupación por el bienestar animal ha hecho que nuestro antitaurino carnívoro (aunque ya he señalado que también el veganismo se levanta sobre una pirámide de muerte animal) haya hecho todo lo posible para que los animales sufran lo menos posible tanto en su vida dentro de la ganadería como en su muerte en el seno del matadero. Pero solo desde la ignorancia o la mala fe podría el antitaurino negar que lo mismo ha sucedido respecto a las corridas, como indiqué, protegiendo a los caballos de los picadores o persiguiendo las prácticas torticeras que reducían el peligro para los toreros, como el afeitado de las cornamentas. Si tuviésemos en consideración toda la vida del animal desde el nacimiento hasta la muerte, incluso el antitaurino más cerril debería admitir que el resultado neto respecto al sufrimiento es más favorable al toro bravo criado en la dehesa y sacrificado en la plaza. Es sintomático de su, en el fondo, falta de preocupación por los animales reales para privilegiar un postureo moralista, que los antitaurinos propongan como alternativa ejemplar las corridas a la portuguesa. Joan Ribó, alcalde de ultraizquierda en Valencia defendió la costumbre portuguesa (ya saben, todo lo español es malo por definición y todo lo extranjero debe ser bueno por axioma para el nacionalista que odia la tauromaquia fundamentalmente por su esencia española más que por veleidades animalistas) para, dijo, combinar lo artístico con el respeto. Al menos Ribó era capaz de apreciar lo artístico de la corrida, una performancede primer nivel como defendió la artista ganadora del Príncipe de Asturias Marina Abramovich. Pero caía en el absurdo de defender que es más respetuoso matar al toro en el matadero tras la corrida, y tras una larga y lenta agonía, que en la misma plaza de toros.

Obvian además los antitaurinos como Ribó que hay una diferencia crucial entre las corridas de toros a la española y a la portuguesa: la posibilidad del indulto. No ha habido en toda la historia de los mataderos el caso de un animal que haya sido salvado del sacrificio debido a sus méritos y dones. Sin embargo, en las corridas no solo se da la posiblidad del indulto, con célebres casos en los últimos años, sino que el toro indultado es curado y vuelto a la dehesa donde llevará una vida de semental al alcance de ningún otro animal bajo el dominio humano, incluyendo a las mascotas perrunas y gatunas. Un antitaurino más coherente, o con más conocimiento de causa, Sergio Caetano, portavoz de la Plataforma Nacional para la Abolición de las Corridas de Toros (Basta), reconoció ante la propuesta de Ribó que desde el punto de vista del sufrimiento de los animales son peores las portuguesas que las españolas, ya que los toros pueden pasar varios días a la espera de ser sacrificados (en el mejor de los casos, la ley portuguesa da un margen ¡de cinco horas! para que se remedie la agonía del animal en el matadero). Recuerden, a los antitaurinos no les molesta tanto el sufrimiento de los animales como la idea que se han hecho del mismo. Como no tienen conciencia de lo que sucede en los matadores o en las tripas de las corridas portuguesas, pueden comerse su bocadillo de jamón o celebrar las últimas con una superioridad moral que se corresponde con su ignorancia epistémica.

Suelen también defender los antitaurinos que el espectáculo público no solo es inmoral, sino que consiste en una ejemplaridad tóxica y sórdida para la ciudadanía en su conjunto, y los más jóvenes en particular. En realidad, es todo lo contrario. La tauromaquia enseña valores, claro, aquellos que una sociedad consumista, banalizada y sumamente hipócrita rechaza. En primer lugar, el valor de la verdad. También el valor del debate. Sin duda, el de la democracia. No menos importante, el valor de cómo la estética se suma a la ética para crear belleza en el abismo de la muerte. Por supuesto, en estos tiempos de tanatorios convertidos en frigoríficos de cadáveres y de centros comerciales que convierten la cultura en un producto tan digerible como un alimento ultraprocesado, las corridas de toros permanecen como el evento intempestivo que el sistema del capitalismo de usar y tirar no puede terminar de digerir. Las mismas empresas que se adornan con invitaciones a la ópera en el Teatro Real o al palco del Bernabéu no osarían hacer lo mismo con pases al tendido 7 de las Ventas.

En inglés, "carne" se dice con "meat" y "flesh". Pero que mientras que "meat" designa la carne muerta, "flesh" se refiere a la carne viva. Lo que jamás entenderá un antitaurino, por su estrechez mental y sus prejuicios, es que la carne del toro en la plaza es carne viva mientras que la misma toro en el matadero no sería sino carne muerta.

Explicaba la leyenda viva del alpinismo Reinhold Messnerque el arte de sobrevivir en las circunstancias más extremas es la vertiente más pura de la escalada, pero también la más mortífera. Si la muerte no es una posibilidad, no merece la pena. No sería una aventura, sino una guardería. Y, por supuesto, tampoco un arte. Esta visión de mundo distinta a la del confort pequeño burgués es tan incompresible como inasumible para el animalista típico. Pero es lo que hace grande tanto a Messner como a José Tomás, a Leclerc como a Manolete. Llegará el día en que quieran prohibir a los atletas del espíritu su mera existencia, prohibiéndoles escalar el Annapurna y torear en las Ventas en nombre de la mansedumbre obligatoria y el riesgo cero. Pero será inútil. Porque, ¿qué mayor rebeldía que la que se alza contra la mansedumbre, qué mayor riesgo que el que desafía la imposición del riesgo cero?

Temas

0
comentarios